Contrato con el Diablo: Amor en Cadenas
img img Contrato con el Diablo: Amor en Cadenas img Capítulo 3
3
Capítulo 4 img
Capítulo 5 img
Capítulo 6 img
Capítulo 7 img
Capítulo 8 img
Capítulo 9 img
Capítulo 10 img
Capítulo 11 img
Capítulo 12 img
Capítulo 13 img
Capítulo 14 img
Capítulo 15 img
Capítulo 16 img
Capítulo 17 img
Capítulo 18 img
Capítulo 19 img
Capítulo 20 img
Capítulo 21 img
Capítulo 22 img
Capítulo 23 img
Capítulo 24 img
Capítulo 25 img
img
  /  1
img

Capítulo 3

Punto de vista de Elena Vitale

El pesado ritmo de la música pulsaba a través del piso del salón VIP. Era un club privado, supuestamente territorio neutral para las Familias, pero esta noche los Moretti habían alquilado todo el piso superior.

Me senté junto a Dante en el sofá de terciopelo aplastado. Su brazo estaba extendido a lo largo del respaldo del asiento detrás de mí, sin tocarme nunca, pero reclamando agresivamente el espacio.

Era una exhibición territorial. *Esto es mío. No tocar.*

La habitación estaba densa por el humo y el agudo tintineo de copas de cristal caro. Los Capos reían, mientras los soldados permanecían como estatuas junto a las puertas. Era una celebración del aniversario de la alianza.

-¡Muy bien, sáquenla! -gritó alguien por encima del ruido.

Una pesada caja de madera fue colocada sobre la mesa central. La Cápsula del Tiempo.

Hace cinco años, durante una fiesta de tregua, la generación más joven de las Familias había escrito cartas a sus futuros yo. Era una tradición estúpida, algo en lo que Sofía había insistido cuando era el centro del mundo de Dante.

Sentí un cosquilleo de sudor frío en mi nuca. Me había olvidado de esto.

-¡A ver quién predijo el futuro! -rio Marco, uno de los soldados de Dante, mientras rompía el sello.

Sacó un trozo de papel doblado.

-Sofía... quiere ser una estrella de cine.

Las risas se extendieron por la habitación. Sofía aún no estaba aquí. Siempre llegaba tarde.

Marco metió la mano y sacó otro. Lo desdobló, y luego se quedó helado.

Hizo una pausa. Me miró a mí, luego a Dante. La sonrisa de borracho se desvaneció de su rostro.

-Léela -ordenó Dante, tomando un sorbo lento de su whisky.

Marco se aclaró la garganta, moviéndose incómodamente.

-Es... es de Elena.

Dante me miró. Yo miré al frente, mis uñas clavándose en forma de media luna en mis palmas.

-Léela -repitió Dante, su voz más baja, sin dejar lugar a discusión.

Marco desdobló el papel por completo. Su voz era vacilante.

-No sé si alguna vez me verá. Solo soy una sombra en un rincón de la habitación. Pero hoy, me miró. Me salvó de los disturbios en Iztapalapa. Él no sabe mi nombre, pero yo sé el suyo. Lo amo. Amo a Dante Moretti. Rezo para que un día, pueda ser yo quien lave la sangre de sus manos, incluso si él nunca me ama a cambio.

El silencio en la habitación era absoluto. Era más pesado que el bajo, más fuerte que los gritos de momentos antes.

Me sentí desnuda. Hace cinco años, era una chica ingenua con un diario. Ahora, esas palabras flotaban en el aire como la confesión de un crimen.

Dante dejó lentamente su vaso. Giró la cabeza para mirarme. Su expresión era indescifrable, pero sus ojos estaban muy abiertos, atónitos. Era la primera vez que lo veía realmente impactado, como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago.

Abrió la boca para hablar.

-Elena...

Mi teléfono no sonó. El suyo sí.

Rompió el momento como un cristal. Dante se estremeció. Miró la pantalla.

No contestó de inmediato. Me miró de nuevo, buscando en mi rostro, buscando a la chica que escribió esa carta.

El teléfono volvió a sonar. Y otra vez.

-Jefe -susurró Marco, la tensión palpable-. Podría ser urgente.

Dante contestó. Lo puso en altavoz.

-¡Dante! ¡Ayúdame! ¡Por favor! -la voz de Sofía chilló a través de la silenciosa habitación-. ¡Tienen armas! ¡Estoy en la zona industrial de Vallejo! ¡Me van a matar!

El shock desapareció del rostro de Dante. Fue reemplazado instantáneamente por la máscara de El Segador. La bestia despertó.

Se levantó tan rápido que la mesa tembló.

-Marco, reúne al equipo. Ahora.

-Dante -dije, mi voz apenas un susurro.

No me oyó. Ya se estaba moviendo, revisando el cargador de su pistola. Era un borrón de movimiento letal.

-Quédate aquí -me ladró por encima del hombro-. No te muevas.

Salió corriendo por la puerta, sus soldados pululando tras él. La habitación quedó repentinamente vacía, salvo por unos pocos meseros confundidos.

Caminé hacia el balcón. La lluvia había cesado. Miré hacia la calle.

Vi a Dante salir a toda prisa de la entrada del club. Lo vi golpear con la cacha de la pistola a un cadenero que fue demasiado lento para apartarse de su camino. Saltó a su auto, las llantas humeando mientras arrancaba.

Lo vi irse.

Había escuchado la profundidad de mi alma, la cruda y sangrante verdad de mi amor por él. Y en el momento en que otra mujer gritó pidiendo ayuda, me dejó en el silencio.

No salió corriendo para salvar a la familia. Salió corriendo porque no podía respirar si ella no respiraba.

Tomé la carta de la mesa. La rompí por la mitad. Luego por la mitad otra vez.

Dejé caer los pedazos en un cenicero y les prendí fuego.

-Adiós, Dante -susurré.

                         

COPYRIGHT(©) 2022