Mi celular desechable empezó a vibrar dentro de mi bolso, que había sido pateado a unos metros de distancia.
Lola le hizo un gesto a Bella con la muñeca. -Tráelo.
Bella arrebató el barato teléfono negro y se lo entregó a su ama.
Lola miró la pantalla, su labio se curvó con asco.
-El identificador de llamadas dice 'Papá' -se burló-. Aww. ¿La niñita le va a llorar a su papi?
Yacía en el suelo, mirando al techo. El frío del mármol se filtraba en mis huesos, adormeciendo el dolor, anclándome.
-Contesta -dije. Mi voz sonaba extraña a mis propios oídos. Hueca. Muerta.
Lola se rio. -¿Quieres que hable con él? Bien. Le diré que venga a recoger su basura.
Deslizó el dedo por la pantalla y activó el altavoz.
-¿Bueno? -chilló Lola al micrófono-. Escúcheme, viejo. Su hija es una acosadora psicópata. Necesita venir por ella antes de que haga que seguridad la tire al basurero, que es donde pertenece.
Silencio al otro lado.
No era un silencio pacífico. Era el silencio pesado y sofocante de un depredador conteniendo la respiración antes del ataque.
Luego, un sonido.
*CRASH.*
Fue el crujido distintivo y húmedo de un pesado cristal haciéndose añicos contra una pared.
-¿Quién habla?
La voz era profunda, grave, y vibraba con una violencia reprimida que hizo que la temperatura del vestíbulo bajara diez grados.
Lola no se dio cuenta. Estaba demasiado drogada con su propio viaje de poder.
-Soy la futura señora Moretti -anunció-. Y necesita enseñarle modales a su hija. Se está poniendo en ridículo. Dígale que se aleje de Dante, o me aseguraré de que nunca vuelva a trabajar en esta ciudad.
-¿Está viva? -preguntó la voz.
Era una pregunta simple, desprovista de inflexión.
-Apenas -se rio Lola-. Tuve que darle una lección. La arreglé un poquito. Le rompí su feo collarcito.
-La tocaste -repitió la voz.
Ya no era una pregunta. Era la confirmación de una sentencia de muerte.
-Sí, la abofeteé. ¿Qué va a hacer al respecto, abuelo? ¿Demandarme?
-Pónmela al teléfono -ordenó la voz.
Lola puso los ojos en blanco pero sostuvo el teléfono hacia mi cara, como si le ofreciera un premio a un perro.
-Papi quiere decirte adiós.
Miré el plástico negro.
-Papá -susurré.
-Alessia -dijo mi padre. Su voz se quebró, solo una fracción-. ¿Te quitaron el relicario?
-Sí -dije-. Lo aplastaron.
Una larga exhalación al otro lado. Sonó como un dragón despertando.
-El pacto se rompió -dijo mi padre-. Quémalos.
Algo se encendió en mi pecho, derritiendo el hielo.
-Quémalos a todos -asentí.
-Estoy a tres minutos -dijo-. Quédate en el suelo. El cielo está a punto de caer.
La línea se cortó.
Lola resopló y arrojó el teléfono al suelo, estrellándolo junto a los restos del relicario de mi madre.
-Reina del drama -murmuró-. De tal palo, tal astilla.
Cerré los ojos y escuché.
A lo lejos, sobre el zumbido del tráfico de la ciudad, oí un golpeteo rítmico.
*Thwup. Thwup. Thwup.*
Se hacía cada vez más fuerte, un corazón palpitante de acero que se acercaba.