-¿Me amas a mí, y solo a mí? ¿Podrías amar a alguien más mientras estás conmigo?
Su cuerpo se tensó, solo por un instante, una microexpresión de incomodidad que no habría notado antes. Pero ahora, me gritaba. Se inclinó, besándome la frente, luego los labios.
-No seas tonta, nena. Claro que no. Eres mi esposa. Llevamos tres años casados. ¿Por qué haces preguntas tan tontas?
Sostuvo mi rostro entre sus manos, mirándome con una intensidad practicada.
-Nuestro matrimonio, Sofía. Esa es prueba suficiente, ¿no?
Mi mente retrocedió a los inicios de nuestra relación. Los rumores habían comenzado entonces, susurros sobre la mirada errante de Daniel, su reputación de mujeriego. Los había ignorado, convencida de que solo eran chismes de envidiosos.
Entonces, una noche, recibí una llamada frenética de Valeria.
-¡Sofía, acabo de ver a Daniel con otra mujer! ¡En el Hotel Orquídea Real, habitación 302! ¡Tienes que ir, ahora!
El pánico se apoderó de mí. La llamé de vuelta, con lágrimas corriendo por mi rostro, apenas capaz de respirar.
-¡Me está engañando! ¡Valeria, me está engañando!
Corrí al hotel, mi corazón latiendo a un ritmo frenético contra mis costillas. Pero cuando irrumpí en la habitación 302, no encontré a Daniel con otra mujer. Encontré a Valeria, con la mano levantada, abofeteando a Daniel en la cara.
-¡Maldito! -le gritó-. ¡Cómo te atreves a intentar sobornarme para que me quede callada! ¡Sofía merece saber qué clase de hombre eres!
Daniel parecía humillado, sosteniendo su mejilla enrojecida. Valeria se volvió hacia mí, con los ojos llenos de furia justiciera.
-Intentó pagarme, Sofía. Dijo que me pagaría para guardar sus sucios secretitos. Creyó que te traicionaría.
-Yo... yo iba a decírtelo yo mismo -tartamudeó Daniel, evitando mi mirada-. Fue un error. Un momento de debilidad. Te prometo que no volverá a suceder.
Valeria se burló.
-¿Un error? ¿Llamas "error" a intentar acostarte con la mejor amiga de tu novia? -Lo fulminó con la mirada-. Y Sofía, ¿de verdad crees que yo, tu mejor amiga, intentaría robarte a tu novio? Me conoces mejor que eso.
Sentí una oleada de vergüenza, una culpa abrumadora. Había dudado de ellos, de mi mejor amiga y de mi novio. Me disculpé profusamente con ambos. A partir de entonces, fui extra vigilante en mostrarles cuánto confiaba en ellos, cuánto los necesitaba a ambos en mi vida.
Daniel a menudo se burlaba de mí después, llamándome su "reinita del drama", su "celosita". Decía:
-Honestamente, si no fuera por ti, ni siquiera miraría a Valeria. Es demasiado problemática.
Y yo, sintiéndome tonta por mis sospechas anteriores, siempre corría a su lado, tranquilizándolo y defendiendo a Valeria.
-Ella solo se preocupa por mí, Daniel. Eso es todo.
Mis pensamientos fueron arrancados de nuevo al video presente. Daniel estaba apartando a Valeria, con el rostro sombrío.
-No, Valeria. No podemos seguir haciendo esto. No puedo. Me caso en tres días. Esto tiene que parar. No podemos vernos más.
El rostro de Valeria se descompuso. Se abalanzó sobre él, rodeándolo con sus brazos, desesperada.
-¡No! Por favor, Daniel. Solo una última vez. Por favor.
Un escalofrío recorrió mi espalda. Tres días antes de nuestra boda. Recordaba esa semana. Había estado tan estresada, tan abrumada con los detalles de última hora, que me había dado una fiebre altísima. Estaba confinada en la cama, apenas capaz de levantar la cabeza, incapaz de contactar ni a Daniel ni a Valeria. Ambos habían estado inalcanzables, sus teléfonos apagados o yendo directamente al buzón de voz.
Mi compañera de trabajo, Laura, me había visto luchando y, con un guiño cómplice, dijo:
-Cuidado, Sofía. Por eso dicen que hay que cuidar al marido, cuidar la casa y cuidarse de la mejor amiga.
Estaba tan débil, tan febril, pero aun así logré soltar una risa débil.
-No seas ridícula, Laura. Valeria nunca me traicionaría. Prácticamente me salvó la vida una vez.
Pero ahora, la imagen en la pantalla, la súplica desesperada de Valeria, la sombría aceptación en los ojos de Daniel... todo cobraba un sentido horrible y nauseabundo.