JULIANA SALAZAR
Empujé mi silla hacia atrás con un agudo raspón contra el suelo, el sonido resonando en el repentino silencio. Mi cuerpo gritó en protesta, pero lo ignoré. Tenía un acto final que realizar.
-Esta tarde -dije, mi voz clara y firme, cortando el aire pesado-, transferiré mi participación mayoritaria en InnovaCorp a Débora. Será nombrada miembro de la junta, con efecto inmediato.
Damián se levantó de un salto, la silla resonando detrás de él. Su rostro era una máscara de incredulidad, teñida de una ira cruda, casi de pánico.
-¡¿Estás loca, Juliana?! ¡¿InnovaCorp?! ¡¿Sabes lo que estás haciendo?! ¡Esas acciones valen miles de millones!
Se pasó una mano por el pelo, sus ojos desorbitados.
-¡No puedes simplemente regalar el trabajo de tu vida!
-Estoy perfectamente cuerda, Damián -dije, mi mirada inquebrantable. Miré por la ventana, más allá de él, hacia el extenso jardín donde Elías y Débora reían, persiguiendo mariposas. Una visión de felicidad doméstica de la que nunca sería parte. El sol brillaba en el cabello de Débora mientras esquivaba juguetonamente las manos extendidas de Elías.
-Solo quiero que todos sean felices -continué, una profunda tristeza filtrándose en mi voz, a pesar de mis esfuerzos por reprimirla. Mis ojos, aunque secos, se sentían pesados por lágrimas no derramadas-. Eso es todo lo que siempre he querido de verdad.
Un destello de algo indescifrable cruzó el rostro de Damián. ¿Confusión? ¿Arrepentimiento? No podría decirlo. Abrió la boca, luego la cerró, sus hombros hundiéndose ligeramente. Parecía completamente derrotado, sin palabras.
No esperé a que respondiera. Me di la vuelta, mis movimientos rígidos, y me alejé, dejándolo solo en el comedor, el acuerdo prenupcial modificado yaciendo abandonado en la mesa entre nosotros.
Sus ojos siguieron mi figura en retirada, una mezcla de conmoción e inquietud grabada en sus facciones. Mi repentina generosidad, mi inexplicable calma, claramente lo desconcertaban. No entendía. No podía. Pensaba que estaba siendo desinteresada, o quizás, perdiendo la cabeza. No podía comprender la profundidad de mi cálculo, la naturaleza precisa y quirúrgica de mi plan final.
Vio mi sacrificio, pero no la trampa que estaba tendiendo. Vio mi paz, pero no la tormenta que se gestaba bajo la superficie. Vio mi entrega, pero no el despojo definitivo que estaba por venir.
Sentí una extraña sensación de liberación, un desafío silencioso. Mi resolución se solidificó con cada paso. Mi rostro, lo sabía, mantenía una expresión serena, casi distante. Mi voz antes había sido cansada, pero ahora una determinación de acero pulsaba bajo ella.
Quedó atónito en silencio, una vista rara para un hombre que siempre tenía una respuesta. Su arrogancia habitual había desaparecido, reemplazada por una vulnerabilidad cruda que nunca antes había visto. Mis acciones lo habían dejado sin poder, una marioneta en mi obra final.
Pudo haber sentido una punzada fugaz de culpa, un momento fugaz de confusión ante mi inesperada rendición. Pero eso no era nada comparado con la vida de arrepentimiento que había planeado meticulosamente para él. Mi calma lo inquietaba, una amenaza silenciosa que no podía descifrar del todo. Mi sacrificio lo había desconcertado, obligándolo a cuestionar mis verdaderas intenciones, pero no se atrevería a preguntar.
Mis ojos contenían un profundo sentido de liberación, una carga que finalmente se estaba desprendiendo. Mi voz, aunque suave, llevaba una resolución inquebrantable.
Mis acciones lo habían conmocionado hasta la médula, trastornando su mundo cuidadosamente construido. Mi calma exterior lo inquietaba, una premonición de algo que no podía nombrar. Mi gran sacrificio lo confundía, haciéndolo dudar de su propia victoria.
Mis ojos, lo sabía, brillaban con un triunfo silencioso, una promesa silenciosa del caos que estaba por venir. Mi voz, suave pero firme, llevaba el peso de una decisión irreversible.