Haciéndole un favor a mi jefe
img img Haciéndole un favor a mi jefe img Capítulo 8 ¿Qué demonios
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Capítulo 9 Incómodo img
Capítulo 10 Ese maldito beso img
Capítulo 11 Modelando para el jefe img
Capítulo 12 De acuerdo, donjuan img
Capítulo 13 Invitada, no invitada (Primera parte) img
Capítulo 14 Invitada, no invitada (Segunda parte) img
Capítulo 15 Pánico a las cinco de la mañana img
Capítulo 16 Desayuno, trabajo en la despensa y Coney Island img
Capítulo 17 Coney Island (Primera parte) img
Capítulo 18 Coney Island (Segunda parte) img
Capítulo 19 ¿Es cierto img
Capítulo 20 Noche de gala (Primera parte) img
Capítulo 21 Noche de gala (Segunda parte) img
Capítulo 22 Noche de Gala (Parte Final) img
Capítulo 23 Conociendo a los amigos del jefe. img
Capítulo 24 Calentando motores img
Capítulo 25 Una noche, eso es todo lo que quiero img
Capítulo 26 Un paso adelante img
Capítulo 27 La mañana siguiente img
Capítulo 28 Bromas y cesiones img
Capítulo 29 Encuentro en la Oficina img
Capítulo 30 Cena con la familia y nuestros planes img
Capítulo 31 Sesión Matutina img
Capítulo 32 ¿Estaba celosa img
Capítulo 33 Queriendo más img
Capítulo 34 Coqueteo, bromas y juegos img
Capítulo 35 Primera cita oficial img
Capítulo 36 ¿Comprometidos img
Capítulo 37 Robando momentos y haciendo planes img
Capítulo 38 Primer día de viaje img
Capítulo 39 Cada vez más profundo img
Capítulo 40 Feliz y contento img
Capítulo 41 Dudas y miedos img
Capítulo 42 Solo cuido de lo que es mío, cariño img
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Capítulo 8 ¿Qué demonios

Punto de vista de Winona:

Lavé cada plato despacio, usando el agua como excusa para demorarme.

Necesitaba un momento para tranquilizarme. Estar cerca de él despertaba en mí sensaciones que no esperaba y que, sin duda, no debía permitirme. Ya había pasado dos años a su lado, y nunca me había calado tan hondo.

¿Esto era lo que sucedía cuando por fin pasamos tiempo juntos fuera del trabajo? ¿Qué me estaba pasando?

Quizá fue por la cena. Su voz irrumpió en mis pensamientos con una risa juguetona.

"Le echaré la culpa a la comida". Se me escapó una carcajada mientras me volvía hacia él.

"Vamos al sofá", sugirió, esbozando una cálida sonrisa.

Tomó una botella de vino y dos copas. Juntos entramos en el salón, y su mano se posó ligeramente en la parte baja de mi espalda, enviándome una descarga eléctrica. Mantuve la cara apartada, segura de que una sola mirada a mis ojos lo delataría todo.

En cuanto me senté, me enderecé y puse un poco de espacio entre nosotros. Eso solo duró un segundo, ya que él se unió a mí en el sofá y acortó la distancia, sirviéndonos a ambos una copa de vino.

"Gracias", dije con una sonrisa, dando un pequeño sorbo y recostándome en el sofá.

"Winona, cuéntame más de ti. ¿Tienes hermanos? ¿Y tus padres?", preguntó, con genuina curiosidad.

"Sí. Mi hermana menor está ahora mismo en Londres, pagándose la carrera de medicina trabajando. Está decidida a convertirse en cirujana cardíaca. Mis padres siguen juntos, todavía perdidamente enamorados después de cuarenta años", dije, con una nota de orgullo en la voz.

"¡Eso es increíble!", exclamó Davidson. "Sinceramente, ese es mi sueño: encontrar un amor que dure así". Su sonrisa era genuina.

"Lo mismo digo. Quizá algún día nos llegue a los dos". Sonreí.

Una sombra se dibujó en su rostro por un momento. Me di cuenta de que sus pensamientos divagaban, probablemente hacia Leona y la vida que una vez imaginó con ella.

Sin pensarlo, le tomé la mano. Nuestros dedos se tocaron y él se giró para mirarme.

"Encontrarás a la persona adecuada, Davidson. Si Leona no lo era, entonces hay alguien aún mejor ahí fuera para ti", le dije con suavidad.

"Sí, sé que tienes razón. Solo que duele un poco", dijo con un poco de tristeza.

"Claro que duele. Pero te prometo que no dolerá para siempre", le respondí con una cálida sonrisa, esperando que encontrara un poco de consuelo.

"Ojalá ese momento llegara pronto. Pero basta de hablar de mí. ¿No se suponía que esta noche ibas a compartir tu historia?", dijo, restándole importancia a ese asunto con una carcajada.

"La verdad, mi historia es bastante sencilla. En la mayor parte del tiempo, mi vida ha sido tranquila", respondí, encogiéndome de hombros.

"En serio, llevo una vida sencilla. El trabajo me mantiene ocupada y, cuando no estoy allí, si tengo tiempo, salgo a cenar o voy al cine con amigos".

"¿Por qué no te sueltas la melena? ¿Por qué no te diviertes de verdad de vez en cuando?", preguntó.

"De vez en cuando me divierto. En mi adolescencia ya tuve toda mi época salvaje. Te costaría creer algunas cosas que hice", admití, riéndome entre dientes.

"Lo sabía. No eres tan tímida como aparentas. Vamos, Winona, confiesa, ¿hasta qué punto te desmelenaste? Yo fui prudente de niño, así que probablemente ahora estoy recuperando el tiempo perdido". Se rio.

Sabía exactamente a qué se refería: noches llenas de copas, fiestas salvajes y más de una aventura.

"No te equivocas". Me reí. "Por aquel entonces, era una descarrilada, con fiestas todos los fines de semana, demasiadas noches escapándome, bebiendo cuando no debía, siempre metiéndome en algún tipo de lío en el colegio. Mis padres probablemente perdieron el sueño durante años, pero nunca se rindieron conmigo. A los diecinueve años, por fin senté cabeza", expliqué.

"Ves, sabía que había un lado salvaje acechando bajo esa coraza tranquila". Me guiñó un ojo.

"Desde entonces me he calmado mucho, créeme", respondí.

"Es difícil de imaginar, la verdad. Algo me dice que aún te queda un poco de salvajismo", dijo él, con una sonrisa burlona.

Quizá tuviera razón, pero no necesitaba saber qué era lo que realmente me hacía ser imprudente.

"Puedes seguir adivinando, pero no obtendrás ninguna respuesta directamente de mi boca". Mi voz bajó lo suficiente como para hacer juego con el brillo juguetón de sus ojos. Pareció captar mi indirecta de inmediato.

"Nunca digas nunca", respondió. Le lancé una mirada significativa y enarqué una ceja. Estaba claro que no le importaba la sutileza.

Fuera lo que fuera lo que pensaba, lo vi en su expresión: esperaba que cruzara una línea que yo sabía que no debía cruzar. Me negaba a convertirme en la típica secretaria que se lía con su jefe. Esa simplemente no era yo.

"En tus sueños será", dije riendo.

"Espero de verdad que eso sea cierto", respondió, con la voz un poco más ronca de lo habitual.

Se me hizo un nudo en la garganta y di un paso atrás deliberadamente. Su coqueteo tenía que parar, y mis reacciones también. Redirigir la conversación me pareció la apuesta más segura, así que solté el primer tema neutro que se me vino a la mente.

*

Dos horas más tarde, la mesa estaba cubierta de botellas vacías.

Con el vino y la cerveza, las risas fluían con facilidad y los nervios desaparecían. Las bromas de Davidson ya no me alteraban. Me sentía más ligera, más libre y más a gusto.

Mi atracción por él no me parecía tan peligrosa como antes.

"De verdad que eres impresionante, Winona. ¿Cómo es posible que ningún hombre te haya hecho perder la cabeza todavía?", preguntó Davidson, mirándome.

"Quizá solo estoy esperando a alguien que me parezca el adecuado", respondí, hincando ligeramente los dientes en el labio inferior mientras sostenía su mirada.

Se le escapó un pequeño sonido, casi como un gemido, y me di cuenta de que lo de morderme el labio le había afectado.

Davidson se acercó, con la cara a solo un aliento de la mía. Con una mano suave me metió un mechón rebelde detrás de la oreja y la posó en mi mejilla.

Intentando que no se me notaran los nervios, le sostuve la mirada, con el corazón latiéndome con fuerza mientras se inclinaba hacia mí. Debería haberme apartado. En lugar de eso, me quedé clavada en el sitio.

Sus labios encontraron los míos antes de que tuviera tiempo de pensármelo demasiado.

Se me escapó un gemido de satisfacción mientras nos fundíamos en el beso.

Toda resistencia se desvaneció mientras me entregaba a su beso, atraída por su calidez y su sabor.

Sus manos fuertes encontraron mis caderas y me acercaron más a él. Sus labios apretados contra los míos enviaron una oleada de calor por todo mi cuerpo, despertando un feroz anhelo que no podía ignorar. Un sonido profundo y urgente vibró dentro de mí mientras su lengua recorría mi labio inferior, provocándome un gemido necesitado. Mi boca se entreabrió y él introdujo con avidez la lengua, convirtiendo el beso en algo salvaje y ardiente.

De repente, una sacudida de pánico me recorrió. ¿Qué estaba haciendo? Se me aceleró el corazón mientras me separaba, poniéndome en pie de un salto y agarrando mi bolso del sofá.

"No puedo hacer esto. Lo siento", solté, con la voz tensa por los nervios, y me dirigí directamente hacia la puerta.

Mi mano apenas rozó el pomo antes de que él me alcanzara, rodeándome la cintura con los brazos y haciéndome girar. Atrapada entre su cuerpo y la puerta, apenas podía respirar. Sus ojos estaban oscuros y ardían de lujuria y anhelo, y eso hizo que me flaquearan las rodillas.

"¿Por qué te vas? Te deseo demasiado. Tú también lo sentiste, ¿verdad? Toda la noche ha habido un fuego entre nosotros. ¿Por qué intentas luchar contra eso?", preguntó sin aliento.

"Davidson, esta no soy yo. No soy el tipo de mujer que se acuesta con su jefe. Es que... no puedo", dije, tratando de mantener algún tipo de control.

"Los dos somos adultos, Winona. Nada de eso me importa. Lo único que me importa eres tú", respondió.

"Lo siento, de verdad que tengo que irme". Lo aparté de un empujón, salí por la puerta y me apresuré a atravesar el garaje, buscando a tientas mi celular para pedir un taxi.

Lo único que tenía en mente era alejarme de Davidson. No podía creer que hubiera dejado que las cosas se descontrolaran de esa manera.

El temor de verlo de nuevo en el trabajo se instaló en mi estómago.

¡Maldita sea! ¿Por qué me permití ser tan imprudente?

La visión de las luces del taxi me produjo una oleada de alivio cuando me deslicé en el asiento trasero y le di al conductor mi dirección. Durante todo el trayecto a casa, no dejaba de pensar en cómo sería capaz de mirarlo a los ojos en el trabajo. Al entrar por la puerta de mi casa, agarré una botella de agua, me tomé un par de analgésicos y me puse mi pijama. El cansancio me golpeó con fuerza cuando me dejé caer en la cama. Agarré el celular y comprobé la alarma. El trabajo no iba a esperar a que yo resolviera este lío.

Había recibido tres mensajes nuevos, todos de Davidson.

El primero decía: "Winona, por favor, vuelve".

En el siguiente dijo: "Lo siento".

El último mensaje de Davidson sonaba más preocupado: "Solo avísame que llegaste bien a casa, ¿de acuerdo? Por favor".

Se me escapó un suspiro mientras escribía una breve respuesta. "Ya llegué a casa".

No me molesté en decir nada más. Tras dejar el celular en la mesilla de noche, me tapé con las sábanas hasta la barbilla. El sueño me llegó rápido y, mientras me dormía, deseé más que nunca despertarme y descubrir que esa noche fue solo una pesadilla.

                         

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