La Compañera No Deseada: El Ascenso de la Sanadora Plateada
img img La Compañera No Deseada: El Ascenso de la Sanadora Plateada img Capítulo 5
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Capítulo 5

Punto de vista de Isla:

La semana que Damián estuvo fuera fue la semana más tranquila de mi vida.

Pero mientras el departamento estaba en silencio, internet estaba gritando.

Serafina publicaba todo.

*Foto:* Damián pelando una manzana para ella con un cuchillo de plata. Pie de foto: *Él me alimenta.*

*Foto:* Damián cargándola sobre un charco de nieve. Pie de foto: *Mis pies nunca tocan el suelo.*

*Foto:* Damián mirando escaneos de ultrasonido, con una sonrisa tonta en su rostro. Pie de foto: *La pequeña guerrera de papá.*

Pasé de largo. Ya no dolían. Eran solo confirmación.

Pasé los días borrándome sistemáticamente del departamento.

La ropa fue a contenedores de donación. Los libros fueron a cajas para ser enviados a almacenamiento. Mi aroma, usualmente tejido en la tela del sofá y las cortinas, se estaba desvaneciendo.

El jueves, conduje a casa de mis padres en los suburbios.

Eran Omegas. Gente gentil y amable que dirigía una panadería. Estaban tan orgullosos de que su hija fuera la Compañera del Alfa. Tenían fotos de Damián por toda su sala.

-¡Isla! -Mi madre me abrazó, oliendo a levadura y vainilla-. Te ves delgada, cariño. ¿La planificación de la boda es estresante?

-Un poco -mentí-. Vine a decirles... voy a hacer un viaje. Antes de la boda. Un curso de entrenamiento especializado para Sanadores en Europa.

-¿Ah, sí? -Mi padre levantó la vista de su periódico-. ¿Va a ir Damián?

-No. Es solo para mí. Es un gran honor. El Gremio me invitó.

Mi madre frunció el ceño, su instinto maternal captando algo.

-¿Está todo bien con Damián? Vimos las fotos... de esa chica. La invitada.

-Es una paciente, mamá -dije, la mentira sabiendo a ceniza-. Damián solo está cumpliendo con su deber.

No podía decirles la verdad. Si supieran que el Alfa me había rechazado, estarían aterrorizados. Se preocuparían por su panadería, por su seguridad en la manada.

-Podría estar fuera por un tiempo -dije, abrazándolos a ambos más fuerte de lo usual-. Tal vez un año. El curso es intensivo.

-Te extrañaremos -dijo mi madre, acariciando mi cabello-. Pero estamos orgullosos. Nuestra Isla, la Alta Sanadora.

Me fui antes de que pudiera derrumbarme.

El sábado, Cloe vino para ayudar con el barrido final.

El departamento estaba estéril. Hacía eco cuando hablábamos.

-Parece una habitación de hotel -dijo Cloe, mirando alrededor-. Sin alma.

-Lo es -dije. Estaba empacando el último de mis documentos personales.

Cloe se sentó en una caja. Parecía enojada.

-Todavía no entiendo, Isla. ¿Cómo puede ser tan ciego? La deuda de vida... todos saben que tú eras la que estaba en la tienda esa noche.

Me congelé.

-¿Qué?

-La batalla de la Luna de Sangre -dijo Cloe-. Hace cinco años. Yo era una aprendiz, vigilando el perímetro. Te vi correr hacia la tienda del Alfa cuando lo trajeron, con las tripas de fuera. Vi la luz plateada.

Toqué la cicatriz en mi pecho, oculta bajo mi camisa.

Hace cinco años, Damián había sido golpeado por la espada maldita de un Solitario. Se estaba muriendo. Los doctores de la manada se habían rendido.

Yo había entrado. No era su compañera entonces, solo una joven Sanadora. Sabía que la única forma de salvarlo era darle mi *Esencia de Lobo*. Estaba prohibido. Era peligroso.

Había vertido mi fuerza vital en él. Se sintió como quemarse viva. Cosí sus heridas con mi energía.

Me había desmayado por agotamiento. Estuve en coma por tres días.

Cuando desperté, Damián estaba curado. Y Serafina, una loba de bajo rango que había estado llevando agua a la tienda, estaba sentada a su lado, sosteniendo un paño húmedo.

Damián había abierto los ojos, la vio a ella, y asumió que *ella* lo había salvado. Serafina no lo había corregido. Había afirmado que usó un canto antiguo.

Había tratado de decirle. Pero estaba débil, mi loba casi muerta por la transferencia. Él me miró -pálida, temblando, sin poder- y vio a una debilucha. Miró a Serafina y vio a una salvadora.

-Nunca se lo dije a nadie -susurré-. Pensé... pensé que se daría cuenta. Cuando nos uniéramos.

-Es un idiota -escupió Cloe-. Y ella es una ladrona.

-No importa ahora -dije, cerrando la caja con cinta-. Él eligió a su salvadora. Eligió la mentira.

-¿Él lo sabe? -preguntó Cloe-. ¿Sabe que casi mueres por él?

-No -dije-. Y nunca lo sabrá. Porque no voy a darle la satisfacción de saber que tiró a la basura a la persona que realmente le salvó la vida.

Agarré una bolsa ignífuga cerrada de la caja fuerte.

-Cloe -dije-. Esto contiene los datos médicos crudos de esa noche. Las lecturas de energía. Las gráficas de agotamiento de esencia. Mantenlo seguro. No se lo muestres a nadie a menos que sea una cuestión de vida o muerte.

-¿Qué es?

-La verdad -dije.

El elevador sonó.

Me tensé. No se suponía que regresaran hasta mañana.

Las puertas se deslizaron abriéndose.

Damián entró, bronceado y riendo. Serafina estaba en su brazo, sosteniendo un oso de peluche gigante que él le había ganado.

Se detuvieron cuando vieron las cajas. Vieron las paredes desnudas.

La sonrisa de Damián se desvaneció. Miró los estantes vacíos donde solían estar mis hierbas.

-¿Qué es esto? -preguntó, su voz bajando.

Recogí mi bolso.

-Solo sacando el desorden, Alfa -dije-. Haciendo espacio para la nueva llegada.

Pasé junto a él. Extendió la mano para agarrar mi brazo, pero lo esquivé.

-Bienvenidos a casa -dije.

Salí por la puerta, dejándolo parado en el vacío que él había creado.

Quedaban dos días.

            
            

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