POV de Clarice:
Dos semanas después, el caos estalló en la Manada Luna de Plata.
Mi padre llamó, suplicando.
-Clarice, los curanderos... no saben qué hacer. Lleva dos días gritando.
Draco cerró su libro.
-Vamos. A presenciar la verdad.
La Casa de la Manada olía a sangre y pánico.
Jacob caminaba de un lado a otro del pasillo, luciendo demacrado.
-No quiere salir -murmuró-. Pero hay... algo más.
Un grito desgarró el aire.
Entramos corriendo.
Bella yacía en la cama, empapada en sudor.
La partera retrocedía, horrorizada.
Sobre las sábanas yacía un cachorro.
No era el heredero Alfa blanco.
Era una cosa escuálida, de color rojo óxido, con pelaje irregular y orejas dentadas.
-Un Lobo Rojo -susurró Jacob, temblando de rabia.
Los Lobos Rojos eran signos del gen Rogue. Marginados.
-Lo juraste -siseó Jacob a Bella-. Juraste que era mío.
-¡Lo es! -sollozó Bella-. ¡Gen recesivo! ¡Un retroceso!
-¡Mentirosa! -Jacob agarró al cachorro por el pescuezo-. ¡Esto es inmundicia!
Levantó el brazo para estrellarlo contra la pared.
-¡No! -grité.
Draco se movió.
Una mancha negra.
Atrapó la muñeca de Jacob con un agarre de hierro.
-El niño es inocente de los pecados de la madre -dijo Draco con frialdad.
Tomó al cachorro que gemía.
-Traigan a un Sacerdote Fénix -ordenó Draco.
Cuando llegó el Sacerdote, colocó un cristal sobre el cachorro.
-Rastro de Alma.
Cinco rayos rojos salieron disparados del pecho del cachorro.
Un hilo delgado conectaba con Jacob.
Cuatro apuntaban hacia las tierras de los Rogues.
-Quimerismo -anunció el Sacerdote-. La madre se apareó con múltiples machos durante el celo para asegurar la concepción. Usted es el padre, Alfa. Pero solo en un veinte por ciento.
Jacob se volvió hacia Bella, con el rostro torcido por el odio.
-¿Quién?
Bella se rompió.
-¡Tuve que hacerlo! ¡Dijiste que me reemplazarías si no quedaba embarazada! ¡Necesitaba más oportunidades!
-¿Así que dejaste que los Rogues te montaran? -gritó Jacob-. ¡Guardias! ¡Encuentren a los Rogues!
En minutos, tres Rogues capturados fueron arrastrados adentro.
Uno se rió.
-Parece que mis nadadores ganaron, muchachos.
Jacob lo decapitó allí mismo.
-¡Sáquenla de mi vista! -rugió Jacob-. ¡A los calabozos!
-¡Esperen! -interrumpió el Doctor de la Manada, con las manos ensangrentadas-. Alfa, no puede moverla. Su abdomen... todavía está distendido. Hay otro latido. Uno fuerte.
Jacob se congeló.
Miró el enorme vientre de Bella, que no se había encogido a pesar del nacimiento del Lobo Rojo.
-¿Gemelos? -preguntó Jacob, la esperanza luchando con el asco.
-Quizás -tartamudeó el Doctor-. Este segundo latido... es poderoso. Mucho más fuerte que el primero.
Bella se aferró a ese salvavidas.
-¿Ves? ¡Ves, Jacob! ¡El Lobo Rojo fue solo un error, un escudo! ¡El verdadero heredero todavía está adentro! ¡Es tan fuerte que no quería salir todavía!
Jacob vaciló.
El deseo de un heredero era una enfermedad en él.
Bajó su espada.
-Enciérrenla en la suite de invitados -ordenó, con voz fría-. Si el próximo no es perfecto, los mato a ambos.
Draco miró al feo y tembloroso Lobo Rojo en sus brazos.
-¿Y este?
-Deshazte de él.
-No -dijo Draco-. Tú lo rechazaste. Ahora es mío.
Salimos.
Miré a mi esposo, sosteniendo al hijo de la esposa de su enemigo porque era lo correcto.
Afuera, Draco le entregó el cachorro a un guardia.
-Llévalo al orfanato del Sur.
Se volvió hacia mí.
-¿Estás bien?
-Lo estoy -dije, colocando su mano sobre mi estómago-. Draco... creo que deberías saberlo.
Se congeló, sintiendo el cambio en mi calor.
-No soy como Bella -sonreí-. No necesité un ejército. Solo te necesité a ti.