De Esposa Estéril A La Reina Del Don
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Capítulo 2

Punto de vista de Aitana

Me soltó como si mi piel estuviera marcada con carbón ardiente.

Alisé la seda de mi blusa donde sus dedos se habían clavado. La tela estaba arrugada. Igual que mi matrimonio. Igual que la mentira que habíamos estado viviendo durante cinco años.

Di un paso atrás, poniendo distancia entre nosotros. El aire en el comedor se sentía pesado, sofocante.

Casandra seguía allí de pie. Miraba entre nosotros, sus ojos abiertos con una inocencia fingida. Parecía un venado atrapado por los faros de un coche, si ese venado estuviera cubierto de diamantes robados y planeando un golpe de estado en la cabaña del cazador.

-No estoy roto -murmuró Damián.

Le hablaba al suelo. No podía mirarme a los ojos. No podía enfrentar a la mujer que lo había arrastrado a todos los especialistas de Suiza. La mujer que había soportado cientos de agujas, exámenes invasivos y decepciones aplastantes, todo para proteger su frágil ego.

-Gastamos millones, Damián -dije, forzando mi voz a permanecer firme-. Intentamos todo. No fui yo.

Casandra soltó una risa pequeña y aguda. Se cubrió la boca al instante, pero el sonido ya se había escapado.

-Perdón -dijo-. Es que... yo tengo el problema opuesto. Solo tengo que mirar a un hombre y me embarazo. Mis hijos son la prueba. "Súper fertilidad", le llaman los doctores.

La furia que estalló en mi pecho fue al rojo vivo. No eran celos. Era asco. Se estaba burlando de lo único que no podía comprar. Lo único que el poder de mi padre no podía asegurar.

Miré a Damián. Esperaba que se enojara. Esperaba que defendiera a su esposa de este insulto.

Pero no me estaba mirando a mí. La estaba mirando a ella.

Y la expresión en su rostro no era de enojo. Era de anhelo. Era una adoración hambrienta y desesperada. La miraba como si fuera un milagro. Y me miraba a mí como si yo fuera un campo estéril.

-Aitana, por favor -dijo Damián.

Se acercó a Casandra, interponiéndose entre nosotras. Como si yo fuera la amenaza. Como si yo fuera el monstruo.

-Sé amable.

-Amabilidad -repetí. La palabra sabía a ceniza-. ¿Quieres amabilidad mientras exhibes a tu amante en mi casa? ¿Mientras dejas que use mis joyas? ¿Mientras dejas que se burle de mi dolor?

La mandíbula de Damián se tensó.

-No es mi amante -mintió-. Es la niñera. Y es una buena madre. Algo que tú no entenderías.

No fue una bofetada física, pero sus palabras golpearon más fuerte que un puño.

Estaba usando mi infertilidad como un arma. Me estaba culpando. Después de todo lo que había hecho para encubrirlo. Después de haberle mentido a mi padre, diciéndole al Don que yo era la que no podía concebir, solo para salvar a Damián de la vergüenza de ser menos hombre a los ojos de la Familia.

-Lárguense -dije.

Mi voz tembló. No de miedo, sino del esfuerzo por contener la violencia que estaba codificada en mi ADN.

-Ambos. Fuera de mi casa.

Damián se rio. Fue un sonido frío y amargo.

-¿Tu casa? -se burló-. Yo soy el hombre de esta casa, Aitana. Me lo gané. Soy el Jefe de Cirugía. Tú no eres más que una princesita mimada que vive del dinero sucio de papi.

Agarró la mano de Casandra. Entrelazó sus dedos. Apretó con fuerza.

-No nos vamos a ninguna parte -dijo.

Casandra sonrió con suficiencia. Me miró por encima de su hombro. Era una mirada de triunfo. Pensó que había ganado. Pensó que porque podía darle hijos, era dueña de él.

No se daba cuenta de que Damián no era dueño de nada. Ni de esta casa. Ni de su trabajo. Ni siquiera de la ropa que llevaba puesta.

Yo era su dueña. Y estaba a punto de embargarlo.

Caminé hacia el aparador. Había un jarrón de cristal allí. Un regalo de bodas del Capo de las familias de Nueva York. Pesado. Caro. Reemplazable.

Lo levanté.

Los ojos de Damián se abrieron de par en par.

-Aitana, no te vuelvas loca -dijo. Dio un paso atrás, jalando a Casandra con él.

No dije una palabra. No tenía que hacerlo.

Lancé el jarrón al otro lado de la habitación.

No apunté a ellos. Fue un disparo de advertencia. Se estrelló contra la pared a centímetros de la cabeza de Damián. Los fragmentos de cristal explotaron hacia afuera como metralla.

Damián gritó. Levantó los brazos para cubrirse la cara. Pero no se cubrió a sí mismo. Giró su cuerpo. Protegió a Casandra.

Recibió el vidrio por ella.

Un fragmento le cortó la mejilla. La sangre brotó, de un rojo brillante contra su piel pálida. No revisó su herida. Agarró la cara de Casandra, buscándole rasguños.

-¿Estás bien? -preguntó frenéticamente-. ¿Te hizo daño?

Me miró con puro odio.

-Estás loca -gritó-. Eres igual que tu padre. Un animal violento.

Me quedé de pie en medio de los restos del jarrón. Vi la sangre gotear por su rostro.

Y sentí que mi corazón se convertía en piedra.

            
            

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