El prometido al que subestimó gravemente
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Capítulo 5

Las palabras quedaron suspendidas en el aire: demasiado rota para amar de verdad. Resonaban en mi mente, un giro cruel del cuchillo. Los ojos de Ámbar, abiertos y triunfantes, confirmaron la despreciable evaluación de Damián. Mi corazón, ya un campo de batalla de fragmentos destrozados, simplemente dejó de sentir. El dolor era demasiado vasto, demasiado abarcador, dejando solo una claridad fría y aguda.

-¿Realmente crees que has ganado, verdad? -repetí, mi voz plana, desprovista de emoción. Di un paso atrás, necesitando aire, necesitando distancia de la mentira tóxica que ella encarnaba.

Ámbar, envalentonada por mi aparente retirada, infló ligeramente el pecho.

-No se trata de ganar, Sofía. Se trata de amor. Damián y yo, tenemos una conexión real. Una pura. -Sonrió con suficiencia, un destello de malicia genuina rompiendo su fachada inocente-. Algo que claramente no pudiste proporcionar.

El veneno en sus palabras era potente, pero no sentí nada. Solo una observación desapegada de su mezquina crueldad.

-Amor -murmuré, la palabra con un sabor amargo-. Qué pintoresco. -Mi mirada pasó por encima de ella, y luego volvió-. Sabes, Ámbar, para alguien que presume de tanta pureza, tienes un talento notable para el momento teatral.

Antes de que pudiera responder, me di la vuelta para irme. Necesitaba escapar de esta jaula dorada, de esta sofocante escena de mi propia desaparición. Pero mientras giraba, Ámbar, quizás tratando de bloquear mi camino o simplemente tomada por sorpresa, tropezó. Su delicada mano voló a su estómago, sus ojos se abrieron con pánico genuino esta vez.

-¡Ah! -gritó, colapsando graciosamente sobre el suelo de mármol.

Al instante, un borrón de movimiento. Damián, que debía haber estado acechando cerca, estuvo a su lado en un instante, su rostro una máscara de miedo primario.

-¡Ámbar! ¡Dios mío, estás bien! ¿Está bien el bebé? -La tomó en sus brazos, sus ojos ardiendo hacia mí con una furia casi asesina-. ¡¿Qué hiciste, Sofía?!

Su acusación, cruda e irreflexiva, aterrizó de lleno en la herida fresca de su traición. Ni siquiera consideró la propia torpeza de Ámbar, o su calculada manipulación. Siempre era yo, la villana en su nueva narrativa.

-No la toqué, Damián -dije, mi voz todavía inquietantemente tranquila-. Como de costumbre, está disfrutando del drama. -Mi mirada cayó sobre su abrazo desesperado y protector, un espejo de la ternura que le había mostrado en la bodega. Era total y completamente de ella.

Justo en ese momento, las puertas dobles del salón de baile se abrieron de golpe, y un hombre alto e impecablemente vestido con un aura de poder entró, seguido por una falange de seguridad. Sus ojos, del color del hielo glacial, recorrieron la escena, posándose en Ámbar.

-¿Ámbar? Mi querida niña, ¿qué está pasando aquí? -La voz del hombre era profunda, resonante, y exigía atención inmediata. Toda la sala, que había estado zumbando con chismes, se quedó en silencio.

Ámbar, todavía en los brazos de Damián, miró al recién llegado, sus ojos muy abiertos.

-¿Tío Ciro? -susurró, un atisbo de confusión, luego de terror, en su voz-. ¿Qué estás haciendo aquí?

Tío Ciro. Mi mente se tambaleó. Ciro Briseño. El nombre era sinónimo de finanzas globales, una figura sombría cuya influencia se extendía por continentes. Era una leyenda, un mito, rara vez visto en público. Y Ámbar... ¿era su sobrina? La sangre se me heló, un nuevo e inquietante rompecabezas encajando en su lugar. Esta no era una artista inocente de los barrios bajos. Esta era una fachada cuidadosamente elaborada.

Los susurros estallaron entre la multitud, más fuertes ahora, teñidos de asombro y miedo.

-¿Ciro Briseño? ¿Ámbar Craig es una Briseño? -La narrativa cambió, la "artista inocente" elevada instantáneamente a una poderosa dinastía. El público, siempre voluble, ahora la vería como una víctima de una ex despiadada y celosa. Y yo, aún más, la villana.

La mirada de Ciro, aguda y analítica, recorrió a Ámbar, luego a Damián, y finalmente, se posó en mí. Hizo una pausa, sus ojos entrecerrándose ligeramente.

-¿Y quién es esta joven? -preguntó, su voz engañosamente suave. Sus ojos se detuvieron en mis rasgos, una extraña, casi curiosa intensidad en sus profundidades-. Dime, niña, ¿cuántos años tienes?

Ámbar, todavía en los brazos de Damián, se puso rígida.

-¡Tío Ciro, no! ¡Ella no es nadie! ¡Solo la ex de Damián! ¡No le prestes atención! -Su voz era estridente, desesperada-. ¡Está tratando de causar problemas! ¡Me empujó!

-Está mintiendo -dije, mi voz firme-. Y ella no es tu sobrina, Sr. Briseño. -Algo profundo dentro de mí, algo primario, retrocedió ante la mentira.

Los ojos de Ciro se agudizaron, un destello de algo ilegible pasando por ellos.

-¿De verdad? ¿Y cómo sabrías eso, jovencita? -desafió, su mirada penetrante-. Te aseguro que Ámbar es de mi sangre.

Ámbar, viendo la atención sobre ella, comenzó a hiperventilar, agarrándose el estómago.

-Mi cabeza... no puedo respirar... ¡el bebé! -Se desmayó dramáticamente, su cuerpo quedando flácido en los brazos de Damián. La sala se disolvió en el caos.

Me quedé allí, observando la escena desarrollarse, una observadora desapegada. Mi propia identidad, mi propio pasado, se sentía como un recuerdo lejano, encerrado detrás de capas de dolor y traición. Demasiado rota para amar de verdad. Las palabras resonaban, un cruel recordatorio del abismo dentro de mí. Había enterrado esa parte de mí misma hace mucho tiempo, la chica que anhelaba una familia, pertenecer. Era una debilidad que ya no podía permitirme.

Un impulso repentino y agudo me obligó. Necesitaba encontrarla. La pequeña caja de música de madera. El único vínculo tangible con un pasado que había intentado olvidar. La había dejado en nuestro viejo apartamento, el que ahora ocupaban Damián y Ámbar. Era un recuerdo infantil, pero era mío.

Llamé a Damián. Mi tono fue cortante.

-Necesito recuperar algo del apartamento. Estaré allí en veinte minutos.

Respondió, su voz cortante y fría.

-Bien. Pero Ámbar está descansando. No la molestes.

Veinte minutos después, Carlos me dejó en el familiar y decrépito edificio. La pintura todavía se descascaraba, la escalera de incendios todavía crujía. Pero al acercarme a la puerta, Ámbar estaba bloqueando la entrada, con los brazos cruzados, un brillo desafiante en sus ojos.

-¿Qué quieres, Sofía? -exigió, su voz venenosa-. Te lo dije, este es nuestro hogar. No hay nada para ti aquí.

-Estoy aquí por una caja de música -declaré, mi voz plana-. Es mía.

Se burló.

-¿Una caja de música? Qué patético. ¿Te refieres a esa cosa vieja y polvorienta que tiré la semana pasada? Estaba ocupando espacio. -Una sonrisa triunfante jugó en sus labios-. Damián dijo que necesitábamos hacer espacio para nuestras cosas. Nuestro futuro.

La sangre se me heló.

-¿La tiraste? -mi voz era apenas un susurro, teñida de un borde peligroso-. Esa caja de música pertenecía a mi madre.

-Ay, qué lástima -lloriqueó Ámbar, rodando los ojos-. Era basura. Como todo lo demás de tu pasado.

La furia, fría y absoluta, surgió a través de mí.

-Pequeña bruja -gruñí, dando un paso adelante, mis ojos ardiendo-. Ese apartamento, ese edificio, todo aquí, era mío antes de que tú salieras arrastrándote de cualquier alcantarilla de la que vinieras.

Ámbar se rio, un sonido agudo y quebradizo.

-¿Ah, sí? La última vez que revisé, Damián es el dueño ahora. Lo renovó para mí. Para nosotros. -Señaló con orgullo a su alrededor-. Dijo que quería un nuevo comienzo. Sin recuerdos de ti.

Una risa amarga se me escapó.

-¿Él es el dueño? -Saqué mi teléfono, envié un solo mensaje de texto-. Te equivocas, Ámbar. Damián Montemayor solo es dueño de la mitad de este edificio. La otra mitad -hice una pausa, dejando que las palabras quedaran en el aire-, me pertenece a mí. Y después de lo que acabas de decirme, creo que ejerceré mis derechos como copropietaria.

Su rostro palideció.

-¿De qué estás hablando?

-Esto -dije, mi voz un murmullo mortal-, es una de las propiedades que adquirí a través del trato con Garza. La mitad que Damián poseía era parte de nuestros activos compartidos. Ahora, es mía. Toda. -Encontré su mirada aterrorizada-. Y como tan amablemente has limpiado mis objetos sentimentales, creo que limpiaré los tuyos. Empezando por ti.

-¡No puedes! -chilló, su voz quebrándose-. ¡Damián nunca te dejará!

-Damián está muy lejos, Ámbar -dije, una sonrisa cruel tocando mis labios-. Y aunque estuviera aquí, no me detendría. Porque no solo estoy recuperando lo que es mío. Me estoy llevando todo lo que él valoraba. Empezando por esta patética fantasía que construiste.

Pasé junto a ella, entrando en el apartamento, sus gritos desesperados resonando detrás de mí. Esto no era solo por una caja de música. Se trataba de reclamar mi narrativa. Y Damián, dondequiera que estuviera, estaba a punto de aprender el verdadero significado de una reina despiadada y despreciada.

            
            

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