Ximena Barba POV:
El coche de Lázaro se detuvo frente a la imponente mansión de mis padres. El mármol frío, las columnas clásicas, el jardín inmaculado; todo gritaba riqueza y poder, pero también una frialdad que me calaba hasta los huesos. No era un hogar, sino un monumento a su ambición.
"¿Estás lista?", preguntó Lázaro, su voz suave, una mano reconfortante en mi brazo.
Asentí, mi corazón latiendo con fuerza. Había llegado el momento de enfrentar a mis demonios. No estaba lista para lo que venía, pero estaba decidida.
Entramos en la sala de estar principal. Mis padres, el Señor y la Señora Barba, estaban sentados en el sofá de cuero, sus rostros tensos, sus ojos como dagas. Eric y Soraya estaban a su lado, Soraya se veía como si hubiera llorado durante horas.
"¡Ximena Barba!", espetó mi padre, su voz resonando en la gran sala. "¡Por fin te dignas a aparecer! ¿Dónde demonios estabas? ¿Sabes la vergüenza que nos has hecho pasar?"
Mi madre se levantó, su expresión de indignación se mezclaba con un cálculo frío. "Tu irresponsabilidad es asombrosa, Ximena. ¡Dejar a Éric y Soraya en medio del fuego! ¡Qué acto tan egoísta!"
Éric, con un brillo de falsa preocupación en sus ojos, agregó: "Estábamos tan preocupados, Ximena. ¡Creímos que no lo lograrías!"
Una risa seca brotó de mis labios. "¿Preocupados? ¿O más bien molestos porque su preciada fusión empresarial se fue al diablo con el incendio?"
Mi padre golpeó la mesa, su rostro enrojeciendo. "¡No te atrevas a hablar de esa manera! ¡Éric te salvó, ingrata! Deberías estar agradecida."
"¿Me salvó?", respondí, mi voz gélida. "Me abandonó. Y tú, padre, lo sabes. Él eligió a Soraya. Yo lo vi."
Mis padres se miraron, una verdad incómoda flotando en el aire. Pero no la reconocerían. Nunca.
"Eso es irrelevante ahora", dijo mi madre, recuperando la compostura. "Lo importante es que estás viva. Y este matrimonio, Ximena, este matrimonio se llevará a cabo. No permitiremos que un pequeño incidente arruine años de planificación."
Mi corazón se encogió. El control. Siempre el control. Mis padres me veían como una pieza de ajedrez, un activo en su imperio. No les importaba mi felicidad, solo su beneficio.
"No", dije, mi voz firme. "No me casaré con Éric."
Mis padres se quedaron helados. Éric me miró con los cejas levantadas. Soraya ni siquiera se atrevió a mirarme. El silencio se volvió pesado.
"¿Qué has dicho?", preguntó mi padre, su voz peligrosa.
"He dicho que no me casaré con Éric", repetí, mi mirada desafiante. "No seré la esposa de un hombre que no me ama y que me abandonaría en un incendio por otra. Y no seré el comodín en su juego de fusionar empresas."
Mi padre se levantó de golpe, su ira era palpable. "¡Él es un buen hombre, Ximena! ¡Un futuro brillante! ¡Y te eligió a TI, a pesar de todo!"
Lo interrumpí, mi voz cortante. "¿Me eligió a mí? ¿O lo elegisteis vosotros por vuestro beneficio? ¿Alguna vez os importó de verdad mi felicidad, mi bienestar? ¿O solo os importaba la línea de fondo de vuestras cuentas bancarias?"
Mi madre se llevó una mano al pecho. "¡Cómo te atreves! ¡Todo lo que hemos hecho ha sido por tu bien! ¡Para asegurarte un futuro próspero!"
Una carcajada amarga escapó de mis labios. Era una risa rota, cargada de años de dolor y resentimiento. "¡Mi bien! ¿Mi bien? ¡Me habéis tratado como una inversión, no como una hija! ¡Me habéis obligado a cumplir vuestros sueños, no los míos! ¡Me habéis negado el amor, el apoyo, la simple decencia de un padre y una madre!"
Mis ojos se llenaron de lágrimas, pero me negué a dejarlas caer. No les daría la satisfacción de verme débil. "¡Me habéis moldeado, me habéis entrenado, me habéis vendido al mejor postor! ¡Soy vuestro producto, no vuestra hija!"
"¡Esto se acabó!", grité, la voz cargada de una ira feroz. "¡Ya no soy vuestra marioneta! ¡Ya no seré la sacrificada en vuestro altar de ganancias! ¡Soy libre!"
Mi padre se acercó a mí, su rostro contraído por la furia. "¡Si sales por esa puerta, Ximena, lo pierdes todo! ¡Tu apellido, tu herencia, tu futuro! ¡No tendrás nada!"
Lo miré a los ojos, mi propia mirada de acero. "Prefiero no tener nada y ser libre, que tenerlo todo y ser vuestra prisionera. Me iré. Y construiré mi propio imperio, con mis propias manos, sin vuestra ayuda ni vuestra sombra."
Mi madre, por primera vez, pareció asustada. "¡Ximena, no seas tonta! ¡No puedes hacerlo! ¡No sabes lo que es el mundo real!"
"No", respondí, mi voz un susurro de determinación. "No lo sé. Pero aprenderé. Y no regresaré hasta que pueda mirarles a los ojos y decirles que lo logré, sin vosotros."
Mis padres se quedaron en silencio, sus rostros impasibles. Me miraron como si fuera una extraña, una desconocida que había invadido su perfecto mundo.
Pero yo ya no era su hija. Era Ximena. Y estaba a punto de escribir mi propia historia.
Me di la vuelta, lista para marcharme.
"¡No te atrevas a salir por esa puerta, Ximena!", gritó mi padre. "¡Te arrepentirás de esto! ¡La calle es cruel, y tú no eres tan fuerte como crees!"
No respondí. El sonido de la puerta al cerrarse detrás de mí fue el eco de mi liberación. Un final, y un comienzo.