El Divorcio Que Me Dio Vida
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Capítulo 2

Jana POV:

Estaba a punto de responder a Dante, pero la puerta se abrió de nuevo. Anabel Blázquez entró, radiante. Llevaba un ramo de flores y una cesta de frutas exóticas. Su sonrisa era demasiado brillante. Demasiado falsa.

"¡Jana, querida! Qué alegría verte despierta", dijo, acercándose a la cama. Su voz goteaba miel. Pero yo escuchaba veneno. "¿Cómo te sientes?"

Recordé a Anabel. La diseñadora de interiores que Dante había contratado para nuestro restaurante. Elegante, sofisticada, siempre impecablemente vestida. Con un currículum impresionante y una ambición aún mayor. Dante siempre la elogiaba. "Es brillante, Jana. Tiene visión. Y es de buena familia. Su apellido es muy respetado." Los Picaso, la familia de Dante, valoraban eso. La "buena familia".

Él nunca me dijo que ella también era su amante.

Dante ni siquiera la miró. Sus ojos estaban fijos en mí. Su preocupación era una máscara burda. Pero para él, su "lealtad" era convincente.

Sabía que era un truco. Una puesta en escena para mantenerme tranquila. Para que no sospechara. Pero yo ya sabía la verdad. Y esa verdad me quemaba el alma.

"Estoy cansada", le dije a Anabel. Mi voz era fría. "Necesito descansar." Señalé la puerta. "Por favor, sal."

Anabel se detuvo. Su sonrisa vaciló por un instante. Luego, se recuperó. "Claro, querida. Te entiendo. Pero no quería irme sin verte." Se volvió hacia Dante. "Dante, deberías quedarte con ella. Yo puedo encargarme de los detalles del funeral del restaurante."

No se fue. Se sentó en la silla junto a la cama, justo donde Dante había estado minutos antes. Me miró, una chispa de malicia en sus ojos. Mi corazón se encogió.

Dante me miró. Luego a Anabel. No dijo nada. No la detuvo. Solo se quedó de pie, observando. Como si fuera una obra de teatro.

Anabel deslizó su mano por el brazo de Dante. Una caricia lenta, deliberada. Él no se movió. Los enfermeros y las visitas que pasaban por el pasillo. Miraron. Luego, apartaron la vista rápidamente, avergonzados.

Un nudo se formó en mi estómago. Él no la detuvo. Él permitió esto. Delante de mí. La confirmación de mi peor pesadilla.

Los visitantes del pasillo se alejaron. La puerta de la habitación se cerró en silencio. Nos dejó a los tres. Solos. Y sabía lo que significaba. Era su momento. Su escenario.

Me imaginé los chismes que correrían por los pasillos. La chef Jana, engañada en su propia cama de hospital. Humillación. Esa era su arma. Siempre lo fue.

Anabel se inclinó hacia Dante. Su mano se aventuró por su muslo. Una caricia descarada. Dante me miró. Una presión silenciosa. Como si me dijera: "Mira lo que tienes. No te atrevas a reaccionar. No te atrevas a arruinar esto."

Cerré los ojos. Contuve la respiración. Quería gritar, pero el sonido se ahogó en mi garganta. No les daría el placer. No les daría la satisfacción de verme quebrada.

Dante, al ver mis ojos cerrados, pensó que estaba dormida. Su cuerpo se relajó. El apretón silencioso se disolvió.

Entonces, la escuché. Un suave gemido. Un beso. Los labios de Anabel sobre los suyos.

Abrí los ojos por una rendija. Vi su reflejo en la ventana. Anabel lo besaba. Con pasión. Con triunfo.

Una lágrima solitaria se deslizó por mi mejilla. Luego otra. Silenciosas. Amargas.

Dante se separó de Anabel. Miró hacia mí. Sus ojos se encontraron con los míos. Por un instante, el pánico cruzó su rostro. Me vio. Había visto todo.

Él la tomó del brazo. Con prisa. La sacó de la habitación. "Te espero afuera", dijo Anabel, con una sonrisa satisfecha.

Me levanté de la cama. El dolor en mi vientre era insoportable. Pero no me importó. Tenía que saber. Tenía que ver. Me arrastré, paso a paso, hasta la puerta. La abrí un poco.

La puerta de al lado estaba entreabierta. La suya. Una señal. Una invitación. Una trampa.

Dante estaba furioso. Le susurraba a Anabel, con la voz llena de veneno. "¡¿Qué te pasa?! ¡¿Estás loca?! ¡Jana está ahí!"

Anabel se rió. Una risa suave, provocativa. "Pero está 'durmiendo', ¿no? Y es mi deber 'consolarte', mi amor." Se acercó a él. Su cuerpo se pegó al suyo. "Además, deberías estar feliz. Nuestro bebé..."

"¡Cállate!", Dante la interrumpió, su voz un siseo. "¡No menciones eso aquí!" Él la besó de nuevo. La besó con furia. Con desesperación. Con una brutalidad que me heló la sangre.

Anabel gemía. Entonces, la escuché. Una frase. Un susurro. "Ten cuidado, mi amor. El bebé."

Dante se detuvo de golpe. Un jadeo. Su rostro se puso blanco. "¡Te dije que te callaras!"

No pude más. Me di la vuelta. El pasillo giraba. El aire se volvió espeso. Me llevé las manos a los oídos. Pero no pude bloquear el sonido. El eco de sus palabras. "Nuestro bebé."

Esto era una pesadilla. Una pesadilla de la que no podía despertar. No podía ser. No podía estar pasando. No delante de mis ojos.

La realidad me golpeó con la fuerza de un tren. Me ahogaba. Necesitaba aire. Necesitaba salir.

Me desplomé en el suelo del pasillo. Mis extremidades, rotas. Mi alma, hecha pedazos.

            
            

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