Sus ojos, una vez llenos de una calidez que yo había creído real, se endurecieron. Un destello de ira, rápidamente reprimido, cruzó su rostro.
-¿Un trabajo? ¿Haciendo café? ¿A eso le llamas vida, Ana? -su tono estaba impregnado de una lástima condescendiente que me erizó la piel.
-Es una vida pacífica -repliqué, forzando una calma que no sentía-. Más de la que jamás tuve contigo.
Su mano se disparó, agarrando mi brazo. Su toque, una vez reconfortante, ahora se sentía como un hierro candente.
-No digas eso. No finjas que lo que tuvimos no fue real.
-Fue real -dije, liberando mi brazo de un tirón-. Lo suficientemente real como para que lo quemaras todo.
Antes de que pudiera responder, un elegante coche negro, aún más lujoso que el Porsche de Julián, se detuvo a nuestro lado. La ventanilla se deslizó hacia abajo, revelando a Karla Ávila. Su sonrisa, una vez empalagosamente dulce, era ahora una mueca triunfante. Era aún más deslumbrante en persona, impecable, perfectamente peinada, irradiando un brillo artificial.
-¡Julián, cariño! -canturreó, su voz goteando falsa preocupación-. ¿Estás bien? Escuché que había un alboroto. -Salió del coche, una visión en ropa de diseñador, e inmediatamente enlazó su brazo con el de Julián.
Se me cortó la respiración. Era una escena familiar, una que atormentaba mis pesadillas. Julián, el protector poderoso, y Karla, la delicada estrella. Una imagen enfermizamente perfecta.
La mirada de Karla se posó en mí, un destello de triunfo malicioso en sus ojos.
-Oh, Ana -dijo, su voz goteando falsa simpatía-. Cuánto tiempo sin verte. Has... cambiado. -Hizo un espectáculo al mirarme de arriba abajo, sus ojos deteniéndose en mi cicatriz, luego en mi simple delantal de barista.
Luego, con un gesto teatral, levantó una delicada pulsera con incrustaciones de diamantes. Mi pulsera del Grammy. La que Julián me había regalado la noche que gané. La noche que me traicionó.
-Julián me la dio -ronroneó, sus dedos acariciando el metal frío-. Dijo que siempre estuvo destinada a alguien que de verdad lo mereciera.
Mi estómago se revolvió. No era solo la pulsera. Era la aplastante revelación, el último clavo en el ataúd de mi ingenuo pasado. Julián no solo me había traicionado por Karla. Le había dado pedazos de mí. Lo había orquestado todo, desde el principio. Karla nunca fue solo una rival; era una cómplice.
Justo en ese momento, llegó otro coche, este con sellos de aspecto oficial. Los padres de Julián, el señor y la señora Valdés, emergieron, sus rostros grabados con desaprobación. Eran los favoritos de la alta sociedad, la perfección personificada, y me miraron como si yo fuera una mancha en su mundo prístino.
-¡Julián! ¿Qué está pasando aquí? -exigió la señora Valdés, con voz aguda. Me ignoró por completo, sus ojos fijos en su hijo.
El señor Valdés, un hombre cuya sonrisa podía congelar una habitación, finalmente me miró. Su expresión era una mueca de desprecio.
-Ana. Sigues causando problemas, ya veo. -Se volvió hacia Julián, su voz más baja pero aún audible-. Esto es exactamente lo que te advertí, hijo. Este tipo de escándalo es malo para el apellido. Malo para las fusiones.
-Nuestros nuevos acuerdos de inversión ya están siendo cuestionados -agregó la señora Valdés, sus ojos entrecerrándose hacia mí-. Tu pequeño numerito de reina del drama, Ana, casi nos cuesta millones. Karla ha sido una roca, Julián. Una verdadera bendición.
Mi mente gritaba. ¿Mi numerito de reina del drama? ¡Tu hijo destruyó mi vida! Pero las palabras no salían. Nunca lo hacían, no cuando importaba.
Karla, siempre la actriz, apretó el brazo de Julián.
-Está bien, señora Valdés. Ana solo necesita un poco de guía. Quizás una oportunidad para... contribuir al futuro. -Su mirada, escalofriantemente calculadora, se encontró con la mía-. Julián y yo hemos estado pensando. Mi nuevo álbum está casi listo. Solo necesita ese toque especial, esa emoción cruda y auténtica en la que tú, Ana, solías ser tan buena.
Ella sonrió, un brillo depredador en sus ojos.
-Te estamos ofreciendo una oportunidad, Ana. Una oportunidad de ser mi escritora fantasma. Una forma de... penitencia, como la llama Julián. -Sus palabras eran dulces, pero su significado era claro: *Ahora eres mi marioneta.*
Los padres de Julián intercambiaron miradas de aprobación. Esta era su solución: explotar mi talento, amordazarme y usarme para elevar a Karla.
-Por supuesto -continuó Karla, su voz irradiando confianza-. Estarás trabajando tras bambalinas. Sin crédito, claro. Solo una oportunidad de ser parte de algo grande de nuevo. No te preocupes, Anita. Tu voz se habrá ido, pero tus palabras todavía pueden ser mías.
Un escalofrío recorrió mi espalda. No solo me estaban ofreciendo un trabajo. Me estaban ofreciendo una jaula. Una jaula dorada, quizás, pero una jaula al fin y al cabo. Y supe, con una certeza aterradora, que negarme no era una opción.