Capítulo 6 No.6

Scarlett salió del baño veinte minutos después. El vapor la seguía como una nube. Llevaba un pijama de seda color crema, modesto, de manga larga, pero la tela se adhería suavemente a sus curvas debido a la humedad de su piel.

Se detuvo en seco.

Ethan estaba sentado en el borde de la cama. Se había quitado la camisa.

Scarlett tragó saliva. Su espalda era un mapa de músculos definidos, ancha y poderosa. Tenía varias cicatrices tenues, líneas blancas que cruzaban sus omóplatos, contando historias de violencia pasada.

Él se giró al escucharla. Su torso era igual de impresionante. Abdominales marcados, pectorales firmes. No tenía el cuerpo blando de alguien confinado a una silla. Tenía el cuerpo de un guerrero que entrena en las sombras.

-¿Nunca has visto a un hombre, esposa? -preguntó él, notando su mirada fija.

Scarlett desvió la vista hacia la alfombra. -No esperaba... que estuvieras así.

-¿Desnudo? -Ethan arqueó una ceja-. Es mi habitación.

-Necesito ayuda -dijo él de repente. Era una mentira. Una prueba más. Quería ver hasta dónde llegaba su repulsión o su deber.

-¿Ayuda? -Scarlett parpadeó-. ¿Para qué?

-Para bañarme. Alfred se ha ido. Eres mi esposa. Es tu deber.

Scarlett abrió los ojos como platos. -¿Yo?

-No puedo hacerlo solo -dijo él con frialdad-. A menos que quieras que me caiga y me rompa el cuello.

Scarlett sintió que el calor subía por su cuello. Su sentido del deber luchó con su vergüenza. Él era su esposo. Él la había salvado. Era lo mínimo que podía hacer.

-Está bien -dijo ella con voz temblorosa, dejando su ropa en una silla.

Entraron al baño adaptado. Estaba caliente y húmedo. Ethan se sentó en el banco de ducha de teca. Scarlett se arremangó el pijama, tratando de mantener sus manos firmes.

-Los pantalones -indicó Ethan.

Scarlett se arrodilló frente a él. Sus manos rozaron la piel de sus muslos al desabrochar el cinturón. Scarlett se sorprendió. Esperaba que sus piernas fueran blandas, atróficas, tal vez frías. Pero bajo sus dedos, los músculos de los muslos de Ethan se sentían firmes, densos, como acero envuelto en seda.

-Tienes... tienes mucha musculatura -murmuró ella sin pensar.

Ethan se tensó. -Espasmos -mintió rápidamente-. La espasticidad mantiene el tono.

Ella le bajó los pantalones. Ethan cerró los ojos, apretando los dientes. Esto era una tortura. Una tortura deliciosa y peligrosa.

Scarlett tomó la esponja y comenzó a lavar su espalda. El agua caliente caía sobre ellos. El olor a jabón de sándalo llenaba el aire. La respiración de Ethan se volvió pesada. Podía sentir cada centímetro de la mano de ella trazando sus músculos.

Su cuerpo, traicionero y muy saludable, comenzó a reaccionar violentamente. Sintió el calor agolparse en su ingle, pero su verdadero pánico no era la erección. Su verdadero pánico fue sentir cómo los músculos de su pantorrilla derecha comenzaban a contraerse involuntariamente, queriendo empujar contra el suelo en respuesta al estímulo.

Si movía un dedo del pie, si tensaba el muslo visiblemente, todo su juego se acabaría. Estaba perdiendo el control sobre sus reflejos.

Scarlett movió la esponja hacia su pecho, bajando hacia su abdomen.

El muslo de Ethan dio una sacudida casi imperceptible. Él tuvo que morderse la lengua para no gemir y para forzar a su cuerpo a la quietud absoluta.

-¡Basta! -gruñó Ethan repentinamente, su voz sonando como un disparo.

Scarlett saltó hacia atrás, asustada, dejando caer la esponja al suelo.

-¿Qué? ¿Te lastimé? -preguntó ella con ojos llorosos, asustada por su tono violento.

Ethan se giró bruscamente, golpeando la pared con el puño para distraerse del deseo y del pánico de ser descubierto.

-¡Fuera! -rugió él. La furia era su escudo. La ira era su disfraz-. ¡He dicho que salgas! ¡No necesito tu lástima!

-Ethan, yo solo...

-¡Lárgate! -gritó, señalando la puerta con un dedo tembloroso-. ¡No te quiero aquí!

Scarlett, aterrorizada y confundida, salió corriendo del baño. Cerró la puerta tras de sí y se apoyó contra ella, deslizándose hasta el suelo. Se llevó las manos a la cara. ¿Qué había hecho mal?

Dentro del baño, bajo el chorro de agua, Ethan apoyó la frente contra los azulejos fríos. Respiraba con dificultad, mirando hacia abajo, furioso consigo mismo por casi delatarse por una caricia.

-Maldita sea -susurró-. Maldita sea.

                         

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