Lo miré fijamente. "Solo diga lo que encontró, Miguel."
"La víctima... estaba embarazada."
El mundo se detuvo. Embarazada. Mi visión se nubló. Una punzada en el pecho. No podía ser. ¡Selena no podía estar embarazada! ¿Con quién? La rabia me invadió.
"¡¿Embarazada?!", grité, golpeando la mesa. El sonido metálico resonó en la sala. "¡Maldita sea! ¡¿Con quién diablos?!"
Miguel retrocedió un paso, asustado. "No... no podemos saberlo aún, Fiscal. Pero el feto... tenía aproximadamente diez semanas."
Diez semanas. Mi puño se cerró. Selena me había dicho que no quería hijos, que su arte era su único hijo. ¿Mentiras? ¿Todo era una farsa? Ella siempre me decepcionaba.
Pero al mismo tiempo, una vocecita en mi cabeza, una que intenté silenciar de inmediato, susurró el nombre de Selena. Su voz dulce, sus ojos suplicantes. Marco, por favor, créeme. Yo te amo. No he hecho nada malo. No, no, no. Eso era su culpa. Su egoísmo.
Sé a quién ama Marco. Sé a quién necesita. Solo quería que me viera. Solo quería que me amara. La imagen de Selena, su rostro pálido y vulnerable, parpadeó en mi mente. No, no. Era una ilusión.
"¿Quién hizo esto?", gruñí, mi voz llena de furia. "¡Malditos bastardos! ¡Matar a una mujer embarazada! ¡Son unos animales!"
No Marco, no son ellos los animales. Tú lo fuiste. La voz de Selena, una voz que intentaba olvidar, resonó en mis oídos. Nunca me amaste. Nunca me creíste.
Amaya. Su rostro enfermo, su cabello rubio cayendo sobre la almohada. Su voz débil. "Marco, mi enfermedad... es grave. Necesito un trasplante de médula ósea. Selena es mi única esperanza."
El recuerdo me golpeó con fuerza. La noche anterior. La llamada de Amaya. Su voz, rota, suplicando mi ayuda. Tenía que ir a verla. Tenía que estar con ella.
"¿Dónde está Selena?", preguntó Amaya, su mirada perspicaz. "Ella es la única compatible. ¿La convenciste?"
"Ella lo hará, Amaya", le aseguré, aunque en el fondo no estaba tan seguro.
Pero luego, sus palabras. "Marco, sé que esto es difícil, pero... Selena no es quien crees. La vi. Con otro hombre. Ella te está engañando."
Mi sangre hirvió. Engañándome. ¿Cómo se atrevía? Yo, Marco Peral, el fiscal, con una esposa infiel. La humillación era insoportable.
Esa noche, en la cena familiar, la confronté. Mis palabras, como dagas, se clavaron en ella. La acusé, la humillé. La dejé sola en la calle, con la lluvia cayendo, con sus lágrimas mezclándose con el agua.
La dejaste, Marco. La abandonaste. Y ella te necesitaba.
No es cierto. Ella me abandonó a mí. Esa era la verdad que me repetía una y otra vez.
"¡Fiscal!", la voz de Miguel me sacó de mi ensimismamiento. "Esto es muy grave. Un feto de diez semanas. Esto eleva la prioridad del caso. El público se indignará."
Asentí, intentando borrar la imagen de Selena. Su rostro desfigurado. ¿Y si...? No. Imposible. Selena no era el problema. Ella era la víctima. Una víctima que, de alguna manera, siempre me causaba problemas, incluso muerta.
Lo siento, Marco. Siempre fui una carga para ti. Siempre fui la que te estorbaba.
"Anote el embarazo en el informe", ordené, mi voz firme. "Y busquemos a los responsables. Sea quien sea."
Nunca confiaste en mí, Marco. Ni una sola vez. Siempre estuviste ciego. Siempre la preferiste a ella.
No, no, no. Yo no estaba ciego. Yo amaba a Amaya. Siempre lo había hecho. Selena... Selena era un escalón. Un error.
Mi mente vagó. En mi casa, las fotos de Amaya llenaban los marcos. Mis historias, mis sueños, siempre giraban en torno a ella. Selena... ¿qué lugar ocupaba Selena? Ninguno. Ella era un intruso en mi propia historia de amor.
Fui un fantasma en tu propia casa, Marco. Un fantasma que te amó con todo su ser.
Mis amigos me advirtieron. 'Ese hombre solo te traerá dolor', decían. Pero yo no los escuché. Creí en ti. Creí en el amor.
Y ahora... ahora soy solo un cuerpo. Un cuerpo que te molesta, incluso muerto.
"Doctor Hernández", dije, encendiendo un cigarrillo, el humo llenando mis pulmones. "Los asesinos siguen sueltos. Y si esto es lo que hacen... ¿quién sabe de lo que son capaces?"
El doctor me miró, su expresión preocupada. "Fiscal, su esposa... ¿está bien? Debería asegurarse de que esté a salvo. Los casos así pueden ser peligrosos para los seres queridos."
"¿Selena?", resoplé, un amargo sarcasmo en mi voz. "Selena es... un espíritu libre. Difícil de controlar."
El doctor, un viejo amigo de mi padre, me observó con una mirada que me conocía demasiado bien. "Marco, te conozco desde niño. Selena es una buena mujer. Y te ama."
Una punzada en el abdomen me hizo fruncir el ceño. Me llevé la mano al estómago. El dolor constante que a veces me atacaba.
"¿Estás bien, Marco?", preguntó el doctor, notando mi gesto.
"Sí, sí. Solo un poco de gastritis. Selena solía prepararme unas infusiones..." Mi voz se apagó, las palabras murieron en mi garganta.
Yo te cuidaba, Marco. Te preparaba medicinas. Te velaba en tus noches de dolor.
"Ella es tu esposa, Marco", dijo el doctor con voz suave. "Ella te eligió. Tú la elegiste."
Sacudí la cabeza con fuerza. "No. No la elegí. Necesitaba... necesitaba estabilidad. Y Amaya... Amaya me necesita."
Mentira, Marco. Necesitabas a Amaya. Siempre la necesitaste. Y a mí... a mí solo me usaste.
"Ella me negó su médula ósea", escupí, la rabia regresando. "¡Me negó la vida de Amaya! ¡Y ahora, embarazada! ¡Una mentirosa!"
"Marco, ¿estás seguro de que no estaba embarazada?", preguntó el doctor, una nueva seriedad en su voz. "Recuerdo que Amaya te dijo que Selena no se apareció después de una noche de copas, pero... ¿y si no fue así?"
"¡Claro que no!", grité, furioso. "¡Hace meses que no... no hemos tenido intimidad! ¡Ella es una mentirosa!"
Marco, no sabes lo que dices. Esa noche... Esa noche de tu cumpleaños, cuando bebiste demasiado. Yo te cuidé con amor. Y fui tuya.
"Amaya me lo dijo", insistí. "Me dijo que no se presentó en la villa. Que me abandonó allí."
¡Mentira! ¡Mentira, Marco! La voz de Selena en mi cabeza sonó con una desesperación que me partió el alma, aunque me negara a escucharlo. Amaya te mintió. Yo estuve ahí. Te cuidé toda la noche. Te entregué mi corazón. Y mi cuerpo. Y tú... tú me dejaste en la puerta de la casa como si fuera basura.
"¡Ella se fue!", grité, mi voz quebrándose. "¡Me dejó! ¡Me abandonó! ¡Y ahora esto!"
No, Marco. No me fui. Me secuestraron. Me mataron. La voz de Selena, cada vez más clara, más dolorosa. Mientras tú dormías, yo estaba sufriendo. Y ahora... ahora llevas mi hijo. Nuestro hijo. Y ni siquiera lo sabes. Ni siquiera lo crees.