Capítulo 4 No.4

El choque de adrenalina la golpeó tres cuadras después. Sus manos comenzaron a temblar. El triunfo en la boutique fue fugaz; la realidad era que todavía estaba casada con un hombre que compraba bolsos para su amante con el dinero de ella.

Necesitaba un trago.

Se metió en una puerta estrecha en una calle lateral. No había letrero, solo una aldaba de bronce con forma de tigre. El Tigre Ciego. Un bar clandestino.

Entró. Estaba oscuro, olía a cedro y whisky añejo. El jazz sonaba suavemente de fondo. Se sentó en el extremo lejano de la barra, las sombras envolviéndola.

-Whisky. Solo. Lo más caro que tengas -le dijo al barman.

Bebió el primero demasiado rápido. El ardor la conectó con la tierra. Pidió un segundo.

La puerta se abrió, dejando entrar una ráfaga de viento frío y el ruido de la ciudad. Un hombre entró. Era alto, de hombros anchos, vestía un traje que costaba más que un automóvil. Parecía agotado. Se sentó a dos taburetes de ella, aflojándose la corbata con un suspiro cansado.

Marisma, con el alcohol zumbando en su sangre, se volvió para mirarlo. Lo reconoció al instante. La mandíbula afilada, los ojos oscuros e inteligentes. Era Plata Pura.

No debería interactuar. Debería mirar hacia otro lado. Pero el whisky la volvió imprudente.

Deslizó su vaso por la barra de caoba hacia él. El hielo tintineó.

-¿Noche difícil, Director Plata Pura? -preguntó.

El hombre se volvió. Sus ojos eran del color del acero. La miró, realmente la miró, analizando su rostro. No parecía reconocerla de los archivos de personal todavía; su foto allí tenía cinco años y ella se veía muy diferente ahora. Pero estaba sorprendido de que ella supiera su nombre.

-¿Nos conocemos? -preguntó, su voz un retumbo profundo.

Marisma se rió. Fue un sonido amargo. -No. Pero yo lo conozco. Usted es el hombre que construye jaulas para virus.

Plata Pura arqueó una ceja. Un destello de diversión cruzó su rostro. -¿Y usted es?

-Solo un fantasma -murmuró ella. Se inclinó, su codo resbalando ligeramente sobre la madera pulida. Lo miró de arriba abajo, notando la perfección de su atuendo-. Es demasiado bonito para estar atrapado en un laboratorio todo el día.

-Podría decir lo mismo de usted estando sola en un bar -respondió él con suavidad.

Marisma rebuscó en su bolso. Sacó un billete de cien dólares de su alijo. Lo golpeó contra la barra.

-Solo quiero hablar de parásitos -dijo-. De cómo se adhieren a ti y te chupan hasta dejarte seca, hasta que solo eres un cascarón. Usted sabe de parásitos, ¿verdad, Doctor?

Plata Pura la miró fijamente. Se dio cuenta de que no era solo una borracha cualquiera. Era inteligente, estaba rota y hablaba en metáforas que golpeaban cerca de casa.

-Lidio con ellos todos los días -dijo en voz baja.

Marisma empezó a divagar. Habló de las patentes sin nombrarlas. Habló de la corbata. Habló del silencio.

El hombre escuchó. No interrumpió. Bebió su propia bebida y la observó con una intensidad que era inquietante.

De repente, la habitación dio vueltas. El whisky la golpeó con el estómago vacío. Se tambaleó.

-Necesito irme -balbuceó-. Creo que voy a vomitar.

Se levantó y tropezó. La mano del hombre salió disparada, atrapándola por el codo. Su agarre era firme, cálido y eléctrico.

#NAME?

Marisma se apartó, el pánico estallando. No podía hacer esto. No podía ser tan desastrosa frente al hombre que pronto sería su superior.

-Quédese con el dinero -dijo, señalando el billete en la barra-. Tarifa de consulta.

Se dio la vuelta y huyó hacia la noche, dejando a Plata Pura sentado en la barra, mirando la puerta, preguntándose quién demonios era la mujer brillante y rota que conocía su título pero lo trataba como a un barman.