Capítulo 8 Llévala al hospital

Cuando levantaron su cuerpo, Esther levantó sus pesados párpados y miró a Carl. No sabía si era su ilusión que el hombre frente a ella, que parecía un guerrero, era el hombre misterioso que acababa de conocer ...

Quería decir que había una clínica cerca, pero tan pronto como abrió la boca, cerró los ojos impotente, dejando que la oscuridad la envolviera.

Sosteniéndola en sus brazos, Carl se metió en el auto. Sin ninguna orden, Spenser arrancó el automóvil y se alejó de esta área, dirigiéndose al hospital más grande de A City.

Carl apartó el pelo de la cara de Esther y sostuvo su cuerpo débil en sus brazos. Por primera vez en su vida, sintió que su corazón se retorcía, tapado y sin aliento.

Sacó unos pañuelos y se limpió la sangre de la cara con cuidado. Su piel era originalmente blanca y sufría de desnutrición después de vivir humillada durante los últimos tres años. Ahora ella perdió mucha sangre. Su pequeña cara estaba tan pálida. Tenía cejas delgadas, pestañas rizadas que cubrían sus párpados obedientemente, nariz pequeña y labios hermosos. Sin duda, ella era una belleza, pero lo que más le gustó fue la terquedad y la dureza en sus ojos.

Incluso cuando tenía la lengua afilada, seguía siendo linda y llamativa. Bajando la cabeza y poniendo su rostro en su rostro, finalmente sostuvo en sus brazos a la mujer que había estado añorando y extrañando todos los días y noches, pero en este momento su corazón estaba lleno de intenciones asesinas.

"Spenser, acelera". Instó a Carl.

"Señor. Quan, es el más rápido ". ¿Cómo podría Spenser no saber que Carl estaba ardiendo de ansiedad?

"Enciende todas las luces rojas y adelanta a todos los autos". Carl olvidó por completo que hace poco había hablado por teléfono con el director de la Oficina de Transporte. Su gran mano se apretó con los diez dedos de Esther. Sintiendo la fría temperatura de su palma, sus ojos se volvían cada vez más fríos.

Spenser asintió y volvió a pisar el acelerador.

"¿Has descubierto quién está detrás de esto?" La ira ardía en el pecho de Carl.

"Es Erica Li, la segunda hija de la familia Li. Después de salir del café, llamó al líder de una pequeña pandilla local y les pidió que le dieran una lección a la señorita Li ". Spenser informó en detalle.

"Sabes cómo lidiar con eso". Había una mirada sombría en los ojos de Carl, y una sonrisa fría apareció lentamente en sus labios fríos y delgados.

"Si señor. Quan Esa pandilla desaparecerá mañana. Lo informé a los departamentos pertinentes y envié la evidencia de sus crímenes ". Conocía el estilo de su maestro de hacer las cosas. Matar sin sangre, nunca lo haría él mismo. Era su principio conseguir algo sobre sus enemigos y dejar que provocaran su propia destrucción.

Después de todo, Carl se había blanqueado en los últimos dos años. Era mejor si podía dejar que el departamento relativo se encargara de eso sin volver a mancharse las manos de sangre.

"No, tengo que hacerlo yo mismo esta vez". Con una mirada asesina en sus ojos, Carl continuó: "Lleva a esas personas a la base, incluido el líder de esa pequeña pandilla. Depende de usted hacerse cargo del resto ".

La mano de Spenser que sostenía el volante se sacudió y el neumático casi se resbaló. Él sabía que el señor Quan estaba realmente enojado esta vez. Había estado con él por tanto tiempo. Carl siempre había sido reservado, y nunca había sido tan asesino.

"Si señor. Quan ". Spenser no se atrevió a pensar demasiado y se concentró en conducir.

Con su mano libre acariciando su carita, un extraño rastro de ternura apareció en los ojos de Carl.

Spenser tomó la unidad de media hora durante más de diez minutos. Había llamado al director del No. 1 hospital en A City por adelantado, y el médico y la sala avanzada estaban listos. Sosteniendo a Esther inconsciente en sus brazos, Carl salió del auto. Cuando llegó al octavo piso del hospital, la puso en la cama y saludó a los médicos y enfermeras. Luego se sentó en el sillón del pasillo y encendió un cigarrillo, incluso si no se permitía fumar en el hospital, pero nadie se atrevió a recordárselo por su identidad.