Capítulo 2 Pequeña Escala

Era el último fin de semana antes del inicio del año escolar; segundo año de bachillerato en el colegio Hopewell High, al norte de la ciudad. Recién salíamos del club de golf, a las afueras de la ciudad, después de un sábado de "recreación".

Noten las comillas; la verdad es que es más diversión para mis padres, o eso pareciera; de un lado, mi progenitor se encontraba jugando a la pelotita con señores más viejos todavía que él, quejándose de sus esposas y ver si se podía cerrar algún negocio, porque para esos extraños seres llamados "empresarios", ni siquiera el tiempo libre era libre de trabajo. Qué va, si cerraba tratos en la iglesia, ¿por qué le importaría el cerrarlos entre pasto y trampas de arena?

Mi madre no estaba mucho mejor en su idea de diversión; intenté unirme a ella en su ritual semanal de almorzar con sus amigas, otras esposas de hombres de negocios, pero en muchos sentidos, era más de lo mismo: una constante preocupación por gustar y no quedar mal, que el de hecho pasarla bien. Ni siquiera estaba segura si podía llamarles a esas señoras "amigas": simplemente eran con quién se pasaba el tiempo...

El tedio me era insoportable y todo lo que podía hacer era seguir retorciendo mi humanidad en el asiento trasero del auto familiar.

-Papá -le llamé -, ¿puedes encender la radio? -sugerí con mi sombrero entre manos, dejando que el viento entrante por mi ventana me refrescara el rostro y jugara un poco con mi cabello.

-Claro nena, no hay problema -me replicó con todo cariño en lo que su dedo encendía el aparato.

De eso no me podía quejar: se podría decir que soy un poco una "niña de papá"; siempre parecía dejar, ocasionalmente y si no estaba muy ocupado, un espacio para ser indulgente conmigo.

Y la música ofreció ser un pequeño remedio, un mínimo de distracción en lo que veía pasar el panorama durante nuestro recorrido: el percibir esos sutiles pero inevitables cambios del paisaje casi campestre de los alrededores del club a lo urbano de los caminos en las periferías de Toronto, y de eso a una paz y quietud de los suburbios, todo al ritmo de las notas de la música de Rock N'Roll, y además...

-Ugh, esas horribles cacofonías de salvajes e incoherentes -mi madre declaró al tiempo que apagaba la radio.

Sí... creo que eso lo define todo, ¿no es así? La naturaleza de mis relaciones con mis padres: uno trata de ser comprensivo, mientras que la otra no ve siquiera la necesidad de molestarse con ello. Había que lidiar con esa dinámica, así es la vida: esta fue la cruz que me tocó.

Había cosas peores, como por ejemplo, al echar una ojeada al exterior, al otro lado del grueso cristal de nuestro Ford modelo 58, esa calle en la que marchábamos: mal pavimento, viviendas humildes; sin duda, un costado que no siempre tengo la oportunidad de ver.

Y conforme nos adentramos más y más en esos terruños, entendía el por qué no lo hacía, y en realidad, no lo deseaba.

-¿Por qué insistes en ir por estos muladares, August? -mi madre preguntó, con una voz que osciló muy rápido entre el miedo y la irritación -. ¡Te había dicho que debíamos pasar hace dos salidas!

-Mira, igual tarde o temprano vamos a llegar -mi padre replicó, con mirada fija y concentrada en el camino, y pulso firme en el volante.

-¿No sabes dónde estamos, verdad?

-Tarde o temprano encontraremos el camino por la avenida y de ahí a casa, no es la gran cosa.

-Al menos podrías preguntar.

-No hay necesidad de hacerlo; es solo cuestión de observar el camino, y me ayudaría que estuvieran en silencio para al menos poder concentrarme bien.

-¿Es tu forma elegante de pedirme que me calle?

-¿Quieres la no tan elegante?

Mi madre no deseaba armar un gran escándalo... todavía no, al menos. Podrían verla, y no quería lucir mal inclusive ante los ojos de personas que simplemente sabía ella veía como chusma palurda y maleducada.

-Al menos podrían poner señales -ella refunfuñó de brazos cruzados.

-Podría ser peor -mi padre contestó-, las señales están mal pero el camino está bien.

Y con un gran don de la oportunidad, justo tras haber pronunciado tales palabras, sentimos una sacudida en el vehículo; perdí el balance en mi asiento, y toda la estructura pareció haberla perdido por igual, todo antecedido por un fuerte sonido sordo de explosión.

-¡Nos disparan! -mi madre histerizó-. ¡Sabía que este no se veía como un buen vecindario! ¡Debe ser territorio de la mafia!

Mi padre detuvo el vehículo, apenas alcanzando a orillarlo del costado derecho del camino.

Se bajó del auto, dio unos pasos al frente, y examinó las laterales del auto.

-Un neumático reventó -nos indicó-, no es la gran cosa..

-¿No es la gran cosa? ¡Amor, no tardará en anochecer! ¡No quiero pasarla por aquí de a oscuras!

-¿Por qué? -cuestioné-. No te gusta verlo, ¿no sería mejor el de hecho no poder hacerlo?

Bajé del auto a estirar un poco las piernas y los brazos, y debía reconocerlo: ese vecindario era más humilde que el mío, pero tampoco era nada del otro mundo, y confiaba en que papá tuviera la situación bajo control.

-Es solo una cuestión de cambiar el neumático -me comentó en lo que caminaba para abrir la cajuela y revisar la llanta de repuesto-. Es algo... sencillo.

Se posó firme, con sus manos en las caderas, y asintiendo ante tal objeto. Y así fue por un buen par de minutos: durante el primero, no tenía razón para desconfiar.

Para el segundo, sí.

-Papá -dije tras aclarar mi garganta-. No quiero sonar desconfiada ni nada pero... ¿sabes hacer esto... verdad?

-¿Hacer qué?

-Ya sabes: cambiar un neumático.

-¡Claro que sí! ¿¡Qué pregunta es esa, Jo!? -contestó, acercándose y tocando por brevedad el caucho de la llanta-, es solo... ya sabes... una cosa de...

-¿Sí..?

-No obstante, -suspiró, retrocediendo un par de pasos-. ¿Puedes cuidar a tu madre un momento?

-¿Disculpa?

-C-creo que primero voy a buscar si puedo usar un teléfono; quizá el club pueda mandar a alguien a ayudarnos -sugirió con hablar y andar agitado-, es simple... es... solo... mantente alerta y...

-No quiero dar pie a justificar el elitismo de mamá -tuve que interrumpir-, ¿pero crees que eso es lo seguro? ¿Dejar a dos mujeres solas en medio de un vecindario desconocido?

-Va, va, tienes razón: entonces... ¿vas tú a preguntar?

-¡Papá!

-¡Bueno, es que necesitamos ayuda! ¡Y no es como si simplemente alguien de por aquí pase de casualidad y nos la fuera a dar solo porque sí! ¡Eso no pasa y...!

-Disculpen, espero no interrumpir, pero pasábamos de casualidad y queríamos preguntar si necesitaban ayuda -nos indicó una voz a corta distancia.

Sorprendidos, volteamos en dirección a esta: era el medio de la calle, y se trataba de un hombre joven, quizá en sus 20, conduciendo una grúa.

-¿P-puede ayudarnos? -mi padre preguntó.

-Eso creo... ¿señor...?

-¡Oh, mis modales! -con más confianza, mi padre se le acercó a estrechar su mano-. August Hoult.

-Jacob Zabrocki, con gusto.

Parecía ser justo el tipo indicado para ayudarnos; contrastaba ese chico con el porte y apariencia de mi padre: su rostro se veía manchado por hollín y aceite; las manos que sujetaban el volante de su vehículo se veían curtidas por el trabajo manual, y vestía un overol maltratado. No era la persona más elegante, claro, pero en momentos así, de hecho quieres alguien que le valga un pepino la elegancia.

-Creo que tuve un problema con... -mi padre trató de explicar.

-Es algo del neumático -el hombre joven hizo notar-, es algo simple. Vamos Harry: a ver si aprendes algo de lo que te enseñé.

-Ya voy...

Solo entonces noté que ese mecánico no se encontraba solo; en el asiento del pasajero, un muchacho con un atuendo igual, e igualdad también en su aseo descuidado me era evidente.

-¿Qué me ves, princesa? -me dijo tras bajar, con un bolso de cuero al hombro.

-¡Ay, mil disculpas! -contesté apenada que el que le notara tanto le hubiera incomodado.

Igual, fuera de mis miradas, no me notó mucho más; estaba ocupado arreglando el asunto del neumático descompuesto.

-Recuerda cómo te enseñé, Harry -el chico mayor, Jake, le ordenó, mascando una goma y con total enfoque en cada pequeño movimiento de lo que su aprendiz hacía.

A pesar de su fragilidad (al menos a primer vistazo, es decir: yo ni siquiera usaba tacón alto y yo parecía ser un par de centímetros más alta que el chico), al entrar en acción, lucía como un pez en el agua; ciertamente ejercía más fuerza y destreza con la herramienta que lo que hubiera podido esperar de mi padre.

-¿Me sostienes esto? -me preguntó, con una pieza de metal entre manos.

Ni siquiera era una herramienta particularmente pesada, pero me tomó por sorpresa al grado de hacerme inclinar; estaba medio manchada, gracias al cielo ya me había quitado los guantes para esa hora del día. Eso me dio tenerle un respeto más allá del de ser alguien que había parado para auxiliar a una familia perdida. Era... un vistazo de cómo vive la otra mitad.

...soné como una arrogante clasista y condescendiente, ¿verdad? Lo sé. ¿Han visto a mi familia? ¡Hago lo mejor que puedo, caray!

-Listo -el chico indicó, mucho más rápido de lo que esperaba.

-¿Ya? -mi padre preguntó.

-Así es Harry -Jake explicó tras bajar de su vehículo-, es algo cabeza dura, pero sabe hacer un buen trabajo.

-Pues en todo caso, ¡muchas gracias, señor Zabrocki! -mi padre exclamó agradecido y estrechando su mano.

-Oh, no pasa nada -el mecánico indicó, correspondiendo el gesto.

-¿Qué es esto? -preguntó mi padre, al sentir un par de papeles en la mano.

-La cuenta, claro está -Jake asintió-. No es por ofender, pero tengo un negocio que proteger.

-¿Taller Zaboni? ¿No era Zabrocki? -preguntó mi padre, notando el sello en el papel.

-Bueno, la gente por alguna razón cree que los italianos son mejores que los polacos para aquello de trabajar con motores... el caso es que...

-Vale, comprendo -mi padre buscó su billetera y liquidó la deuda. Total, a pesar que fue un poco mercenario, la ayuda cayó bien.

Nos despedimos, y cada grupo regresó a su vehículo: al menos esa problemática fue solucionada, eso que ni qué, aunque no precisamente por la gentileza de los extraños.

-Bien, entonces, ¿queda acordado? -mi padre nos mencionó antes de echar a andar el auto familiar-. No volveremos a tomar esta ruta, ¿cierto?

-¡Te lo dije! -mi madre ya se había tardado en expresar su desaprobación.

-Al final del día, papá, ellos solo vieron una oportunidad y la aprovecharon -sugerí.

-Es un poco mercenario y despiadado, ¿no? -me contestó-. Y eso de que no usen sus verdaderos nombres para el negocio no los hace ver muy legítimos.

-¿Eso los vuelve muy diferentes a tus clientes?

Mi padre no me contestó eso último; qué va, puede que hasta haya pensado en que les hubiera dejado una tarjeta de presentación. A su manera, resultaron no ser muy diferentes a los hombres de negocios que él veía en su cotidianeidad.

Insertó la llave y encendió el vehículo, y tras un par de minutos, solo entonces, me di cuenta, que en manos no estaba mi sombrero, sino esa pieza mecánica de hierro que ni siquiera puedo nombrar porque no lo conocía.

-¡Papá, detén el auto! -implorar fue mi primer instinto.

Pero la calle no estaba bien iluminada, la noche no se encontraba lejos, y había perdido de vista esa grúa.

-¿Qué sucede, mi cielo? -me dijo.

Mas finalmente, suspiré, y me encogí de hombros; al fin y al cabo, tengo muchos sombreros, pero solo una herramienta medio oxidada y grasienta, así que, por lo menos el día terminó con algún tipo de novedad.

                         

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