Capítulo 2 CAPITULO 2

En la consulta de la doctora Bárbara Hunter, se encontraba Alberto. Sentado en aquella butaca tan cómoda, mirada perdida hacia el techo de aquella consulta que tan bien olía, mientras ella, a su lado, mantenía el cuaderno abierto y un bolígrafo para tomar notas.

⸻Bien, Alberto. Háblame de ese sueño que se repite, una y otra vez. Sé...que no es fácil para ti y que supone un esfuerzo cruel, pero es necesario que, poco a poco, seas capaz de enfrentarte a ello, como primer paso para comenzar a caminar.

⸻¿Comenzar a caminar?

⸻Claro, Alberto. ⸻Alargó su brazo y, con su mano, agarró la fría mano de su paciente, que receptivo se mostraba, mirada furtiva⸻. Si estás aquí, conmigo, es porque quieres que te ayude, que juntos emprendamos un camino hacia una vida nueva para ti. Pero es algo que, finalmente, decidirás tú. Solo tú.

⸻Para mí la vida ha dejado de tener el sentido que tenía antes. Ya nada importa...

⸻Entiendo perfectamente por lo que estás pasando, Alberto, pero...

⸻No. Tú no entiendes nada, doctora. Puedes ayudarme con tus consejos, con tus palabras, pero nunca podrás devolverme la vida que he perdido. Que me han arrebatado. Eso nadie puede devolvérmelo ya.

Bárbara cerró su libreta y dio un fuerte suspiro. Clavó su mirada en las pupilas vidriosas de Alberto quien, mirada rabiosa, se mordía los labios, apretando los puños. Se acercó a él.

⸻¿Sabes? En eso tienes razón. Nosotros no hacemos milagros. No tenemos el poder de cambiar el pasado, de devolveros a aquellos quienes habéis perdido tanto lo que tanto echáis en falta. Eso es algo que tenemos claro, pero también tenemos claro que no es nuestra intención, Alberto. Lo que sí buscamos, nuestro objetivo, es que podáis superar ese trance. Que os enfrentéis a él y que aceptéis que, tarde o temprano, toca aprender a convivir con ello. No me digas que no sé lo duro que es, pues llevo años oyendo a otros tantos como tú, empatizar con ellos, absorber su dolor, hacerlo mío. Puede que no lo haya vivido, que no me haya tocado de cerca, pero tan solo escucharte, me rompe por dentro. ⸻Alberto bajó la mirada, dio un pequeño suspiro, secó algunas lágrimas que asomaban por sus ojos⸻. Yo soy madre de un pequeño de cuatro años, Alberto. Y cada día que vuelvo a casa, le beso con fuerza. Si algún día...no sé qué haría. Así que no vuelvas a decir que no soy capaz de entenderte, porque te entiendo como a nadie. Y ahora, por favor, levanta la cabeza y enfréntate a tus miedos.

Alberto clavó su mirada en los preciosos ojos de aquella hermosa doctora, que le miraba, con positividad en aquel rostro que le animaba a soltar aquello que dentro llevaba. Pasó ante sus ojos, el recuerdo de aquel sueño que, cada noche, le abordaba, le invadía.

Allí estaba él, recién llegado del trabajo. Vestía aún la indumentaria de policía, tan impoluta como siempre. Alegre, anunciaba que estaba en casa. Su mujer, Elsa, le recibía con un cariñoso beso en los labios.

⸻Cariño, ¿qué tal el día?

⸻Pues como siempre, querida. Redadas y más redadas. Aunque hoy me ha tocado hacer papeleo en comisaría. Lo he agradecido porque estaba el tiempo como para salir.

⸻Esto es Sevilla, cariño. Cuando llueve, parece que diluvia.

⸻Acarició su rostro, mueca de felicidad, era muy hermosa⸻. Bueno, siéntate a la mesa. Te he preparado tu plato favorito.

⸻¿Y Pablito? Quiero darle un beso.

⸻En su cuarto, jugando. Se lo pasa tan bien con el cerro de juguetes que le compramos.

Alberto caminaba a paso lento hacia la habitación de su hijo, al fondo de aquel pasillo, frente a la de sus padres, ya que vivían en un primero, muy humilde. Abrió la puerta. Allí estaba, tan pequeño, solo tenía cuatro años, jugueteando con aquellas piezas. Pero estaba desnudo.

⸻Pablo, ¿y la ropa? ⸻Echó la mirada hacia el salón, buscando a Elsa, pero nadie había⸻. ¿Elsa? Cariño, el crío está desnudo. Se va a resfriar.

Pero nadie respondía. Un misterioso silencio invadía aquella escena. Extrañado, encogido de hombros, decidió ser él quien vistiese al chico, pero algo impedía que entrase en la habitación. Una especie de barrera invisible bajo el quicio de la puerta.

⸻Pablo. Pablito, hijo. Ven conmigo.

Pero el crio continuaba jugueteando, como si no escuchase a su padre. Se divertía, se lo pasaba en grande, mientras Alberto trataba de vencer aquella resistencia que le impedía entrar. Por mucho que llamaba a su mujer, ésta no acudía. Por mucho que gritaba a su hijo, éste no hacía caso. Entre aquellas piezas, aquellos juguetes y muñecos, una jeringuilla. Pablo fue hacia ella y la agarró.

⸻No, Pablo suelta eso. Pablo, por favor, suelta eso. ⸻Alberto se volvía violento, trataba de patear aquello que le impedía pasar, golpear con sus puños, pero imposible era. Nada pudo hacer⸻. ¡Pablo!

El crío, desnudo, echó una última mirada a su padre. Aquellos ojos, inocentes, alegres como su rostro, sonriente, el de un niño que poco sabe de lo que tiene entre sus manos. apretó con fuerza aquella jeringuilla y, como jugando a los médicos, se pinchó con fuerza el brazo, mientras Alberto gritaba, se lamentaba y era aquí cuando despertaba.

⸻¿Y eso es todo? ⸻Barbara anotó algunas cosas en la libreta, algo emocionada⸻. ¿Ocurre algo más?

⸻No, doctora. Nada más. Pero es tan real. La siento tan real. Ese sentimiento de impotencia de no poder hacer nada. Querer salvar a mi hijo, desnudo, desprotegido, y no poder hacerlo. Cuando despierto...puedo tirarme horas llorando sin parar. Voy a su habitación, me tumbo en su cama, aún está como la dejó y no dejo de preguntarme por qué.

⸻Alberto, enhorabuena. Acabas de dar un gran paso. ⸻Barbara agarraba sus manos, esbozando una tímida sonrisa, con una mirada cargada de energía⸻. Ese sueño solo simboliza algo que te atormenta por dentro. Un sentimiento de culpa que llevas arraigado en tu interior y que hemos hablado. Y no, no eres culpable de lo que le ocurrió a tu hijo.

⸻Lo soy, doctora. No supe actuar en consecuencia, no estuve cuando más me necesitó. Lo abandoné. No me centré en él como debí.

⸻Hiciste lo que pudiste, Alberto. Luchamos contra un enemigo desconocido. Tan cruel que se está llevando por delante vidas inocentes, a diario.

⸻Yo era policía, doctora. ⸻Alberto lanzó una furtiva mirada contra ella⸻. ¡Era policía! Y no fui capaz de impedir que sucediera.

⸻Te sorprendería saber la cantidad de personas que sufren este drama, cuántos de ellos son hijos de agentes de policía, y no solo eso. Jueces, abogados, fiscales...Esto nada tiene que ver con una clase social, Alberto. Es un drama que nos concierne a todos.

⸻¿Y a mí eso que me importa, doctora? A quien se ha llevado por delante es a mi hijo. Él, tan joven, tan inocente...tan buen chaval. ¿Por qué permití que sucediera? Tuve que darme cuenta antes. Actuar cuando comencé a sospechar. Se me hizo tarde...

⸻La muerte de tu hijo, Alberto, fue un terrible accidente. ⸻Alberto negaba con la cabeza, violentamente, repitiendo constantemente que fue un asesinato⸻. Hasta que...no lo asumas, no lo asumamos, no podremos continuar a la siguiente fase.

⸻¿Sabes que te digo, doctora? Que te puedes ir tú y tus fases a tomar por culo. Me marcho de aquí.

⸻Alberto, deberías meditar lo que acabo de decirte. ⸻Alberto se detuvo, antes de cruzar la puerta, manteniéndose de espaldas a ella⸻. No renuncies a esta terapia. Aunque ahora no lo creas, estás más cerca de volver a ser quien un día fuiste.

Suspiro leve, mirada al vacío y camino hacia la puerta, la cual abrió y fuerte portazo dio, tras salir de aquella consulta. A paso violento, caminó hacia su Renault 25 color marrón. Se prendió un cigarrillo, tembloroso. Subió al mismo. Trató de dar un par de caladas a ese cigarro, pero no pudo. Lo lanzó por la ventana. Se quedó sentado, unos minutos, admirando el volante. Su rostro, triste, mirada gris. Asomaba al espejo retrovisor, donde podía apreciarse, cómo había cambiado. Algunas arrugas ya comenzaban a aflorar, aquella barba comenzaba a crecer y alguna que otra cana asomaba por su poblado cabello. Tan solo habían pasado seis meses desde aquello y parecía haber envejecido diez años. Volvía de nuevo ese fuerte dolor en el pecho, que tenía que aplacar tomando una de esas pastillas que guardaba en la guantera. Aliviado, recordando lo último que la doctora Bárbara le dijo, cerró sus puños con fuerza y comenzó a golpear el volante, mientras gritaba, mientras soltaba esa ira que, de pronto, le abordó.

                         

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