El Dragón Reencarnado
img img El Dragón Reencarnado img Capítulo 4 El Garfio parte 4
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Capítulo 6 Un Deseo Cumplido Parte 2 img
Capítulo 7 Un Deseo Cumplido Parte 3 img
Capítulo 8 Un Deseo Cumplido Parte 4 img
Capítulo 9 Prácticas Parte 1 img
Capítulo 10 Prácticas Parte 2 img
Capítulo 11 Prácticas Parte 3 img
Capítulo 12 Practicas Parte 4 img
Capítulo 13 Practicas Parte 5 img
Capítulo 14 Practicas Parte 6 img
Capítulo 15 Practicas Parte 7 img
Capítulo 16 Salida De La Torre Parte 1 img
Capítulo 17 Salida De La Torre Parte 2 img
Capítulo 18 Salida De La Torre Parte 3 img
Capítulo 19 Salida De La Torre Parte 4 img
Capítulo 20 Salida De La Torre Parte 5 img
Capítulo 21 El Corazón Humano Parte 1 img
Capítulo 22 El Corazón Humano Parte 2 img
Capítulo 23 El Corazón Humano Parte 3 img
Capítulo 24 El Corazón Humano Parte 4 img
Capítulo 25 El Corazón Humano Parte 5 img
Capítulo 26 El Corazón Humano Parte 6 img
Capítulo 27 Sorpresas Parte 1 img
Capítulo 28 Sorpresas Parte 2 img
Capítulo 29 Sorpresas Parte 3 img
Capítulo 30 Sorpresas Parte 4 img
Capítulo 31 Sorpresas Parte 5 img
Capítulo 32 La Comezon Parte 1 img
Capítulo 33 La Comezon Parte 2 img
Capítulo 34 La Comezon Parte 3 img
Capítulo 35 Briznas De Serenidad parte 1 img
Capítulo 36 Briznas De Serenidad parte 2 img
Capítulo 37 Briznas De Serenidad parte 3 img
Capítulo 38 Briznas De Serenidad parte 4 img
Capítulo 39 El Comienzo Parte 1 img
Capítulo 40 El Comienzo Parte 2 img
Capítulo 41 El Comienzo Parte 3 img
Capítulo 42 El Comienzo Parte 4 img
Capítulo 43 El Final parte 1 img
Capítulo 44 El Final parte 2 img
Capítulo 45 Antes De Apuntar El Alba parte 1 img
Capítulo 46 Antes De Apuntar El Alba parte 2 img
Capítulo 47 Antes De Apuntar El Alba parte 3 img
Capítulo 48 La Entrada En Casa parte 1 img
Capítulo 49 La Entrada En Casa parte 2 img
Capítulo 50 La Entrada En Casa parte 3 img
Capítulo 51 La Entrada En Casa parte 4 img
Capítulo 52 Asuntos En La Ciudad parte 1 img
Capítulo 53 Asuntos En La Ciudad parte 2 img
Capítulo 54 Asuntos En La Ciudad parte 3 img
Capítulo 55 Cambios parte 1 img
Capítulo 56 Cambios parte 2 img
Capítulo 57 Cambios parte 3 img
Capítulo 58 Cambios parte 4 img
Capítulo 59 Cambios parte 5 img
Capítulo 60 Cambios parte 6 img
Capítulo 61 En Canluum parte 1 img
Capítulo 62 En Canluum parte 2 img
Capítulo 63 Hondonadas parte 1 img
Capítulo 64 Hondonadas parte 2 img
Capítulo 65 Hondonadas parte 3 img
Capítulo 66 Hondonadas parte 4 img
Capítulo 67 Una Llegada parte 1 img
Capítulo 68 Una Llegada parte 2 img
Capítulo 69 Una Llegada parte 3 img
Capítulo 70 Una Llegada parte 4 img
Capítulo 71 Una Calleja Estrecha parte 1 img
Capítulo 72 Una Calleja Estrecha parte 2 img
Capítulo 73 Una Calleja Estrecha parte 3 img
Capítulo 74 Agua De Estanque parte 1 img
Capítulo 75 Agua De Estanque parte 2 img
Capítulo 76 Agua De Estanque parte 3 img
Capítulo 77 Desayuno En Manala parte 1 img
Capítulo 78 Desayuno En Manala parte 2 img
Capítulo 79 Desayuno En Manala parte 3 img
Capítulo 80 Algunos Trucos Del Poder parte 1 img
Capítulo 81 Algunos Trucos Del Poder parte 2 img
Capítulo 82 Algunos Trucos Del Poder parte 3 img
Capítulo 83 Respetar La Tradición parte 1 img
Capítulo 84 Respetar La Tradición parte 2 img
Capítulo 85 Respetar La Tradición parte 3 img
Capítulo 86 Respetar La Tradición parte 4 img
Capítulo 87 La Estrella Vespertina Parte 1 img
Capítulo 88 La Estrella Vespertina Parte 2 img
Capítulo 89 La Estrella Vespertina Parte 3 img
Capítulo 90 Servirse De La Invisibilidad parte 1 img
Capítulo 91 Servirse De La Invisibilidad parte 2 img
Capítulo 92 Una Respuesta parte 1 img
Capítulo 93 Una Respuesta parte 2 img
Capítulo 94 Una Respuesta parte 3 img
Capítulo 95 Una Respuesta parte 4 img
Capítulo 96 Cuándo Rendirse Parte 1 img
Capítulo 97 Cuándo Rendirse parte 2 img
Capítulo 98 Cuándo Rendirse parte 3 img
Capítulo 99 Cuándo Rendirse parte 4 img
Capítulo 100 Cuándo Rendirse parte 5 img
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Capítulo 4 El Garfio parte 4

El Garfio parte 4

No temía que los Aiel se dieran la vuelta al verlos. Dijeran lo que dijeran algunos, no eran luchadores desenfrenados; evitaban la batalla cuando la desigualdad era mucha. Pero seiscientos Aiel considerarían equilibradas las fuerzas; se enfrentarían con unos cuatrocientos hombres, aunque estuvieran situados en terreno alto. Se lanzarían al ataque bajo una lluvia de flechas. Un buen arco corto podía matar a un hombre a trescientos pasos y herirlo a cuatrocientos si el arquero que lo disparaba era bueno. Aquello representaba un largo corredor de acero para que lo cruzaran los Aiel. Por desgracia también llevaban arcos de cuerno y tendón, tan eficaces como sus arcos cortos. Lo peor sería que los Aiel no avanzaran e intercambiaran disparos de flecha; ambos bandos perderían hombres por muy rápido que llegara Emares. Lo mejor sería que los Aiel decidieran acortar distancia; un hombre corriendo no podía disparar con precisión. Al menos, sería mejor si Emares no se retrasaba. Entonces los Aiel podrían atacar por los flancos, sobre todo si sabían que los iban persiguiendo, y eso sería romper de una patada el nido de avispas. En uno u otro caso, cuando Emares los atacara por la retaguardia, Lan y su tropa tomarían las lanzas y cabalgarían a su encuentro.

En esencia, de eso se trataba la maniobra del yunque y el martillo. Una fuerza para contener a los Aiel hasta que la otra cayera sobre ellos y después aproximarse ambas. Una táctica sencilla pero eficaz; las tácticas más eficaces lo eran. Incluso los cabezotas cairhieninos habían aprendido a utilizarla. Muchos altaraneses y murandianos habían muerto por negarse a aprender.

El gris del cielo dejó paso a la claridad. Dentro de poco el sol asomaría por el horizonte, a su espalda, y los perfilaría sobre la loma. El viento sopló y agitó la capa de Lan, pero éste se sumió de nuevo en el ko'di e hizo caso omiso del frío. Oía respirar a Bukama y a los otros hombres cerca de él. A lo largo de la fila, los caballos pateaban la nieve con impaciencia. Escudriñando desde el aire el terreno abierto, un halcón cazaba a lo largo del borde de la amplia arboleda.

De repente viró en el aire y una columna de Aiel apareció saliendo de los árboles a un trote rápido, de veinte en fondo. La nieve no parecía obstaculizarlos demasiado. Levantando mucho las rodillas, se movían tan deprisa como lo habría hecho la mayoría de los hombres sobre terreno despejado. Lan sacó el visor de lentes del estuche de cuero que llevaba atado a la silla. Era un buen visor, de manufactura cairhienina, y cuando se llevó el tubo de bronce al ojo, los Aiel, situados todavía a una milla, parecieron aproximarse de golpe. Eran hombres altos, muchos tan altos como él y algunos más, vestidos con chaquetas y pantalones de tonos pardos y grises que resaltaban en la nieve. Todos llevaban una tela envuelta en la cabeza y un velo oscuro que les tapaba la cara hasta los ojos. Algunos podían ser mujeres -las Aiel combatían a veces junto a los hombres-, pero la mayoría debían de ser hombres. Cada cual llevaba una lanza corta en una mano, junto a una adarga de piel de toro, yvarias lanzas más asidas con la otra. A la espalda llevaban colgado el arco enfundado. Su ataque podía ser mortífero con esas lanzas. Y con los arcos.

Los Aiel tendrían que haber estado ciegos para no ver a los jinetes que los esperaban, pero prosiguieron sin hacer un alto en una columna semejante a una gruesa serpiente que saliera de la arboleda en dirección a la loma. Lejos, al oeste, sonó un toque de trompeta, débil en la distancia, seguido por un segundo toque; para sonar tan apagados, debían de estar cerca del río o incluso en la otra orilla. Los Aiel siguieron avanzando. Sonó una tercera trompeta, lejos, y una cuarta y una quinta más lejanas aún. Entre los Aiel se volvieron algunas cabezas para mirar hacia atrás. ¿Eran las trompetas lo que despertaba su atención, o sabían que Emares los seguía?

Los Aiel siguieron saliendo de los árboles. Alguien había contado mal o, en caso contrario, es que más Aiel se habían sumado al primer grupo. Ahora había alrededor de un millar fuera de la fronda, y seguían saliendo. Unos quinientos o más detrás. Guardó el visor en la funda.

-Abraza la muerte -murmuró Bukama en un tono que semejaba frío acero, y Lan oyó a otros hombres de las Tierras Fronterizas repetir sus palabras. Él sólo las pensó; con eso bastaba. La muerte llegaba a buscar a todos los hombres antes o después y rara vez lo hacía cuando se la esperaba. Por supuesto, había quien moría en su cama, pero desde la infancia Lan había sabido que ése no sería su caso.

Tranquilamente, miró a derecha y a izquierda a la fila de sus hombres. Los saldaeninos y los kandoreses se mantenían firmes, desde luego, pero le complació ver que tampoco ninguno de los domani denotaba tensión. Nadie miró hacia atrás en busca de una salida para huir. Tampoco es que esperara lo contrario después de haber luchado junto a ellos dos años, pero siempre confiaba más en hombres de las Tierras Fronterizas que en los de cualquier otra parte. Ellos sabían que a veces había que hacer elecciones duras. Lo llevaban en la sangre.

Los últimos Aiel salieron de los árboles; fácilmente había dos mil, un número que lo cambiaba todo. Y nada. Dos mil Aiel eran suficientes para superar a sus hombres y todavía encargarse de Emares, a menos que tuvieran la suerte del Oscuro. La idea de retirarse ni siquiera se le pasó por la cabeza. Si Emares atacaba sin que el yunque estuviera en su sitio, los tearianos serían exterminados, pero si podía aguantar hasta que Emares llegara, entonces tanto martillo como yunque a lo mejor podían asestar el golpe. Además, había dado su palabra. No obstante, su intención no era morir allí sin propósito ni arrastrar a sus hombres a la muerte sin objeto. Si Emares no había aparecido cuando los Aiel llegaran a doscientos pasos, haría que su tropa diera media vuelta en la loma e intentaría rodear a los Aiel a galope para reunirse con los tearianos. Desenvainó la espada y la sostuvo al costado. Ahora sólo era una espada, sin nada en particular que llamara la atención. Nunca volvería a ser otra cosa que una espada. Pero guardaba su pasado y su futuro. Las trompetas al oeste sonaban casi constantemente.

De improviso, uno de los Aiel que iba al frente de la columna alzó la lanza por encima de la cabeza y la sostuvo así durante tres pasos. Cuando la bajó, la columna se detuvo. Los separaban sus buenos quinientos pasos de la loma, fuera del alcance de las flechas. En nombre de la Luz, ¿por qué? Tan pronto como se pararon, la mitad posterior de la columna se volvió para mirar en la dirección por la que habían venido.

¿Se debía simplemente a una maniobra de precaución? Era más aconsejable y seguro suponer que sabían lo de Emares.

Volvió a sacar el visor de lentes con la mano izquierda y estudió a los Aiel. Los hombres de la primera fila se cubrían los ojos con la mano con que sostenían las lanzas y estudiaban a los hombres de la loma. No tenía sentido. En el mejor de los casos, podrían distinguir siluetas oscuras recortadas en la luz del sol naciente, tal vez la cimera de un yelmo. Sólo eso. Parecía que los Aiel hablaban entre ellos. Uno de los hombres que iba a la cabeza levantó repentinamente la mano, sosteniendo la lanza, y otros hicieron lo mismo. Lan bajó el visor de lente. Ahora todos los Aiel miraban al frente y sostenían una lanza en alto. Lan jamás había visto nada igual.

Las lanzas bajaron a una y los Aiel gritaron una única palabra que resonó claramente a través de la distancia que los separaba y ahogó los lejanos toques de trompeta: ¡Aan'allein!

Lan intercambió una mirada desconcertada con Bukama. Eso era la Antigua Lengua, la que se hablaba en la Era de Leyenda y en los siglos anteriores a la Guerra de los Trollocs. La traducción más aproximada que se le ocurrió a Lan era «un hombre solo». Mas ¿qué significaba? ¿Por qué gritaban algo así los Aiel?

-Se mueven -murmuró Bukama, y así era en efecto.

Pero no en dirección a la loma. Girando hacia el norte, la columna de Aiel velados alcanzó enseguida el trote rápido de antes y, una vez que la cabeza de la marcha se encontró bastante apartada del extremo de la loma, empezó a doblar hacia el este de nuevo. Era demencial. Aquello no se trataba de una maniobra para situarse a los flancos, ya que sólo iban por un lado.

-A lo mejor regresan al Yermo -dijo Caniedrin, que parecía decepcionado. Otras voces se mofaron de él. La opinión generalizada era que los Aiel no se marcharían hasta que se los matara a todos.

-¿Los seguimos? -preguntó quedamente Bukama. Al cabo de un momento, Lan meneó la cabeza.

-Buscaremos a lord Emares y hablaremos sobre yunques y martillos. Cortésmente, claro -dijo. También quería saber la razón de los toques de trompeta. El día empezaba de un modo extraño y Lan tenía la sensación de que habría más cosas raras antes de que acabara.

            
            

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