/0/4582/coverbig.jpg?v=214e768534a1a50e616283324c7614e9)
El reino de Garicia era un pueblo mediano situado al lado de otros reinos más y menos poderosos que ellos. Garicia no tenía problemas, se basaba en una monarquía tranquila y entregada el pueblo, los reyes habían hecho un trabajo extraordinario: anularon la pena de muerte, convirtieron el pueblo en uno de acorde con los avances del mundo exterior, no estaban avanzados ni tampoco retrasados.
Fue gracias al rey de Garicia que el pueblo renació de las cenizas, habían sido momentos de incertidumbre en las guerras, años atrás se veían muerte en cada esquina del pueblo, Garicia no era un lugar seguro. Hasta que, para fortuna de los pobladores, el reino de Garicia se unió al reino de Mitros en una boda real, uniendo lazos y sangre de los reyes, formando así el pueblo que era ahora.
Dos reyes que el pueblo amaba.
Un príncipe temido por su dureza y adorado por su fuerza.
Una princesa como modelo a seguir de niños y niñas, de jóvenes y jovencitas. Amada con locura por su bondad y gracia.
Hasta ese día.
- ¿Se encuentra usted bien, princesa?
- «Mmm» - le sonrió ella para no preocupar al jovencito.
Lo veía tan desnutrido y sucio, su cabello estaba tan largo que creía que podía tocar el suelo. Estaba a su lado, separándolos una gran reja con el espacio suficiente para pasar una mano por ella.
Eva aclamaba por comida. Su hijo necesitaba comer y beber.
No había ingerido el alimento de medio día y estaba por anochecer. Se sentía mareada y necesitada, su hermoso vestido floreado ya no estaba, se había ensuciado por polvo y barro del calabozo; apenas entraba un poco de luz lunar, lograba tocar su vientre intentado calmar los intensos movimientos de su bebé.
- Tranquilo mi hermoso hijo, vamos a salir de aquí.
- Si me permite, mi princesa, no creo que sea posible.
La princesa observó con cautela al joven a su lado, ambos apoyados en la reja.
- Por qué estás aquí - le preguntó para apaciguar su ansiedad.
- Robé un poco de leche para mis hermanos, mi princesa, llevo tres años encerrado aquí.
- ¡Mi dios! - exclamó, ella no soportaría que le arrebatasen a su bebé, no soportaría verlo lejos de ella, en esa situación - Tus padres ... ¿dónde...
- Se los llevaron lejos - el chico sollozó - No sé a qué reino se los llevaron, solo sé que no podré verlos nunca más.
A la princesa Eva se le aguaron los ojos, sintió las lágrimas correr por sus mejillas. Esa era la verdadera vida fuera del palacio, una llena de sufrimiento y trabajo. Una familia obligada a separarse por hambre, por necesidad. - ¿Cuál es tu nombre?
- Soy Remy, mi señora. No tenga lástima por mí, hoy es mi último día de mi condena.
- ¿De verdad?
- Así es mi princesa, seré libre. - el adolescente derramó algunas lágrimas - Buscaré a mi familia sea lo último que haga.
Familia.
Para Eva, la palabra familia no significaba importancia, esa familia por quien vivía le había dado la espalda en sus peores momentos, no habían creído en ella, la juzgaron sin escuchar su versión de la historia. Eva amaba tanto a las personas a quienes llamaba familia que esperaba por lo menos una visita por más mínima que fuese. Tenía la esperanza de ver a su hermana visitarla y darle su apoyo, esa hermana mayor que adoraba con locura, esa quien era su modelo a seguir no evidenció el mismo aprecio hacia ella.
Le pesaba hasta el alma del terror a lo se venía.
La princesa quería volver a su pieza, deseaba que todo volviese a la normalidad, aunque de ser así, todo iba a cambiar.
- ¡Llegó la comida!
Tres guardias de adentraron al calabozo con bandejas repletas de una pasta amarillenta sobre los recientes sucios.
Pasaron frente a la princesa con normalidad, pararon frente a ella para causarle más dolor, para lastimarla, así como lo había ordenado el príncipe. Los guardias repartieron la asquerosa comida a todos los prisioneros, excepto a dos.
- Faltamos nosotros - exclamó Remy sacando su sucia mano por el espacio entre las rejas.
- No hay para ustedes - dijo uno de ellos.
- ¡Por qué! No, la princesa está embarazada, el bebé puede debilitarse.
- ¡Ordenes del rey! ¡Atrás! - el guardia sacó una especia de vara con la que se desquitó del muchacho.
Le dio un fuerte golpe en la mano que hizo que el joven de dieciséis años gritara de dolor.
- ¡No, por favor, no le hagan daño! - pedía con llanto la princesa - Se lo suplico.
Eva sollozaba por el niño. ¡Solo era un jovencito!
- Eso debieron pensar antes de pecar. - escupió a ambas celdas - ¡Retírense!
Es así como los guardias dejaron el calabozo para custodiar la entrada desde fuera. Eva veía a los demás comer con desesperación, como si no los hubieran alimentado en días.
El bebé dejó de moverse.
- No, no por favor, dime que sigues allí mi pequeño. - Eva se llevó un susto de muerte, su bebé no daba señales de movimiento, su hijo iba a morir. - Por favor no - lloró desconsoladamente agarrando su vientre con fuerza, pedía y pedía a sus ancestros que la ayudaran, al menos a que su bebé nazca con vida.
- ¿Está bien?
- «Ay» Remy, ¿qué es lo he hecho para ganarme este dolor?
- Yo le creo princesa, yo le creo - Remy tomó la mano de la princesa con miedo a que reaccionara de mala manera, sin embargo, fue todo lo contrario.
Eva sostuvo su mano sucia por el tiempo con fuerza y apoyo. Eva al fin sentía el apoyo de alguien ese día.
- Princesa - alguien la llamó.
El anciano de la celda de al lado llamaba a la princesa en susurros. Eva volteó disimuladamente el rostro hacia el anciano, parecía llevar mucho más tiempo allí que Remy, los cabellos canosos del anciano sobrepasaban el pis, un largo y descuidado cabello.
- Tenga, coma mi señora.
El anciano le tendió su plano intacto de alimento, con la mano temblorosa por su vejez.
- Por favor, tómelo. Usted lo necesita más que yo.
¿Qué podía hacer? El hambre le ganaba, pero sentía que le quitaba la vida a otra persona.
- Gracias, señor.
La princesa se arrastró por la celda sin ánimos de levantarse, tomó el tazón de comida entre sus manos. No era para nada a lo que acostumbraba, no eran esos ricos panes que los cocineros preparaban para ella, no era esa rica comida que preparaban en el palacio. Se veía asqueroso y sin sabor, parecía ser papa prensada, sin condimentos ni sal, la textura era ... rara.
Por su bebé, debía de alimentarse por su bebé.
Comenzó a comer, tratando de no centrar su atención en lo asqueroso que se sentía esa comida. Remy la miraba atento, con su mirada fija en el platillo; su boca se le caía, su boca se le aguaba por sentir el sabor de la comida en su estómago.
- ¿Deseas un poco? - invitó la princesa.
- No, mi señora, coma usted.
- Nos alimentan cada dos días, princesa - añadió el anciano - Ya estamos acostumbrados.
Eva se sintió la peor persona de la tierra. Comía frente a un chiquillo que no comía hacía días, no lo podía creer, ¿cómo es que nunca se había dando cuenta del uso del calabozo? Ella creía que se había dejado de usar años atrás, habían construido celdas sobre la tierra, en mejores condiciones que esa ... ¿por qué?
- Comí lo suficiente Remy, puedes terminar el plato - le invitó la princesa.
Por supuesto no se había alimentado lo suficiente, su estómago aún rugía sin acto de presencia de su bebé. Estaba tan tranquilo que le asustaba y temía.
Remy devoró lo que quedaba del platillo mientras la princesa cerraba los ojos para descansar. ¿Por qué a ella? Era una persona inocente, no había hecho nada de lo que culpaban. Nada.
- ¿Hicieron lo que les ordené?
- Sí, príncipe.
- Bien, retírense.
La habitación del príncipe se sentía vacía, había mandado a sacar todas las pertenencias de la mujer. Ropa, joyas, calzado, todo. Lo habían regalado al pueblo, sin embargo, aquel montón de tela no fue usado por nadie, nadie quería usar las prendas de una adúltera.
- ¿Cómo se siente mi príncipe?
- ¿Cómo crees Catherine? Devastado.
- No se preocupe, cuñado. Todo se resolverá mañana temprano.
- Ya no seré tu cuñado Catherine, no quiero que lo menciones nunca más, ¿oíste?
- Lo que ordene, su alteza. ¿Desea que mande a acomodar su alcoba?
- Sí. Hazlo.
Herald se vio acorralado por sus sentimientos. ¿Habría hecho bien en dejarla sin alimento? No lo sabía, se dejó llevar por la furia y el odio del momento, sin embargo, todos tenían razón. No se merecía ser llamada mujer, no se merecía ser llamada princesa. No se merecía su perdón.
- Rey mío, ¿está seguro?
- Así es, esa es la decisión.
- ¿No cree que es muy radical? Es una princesa - añadió la reina.
- No lo será más, no será nombrada a partir de ahora. Las futuras generaciones no conocerán la deshonra de la realeza. Su nombre quedará prohibido de pronunciar.
- Gusteau ...
- Está decidido, esposa. Esa mujer será juzgada por el pueblo mañana en la mañana, no hay nada que hacer.