POLVO DE EL DORADO
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Capítulo 4 Parte Cuatro

Capítulo 4

Llegada la noche la hermana Agustina ató a Bravo de pies y manos. Esas al parecer, eran sus condiciones.

- Créame que esto no era necesario hermana.

- Pué como dicen too por esta tierra de dioo, maa seguro mejoo amarrao.

Esto hizo sonreír al hombre, que la miró por un instante con ternura; mientras ella con mucho afán le echaba el último nudo a la cuerda en las manos.

- ¿Me cree tan miserable como para revelar donde se encuentra este lugar?

- Estoy muy segura que mi respuesta no le va a agrada naiita señoo...

- Auch. Eso dolió... Pero oiga puede decirme Bravo como todo el mundo.

- Roberto me parece mejoo, oiga.

- Ya me tiene bien amarradito. Ahora usted dirá por dónde.

- No tan rapioo Roberto que farta argo maa... - dijo la joven sacando un paliacate rojo para colocárselo en los ojos.

- Muy astuta hermanita, muy astuta - dijo sonriendo.

- Mujee ar fin de cuenta y muy desconfiaa que lo sepa bien - dijo cubriéndole los ojos, para luego llevarlo a la carreta.

Después de unos cuantos minutos, la pareja salió de El Dorado. Roberto que había fingido estornudar, pudo bajar de uno de sus ojos el paliacate y reconoció muy bien el camino que llevaba al convento. Lo que Bravo no consideró fue que la joven se pudo dar cuenta de eso. Así que luego de un rato, él se acomodó el paliacate en su lugar de nuevo.

- Me va ustee a disculpaa Roberto... - dijo tomando un madero.

- ¿Por qué hermanita? - preguntó extrañado y desprevenido.

En eso la mujer cerró sus ojos y le dio un fuerte golpe, dejándolo inconsciente y tendido sobre la carreta.

- ¡Por esto...! - dijo abriendo los ojos-. Y tú tambie me perdonaraa dioo mío, pero este ee un estafadoo, un ladrón, un... - luego lo miró ilusionada y soltó un suspiro -... Ee un buen hombre er pobrecito. Me ayudó cuando yo maa lo necesité... Pero debo protegee a too mii niñoo.

Justo cuando estaba por amanecer, Bravo recobró el conocimiento en la entrada a Magueyales. Estaba desatado y al parecer la monja Agustina lo había cambiado de ropas. Él sonrió al verse disfrazado de un anciano, con jorongo, sombrero, anteojos y un bastón. Pero se llevó otra sorpresa más grande al revisar sus ropas, pues encontró un revólver. La hermana no tuvo el corazón de arrojarlo desarmado.

- ¡Pero qué mujer! - dijo sonriendo para después soltar un hondo suspiro.

En un hotel del otro lado del pueblo, Silverio recibió el telegrama de las hermanas Moncada. La noticia no la tomó a bien.

-¡Me lleva la... que me trajo! - dijo arrojando el papel al suelo -. Esas mujeres piensan venir a Magueyales.

- ¿Por qué esa cara cielito? - le preguntó otra mujer a Silverio. Era muy evidente que ya había cambiado de pareja.

Al parecer, la compañía de cada mujer sólo le duraba un par de noches.

- ¡Yo sé mi cuento! ¡Ahora vístete y largarte!

Después de regresar a El Dorado, la hermana Agustina pensativa servía el desayuno a los niños. Hasta que el pequeño Manuel notó su comportamiento distraído.

- ¿Qué le preocupa hermana?

- A mí naa Manolito. ¿Pero por qué lo dicee hijo?

- Ha estado muy callada y suspira reteharto. Parece que se quisiera acabar el jaire.

- ¿Yo? ¿Suspirando? Creo que te lo habraa figurao mi niño... - dijo la joven nerviosa.

- No son figuraciones hermana. Está así desde que se fue Bravo.

- No siga ma Manuee. Y ponte a desayuna que se enfría, que luego me tenei que ayudaa con la ordeña de Florita.

- ¿Y no lo va a extrañar? Porque yo si. Nos enseñó hartas cosas. Nos enseñó a leer las huellas de pisadas de cristianos y de caballos, a lazar, a como liberarnos si alguien nos tenía por la espalda, y a como soltarnos de una cuerda bien amarrada...

- ¿Qué dice Manuee? ¿Liberarse de una cuerda? - preguntó angustiada.

- Si. Nos dijo que quien sea se puede soltar de una cuerda bien amarrada. Y que no se suelta el que no quiere. Y nos enseñó varias maneras.

Entonces a la joven se le resbaló un plato de entre las manos, y fue a dar al suelo haciéndose añicos.

- Bravo es muy bueno - dijo Manuel despreocupado y salió de la cocina dejándola sola.

- Será bueno de embustero er muy malaje - dijo molesta recogiendo el plato. Luego dijo pensativa en voz baja -... ¿Por qué no se habrá desatao cuando lo llevaba en la carreta?... El pobre iba tan confiao que no espero er gorpe con er madero. ¿ Y si no despertó del gorpe?

La mujer terminó sintiéndose apenada y preocupada por Bravo.

- Debo verle... No. Ee mejoo así... Pero es que si debo verle... necesito verle. Al menos asegurarme que está bien... ¡Ay dioo mío! ¡No sé por qué me preocupa tanto ese canalla de porra!

En cuanto la hermana llegó a Magueyales, comenzó a buscarlo. Cuando estaba por darse por vencida, pudo verlo en el atrio de la iglesia, justo detrás de una carreta con paja. Ella sin dudarlo se acercó. Al estar tan cerca pudo verlo muy bien acompañado por una bella joven llamada Florencia Jiménez, la hija del gobernador del estado.

- ¿Por qué me has tenido tan abandonada Bravito? - dijo la joven melosa queriendo abrazarlo por el cuello.

- Tú lo sabes bien. Tu padre nunca me miró con buenos ojos... ¿Ya te enteraste del cartel de la recompensa por mi captura que ha mandado pegar por todo Magueyales? Yo que me vine para acá esperando que nadie me reconociera y mira.

- No te enojes Bravito. Ya se le pasará cuando pidas mi mano.

- Pos ya no sé si quiero casarme contigo Florencia. Cualquiera en el pueblo si me descubre, me pega un tiro y no más por cobrar los cochinos 10 mil pesos.

- No me digas eso Bravo. Ya estaba yo muy ilusionada. Hasta estaba por ir a hablar con el padrecito para apartar la iglesia.

- Es que palabra que ya no sé...

- ¿O es que ya tienes a otra? - preguntó molesta la joven Florencia sujetándolo fuertemente del jorongo.

Bravo sonrió ya que a su mente vino casi de inmediato el rostro de la hermana Agustina.

- Pueque si...

- ¡Oye me bien Bravo! ¡Tú eres mío! ¡Solamente mío...! Mira. Porque no nos vemos esta noche en el granero abandonado y me haces lo que tú quieras. Te haré olvidar a quien sea. ¡Anda di que si!

- ¡Oh que Florencia tate sosiega! En eso la hermana Agustina se acercó a ellos.

- ¡Vaya oiga...! - dijo furiosa-. ¡Si ya se siente muy bien poo lo que se ve.

- ¡Hermana yo...! - respondió él apenado.

- ¡Hermana usted dispense! - dijo Florencia guardando recato.

- ¡Arrumacoo a pleno día y fuera de la iglesia poo si fuera poca la cosa! - replicó la monja cruzándose de brazos.

- Búscame mañana después de misa - dijo Florencia alejándose apenada.

- Hermana deje que le explique - dijo Bravo.

- ¡No hay naa que explicaa! ¡Si está toó claro como er agua! ¡A parte de pillo, ee un depravao y mujeriego y...!

- Pero hermana... Yo...

- ¡Y yo como tonta toa preocupaa por ustee! ¡Y el señoo dándose de picorete con esa hija de...!

- Del gobernador. Es la hija del gobernador.

- ¡Pue podrá see la mismisima reina de España, pero de que es una indecente lo ee! ¿me oye? ¡Lo ee! ¡Si no cabe duda, e igualita a ustee! - dijo la joven golpeando el pecho de Bravo.

- ¡Párele ahí! ¡Ya estuvo bueno! ¿Por qué diablos está tan enmuinada conmigo...? - dijo molesto sujetándola de los brazos.

- ¡Por qué quiero y me da mi real gana! ¿Me oye bien? ¡Porque me da mi real gana! ¡Y ya suerteme canalla que vamoo a llamaa la atención de too er mundo!

- ¡Pues no la suelto hasta que no acepte que está celosa y que siente algo por mí!

- ¡Ee un pedante y un engreío! ¿Me oye?

En eso a la hermana le pareció ver a Silverio pasar por allí. Mientras que Bravo pudo ver al gobernador y a sus hombres distraídos venir hacia él.

- ¡Rápioo Roberto escóndame! ¡Escóndame poo su maree!

Entonces sin más remedio, los dos se escondieron de un salto en el carretón con paja, y tuvieron que guardar silencio.

La carreta con su arriero echó a andar alejándose del lugar. Después de un rato los dos descendieron más tranquilos.

- Dígame ¿quién es ese hombre del que se quería esconder hermanita?

- E... e... Yo sé mi cuento.

- ¿Le teme a ese tipo?

La mujer guardó silencio contrariada.

- Ese infeliz se ha atrevido a ¿molestarla? ¿La ha ofendido? Dígamelo. Porque si es así le juro que voy y le parto toda su...

- No por favoo. No busque maa problemaa Roberto y menos por mi curpa.

- Pero...

- Ese hombre no debe verme. No debe sabee donde vivo...

- Pero ¿por qué?

- Ee muy peligroso. No le puedo decii maa.

En eso la mujer echó a correr perdiéndose entre la gente.

            
            

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