No sabes que sentir; lástima, rabia, dolor, pena o remordimiento. Puedes tener todas a las vez, o solo una. Pero sea lo que sea que sientas, es algo que no se supera.
Se aprende a vivir con ello.
Al estar aquí en el cementerio con mis padres no puedo evitar pensar todo eso. Estos últimos años hemos tenido 3 pérdidas en la familia. Mi abuela materna, mi hermana, y hermano.
Pero a diferencia de estos últimos, mi abuela murió porque le dio un infarto. Sufría del corazón, creo que muchos ya lo esperábamos, pero eso no quitaba lo doloroso que fue la noticia.
A la persona que más le pego fue a Adela, ellas eran muy cercanas, incluso más que yo. No teníamos problemas porque yo era más cercana a su hermana gemela, mi tía Ofelia. Sí, mi abuela tuvo una hermana gemela, al igual que lo fuimos Adela y yo. Y cada una tenía a su gemela favorita por ambas partes.
Observo la placa de mi abuela: Olga Davies. Siempre vivirás en nuestros corazones.
Y a pesar de que yo no era la más apegada a la abuela, la extraño. Adela perdió la cabeza por un tiempo, pero poco a poco volvió a ser ella. Supongo que se estaba acostumbrando a vivir sin ella.
-El tiempo se está oscureciendo, deberíamos volver. -dice mamá, mirando al cielo.
Y sí, ya está apunto de caer la noche.
-¿Seguro que no quieres visitarlos? -pregunta papá. Y sé que es conmigo.
Niego con la cabeza, -Aún no estoy lista.
Él solo asiente, mientras empezamos a caminar por el cementerio.
Pasamos unas lápidas y algunas parecen descuidadas, como si fueran años que no son visitadas. Llegamos a casa, y sé que mi padre y yo tenemos un tema pendiente, pero ya no sé si quiero preguntar.
-¿Papá? -lo llamo.
-¿Si, pequeña?
-¿Podríamos hablar? -señalo la puerta de su oficina.
-Claro, dame un momento. Esperame ahí.
Asiento.
Mi padre se queda hablando unas cosas con mi mamá, y sé que probablemente es de mí. Entro a la oficina, y veo que todo sigue igual como siempre.
Su escrito con unos papeles bien ordenados en pilas. Las dos sillas que están al frente, y la enorme silla cómoda que está atrás, que mi papá siempre usa. El pequeño sofá que escogió mi mamá. Y los muchos libros que tiene en la zona de la biblioteca, todos bien acomodados.
Me siento en su silla, mientras doy vueltas como niña chiquita. Pero no sería yo, si no hago desastre.
Por accidente me tropiezo con unos papeles que terminan cayendo al suelo y me apresuro a recogerlos antes de que mi padre entre.
Hasta que veo algo que llaman mi atención.
No son los mismos papeles de los viejos casos de mi papá, son nuevos. Y para mi sorpresa, es del caso de mi hermano.
Bingo.
Recojo los demás papeles para dejar el de mi hermano a parte, pero veo un papel con el nombre de Adela.
Frunzo el ceño.
Y está otro con mi nombre. Escucho los pasos de mi papá aproximándose, y escondo los papeles justo como estaban.
-¿Qué haces? -pregunta al abrir la puerta.
Por suerte ya había dejado todo como estaba.
-Solo esperando por ti. -digo con una sonrisa angelical.
Al parecer lo cree, y se acerca tomando asiento en las sillas de al frente.
-Veo que te sigue gustando girar en la silla como cuando eras pequeña. -señala hacia mi asiento.
No puedo creer que recuerde eso.
-Y siempre me regañabas. -le recuerdo.
-Ya me habías dañado 15 sillas. -me recuerda él- y no quería que te lastimaras.
Sí, tiene razón.
Aunque en realidad fueron 21 sillas, mi mamá me ayudaba a reemplazarlas cuándo él no estaba.
-Aquí me tienes, pequeña. -entrelaza sus dedos para escucharme con atención- te escucho.
Cierto, iba a hablar con él para ver que había averiguado en el caso de mi hermano. Pero no le puedo decir nada sin antes ver esos papeles, y saber porque yo también tengo uno.
-Estoy esperando. -me dice.
¿Ahora qué hago?
-El señor Allen y su hijo me han invitado a una cena en su casa, y tenía pensado ir. -improviso.
En realidad no me había decidido si ir o no, pero necesitaba distraerlo.
-¿Zed Allen? -pregunta y asiento- no sabía que Zaid había vuelto. -dice de manera pensativa.
-¿Tú lo conoces?
-Claro. Cuándo era pequeño se la pasaba jugando en el parque de la esquina. -sigue- aunque ustedes nunca hablaron porque a ti no te gustaba ir para ese parque. Preferías jugar con el balón en el jardín sin tantos niños.
Lo recuerdo.
-Es que los niños eran molestos. No me gustaban.
-Si, si. -se burla.
Lo fulmino con la mirada.
-Entonces... ¿no hay problema con que vaya?
-Para nada. Solo no vuelvas tarde, y que Zaid te acompañe.
Hago una mueca de fastidio.
-¿Es en serio?
-Sí. -se levanta para ir a donde estoy- ahora ve a arreglarte para la cena. Tengo trabajo que hacer.
Decido no refutar. Y voy hacia la puerta sin antes darme vuelta y mirar el escritorio.
Voy a conseguirte, papeles.
***
Estoy parada justo afuera de la casa de los Allen.
Me decido entre tocar la puerta o el timbre, pero con el pasar del tiempo pienso que no es buena idea. ¿Qué hago aquí? Esto debe ser una cena familiar y yo vengo a arruinarla. Tal vez el señor Allen solo me invitó por cortesía, y no porque en realidad quisiera que viniera.
Cuándo estoy a punto de dar media vuelta, veo como la manilla se gira y esta se abre mostrando a Zaid con el ceño fruncido.
Tiene el cabello húmedo, unos jeans que le quedan perfectos. Una camisa de botones blanca, con los primeros dos botones sin abrochar y las mangas las tiene rodadas hasta los codos. Está perfecto.
Su ojos azules con gris se posicionan en mí, y siento como me detalla al igual que yo a él. Ninguno dice nada hasta que sale el señor Allen.
-Oh, Ángeles. ¡Si viniste! -me agarra del brazo adentrandome a la casa- la comida ya está lista, puedes sentarte donde quieras.
Y así es. La mesa está puesta, es la comida más elegante que he visto. No sé que es ni la mitad de lo está, pero luce bien. Además, el olor hace que mis estómago proteste por no haberlo alimentado las últimas 5 horas.
El señor Allen se sienta en un extremo de la mesa, mientras Zaid se sienta a su derecha, decido sentarme a su izquierda, de frente al ojos azules que no ha dejado de mirarme.
-Estás muy linda, Ángeles. -me dice el papá de Zaid con una sonrisa.
-Muchas gracias. -me ruborizo.
-Esta cena es por mi mujer. Hoy se cumple un año más de su partida, y sé que sea dónde sea que esté. Sigue siendo la persona más hermosa que haya conocido. -le agarra la mano a Zaid- hoy estamos aquí por primera vez desde que te fuiste, espero estés feliz y descansado en paz. Te amo. -finaliza.
Por lo que sé la esposa del señor Allen murió de cáncer, fue tan repentino, y actuó demasiado rápido.
Lo que no entiendo es porque Zaid se fue y lo dejó, y tampoco quiero preguntar, no quiero ser imprudente.
-Mmm, esto está muy rico. -digo saboreando la comida.
-Lo preparó Zaid. Tiene buenas habilidades en la cocina, todo lo hizo él. -dice Zed, orgulloso.
Eso me sorprende.
La cena transcurre en silencio. Después del discurso de Zed, Zaid no me miró más, se ha centrado solo en su plato. Y eso es raro, no parece él.
-A mí ya se me hizo la hora. -dice el señor Allen levantándose- gracias por venir, Ángeles. Significa mucho para nosotros. Puedes quedarte cuánto gustes.
No se vaya, señor.
-Gracias a usted por invitarme. -le sonrío.
-Se portan bien, chicos. Nada de ruidos. -me atraganto con el agua que estaba tomando. Y eso le hace gracia a la persona de al frente.
El señor Allen se va, y nos deja solos.
Siento su mirada sobre mí otra vez, y eso hace que me sienta incómoda. No me gusta que me miren.
-¿Qué? -lo miro también.
-Quiero mostrarte algo. -dice, levantándose.
No me muevo.
-¿Qué esperas?
-¿Qué quieres mostrarme?
-Es una sorpresa.
-¿Y qué es?
-Si te digo no será sorpresa. -dice como si fuera obvio. Aunque es verdad.
-Solo 5 minutos, tengo que ir a casa. -respondo.
-¿5 minutos? Para eso no te llevo a ningún lado.
-Bueno... Como tu quieras...-me levanto.
-Vale. 5 minutos. -responde de mala gana- sigueme.
Salimos, y no tardamos nada cuando llegamos al lugar donde no me gustaba venir de niña: el parque.
-¿Esta es tu sorpresa?
-De niño me gustaba estar mucho aquí. -dice ignorando mi pregunta.
Visualizo mi alrededor, y veo unos toboganes, unos columpios al fondo del parque, una rueda, y algunos bancos.
Nada especial.
-Aquí solía olvidar todos mis problemas. -llegamos a los toboganes. Son dos toboganes, pero al caer están al lado del otro.
Me pregunto lo diferente que habría sido mi vida, si me hubiera gustado venir.
-Sube conmigo. -me dice acercándose a la escaleras para montarse al tobogán.
-De eso nada. Estás loco. -contesto.
Su risa hace eco en el parque.
-Sabía que dirías eso. ¿Acaso te da miedo?
-¿Miedo? ¿a mí? Para nada.
-Entonces, sube. -me reta.
-Ya te dije que no.
-¿Escuchas eso? -pregunta, y no entiendo hasta que lo oigo.
Empieza a hacer sonidos de gallina. Burlándose de mí.
Ahora si me va a escuchar. Me acerco a las escaleras del tobogán y las subo hasta quedar arriba con él.
¿Por qué esto es tan alto?
-No, no haré esto. -intento bajar, pero Zaid me jala el brazo.
-De eso nada. ¿confías en mí?
Dudo, -¿Sí?
-Con eso me basta. -hace un ademán de lanzarnos.
-Ya va, ya va. -lo miro- prometeme que no me vas a soltar.
-Nunca te soltaría. -me responde, y parece sincero.
Respiro suavemente, -Está bien. Adelante.
Sonríe maliciosamente, y cierro los ojos. Nos sentamos, y siento como me empuja con él. Siento la brisa pasar por mi rostro, y la adrenalina en mi corazón latiendo muy fuerte. Y en menos de nada ya estamos abajo.
¿Eso fue todo?
-¡Vamos a hacerlo otra vez! -digo emocionada, nunca me había montando en uno.
Zaid rueda los ojos, pero ríe.
Después de no se cuantas pasadas, ya me siento cansada. Nos quedamos abajo al final del tobogán.
-No ha sido tan mal. -digo.
-Ya veo.
Sus ojos brillan aún más con la luz de la luna y no puede verse mejor.
Me acomodo un mechón detrás de mi oreja, y acomodo los que se pegan a mi frente por el sudor. Noto que Zaid se mde queda viendo, pero no a mí, sino a mi muñeca, y sonríe.
-Muy linda. -la señala.
-¿Verdad que sí? Muy original. -digo orgullosa.
Hace una mueca, -Linda sí, ¿original? No lo creo.
-¿Por qué lo dices?
Lo miro confusa cuándo se empieza a desabotonar la camisa.
Y lo veo.
¿Cómo no lo había visto?
Toco su pecho admirando el tatuaje. Está hermoso. Y a pesar de que tiene otros tatuajes, es ese el que llama mi atención.
-Es una mariposa...
-Pavo real. -termina por mi- una mariposa pavo real.
Es casi igual a la mía, solo que la de él es más grande.
-Y yo que pensaba que era el único. -se ríe.
-Ya somos dos.
-Cuéntame tu historia.
-¿Mi historia? -pregunto.
-¿Qué hay detrás de este tatuaje? -acaricia mi muñeca y sé que puede sentir la cicatriz.
-Mi hermana se suicidó. -se me salen las palabras antes de que pueda controlarlas.
-Si ano quieres hablarlo, está bien. Puedo esperar. -agradezco que no me presione.
-No, no quiero.
-Vale, tranquila.
-Cuéntame la tuya.
-Algún día te la contaré. -se levanta y me ofrece la mano- vamos, ya es tarde, y tengo que dejarte en tu casa.
No digo nada aceptando su mano. No decimos nada en el camino. Hasta que llegamos a la puerta de mi casa.
-Em... Gracias por lo de hoy. -le digo nerviosa.
-Gracias a ti por venir.
-No hay de qué.
Mi manos empiezan a sudar cuando se acerca tanto, que pienso que me va a besar.
Pero no lo hace, me da un beso en la mejilla, para susurrar en mi oído:
-Hoy luces hermosa. -y se aleja dejando mi corazón a mil.
Cierro la puerta y me agarro el pecho, que mi corazón parece querer salir corriendo.
Pero no me da tiempo de pensar cuando veo la oficina de mi papá y me acuerdo que tengo algo que hacer. Al entrar voy directo al escritorio, y por suerte, los papeles están donde los dejé. Me siento para leer con más calma. El mio está prácticamente vacío. Así que voy por el de mis hermanos.
Me congelo al leer el de Adela. Esto no puede ser.
Voy por por el de mi hermano, y dice lo mismo que el de Adela.
Y siento como mi mundo se viene abajo.
Asesino: Noah Wilson.
***