Capítulo 2 EL VALLE DE TULUANE (parte 2)

Como la joven lo evadió y se levantó, él, haciendo lo mismo, comentó:

─ ¡Disculpa mi osadía, no quise agraviarte!

─No te disculpes, pues no hiciste nada malo ─afirmó la pelirroja al tiempo que se sacudía la vestimenta del polvo de la caída, y enseguida, le vio directo a los ojos─. Si no permití que me besaras, es porque para los Aminixur las relaciones de pareja no son como las de ustedes...

─ ¿Y cómo son? ─interrogó el oficial y comenzó a limpiarse la ropa.

─Nosotros creemos en un mito que dice "con un beso se roba el alma"; lo cual indica que un beso es lo suficientemente significativo como para que dos personas intercambien parte de sus corazones a través de él. Por ello, los Aminixur podemos dar besos en la frente, en símbolo de protección; en las mejillas, en señal de cercanía y admiración; en las manos, en símbolo de unión; pero sólo los esposos se dan besos en la boca; siendo esto tan significativo para nosotros, que es en el acto nupcial donde los novios sellan su unión con el primer beso.

─ ¡No puede ser! ─exclamó él llevándose las manos a la cabeza en señal de asombro.

─En verdad quiero que me beses, pero no puedo permitírmelo porque soy muy ortodoxa... ─bajó la mirada.

Casi enseguida a dichas palabras, el almirante, tomándole el rostro con ambas manos para hacer que lo mirara, afirmó:

─Conservar tus raíces no te hace una mala persona, así que no te sientas avergonzada. Más bien dime, según tus tradiciones, ¿Cómo hago para que seas mi novia? ─la pelirroja rió─. ¿De qué te ríes?

─Es que para que seamos novios solo tienes que proponerlo ─contestó Penélope enseriándose, y le sujetó las manos que él tenía sobre su rostro.

─Para ser una tribu con costumbres conservadoras, eso es muy simple, pero me agrada ─dijo Sebastián bajando sus manos juntamente con las de ella─. ¿Aceptarías ser mi novia? ─ambos se miraban con ojos enamorados, y aunque no lo demostraban, tenían el corazón latiendo aceleradamente; y como la viuda asintió al tiempo que le sonreía con timidez, él, le levantó la diestra y le dio un beso en la dorsal de ésta, haciéndolo todo sin dejar de observarla fijamente ojos a los─. ¿Y ahora qué sigue? ¿Qué cosas puedo realizar como tu novio? y ¿Qué cosas hay que hacer para nuestro matrimonio? Pues no podré resistir mucho sin besar esos rojos labios.

─ ¡Lo mismo digo yo! ─comentó ella tapándole la boca con su mano y dándole un beso, siendo su mano lo único que separaba ambos labios─. Bueno, la verdad es que si vamos a regirnos por las reglas de mi aldea, la ceremonia solo debe ser oficiada por el pariente masculino más cercano a la contrayente; y aunque mis padres eran huérfanos y yo también lo soy, todo Aminixur es familia mía, por lo cual, puede casarnos.

─En ese caso, tocará esperar a vencer al vicealmirante para poder ir en busca de algún Aminixur que nos pueda casar ─comentó Sebastián abrazándola por la cintura y regresaron a la cabaña.

Cerca de las cuatro de la tarde, Penélope, que organizaba las cosas que tenía guardadas en las gavetas y el closet de su recamara, notó el petricor de una tenue lluvia que se esparcía por el valle; así que descendió con rapidez y, al salir, la lluvia arreció. Por su parte, el almirante, que curioseaba los libros que tenía la vasta biblioteca, no entendió el porqué de dicha actitud y fue tras ella; y quedando a la entrada del recinto, contempló como la pelirroja daba vueltas bajo la lluvia sin percatarse de que era observada por él; y al marearse por tanto girar, se dejó caer sobre la arena y su vestido blanco se mojó del agua marrón que se constituía el actual piso de las cercanías de la vivienda.

La lluvia caía en abundancia, mas a Sebastián no le importó y se sentó junto a ella, quien se levantó para estar a su mismo nivel; entonces él, que apenas empezaba a mojarse, detalló como las gotas de agua corrían libremente por todo el cuerpo de su amada, y afirmó:

─No sabía que te gustara tanto la lluvia...

─Jugar bajo la lluvia es sin dudas algo que disfruto demasiado, aunque a menudo no me doy ese gusto... ─dijo Penélope escurriendo en vano su cabello y colocándolo sobre su hombro.

─Yo no recuerdo haberlo hecho nunca.

La viuda sonrió en forma de niña traviesa y, tomando del barro que estaba bajo su mano, le frotó el rostro con éste, y luego, incorporándose velozmente, corrió en dirección al riachuelo por el cual habían arribado al lugar; pero como el militar sabía que ella estaba jugándose, se limpió con serenidad el rostro y fue tras ella. La brisa movía las hojas de los árboles con fuerza, y cuando el soldado hubo pasado junto al árbol de wanipan, la pelirroja, que estaba escondida próxima a él, aprovechó para retornar; no obstante, cuando se distanció un poco, Sebastián se dio cuenta de su acción y fue en pos de ella, mas como Penélope era muy veloz, le dio tiempo de subir hasta la terraza, donde obviamente fue alcanzada por él, pues no tenía hacia dónde más correr.

Al verlo entrar a la terraza ella trató de eludirlo, pero el apuesto oficial logró tomarla por el brazo, la atrajo hacia sí y la abrazó. Ambos reían como niños, y el almirante, asiéndola de la cintura, la alzó y comenzó a dar vueltas con ella; y cuando al fin la bajó, los dos se tiraron al suelo y descansaron del agitado juego.

─ ¡Tenía años que no me reía tanto! –exclamó Sebastián poniendo su mano izquierda bajo su propia cabeza, mientras la lluvia comenzaba a cesar.

–La verdadera felicidad se halla en reencontrarnos con nuestro niño interior, disfrutando de cada momento como lo único y especial que es ─dijo la joven, quien se inclinó levemente, le limpió el rostro de la lluvia, la cual seguía mojándolos aunque no de forma tan severa como al principio; y le dio un beso en la mejilla.

─ ¡Gracias por hacerme conocer la felicidad! ─le acarició el rostro con su mano derecha y permanecieron por unos segundos mirándose con ojos iluminados por la luz de los que están perdidamente enamorados.

─Creo que deberíamos entrar... ─sugirió Penélope sintiendo que mutuamente se estaban acercando como imanes para besarse.

─Si, también creo lo mismo ─dijo el marine siendo consciente de lo que ocurría, y ambos se incorporaron, mas como Sebastián se adelantó un poco, ella, de un salto, se le subió a la espalda y él la llevó cargada hasta la puerta de su recamara.

─ ¡Gracias! –dijo la pelirroja bajándose de la espalda de su amado, y enseguida, soltó la cola alta que tenía y volvió a recogérsela, porque se había despeinado durante el jugueteo.

─ ¿Por qué me das las gracias? ─dijo él girándose, y la acorraló contra el marco de la puerta en una forma muy osada y sensualmente intimidante.

─Por todo... ─contestó Penélope en voz baja y levantó su mirada para verle directo a los ojos, momento en el que el militar le sujetó el mentón, le inclinó el rostro hacia abajo y le dio un beso en la frente, y luego, en tanto que la viuda entró a su cuarto, él se marchó a su recámara para cambiarse, porque los dos destilaban agua.

Después de que el marine se cambiara la ropa a la misma que tenía al salir del poblado de Xiquio, salió y percibió que el corredor y las escaleras que habían mojado al entrar, se encontraban secos, así que dedujo que la pelirroja se había encargado de limpiar todo; y bajando, halló que ella descansaba sentada sobre el sofá del recibo, ciñendo un vestido rosado tipo blusón, de mangas largas, y cuyo largo era solo un poco más arriba de lo que siempre vestía; y como su vista estaba perdida en los matices del paisaje que se contemplaba por el ventanal, el cual se mostraba fresco porque la lluvia había cesado en su totalidad y las aves volvían a cantar felices, el soldado se acomodó a su lado, y comentó:

─Aunque mi mente científica intenta explicar toda la creación, debo admitir que ésta tuvo que ser diseñada por un ser Superior, porque es hermosamente perfecta; pero al verte a ti, entiendo que ese ser dedico particular atención para hacerte, pues eres inmensurablemente bella ─ella giró el rostro para verle con una sonrisa─ ¿En qué piensas que estás tan ensimismada? ─la joven le contestó con su voz de ángel mientras volvía su rostro al frente, pero Sebastián no prestó atención a la respuesta, puesto que se concentró en detallarla─. ¿Puedes mirarme un momento?

─Me doy cuenta que no oíste lo que te dije ─afirmó ella sonriendo, y en tanto accedía a virar el cuerpo entero hacia él, el marine rió ligeramente como confirmando lo que ella acababa de decir.

─ Al verte, puedo entender perfectamente por qué tu difunto esposo escogió sufrir a cambio de tu bienestar; y es que al igual que él, yo también daría mi vida sin pensarlo con tal de que tú estuvieses bien ─la joven se enserió y se volvió a girar hacia la ventana─. ¿Dije algo que no debía?

─El presente, es una comida que debe comerse al instante porque rápidamente se descompone para convertirse en pasado, y si te mantienes mirando hacia atrás, dejarás de disfrutar el ahora ─dijo la pelirroja con una voz muy tierna, pero con la firmeza de una cordillera rocosa, y se giró para verle a los ojos mientras hablaba─. Yo he aprendido a disfrutar cada cosa en su momento y por eso en mi corazón no caben las comparaciones, pero tú vives trayendo a Docle entre nosotros, sin comprender que él fue mi ayer y tú eres mi hoy.

─Lo siento, pero no puedo evitarlo, pues te conocí junto a él; y el saber que ahora ocupo su lugar no es algo fácil de asimilar─ se recostó sobre el espaldar del mueble y adoptó una postura de comodidad plena mientras dirigía su vista hacia el jardín.

─Tú jamás podrás ocupar su lugar, sencillamente, porque tú tienes tu propio lugar ─se inclinó un poco para poder mirarlo a los ojos─. ¿Si te digo lo que pienso de cada uno, dejarías de compararte con él?

─Solo si me convences... ─respondió Sebastián sonriéndole, y colocó su brazo izquierdo detrás de su propia cabeza en señal de relajación y de que dudaba de que ella pudiera persuadirlo.

–Aunque él fue un ser estupendo al que quise mucho y del que estoy muy agradecida por haberme cuidado, su actitud temerosa y su excesiva protección me hicieron sufrir durante el tiempo que pasé a su lado; y por eso nunca pudo tener un puesto destacado en mi corazón y tampoco pude entregarme a él más que con un beso... ─el marine hizo un gesto de asombro, y ella le acarició el rostro y recostó la cabeza sobre el tórax de él─. Pero contigo es diferente, porque, aunque es poco el tiempo que compartimos en el pasado y ahora, tu personalidad y esa forma especial de ser conmigo han hecho que te sienta parte de mí más allá de lo que algún día hubiese podido imaginar que alguien pudiese hacerme sentir.

─No creo en el destino ─entrelazó la mano con la suya, le besó los nudillos, y seguidamente, le rodeó la espalda con su musculoso brazo─, pero le agradezco a aquello que nos ha unido, el haberte traído a mi vida.

–Yo tampoco creo en el destino, o al menos de la forma casual, pero sí creo que en cierta forma existe una predestinación; pues sé que el amor quebranta las reglas que rigen el tiempo y el espacio, ya que todo está conformado por amor ─levantó la mirada sin perder su postura y divisó que él veía hacia la ventana─; así que quizás, en un tiempo atrás donde aún no existía lo creado, ya nuestro amor estaba formándose.

─Eso explicaría por qué te amé apenas te vi y porque estar junto a ti me hace ser tan feliz ─aseguró Sebastián dándole un beso en la frente.

─Ser feliz es una elección –aseguró Penélope sentándose en su posición anterior.

─Entonces yo elijo que mi felicidad seas tú ─se sentó adecuadamente para quedar a su nivel, y dándole un beso con suavidad en la mejilla, deslizó sus labios rozándole su faz hasta llegar a su oído, donde le susurró─. ¡Te amo!

─ ¿Estás seguro de que eso es amor? ─murmuró ella abriendo los ojos que había cerrado en tanto los labios de él acariciaban la piel de su rostro.

─Si sientes la energía, entonces sabes que es amor ─se acostó en el sofá, colocó la cabeza sobre su regazo, y divisó que ella bajó su vista hacía él─. ¡Si no te amara como te amo, te habría besado hace rato!

─Pues en algo tan simple como eso, dejas ver que realmente me amas ─dijo Penélope sonriendo, y enfocando el horizonte, comenzó a acariciarle el cabello─; porque quien no puede respetar las pequeñas cosas, mucho menos respetará las grandes; y el amor y el respeto van de la mano.

─Quisiera que me aclararas algo que no ha dejado de rondarme la cabeza ─dijo Sebastián, quien la contemplaba extasiado por su belleza, y ella le miró─. ¿De dónde sacaste que me gustaba la alférez Cook?

─Yo no dije que te gustaba, sino que ella gustaba de ti.

─ ¿Y por qué concluiste eso? ─se incorporó para quedar sentando a su lado como al principio; y la vio fruncir el ceño y hacer puchero como solía hacer cuando estaba celosa.

─No necesitas ver el viento para saber su dirección, ya que el movimiento de las nubes te lo dice; así, ella no necesitaba decirlo, pues se le notaba en cada gesto y en su voz insinuante.

─Entonces mis sospechas eran ciertas ─sonrió.

─ ¡¿Sospechabas que ella gustaba de ti?! ─dijo la pelirroja con cejas arqueadas que permitían notar que no creía lo que acababa de oír, y cuyo tono de voz apenas si disfrazaba su disgusto por el comentario de él.

─No, lo que sospechaba es que esa era tu cara de celos ─respondió el almirante y divisó que ella cambió su faz a una de asombro, develando que no fue consciente de que estaba experimentando celos sino hasta que él se lo dijo; y tomándola por la cintura, la giró y atrajo hacia sí hasta hacer que su espalda pegara al tórax de él, momento en que le habló suave al oído─. Me gusta tu cara de celos, hace que te veas muy bonita.

─No te acostumbres, porque los celos son duda y miedo, y ambas cosas me harían mermar en el amor; lo cual no es algo que me vaya a permitir que suceda ─dijo Penélope con una sonrisa que él no podía ver.

─Tranquila, pues de ella jamás podrás volver a sentir celos porque está muerta ─dijo sin remordimiento, porque para él la alférez fue un enemigo y por ellos él no tenía ningún tipo de compasión─; y tampoco lo harás con ninguna otra, porque eso haría que tu hermoso rostro mostrara tristeza, y a mí me gusta verte sonreír ─luego de un breve silencio, se separó un poco─. Por cierto ¿Cómo va tu herida?

─No la he revisado, pero sé que ya no sangra... ─se giró lo suficiente para quedar con su cuerpo de frente al de él.

─ ¿Puedo revisarla? ─dijo el almirante esperando su aprobación.

─ ¡Claro, tú eres mi doctor! ─dijo ella acercándose lo más que pudo para acortar la distancia entre ambos, y luego, viró el dorso hacia la pared y recogió su cabellera hacia el lado opuesto a la lesión; todo, con el fin de que Sebastián pudiese chequear su herida sin inconveniente

─ Eh ─dijo el almirante notando que la manga le quedaba muy pegada al brazo─, creo que tendré que desabotonar un poco tu blusón y bajarlo para poder revisarla, porque de otra manera podría lastimarte sin querer ─ella asintió y él hizo lo que dijo hasta que el hombro y el inicio del brazo de ella quedaron descubiertos; y cuando revisó la herida y percibió que ya se constituían un par de cicatrices, se inclinó y le dio un beso justo ahí.

Al levantar la mirada notó que Penélope se sonreía, y como tenía despejado ese lado de su cuello, lo que la hacía verse muy provocativa, él empezó a darle pequeños besos que iban ascendiendo hacia el cuello. La pelirroja quería pedirle que se detuviera, pero se había sumido en la indescriptible sensación que le producían sus besos y de manera inconsciente cerró los ojos y con su mano prácticamente guiaba su cabeza para que supiera dónde posar su labios; así que pronto Sebastián también se dejó llevar por el momento y, rodeándole la cintura, la acercó más a él y continuó recorriendo con sus besos las distintas partes de su hombro y su cuello.

─Detente por favor, porque voy a terminar por corresponder a tus besos ─balbuceó Penélope con un tono de voz que era como un "no me hagas caso".

El almirante dejó de besarla como lo hacía, y abrazándola hasta hacer que recortara la cabeza en su tórax, comentó:

─Si recibes una dosis de besos diaria que te recuerden que te amaré aún más allá de ésta vida, porque mi amor por ti es perenne e inmarcesible; verás que ni la cicatriz te quedará.

─Si el remedio son tus besos, tendré que lesionarme seguido... ─dijo entre risas levantando ligeramente su faz para divisarle, y mutuamente se miraron con ojos enamorados─. ¡Te amo! ─los dos morían de ganas por besarse, por lo que el almirante se inclinó levemente, y besándole otra vez la frente, giró la cara hacia al horizonte; mientras que por su parte, la pelirroja volvió a recostar su cabeza sobre el tórax de él.

                         

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