«¡Gracias, Dios! Ahora me siento un poco más humana», se dijo.
Se miró en el espejo, al menos ya le había bajado el alcohol del cerebro. Se acomodó el vestido, bueno en verdad era el pedazo de tela que le cubría el trasero. Salió del cuarto de baño con mejor semblante y sobre todo sobria. Estaba pasando descuidada. Tratando de que sus ojos se acostumbraran de nuevo a la oscuridad. Cuando...
-Uff esto se siente muy bien...
Escuchó una voz grave y los gemidos de una mujer. ¡Santísima Virgen!. Ahora si estaba del todo espabilada. Se acercó más a la puerta y colocó su oído sobre ella.
-Abre la boca -de nuevo la voz.
De manera inconsciente Alessa acató la orden también.
-Tómalo todo.
«¡Dios!».
Con aquella última frase su vientre se estremeció. Lo que decían los libros era totalmente cierto. El ser humano es cien por ciento necio. Los gemidos de placer de la compañera de aquella voz. Que era obvio que estaba animando a recibir más. Hacía algo en ella, la llamaba como el panal a la abeja.
-Creo que en este país hay un refrán que dice que la curiosidad mató al gato.
La voz demasiado ronca con un fuerte acento detrás de su espalda hizo que pegara un brinco. El hombre que estaba detrás de ella, era blanco, alto con la contextura de un jugador de fútbol americano. Tenía la cabeza rapada, era intimidante a pesar de que tenía facciones atractivas. Unos ojos azules que eran fríos como el hielo. Nariz un poco torcida, que indicaba lo peligroso que era, puede que la tuviera así por golpe. Sus labios eran finos, su boca grande. Estaba vestido todo de negro. De complemento una bufanda también negra alrededor de su cuello. Lo que hacía más espeluznante su aspecto.
-Lo siento tampoco es que son muy discretos -dijo Alessa nerviosamente.
El gran hombre entrecerró los ojos.
-Esa no es una muy buena excusa, señorita.
-Mire... -lo cortó-. Lo siento, se que ha sido de mala educación de mi parte, hacer esto. Le pido disculpas.
Dio la media vuelta y salió prácticamente corriendo. Aquel gran hombre no la había asustado tanto como lo que había escuchado detrás de la puerta. Respiró profundamente y se dirigió a la mesa en donde estaban sus amigos. Sonrió al verlos todos absortos disfrutando de la velada. Un brazo fuerte le rodeó la cintura.
-Realmente estás muy hermosa esta noche, Aless -dijo John en su oído y luego lo mordió. Ella trató de soltarse, él apretó más fuerte, y agregó:- No entiendo, porqué siempre pasas de mi.
Como pudo aplicó una de sus técnicas de defensa personal por años. Hizo que él la soltara y ella salió corriendo de nuevo al pasillo. Con esos tacones, era misión imposible. Así que John no tardó mucho tiempo en alcanzarla.
-Espera...-la agarró fuerte del brazo-, escúchame, lo siento.
Alessa se quedó inmóvil, con tono molesto apretó su cuerpo contra ella y manifestó:
-Crees que puedes estar vestida así y no traer consecuencias.
-¡No! -negaba con la cabeza cuando él intentaba besarla-. No quiero. ¿No entiendes?
-Escuché que la dama ha dicho que no -de nuevo el hombre con la voz demasiado ronca-. Así que les sugiero que la suelte ahora mismo, caballero.
-No está pasando nada -replicó John pasando la mano por su cabeza, al mismo tiempo que giró hasta el gigante vestido de negro.
Alessa sólo lo miraba con los ojos bien abiertos por el aturdimiento. El hombre al ver aquello con un asentimiento de cabeza le preguntó si estaba bien.
-Señorita, creo que lo mejor es que camine por el pasillo, y que busque la tercera puerta -la miró serio-. Espere ahí por mí, necesito sacar la basura de las instalaciones. ¿Ha entendido?
-Sí -respondió Alessa y asintió con la cabeza rápidamente.
Se soltó completamente del agarre de John, y fue hasta donde le indicaba el gigante. Caminando todo lo rápido que le permitía los zapatos. Llegó a la habitación en donde le habían dicho que esperara. Estaba completamente a media luz. Pero, como no tenía ánimos de nada, prefirió dejarla así. Al menos se podía ver donde estaban las cosas. Había una cama redonda en el medio. El espacio era grande, asumió que la puerta que veía era un baño. Así que fue hasta allá para lavarse la cara. Una vez más miró su reflejo en el espejo. No había duda, tenía mala fortuna. Nunca debía celebrar su cumpleaños. Las cosas más raras siempre le pasaban a ella ese día.
Una lágrima rodó por su mejilla.
-¡Mi vida ha sido un infierno sin ustedes! -exclamó a su reflejo.
Ese día extrañaba más que nunca a sus padres. Tal vez a su madre no tanto, porque era en realidad muy pequeña cuando ella murió. Pero a su padre con todo, y el error que cometió al casarse con Gissel lo extrañaba todos los días.
Lo sucedido con John le había hecho sentir que estaba sola en este mundo. Que tenía una amiga incondicional, sí. Que era como su hermana, sí. Pero que por más que la quisiera no tenía con ella un lazo tan fuerte como el de sangre. Pensando en lo sucedido, decidió echarse por unos minutos en aquella cama inmensa.
Quería descansar por un rato, lo suficiente para tomar fuerzas y enfrentar al gigante calvo. Estaba demasiado segura de que él le daría un sermón. No sabía el porqué a pesar de lo intimidante ese hombre le transmitía seguridad y confianza. Cerró los ojos un momento, solo por unos minutos descansaría.
La mezcla de cansancio, alcohol y la adrenalina del episodio anterior la venció. No supo cuanto tiempo se quedó dormida. Lo que sí supo qué la despertó, sutiles besos. Eran tan suaves como el roce de una pluma. Un cuerpo cálido y fuerte encima de ella. Su lengua enroscándose con la de ella. La invadía, la conquistaba. Automáticamente sus delicadas manos fueron hasta su cabello. Sentía como el desconocido se frotaba contra su cuerpo.
No podía abandonar sus labios, se sentía tan correcto. Por más que lo intentara no podía parar. Las manos del sujeto comenzaron a recorrer su cuerpo mientras sus labios no abandonaban los suyos. Sentía como su virilidad iba aumentando de tamaño con cada uno de sus movimientos de caderas. Su cuerpo estaba febril, hasta que su mente en ese momento se despertó de golpe. Removiéndose debajo del hombre fuerte.
-¡No! ¡ No y no! -comenzó a gritar.
El hombre estaba completamente aturdido.
-Después que me pedías a gritos que te follara. ¿Vas a gritar de esa manera? -preguntó con rabia- ¿Ese es tu juego?
Aquella voz le resultaba familiar pero no podía ubicarla. El pánico se apoderó de ella.
-Jamás te he invitado a follar –aclaró y tratando de que se moviera un poco para poder salir hasta que por fin lo hizo.
El misterioso hombre la sujetó. Ella utilizó los años de entrenamiento que tenía en defensa personal y lo inmovilizó quedando a horcajadas encima de él.
-¿Qué coño crees que estás haciendo? -gruñó el hombre.
-Intentaste abusar de mi, cretino -estaba llena de furia.
-Yo no he tomado nada que antes no fuese ofrecido.
-Yo. No. Te. He. Ofrecido. Nada -afirmó en voz alta y apretando los dientes.
-¿Qué haces aquí entonces? -el hombre cuestionó un tanto confundido.
-El gorila calvo dijo que lo esperara aquí -soltó un poco su agarre sobre él.
Eso fue todo lo que necesito para que Yasir se moviera rápidamente, y fuese él quien la inmovilizara. Le puso las manos por encima de la cabeza.
-¿Quién demonio eres? -preguntó confundido.
-Soy quien va a patear tu culo y reventar tus pelotas -contestó Alessa retándolo.
Yasir se echó a reír a carcajadas y el movimiento hizo que frotara un poco su sexo alineado con el de ella. Un jadeo se escapó de sus labios.
-Jamás me habían dicho tal cosa -se burló de ella.
-¡Suéltame! Es lo único que tienes que hacer y verás que cumpliré lo que te he dicho.
Él apretó más su agarre.
-Nunca me retes -su tono de voz denotaba peligro-, no te gustarán las consecuencias.
Había algo en esta mujer salvaje que le hervía la sangre. Cambió de posición y sostuvo sus brazos por encima de la cabeza con una sola mano. Ella se removía pero lo único que hacía era que su erección se volviera más grande. Yasir extendió su brazo para encender la lámpara que estaba en la mesita de noche y cuando lo hizo. Quedó totalmente sorprendido.
Sus miradas se cruzaron en un duelo.
La luz reveló el rostro de la mujer que estaba debajo de él. No pudo creer lo que veía era la chica que lo había obsesionado durante toda la noche. El deseo por tenerla fue mucho más fuerte que los modales. Volvió a inclinar su cabeza para volver a besarla. Esta vez de manera profunda y demandante. El miedo de ser atacada hizo que Alessa reaccionara de la manera menos indicada.
Relajó su cuerpo, decidió cederle por algunos minutos el control. Lo suficiente para que el hombre que estaba encima de ella bajara la guardia. Él continuó besándola y cuando sus manos recorrieron sus muslos Alessa movió un poco las piernas. Era en ese momento o nunca. Definitivamente, jamás estuvo preparado para lo que pasó a continuación.