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Amar al diablo del que todos intentaron escapar

Amar al diablo del que todos intentaron escapar

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img Oliver Quinn
5.0
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Acerca de

Corría la leyenda de que Caleb era un tipo sin corazón, peligroso de verdad, y que se llevaba mejor con las serpientes que con las personas. Incluso en casa, mantenía a su esposa, Lilliana, a distancia. En su vida pasada, Liliana, confiando en las palabras de su prima, firmó el divorcio y se largó lejos de Caleb con su hijo, solo para acabar sus días de manera atroz por la mano de esa misma traidora. Al renacer, recobró la conciencia y no titubeó: fue directa hacia aquel hombre hosco y gélido, tendiéndole los brazos para abrazarlo. Caleb le dio rienda suelta a todas sus maquinaciones, convencido de que se iría tras cobrar venganza, pero ella terminó aferrándose a él como una lapa. Ella, lejos de soltarse, se le enredó como una hiedra. Él, entrecerrando los ojos con una sonrisa fría, lanzó: "A mi lado solo te espera el infierno, ¿aún así te atreves a venir?". "Vengo". Esta vez, Liliana se negó a soltar su mano, rodeó su cuello y murmuró halagadora: "Si estás allí, lo llamaré mi hogar".

Capítulo 1 ¿No había muerto ya

"Señor Reynolds, su abuela insiste en que, pase lo que pase, debemos asegurar que los hijos que espera la señora Dixon estén a salvo".

La yema de un dedo, áspera y callosa, le rozó el brazo, un contacto gélido que la arrancó de su sopor.

Sus pensamientos eran lentos y confusos, pero el frío la obligó a reaccionar.

¿Hijos?

¿De qué demonios estaban hablando?

La cabeza le daba vueltas y los recuerdos, borrosos, se mezclaban en su mente.

Entonces, una voz masculina, fría como el acero, atravesó la niebla de su mente. "¿Y si no quiero a esos niños?".

Las palabras resonaron en su cráneo y, con un jadeo agudo, se despertó de golpe.

La cuchilla de su sueño parecía atravesarla, arrastrándola violentamente de vuelta a la realidad. El sudor frío le corría por las sienes mientras se llevaba una mano temblorosa al vientre apenas abultado, con los ojos desorbitados por la incredulidad.

Desde arriba, se escuchó una voz grave y resonante: "¿Ya despertaste?".

Las pestañas de Liliana parpadearon. Levantó la cabeza con lentitud, mirando directamente a un par de ojos insondables.

"Bien jugado, señora Dixon. Casi me engañaste para que me casara contigo".

El dedo del hombre presionó el vientre ligeramente redondeado de la joven y se deslizó hacia abajo con un movimiento deliberado. Sus labios se curvaron en una mueca burlona. "Pero si esos niños desaparecieran...".

Su tono era casi casual, pero la amenaza subyacente en sus palabras hizo que la sangre de Liliana se helara.

Ella se echó hacia atrás contra la almohada, agarrando la sábana tan fuerte que sus nudillos se pusieron blancos. La confusión se arremolinaba en su mirada, pero el pavor comenzaba a anidar en su pecho.

Caleb Reynolds.

El nombre resonó como una campana en su mente. El heredero de la poderosa dinastía Reynolds; el hombre que debía ser el padre de sus hijos.

¿Qué demonios hacía este tipo aquí?

¿Acaso no había muerto ya?

Su pulso latía con fuerza en sus oídos mientras exploraba los alrededores, que le resultaban demasiado familiares.

La revelación la golpeó con una fuerza vertiginosa. Después de todo, no había muerto.

Había regresado tres años al pasado, justo cuando estaba embarazada.

Tres años atrás, el destino la había arrojado en los brazos de Caleb durante una noche que lo cambió todo.

Aquel encuentro la dejó embarazada de mellizos. Cuando María Reynolds, la formidable abuela de Caleb, se enteró, de inmediato lo presionó para que llevara a Liliana a casa y se casara con ella. Caleb, sin embargo, lo malinterpretó todo y, desde entonces, la odiaba.

Esta era la segunda vez que se encontraba con Caleb.

No sabía si estaba atrapada en una pesadilla despiadada.

Instintivamente, se abrazó el vientre, mientras todo su cuerpo temblaba. "No lo harás", dijo. "Porque estoy esperando a tus hijos".

Aunque débil, sus palabras eran firmes.

En el fondo, confiaba en que él nunca haría daño a sus hijos. En su vida anterior, aunque Caleb siempre pensó que ella había conspirado contra él, nunca les puso un dedo encima a los niños.

La mirada de Caleb se ensombreció mientras escuchaba. Sus palabras, aunque susurradas, le llegaban con una claridad perfecta.

Rasgos delicados la hacían parecer casi etérea, pero despertaban algo oscuro en él.

"¿Mis hijos?". Recorrió su vientre con la mirada, con una sonrisa burlona. "¿Qué te hace pensar que me importaría un carajo?".

Un escalofrío recorrió a Liliana cuando se encontró con su mirada, fría e inflexible.

La reputación de Caleb iba por delante de él: despiadado, insensible, incluso con su propia familia.

Sus atractivos rasgos eran casi tan notorios como su gélida indiferencia.

Tenía la reputación de ser un playboy legendario y manejaba el poder como un arma. Las mujeres acudían a él en tropel, pero los rumores coincidían en que: el amor no formaba parte de su vocabulario, solo la lujuria y las aventuras pasajeras.

Peor aún, se decía que era tan de sangre fría que incluso había metido a su propio padre en la cárcel.

Para alguien como él, nada era sagrado.

Su mano se deslizó más abajo y sus dedos rodearon el tierno cuello de Liliana, con la presión justa para cortarle la respiración.

El rostro de Liliana se puso pálido como un fantasma y el miedo se le anudaba en el pecho.

Por un instante aterrador, creyó que la matarían de nuevo.

En ese momento, el estridente timbre de un teléfono rompió el silencio sofocante.

Caleb presionó el botón verde. Su expresión era oscura e inescrutable mientras la voz animada de su abuela, María, salía desde el altavoz.

"Cale, no olvides llevar a tu futura esposa a casa, para poder conocerla. Escuché que espera mellizos, un niño y una niña. ¡Nuestra familia no ha tenido más de un hijo por generación en décadas! No se te ocurra hacer ninguna tontería, y nunca hagas sufrir a Liliana".

La tensión opresiva que flotaba entre Caleb y Liliana finalmente se disipó.

Una calma frígida se apoderó del rostro de Caleb, con la mirada distante, imposible de descifrar.

Terminó la llamada sin decir una palabra.

Después de estudiarla durante unos largos segundos, finalmente la soltó. La palma de su mano rozó la mejilla en una caricia extrañamente suave, pero sus ojos brillaban con una advertencia.

"Cuando esos bebés nazcan", declaró con voz suave y afilada como una cuchilla, "tú y yo terminaremos lo que empezamos".

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