No soy todo lo que ves, pero tampoco ves todo lo que soy.
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No soy todo lo que ves, pero tampoco ves todo lo que soy.
Él escupió directo en mi entrada antes de restregar su miembro erecto y deslizarlo en mi interior. Su boca soltó un gruñido de placer en tanto comenzaba a entrar y salir en un ritmo perezoso que solo le estaba dando placer a él. Luego de unos minutos en los que solo me dediqué a mirar al techo el hombre sobre mi se corrió en mi interior para luego desplomarse encima mío.
Soltando un suspiro cansino lo tomé de los hombros y lo empujé hacia su lado de la cama logrando que saliera de mi por consecuencia y lo escuché jadear recuperando el aire. Tiempo después en el que permanecí inmóvil con mis piernas abiertas en la misma posición en la que me había dejado me levanté de la cama y salí de la habitación totalmente desnuda sintiendo su semen gotear por mis muslos.
En ese momento no sentía absolutamente nada, mis emociones se encontraban apagadas, pero cuando ingresé al baño de la habitación que solía usar cuando él no estaba cerré mis ojos sintiendo todo envolverme.
La soledad, la molestia en mis zonas intimas producto de una penetración sin lubricación, pero sobre todo la forma tan denigrante en la que vivía, que, aunque fuese lo único que había conocido, no dejaba de ser algo que cualquier persona entendería que no era lo habitual.
Cuando el agua caliente se llevó mi frialdad salí de la ducha y me sequé por completo antes de dirigirme al closet y tomar una bata de seda que me llegaba hasta los tobillos. Dejé mi cabello suelto y salí de la habitación hacia el despacho de mi esposo en el primer piso. Las escaleras oscuras me dieron la bienvenida al finalizar el pasillo y la frialdad del mármol blanco me caló hasta los huesos gracias a mis pies desnudos.
Al entrar al despacho fui directo al bar y tomé una botella de whisky escoces y subí de nuevo las escaleras, pero en vez de entrar a la habitación que compartía con mi esposo fui directo hasta el balcón al final del pasillo. Cerré las puertas francesas detrás de mi y me senté en el pequeño sofá en una esquina y destapé la botella dándole el primer trago.
El ardiente líquido quemó mi garganta en el primer trago, pero luego de otros más todo se sintió más liviano. El peso de ser una esposa florero, de ser una joven de tan solo veintiséis años que no disfrutó de la vida ni un segundo de su existencia y que tampoco lo haría. Sonreí burlonamente compadeciéndome de mi misma.
La vida si era una mierda después de todo, pero al menos tenía que comer y bebidas para saciar mis ganas de beber.
El sol comenzó a asomarse entre los árboles del jardín de mi morada y esa fue la alarma que me indicó que ya era hora de volver a mi bonita vida. Cerré la botella que se encontraba por la mitad y fui de vuelta a la habitación que compartía con mi esposo. Entré en el baño para cepillar mis dientes y peinar mi cabello rubio teñido. Lo tenía hasta las nalgas, pero nadie sabía eso ya que a mi amado esposo solo le gustaban los moños bajos, por lo que estiré perfectamente mi cabello y lo amarré en la base de mi cráneo.
Mis ojos mieles se encontraban opacados por las sombras debajo de mis ojos resaltando así la piel blanca de mi cuerpo por lo que las cubrí con corrector y luego un poco de base que casi no se notara. No maquillé mis ojos y mucho menos coloqué un labial extravagante ya que a él no le gustaba nada de eso. Puse brillo labial sobre mis labios y un poquito de rubor para no parecer una muerta viviente como solía decirme él.
Luego de ello fui hasta el closet que compartía con él en donde solo tenía prendas que a él le agradaban y me enfundé en un vestido rosa palo que era su color favorito en mi y me coloqué unos tacones blancos y un par de brazaletes y salí de ahí siendo la esposa modelo que debía ser.
El hombre de cincuenta y seis años se encontraba ya de pie estirándose totalmente desnudo, ni siquiera reparó mi presencia y cruzó junto a mi para adentrarse en la ducha por lo que salí de la habitación hacia la cocina para tomarme un café bien cargado.
Zabalza Galicia era un hombre que se dedicaba a la fabricación de piezas automotrices, su fábrica se encontraba en china y él la administraba desde cualquier ciudad del mundo haciendo viajes regulares. Actualmente nos habíamos mudado a Detroit porque Galicia, como le gustaba que lo llamaran, necesitaba inmiscuirse más en el mundo actual de la industria automovilística y Detroit era el lugar perfecto para aquello.
Tomando mi café me senté en la mesa para doce personas y observé a Evolet, una señora de setenta y tantos años por encima de mi taza. Decir que me caía bien era una mentira, era una señora chapada a la antigua y su tarea en aquella casa era velar porque no me saliera del carril.
Mi esposo entró al comedor y yo recité un buenos días que él no contestó. Me gustaría decir que él se mantenía muy bien para su edad, pero no era así, su vida de joven consistió en muchos excesos y poco cuidado. Su cuerpo no estaba para nada en una buena etapa, aunque su abdomen se encontraba sin grasa debido a la dieta tan rigurosa que llevaba, su pecho pareciendo alfombra hecha con piel de león y su cabeza muy diferente a su pecho se encontraba carente de cabello a causa del estrés y su rostro se observaba demacrado y más viejo de la cuenta por todas esas malas noches con exceso de alcohol y prostitutas.
Llevé la taza a mis labios para ocultar la sonrisa que apareció cuando él se quemó con su café. Esas pequeñas cosas hacían de mi día algo divertido y no es que le deseara el mal, no, solo me alegraba que no todo saliera bien en su perfecta vida.
-Hoy me reuniré con los socios mayoritarios de una compañía automovilística -avisó y yo asentí como si realmente me interesara.
Evolet dejó frente a mi un plato con frutas y yo sin ganas comencé a comer.
-Actualmente son tres hermanos encargados de la central aquí en la ciudad y por suerte me aceptaron la reunión para proponerles fabricar sus piezas, espero en Dios y acepten -yo hice un sonido de afirmación con mi boca y continué con mi desayuno.
-Eso sería excelente, exactamente lo que busca -contesté expresándome hacia él de usted como me había enseñado.
-Por cierto, estuviste maravillosa anoche -yo sonreí evitando rodar los ojos.
Si parecer un palo seco de tiesa era ser maravillosa, pues si, lo fui.
Cuando el hombre a la cabeza de la mesa terminó de desayunar se levantó contestando una llamada de su celular y se fue sin despedirse. No esperaba que lo hiciera, pues nunca lo hacía, para él yo solo era un objeto más de la casa, algo que tenía guardado hasta que llegaba el momento perfecto para mostrárselo a los invitados o para sacarme a pasear como a un perro con correa cuando llegaban las fiestas de personas importantes a las que lo solían invitar.
Hacía mucho que no iba a una, pues en nuestra antigua ciudad no hacían mucho ese tipo de cosas.
Bajo la atenta mirada de Evolet que se encontraba en una esquina espiándome me levanté de mi lugar y me quité los zapatos frente a la escalera para subirlas de dos en dos. Recorrí el pasillo con pasos veloces y me detuve en la puerta de la habitación que usaba cuando mi amado esposo se iba. Solté los tacones en medio de la habitación y tomé la botella en la mesita de noche y le di un largo trago antes de quitarme el vestido y lanzarme a la cama a dormir hasta que se acercara la cena y tuviese que volver a ser la esposa modelo cuando mi esposo volviese.
En eso consistía mi vida desde los dieciocho años, me había casado con Galicia a esa edad y había aprendido a vivir encerrada en las cuatro paredes de la casa de turno, comiendo comida sin azúcar o grasas, bebiendo durante las noches para sentirme libre, aunque fuese en mi mente y durmiendo durante el día evitando verle la cara a la sirviente de Galicia.
Una vida de cuento de hadas.
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