Ethan Montgomery observaba el horizonte de la ciudad desde su oficina en el último piso de Montgomery Enterprises. Su reflejo en los cristales mostraba el rostro de un hombre que lo tenía todo: poder, riqueza y respeto. Pero, en lo más profundo de su alma, había un vacío que ningún logro profesional podía llenar.
Había tomado la decisión hacía meses, después de largas noches de reflexión. Ser padre era algo que siempre había deseado, pero no podía permitirse las complicaciones emocionales de una relación romántica. Ya había visto a demasiados hombres como él arruinar sus vidas personales y profesionales por el amor. Él no cometería ese error.
Richard Kane, su asistente personal, irrumpió en la oficina con la precisión que Ethan esperaba de él. Llevaba una carpeta de cuero negro bajo el brazo y una expresión seria.
-Todo está listo, señor Montgomery -anunció mientras colocaba la carpeta sobre el escritorio.
Ethan tomó asiento y abrió la carpeta, revisando los documentos que detallaban el acuerdo.
-¿Encontraron a alguien? -preguntó sin levantar la vista.
-Sí. El perfil es perfecto: joven, saludable, sin complicaciones familiares o legales. Su nombre es Isabella Hart. No conoce la identidad de quien la contrató.
Ethan asintió. La discreción era esencial. No quería que nadie, ni siquiera la mujer que daría a luz a su hijo, tuviera información sobre él.
-¿Está de acuerdo con el procedimiento?
-Sí. Solo sabe que está ayudando a una familia adinerada que no puede tener hijos. Aceptó por necesidad: su padre está gravemente enfermo y necesita una cirugía inmediata. La compensación cubrirá todos los gastos médicos y le dará estabilidad económica.
-Perfecto. Quiero que todo se maneje según lo planeado.
-Ya se ha hecho, señor.
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La noche en que Isabella llegó al lugar designado, sus nervios eran incontrolables. La habitación estaba cuidadosamente preparada para que todo transcurriera sin contratiempos. Las luces estaban apagadas, como se había estipulado, para garantizar que no pudiera reconocer al hombre que había contratado sus servicios.
Ethan estaba allí, oculto en las sombras. No era su intención participar directamente en este proceso, pero el médico había explicado que el procedimiento natural aumentaría significativamente las probabilidades de éxito.
Para Isabella, esa noche era simplemente un paso hacia su objetivo. Había aceptado el acuerdo por una única razón: salvar a su padre. La familia que la había contratado -cuyo rostro nunca conocería- le había ofrecido más dinero del que jamás soñó tener, y eso significaba esperanza.
-¿Estás lista? -preguntó una voz masculina desde la oscuridad.
Isabella tomó aire profundamente, su corazón latiendo con fuerza.
-Sí.
Lo que siguió fue una interacción mecánica, casi clínica, carente de cualquier emoción. Para ambos, era simplemente un medio para un fin.
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Los meses siguientes transcurrieron sin incidentes. Isabella asistía a las revisiones médicas programadas y seguía todas las indicaciones. Los médicos que gestionaban el caso le aseguraron que todo marchaba bien. Sin embargo, había una regla estricta: no podía saber nada sobre la familia a la que pertenecía el bebé que llevaba en su vientre.
A medida que su embarazo avanzaba, Isabella se encontraba dividida entre la esperanza y la melancolía. Había aceptado este acuerdo porque sabía que no podía permitirse apegarse al bebé. Este no era suyo; solo estaba prestando su cuerpo para dar vida a un niño que nunca conocería.
Por otro lado, Ethan mantenía su atención en el progreso del embarazo desde la distancia. Recibía informes detallados de los médicos y abogados involucrados. Su vida diaria seguía como siempre: reuniones interminables, decisiones estratégicas y cenas con socios importantes. Pero, en el fondo, una pequeña chispa de emoción se encendía cada vez que pensaba en el niño que pronto sería suyo.
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La noche del parto llegó antes de lo esperado. Isabella fue llevada de urgencia al hospital designado, donde el equipo médico estaba preparado para recibir al bebé. Todo transcurría según lo planeado hasta que el médico que dirigía el parto exclamó con sorpresa:
-¡Espera! ¡Hay otro bebé!
El equipo se movilizó rápidamente, y unos minutos después, nació un segundo niño. Sus llantos llenaron la sala, y Isabella, exhausta pero consciente, los miró a ambos con lágrimas en los ojos.
El médico le explicó lo sucedido: había un gemelo que no se había detectado en las ecografías iniciales. Era un caso raro, pero no imposible.
Isabella sabía que debía entregar al bebé a los representantes legales que ya estaban en el hospital. Pero al ver a los dos pequeños, algo dentro de ella se rompió. Había firmado un contrato, pero aquel segundo niño no estaba contemplado en el acuerdo.
-¿Qué pasa con el otro bebé? -preguntó una enfermera en voz baja.
Isabella miró al segundo niño, pequeño y vulnerable en sus brazos. Su corazón latía con fuerza, impulsándola a tomar una decisión que cambiaría su vida para siempre.
Cuando los representantes llegaron, Isabella entregó al primer bebé según lo estipulado. Pero no mencionó al gemelo. Con el pretexto de necesitar más tiempo para recuperarse, se quedó en el hospital unos días más. Al recibir el alta, salió del hospital con el segundo niño, completamente decidida a criarlo por su cuenta.
Ethan nunca supo que aquella noche se había convertido en padre de gemelos.