Un año había pasado desde que Aitana Ferrer y Nicolás Valverde contrajeron matrimonio.
A los ojos del mundo, parecían ser la pareja perfecta.
Nicolás, un hombre serio y comprometido, conocido como el hombre más rico de la ciudad, era admirado por su éxito y su influencia.
Aitana, una mujer dulce y dedicada, tenía una sonrisa que iluminaba cualquier habitación. Una esposa perfecta elegida por el padre de Nicolás para el heredero de Valverde.
Sin embargo, bajo esa fachada de normalidad se escondía una verdad amarga: Nicolás no la amaba. Había aceptado casarse con ella por una única razón: cumplir el último deseo de su padre en su lecho de muerte.
Su padre, un hombre cuya influencia en la vida de Nicolás había sido innegable, le había pedido que se casara con Aitana, asegurando que ella sería la esposa perfecta para él. Aunque Nicolás nunca comprendió del todo la urgencia detrás de esa petición, cumplió con la promesa.
A pesar de hacerlo, su corazón pertenecía a otra. Valeria Montenegro, una mujer del pasado que había dejado una marca imborrable en su vida. Pero Aitana era optimista, creía que podía ganar el corazón frío de su esposo si dara esfuerzos y afectos sin cesar.
La noche del primer aniversario de bodas, Aitana había preparado una cena especial. Había pasado todo el día planificándola, asegurándose de que cada detalle fuera perfecto, esperando sorprender a Nicolás con una noticia que cambiaría sus vidas para siempre. Pero conforme las horas pasaban y el reloj marcaba las nueve, el asiento frente a ella seguía vacío.
Justo cuando la esperanza comenzaba a desvanecerse, la puerta se abrió. No era Nicolás. En su lugar, apareció su asistente, Samuel Ruiz, con una expresión grave en el rostro y un sobre en la mano.
- Samuel ?- Aitana le preguntó con preocupación, -Dónde está Nicolás? Pasó algo?- Era inusual para su esposo, el hombre siempre obedece la agenda como robot. Si no está, debía pasar algo.
-Señora Ferrer -dijo Samuel con voz baja, casi apenada,-. El señor Valverde no va a poder venir esta noche. Señora Montenegro ha regresado, y el señor quiere estar con ella. Me pidió que le entregara esto.
Al escuchar el apellido, Aitana quedó blanco en su mente. Tomó el sobre con manos temblorosas, sin poder comprender lo que estaba ocurriendo. Con la esperanza de recibir una disculpa desde su hombre, lo abrió lentamente, revelando los papeles de divorcio. La habitación se sumió en un silencio sepulcral mientras ella leía las frías palabras que ponían fin a su matrimonio.
Esa misma noche, Aitana había planeado decirle a Nicolás que estaba embarazada.