El reloj marcaba las ocho de la mañana, y como todos los días, Víctor Martínez ya se encontraba en su despacho, revisando informes y tomando decisiones que dictarían el rumbo de su empresa. El imponente edificio de cristal reflejaba la luz del sol en una esquina exclusiva de la ciudad, su hogar y su oficina desde hacía años. Allí, rodeado de su equipo de confianza, había construido su imperio: una multinacional que competía a nivel global. Nadie lo había hecho llegar tan lejos, y había sido su ambición y su capacidad de trabajo las que lo habían mantenido en la cima.
Sofía, su esposa, le había dado la estabilidad que necesitaba, y aunque su relación nunca había sido tan intensa como una historia de amor de película, él estaba convencido de que lo que tenían era lo que debía ser: una relación sólida, basada en el respeto mutuo y en los valores que compartían. Ella había sido su compañera ideal, su compañera de vida, y aunque en ocasiones se sentía atrapado en la rutina de un matrimonio de tantos años, siempre encontraba consuelo en la seguridad que le brindaba la relación.
Esa mañana, sin embargo, algo era diferente. La llamada de su asistente, Ana, interrumpió sus pensamientos.
- Señor Martínez, tenemos una reunión programada con el nuevo asesor, Ricardo Sánchez. ¿Está listo para recibirlo? -dijo su voz al otro lado de la línea.
Víctor frunció el ceño ligeramente. No le gustaba que lo interrumpieran cuando estaba concentrado, pero sabía que ese tipo de reuniones eran parte de su rutina. Después de todo, tenía que adaptarse a los cambios del mercado, y había aceptado la recomendación de su hermano, que había insistido en que este nuevo asesor podría ser la clave para ampliar la presencia de la empresa en nuevos sectores.
- Sí, claro. Que entre, por favor. -Respondió con tono firme.
Unos minutos después, la puerta de su oficina se abrió, y un hombre de aspecto joven, elegante y confiado, apareció en el umbral. Ricardo Sánchez era alto, de cabello oscuro y con unos ojos penetrantes que parecían analizar cada rincón de la habitación antes de posar su mirada en Víctor. Su actitud era tranquila, pero había algo en él que transmitía una energía inquietante, algo que hizo que Víctor se sintiera ligeramente fuera de su zona de confort.
- Buen día, Señor Martínez. -Dijo Ricardo, estrechando su mano con firmeza. -Un placer finalmente conocerlo en persona.
Víctor lo observó por un momento, evaluando lo que acababa de encontrar. No podía negar que el hombre estaba bien vestido, pero había algo en su presencia que no podía ignorar. Un magnetismo sutil, casi imperceptible, pero que parecía estar ahí, como un aura invisible que rodeaba a Ricardo.
- El gusto es mío, Ricardo. He escuchado mucho sobre ti. -Respondió Víctor, manteniendo su tono profesional. -Pasa, por favor. Siéntate.
Ambos se sentaron frente a la mesa de vidrio en el centro de la oficina. Víctor estaba acostumbrado a controlar la dinámica de cualquier reunión, pero algo en la forma en que Ricardo se movía, en su lenguaje corporal, lo desconcertaba. Era un hombre seguro, sin ser arrogante, con una presencia que parecía estar en completo control de sí mismo. Algo que Víctor, acostumbrado a ser el centro de atención, apreciaba, aunque no podía evitar sentirse retado por él.
- He estado revisando los datos que me proporcionaron -dijo Ricardo, sacando una carpeta de su maletín-, y tengo algunas ideas sobre cómo podemos expandir la empresa en mercados donde aún no hemos penetrado de forma significativa. También he analizado algunos aspectos de nuestra estrategia digital, y creo que hay un gran potencial por explorar.
Víctor lo escuchaba atentamente, pero algo dentro de él comenzaba a desconectarse de la reunión. La voz de Ricardo, calmada y segura, comenzaba a invadir su mente de manera diferente, mucho más allá de la profesionalidad que le atribuía a una conversación de negocios. Sus palabras fluían con naturalidad, como si estuviera acostumbrado a ser el centro de atención, pero lo hacía con tal destreza que no lo percibía como una amenaza.
Ricardo comenzó a hablar con más detalle sobre los posibles riesgos y beneficios de cada estrategia, pero Víctor no podía dejar de pensar en el extraño sentimiento que crecía en su interior. Era un leve cosquilleo, un roce de algo que no entendía. Trató de concentrarse en los datos que Ricardo compartía, en la claridad con la que expuso su propuesta, pero sus pensamientos volvían una y otra vez a aquel magnetismo innegable que sentía hacia él.
El resto de la reunión transcurrió sin grandes sobresaltos, pero para Víctor, todo parecía estar envuelto en una nube. Cuando Ricardo se levantó para irse, Víctor se dio cuenta de que había perdido parte de la conversación sin saber cómo ni por qué.
- Bien, creo que tenemos mucho trabajo por delante. Gracias por tu tiempo, Ricardo. -Dijo Víctor, forzando una sonrisa mientras estrechaba su mano una vez más.
Ricardo asintió con una ligera sonrisa y salió de la oficina, dejando a Víctor sentado en su silla, perdido en sus propios pensamientos. ¿Qué había sido eso? ¿Por qué se sentía tan incómodo y, al mismo tiempo, tan atraído por él?
Esa tarde, Víctor no podía concentrarse en nada. La imagen de Ricardo se mantenía presente en su mente, una sombra en su campo de visión, un pensamiento persistente. Cada vez que trataba de deshacerse de esa sensación, volvía con más fuerza. Sabía que tenía que poner su atención en su trabajo, en su familia, pero algo en él lo empujaba a seguir pensando en Ricardo. Era como si algo se hubiera desbordado en su interior, como si todo lo que había dado por sentado en su vida, en su matrimonio y en su carrera, de repente estuviera en juego.
De regreso en casa, Sofía lo recibió con su sonrisa cálida, la que siempre había creído que era suficiente para mantener su equilibrio. La conversación de esa noche transcurrió como siempre. Sofía hablaba de las actividades de los niños, de los planes de fin de semana, de sus amigos. Pero Víctor no podía dejar de pensar en lo sucedido.
Esa noche, cuando se acostaron, Víctor no logró dormir. En su mente, los recuerdos de la reunión con Ricardo se mezclaban con sensaciones que no quería explorar. Lo que había comenzado como una relación profesional ahora lo había arrastrado a un territorio desconocido. Su mente lo reprimía, pero su cuerpo, su corazón, parecía estar diciendo otra cosa.
Sofía, ajena a la tormenta interna que se desataba en su marido, lo abrazó con ternura, pero Víctor no pudo corresponderle con el mismo entusiasmo. Algo había cambiado, y no sabía si podría volver atrás.