Debora se sentía muy atraída por aquel hombre, tanto que imaginaba besando sus labios y aún más que eso, la pobre se masturbaba mientras se hacía fantasías en su pequeño mundo amatorio, en dónde era azotada y embestida por su vecino a quien ella le apodo; señor arrogancia.
Debora era una mujer poco social y con un look no tan llamativo, tenía muchos pretendientes los cuales rechazaba constantemente, por qué no perdía la esperanza de que se volviera a repetir la noche en qué su vecino de enfrente la hiciera suya por segunda vez.
–No sabes cuánto me encantas, hombre indomable–Chillo sin espabilar. Emocionada por lo que acostumbraba ver, su teléfono timbra y eso hace que ella hiciera un chasquido con su boca–¡Demonios!–Se quejó sin quitar la mirada de su confidente ventana–Justo cuando él se va a desnudar para ir a dormir suena el maldito teléfono.
Ignorando el teléfono, vio cómo el hombre se quitaba lentamente su chaqueta, su lacio cabello el cual era rubio deslumbraba a través de los lujuriosos ojos de Debora, luego procedió a quitar su franela, dejando ver sus bien marcados pectorales y abdominales.
El hombre siempre tenía la costumbre de quitar toda su valiosa ropa antes de ir a la cama, eso hacía que Debora deseara con más ansias a aquel varón.
Sus pupilas se dilataron ya que él se había quitado su boxer, listo para que ella contemplará esa figura de museo, gruesa y venosa, era el tamaño perfecto.
–Aquí vamos con otro éxtasis–Susurra. De inmediato su clitor*x empezó a manifestar esa sensación deliciosa que a ella le encantaba, la cuál satisfacía con su vibrador.
Abrió sus piernas lentamente y en movimientos lentos se comenzó a acariciar mientras veía al hombre de sus sueños.
Sus ricos gemidos hacían eco dentro de su pequeño departamento, ella estaba segura ya que las paredes de su habitación estaban diseñadas para no filtrar ruidos.
Sus picos se empezaban a tornar duros como piedras y su saliva estaba más espesa, en ese momento lo único que quería era sentir siquiera la voz de ese hombre cerca de su oído...
Llevó su mano derecha hacia uno de sus melones y empezó a frotarlo en círculos, luego aceleró su vibrador y lo colocó en su campanita a todo potencial.
Pequeños corrientazos hacían estremecer a Débora.
Metió dos de sus dedos dentro de su sexi privacidad y estimulaba su proceso, en cuestiones de segundos sus fluidos indicaban que Debora ya había tenido su más deseado clímax.
Se tumbó a la cama intentando controlar su respiración. Estaba agitada y empapada de sudor.
–Otro rico orgasmo–Exclamó con voz cansada y apagó su fiel amigo: el vibrador.
Cerró sus hermosos ojos para terminar de ver a su amado mediante sus sueños.
(***---***)
A la mañana siguiente, se levantó de un brinco y de inmediato se asomó a la ventana, y lo primero que vio fue a su vecino mientras esparcía su perfume encima de su chaqueta.
-Serás mío nuevamente-masculló sin quitar la necia mirada.
El hombre tenía unas largas piernas y un sexi cuerpo que se podría considerar un cuerpo de modelo.
Sin darse cuenta, ella estaba obsesionada con este hombre, el cual llevaba pocos meses viviendo en la zona.
Debora llevó a su boca un mechón de pelo y lo mordió, estaba tan ansiosa por saber más de este hombre.
Su corazón se detuvo luego de ver cómo su vecino abandonaba su apartamento.
Miro hacia abajo esperando que este saliera por completo para tomar su moto e irse.
Debora aún sentía las caricias del hombre sobre su delgado cuerpo, y de inmediato sus vellos se elevaron dejando su piel de gallina.
Sacudió su cabeza y se dirigió hasta el baño para hacer sus necesidades, ya bañada decidió tomar lo primero que vio en el closet, ella era despreocupada a la hora de vestir, porque sabía que todo lo que su cuerpo llevará le quedaba perfecto, sin colocar siquiera un poquito de maquillaje en su pálido rostro, fue a la nevera y tomo solo una manzana la cuál era suficiente para calmar su hambre.
Llegó a la empresa un poco más temprano y se tumbó en su escritorio, estaba sin ánimos y lo único que quería era dormír.
–Anoche me acosté tarde, me duelen los ojos–Estos tenían bolsas negras y se podía notar que ella no tuvo una buena noche sin embargo tenía que trabajar y no existía lamento en su diccionario.
–¿Amiga adivina a quién vi?–Gritó Angela mientras palmeaba el asiento de Débora.
–Oye, baja la voz–masculló Debora mirando de lado a lado.
–Está bien–Respondió Angela de manera petulante.
–Ahora si, ¿A quien viste?–Dijo Débora mientras soltaba un suspiro de fastidio.
Angela una chica extrovertida, de contextura gruesa y piel mestiza, era la mejor amiga de Débora, ambas se conocieron en la universidad.
-Alejandro, sí amiga, lo ví-respondió Angela con los nervios de punta.
-Está bien. ¿Y qué quieres que haga? Él te dejó por otra, amiga entiende, él no te ama.
-Lo sé, pero quizás haya una oportunidad.
-No, no va a ver más oportunidades, entiéndelo-dijo Débora con enojó.
-Señoras estamos en horas de trabajo-Bramó su jefe, el cual no estaba muy agusto con el rendimiento de Angela. Ya que estaba un poco distraída.
Ambas se enfocan en sus planos y sin lugar a dudas Angela se reía de la panza de su jefe, hasta apodo le colocaron, le decían Peppa pig.
-Ya es hora del almuerzo, tengo que llamar a papá él debe de estar enojado, anoche no le respondí el teléfono, estaba ocupada contemplando mis ojos.
El padre de Débora es Tayyar Lember; más conocido como el demonio, por su forma tan gruñona se ha ganado semejante apodo, actualmente es el presidente de una empresa de autos que heredó de su padre, Yusuf.
Debora jamás quiso entrar en los negocios familiares, desde pequeña soñaba con cumplir sus dieciocho años y poder irse a Canadá, al menos allá podía estudiar su carrera de diseño gráfico, le gustaba el ambiente frío y una vista hermosa, y vaya que lo cumplió.
-Hola papá.
-Hija por Dios, ¿Qué pasa con tu teléfono?.
-Nada, es solo que he estado ocupada.
-Te estás cuidando, ¿Verdad?-Aquí vamos otra vez, mi padre está obsesionado con eso de los anticonceptivos.
-No, no lo estoy-colocó los ojos en blanco.
-Ya estás muy grande, tienes veinticuatro.
-Esta bien, prometo cuidarme.
-Hija, por favor, regresa a Estambul, acá podrás administrar hoteles-La familia de Debora era reconocida a nivel internacional, los Lember; una de las familias más adineradas de Estambul, pero claro, Debora quería empezar desde cero, todo bajo su sudor, a ella no le gustaba vivir con sus padres, al menos no quería ser una carga más como lo son sus hermanos gemelos, Noah y Noor. Ambos tienen quince años.
-No padre, no lo haré.
-Está bien hija, eres más terca que tú madre Dilara.
-Por algo somos madre e hija-Debora ríe a través del teléfono.
La conversación con su padre acabo, por ende almorzó junto a su amiga, ambas platicaban acerca de una fiesta que se iba a realizar mañana. Débora no estaba tan segura en ir, tenía que terminar los diseños de un apartamento que estaba dibujando.
-Vamos amiga, no seas tan entregada a tu trabajo-ruega Angela jalando de la arrugada camisa de Debora.
-Está bien, pero me tienes que ayudar a terminar el plano-Angela pego un grito al cielo. Claro era de esperar, la mojigata de Debora la cuál no solía salir estaba apunto de irse de rumba con su alocada amiga.
La noche llegó y con esta la voz del líder de su grupo, en este caso Jeremy.
Chicos tenemos que terminar este trabajo, de esto depende nuestro salario, no quiero excusas, todos a trabajar está noche.
Ambas salieron del trabajo, por su parte Angela se fue en un taxi, mientras que Débora decidió irse caminando, su apartamento estaba a unas cuantas cuadras.
Miró su reloj y eran las díez de la noche, faltaba poco para ver a su hombre indomable, se imaginó teniendolo acostado todo desnudo mientras que lo llenaba a beso.
Ella no entendía el porqué regresaba a casa a las doce de la madrugada. Lo único que sí sabía es que folla súper delicioso.
Mordió su labio inferior con fuerza, luego de recordar esa noche, esa noche en la cual la hizo suya por primera vez.
Debora llegó a casa un poco cansada, hoy no había sido un día bueno, cada vez que hablaba con su padre, se sentía la peor hija del mundo, luego de haber tomado la decisión de marcharse de casa.
Se sentó en el sofá y con una mirada necia, apuntó para la ventana de su enamorado, las luces estaban encendidas, lo cual indica que alguien está dentro de la habitación.
Las cortinas estaban cerradas, eso era extraño, él siempre las dejaba abiertas.