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Kroka-Toa, naufragio y pasión

Kroka-Toa, naufragio y pasión

img Romance
img 5 Capítulo
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Acerca de

Siglo XV. Un trágico naufragio verá confrontada la realidad de dos culturas completamente diferentes; Sauro, un valiente duque y general de batallas llega junto a los sobrevivientes de su tripulación a Kroka-Toa, una desconocida isla habitada por una tribu que jamás ha pisado suelo continental. En ella no solo deberá ganarse la confianza de los isleños, sino que, pese a todo pronóstico su frío y duro corazón se verá involucrado en un inesperado y explosivo triángulo amoroso. Luego de la tragedia, en el continente no bajarán los brazos hasta encontrar a la tripulación, lo que irremediablemente cambiará las vidas y el destino de toda la tribu de Kroka-Toa.

Capítulo 1 Tormenta

-¡La tormenta se está volviendo feroz! ¡Quédense en sus camarotes, el movimiento del

barco se hará cada vez más inestable! -gritaba un soldado intentando mantener el equilibrio sobre la cubierta que se mecía cada vez más producto del fuerte oleaje.

El temor se había apoderado completamente de la tripulación que

viajaba a bordo de aquel gran barco perteneciente al reinado de

Fernando II, quien fuese uno de los reyes más queridos del siglo XV

de un fértil y prometedor reino de la península ibérica. Se había

ganado el cariño y respeto de su reino gracias a su genuina

preocupación por el bienestar de sus habitantes, no solo rebajó sus

impuestos, sino que solía enviar alimentos a las familias más

vulnerables, y se ocupaba de la mantención y mejoramiento de sus

hogares con regularidad. Hizo en un par de años mucho más de lo que

su antecesor realizó en su reinado de dos décadas. Su nombre no

solo era aclamado gracias a su generosidad con las personas, sino que

sus proezas militares habían expandido su reino con la conquista de

dos grandes naciones en solo dos años.

Feroces batallas se desencadenaron en busca de la expansión de su territorio, estando

los mejores generales del reino a cargo de los soldados. Gracias a

las estrategias y valentía de ellos, habían logrado vencer a sus

rivales y conquistado sus tierras en breves espacios de tiempo.

Precisamente uno de estos generales iba a bordo del barco que había

comenzado a desestabilizarse cada vez más, su nombre era Sauro

Leblon, quien a sus veintiocho años ya había comandado grandes

batallas, siendo victorioso en todas. Tantas fueron sus hazañas que

logró captar la atención del rey, y con el pasar del tiempo

establecieron una relación cercana y de confianza absoluta, siéndole

otorgado el título de duque con distinciones máximas.

El duque era un serio y atractivo hombre de cabello negro, piel blanca y ojos de un profundo azul, su altura superaba la del promedio en muchos centímetros, siendo en la

mayoría de las reuniones sociales uno de los hombres más altos que

pudiese estar presente. Las mujeres solían buscar minutos de

conversación en cada reunión a la que asistía, pero este era más

bien escueto de palabras, poco generoso con las sonrisas y de mirada

indiferente. Precisamente esta aura misteriosa generaba mayor interés

hacia él.

El motivo por el cual el duque Leblon se encontraba en el barco fue por una petición personal del

rey, quien quería que el mejor general que había tenido en sus

campos de batallas escoltara hasta el reino a Iris, la hija de uno de

sus más amados primos. Iris debía desplazarse desde una aislada

zona del continente hasta el palacio de Fernando II, y la forma más

rápida de realizarlo era a través del mar, ya que el camino que

unía el reino con el poblado de la joven se encontraba interrumpido

por espesos bosques y complicadas cadenas montañosas. El

pueblo había sido azotado por una feroz peste que ya llevaba decenas

de muertes y hasta el momento no se conocía una cura para los

infectados, sobreviviendo solo unos pocos afortunados por motivos

desconocidos para los médicos. Preocupado, su padre optó por

enviarla con su querido primo mientras él terminaba de poner en

orden sus asuntos administrativos para luego emprender el mismo

viaje.

La primera parte del plan ya había sido lograda con éxito, Iris se había reunido con Sauro y

con otros veinte soldados que venían a bordo del barco, y ya iban en

retorno hacia el palacio en un viaje que duraría seis días en

altamar.

El duque intuía una de las verdaderas motivaciones de este viaje; el rey ya en muchas ocasiones

le había hablado de su sobrina y sugerido que sería una buena

esposa para él, quien, ya teniendo el título de duque, era lo

suficientemente apto para alguien de la realeza.

Realmente Fernando II quería que Sauro formara parte de su familia, el aprecio que le tenía era

enorme, y pensaba que este matrimonio sería un verdadero premio para

el duque, pero lamentablemente para sus propósitos, Sauro no tenía

ni la más mínima intención de comprometerse a corto plazo, el

romanticismo no era parte de sus prioridades, y si bien, sabía que

en algún momento debía casarse y concebir un heredero, para él era

irrelevante con quién lo haría.

El primer encuentro entre Iris y el duque fue más bien breve, este se presentó de manera seca y sin

ningún esbozo de sonrisa frente a la bella joven de ojos marrones,

pecas y cabello dorado que lo miraba con evidente emoción, puesto el

rey secretamente le había enviado cartas hablándole de Sauro e

indicándole que podría ser su futuro prometido. Ella resaltaba no

solo por su belleza y su relación directa con la realeza, sino que

también su alegría, cordialidad y delicadeza deslumbraban en cada

acontecimiento social donde se presentaba.

Iris quedó prendada frente al

apuesto hombre que estaba frente a ella, consideró que sus ojos eran

los más bellos que había tenido la oportunidad de mirar y su rostro

le pareció perfecto. No podía evitar sonrojarse con solo mirarlo y

pensó que su tío había elegido el mejor de los pretendientes que

podría haber imaginado. Le satisfacía pensar que estos días en el

barco le servirían para conocerlo mejor y poder establecer un lazo

de cercanía con quien ella pensaba podría llegar a ser su esposo

algún día.

-¡Rápido, vayan a sus camarotes!

-gritó un soldado afirmándose al mástil central del barco.

La lluvia caía con fuerza y el viento soplaba con furia, muchos soldados habían salido a cubierta a

observar la tormenta al percatarse que el movimiento del barco se

hacía cada vez más intenso. Iris ante el miedo de estar sola,

prefirió seguir al tumulto de personas y salir también. Al alzar la

mirada al cielo, vio espesas

nubes que cubrían la luna casi por completo y abrían paso a la

feroz tormenta. Por un momento se sintió presa del pánico, aquella

oscuridad que era interrumpida por tímidos rayos de luz le dio una

sensación de vacío infinito. La única compañía que tenían en

ese momento eran las feroces olas que no dejaban de impactar contra

el barco. Caer en cuenta de que no estaban rodeados más que por

océano y que en sus manos no estaba la facultad de calmar las aguas,

la abatió completamente, solo podía rezar con todas sus fuerzas

para que la tormenta se calmara.

-¡Señorita, regrese a su habitación! ¡Este lugar es realmente peligroso ahora mismo!

-gritó Ron Sorte, un joven soldado que había trabajado codo a codo durante

ya varios años con Sauro. Era la única persona que el duque

consideraba un amigo.

-¡Eso haré! -respondió ella.

Y dando media vuelta se aferró a la cabina de los camarotes con la intención de regresar a ellos.

Mantener el equilibrio le resultó realmente difícil, y justo en el

momento en que estaba llegando a la puerta, un estruendo seguido de

un fuerte remezón la arrojó al suelo junto a todos los demás que

estaban en cubierta, el barco había impactado una gran roca que

hasta ese momento fue completamente invisible para el capitán de la

nave. Todo lo que sucedió después fue tan rápido, que pareció

incluso irreal para los aterrados tripulantes.

-¡El estribor ha sido impactado, repito, el estribor ha sido impactado! -gritó

un soldado mientras los demás hombres que no habían salido hasta

entonces a cubierta ya se encontraban en ella presos del pánico.

Entre los gritos y frenesí del momento, Ron ayudó a Iris a ponerse de pie. Le resultó realmente

difícil ya que lejos de contar con la ayuda de otro soldado, ambos

fueron empujados una y otra vez por los despavoridos hombres que

corrían aterrados.

-¡Tranquila! ¡Le prometimos al rey que la llevaríamos sana y salva hasta el

castillo y así será! -gritó mientras la afirmaba.

-Cielos, espero que Dios te oiga...

La dirigió hasta un lugar que odavía no había sido alcanzado por el agua y pudieron oír al

capitán gritando a todo pulmón.

-¡El barco se hundirá! ¡Procedan a bajar los botes salvavidas! ¡A toda prisa!

Lo que Iris podía ver, la aterraba cada vez más; los hombres resbalaban y parecían verdaderas

canicas rodando por toda la cubierta, y pese a sus esfuerzos por

aferrarse, varios cayeron al mar en medio de gritos de angustia y

desesperación. La incertidumbre de qué hacer y cómo sobrevivir ya

estaba embargándola cuando Sauro los alcanzó.

-¡Rápido! ¡Un bote salvavidas ya ha comenzado a descender, debemos llegar ahí antes de

que sea demasiado tarde!

-gritó ayudando a sostenerla.

Los tres se dirigieron a la popa del barco y desde lo alto vieron que un

bote salvavidas ya estaba flotando sobre el mar con seis hombres en

su interior. La mayoría de estos luchaba por alcanzar con un remo a

un soldado que flotaba a metros del barco pero que la marea se

empeñaba en alejarlo de su oportunidad de sobrevivir. De un momento

a otro el soldado se sumergió, y pese a los gritos y angustia de sus

compañeros no volvió a salir a superficie.

-No miren, sigamos -dijo Sauro apurando el paso.

Una vez que llegaron al sector del bote salvavidas vieron a dos hombres luchando por bajarlo.

-Ron, sube con Iris y yo ayudaré a bajar el bote -ordenó Sauro.

En cuanto Iris y Ron estaban dentro, el duque se unió para girar las poleas y apresurar el

descenso. En cuestión de segundos el bote ya estaba en contacto con

el mar y uno de los hombres se sumó a Iris y Ron de un salto, el

otro, un joven que no aparentaba más de dieciocho años, continuaba

junto a Sauro intentando cortar la gruesa cuerda que seguía uniendo

el bote al barco. Por segundos el duque sentía que todo su esfuerzo

sería en vano ya que su navaja parecía no poder cortar todas las

hebras de aquella cuerda, pero recordó sus días en los campos de

batalla y sintió que no había nada más difícil que tener que

pelear a muerte con su espada, pensó qué si logró sobrevivir a

tantos enfrentamientos sangrientos, una cuerda no podría ganarle en

esta ocasión. Presionó con más fuerza y la cuerda se cortó

liberando el bote. Saltó para unirse a los demás, mientras que el

muchacho pareció sumirse en un estado de pánico que no le permitía

saltar.

-¡No puedo hacerlo! ¡Se ve tan alto! ¡No puedo saltar!-gritó aterrado.

-¡Vamos, salta, el bote se está alejando del barco! ¡Apresúrate! -le animaban desde la pequeña embarcación.

El muchacho estaba paralizado viendo como el pequeño bote no dejaba de moverse, y le aterró aún

más cuando vio la oscuridad e inmensidad de ese imponente mar.

Intentaba saltar, pero sus piernas simplemente no se movían. Cerró

los ojos y sin pensarlo más, se dio un pequeño impulso y saltó con

todas sus fuerzas. Cayó directamente en el mar, pues el bote ya se

había alejado varios metros. Los demás no dejaron de gritar su

nombre con desesperación mientras miraban hacia todos lados tratando

de encontrarlo. Luego de varios segundos de angustia asumieron que el

muchacho ya no saldría a la superficie y un silencio desolador se

apoderó de todos, eso, hasta que Iris estalló en un amargo llanto.

Lloró ante el completo silencio de sus acompañantes, quienes veían

con desolación no solo que el muchacho había desaparecido

irremediablemente, sino que el agua del océano ya estaba cubriendo

casi por completo lo que fue uno de los barcos más seguro y afamado

del reino de Fernando II.

La nubosidad de aquella noche era

tanta, que el brillo de las estrellas no lograba ser percibido y las

cuatro personas

que se encontraban en el bote salvavidas ya no podían ver a los

demás sobrevivientes que habían logrado subir a las otras

embarcaciones.

-¡Carajo! ¡Si no

deja de llover pronto nuestro bote también se hundirá!, ¡no puedo

ver más allá de unos cuantos metros! ¡No sabría decir hacia dónde

podría haber tierra firme!

-quien

hablaba era Phillip Bozor, el cuarto integrante del bote, un soldado

que bordeaba los cuarenta años, alto, delgado y de cabellos castaños

largos.

Solía ser silencioso y

observador, y realmente no tenía una relación que fuera más allá

de lo estrictamente necesario en los campos de batalla con los demás.

-Por ahora no hay nada

que podamos hacer más que utilizar los pequeños baldes que están

en este bote para sacar el exceso de agua. Comenzaré yo y luego

podemos turnarnos entre los hombres que estamos aquí -mientras

decía esto, Sauro maniobraba un balde vaciando el agua del interior

del bote hacia el océano.

En ocasiones el silencio

retornaba y Ron intentaba mostrar fortaleza para subir la moral del

grupo. Ante la incertidumbre de lo que vendría y el actual momento

que vivían, intentó buscar respuestas a la tragedia, y sin darse

cuenta de que las palabras salían de su boca antes de que las

pudiese procesar, dejó salir todo su pesar.

-Debí suponer que

esto pasaría cuando oí al capitán decir a su subordinado que el

viento había desviado la ruta del barco hace varias horas atrás sin

que él pudiese percatarse... Pensé que ese desvío no sería tan

terrible... El capitán no se veía para nada temeroso -dijo

meciendo un remo sobre el agua.

En cuanto Phillip escuchó, abrió los ojos de forma incrédula y abalanzándose sobre

Ron lo tomó de su uniforme y lo increpó a gritos.

-¡Cómo pudiste callar una información tan importante! ¡¿Sabes cuántos hombres

acaban de morir?!

-¡Pero qué dices! Él era el capitán al mando, ¿quién soy yo para poner

en duda sus acciones? -se defendió.

Sauro los separó bruscamente con la intención de que la discusión no escalara a mayores.

-Dije que lo único que haríamos sería sacar el agua del bote y yo comenzaría...

cambié de opinión, seguirán ustedes y luego retomaré la actividad

-la mirada que les dio fue la más fría y penetrante que les había

dirigido hasta el momento.

Al ser el general a cargo, era la autoridad máxima dentro de ese bote, lo que hizo que los dos hombres tomaran los baldes y comenzaran a sacar el agua en absoluto silencio.

Iris se mantenía ajena a lo que sucedía entre los demás, estaba sumida en sus pensamientos. Pensaba en su cariñoso padre y se preguntaba si alguna vez volvería a

verlo, no podía llorar más, sentía como si su garganta hubiese sido cerrada y una amarga sensación no se iba de su boca, "si sobrevivimos al terrible hundimiento del barco, debe haber una razón...

El destino debe tener algo preparado para nosotros", pensó

tratando de darse ánimo y evadir los pensamientos pesimistas que

asomaban de vez en cuando.

Pasaron un par de horas en que la lluvia cesaba por momentos y luego continuaba de manera suave, el bote estaba a la deriva y nadie dentro decía palabra alguna. La luz

comenzaba a abrirse paso entre las nubes que progresivamente se iban

desvaneciendo en el cielo. El viento ya no mecía de manera brusca el

bote y el color del océano parecía haberse hecho más claro. Iris y

Phillip no habían logrado ganarle al cansancio y estaban sumidos en

un profundo sueño, mientras que Ron y Sauro miraban el horizonte en

espera del inminente amanecer.

El duque por momentos pensaba en el resto de la tripulación, pudo ver a algunos caer al océano sin volver a emerger. Conocía a todos los soldados que iban en aquel

barco, incluso el capitán había servido en los campos de batalla, y

ahora, muchos de ellos habían perdido la vida en una circunstancia

completamente ajena a alguna conquista. A su mente venía

constantemente la imagen de aquel joven soldado que no tuvo el valor

de saltar a tiempo al bote salvavidas. Se cuestionó si algo de lo

que pudo haber hecho o dicho hubiese cambiado su destino, no podía

dejar de pensar con impotencia en toda la vida que el muchacho no

había alcanzado a conocer. Se sentía responsable por cada una de

las vidas perdidas ese día, él era el general al mando y no pudo

hacer nada para evitar tantas muertes.

Por otro lado, Ron se esforzaba

por no derramar lágrimas. Muchos de los hombres que iban en aquel

barco eran amigos entrañables para él, y tenía claro que jamás

volvería a ver a muchos de ellos, es más, ni siquiera tenía la

certeza de si el mismo podría sobrevivir. Pensar en su familia le

generaba un asomo de esperanzas, por lo que trataba de tener en su

mente el constante recuerdo de sus padres y hermanos. Este no era el

caso de Sauro, quien no tenía familiar alguno a quien extrañar ya

que había crecido en un orfanato. Crecer en dicho lugar hizo de él

un hombre más bien frío y desapegado a las relaciones afectivas.

Siendo un niño aún muy pequeño tuvo que separarse de varios de sus

amigos cuando eran adoptados. Con el tiempo aprendió que tarde o

temprano cualquier persona a la que le tuviese algo de afecto también

partiría, por lo que cada vez se relacionó menos con sus

compañeros, y con el pasar del tiempo las partidas de los demás le

dolían cada vez menos. Con los años sus problemas también

cambiaron, siendo más grande debía cuidar las pocas pertenencias

que tenía ya que los niños mayores solían robarle a los más

pequeños. A menudo se veía enfrascado en peleas con sus compañeros

y parecía no tener límites a la hora de defenderse, es así como

una tarde llamó la atención de uno de los reclutadores de soldados

del reino, quien estando de visita para ver si había algún niño

con potencial de soldado, vio a Sauro propinándole una paliza a un

niño más grande que él.

-¿Por qué lo golpeaste tan salvajemente? -le preguntó una vez que

fueron separados.

-Intentó robar mi cena.

-¿Y eso es motivo para dejarle sangrando y con un diente menos?

-Lo mío es mío, y lo tuyo es tuyo, ¿qué parte de eso es tan difícil

de entender?

El hombre quedó maravillado con la respuesta, ese era el perfil que estaba buscando y lo reclutó

para unirse a las tropas del reino con solo trece años. Con el

tiempo comenzó a destacar cada vez más por sobre los demás, ya que

al no tener familia destinaba todo su tiempo a entrenar, lo que lo

posicionó como uno de los hombres más estratega y hábil del grupo,

llegando a convertirse en general.

En aquel pequeño bote continuaba abundando el silencio. Ron estaba por dormirse cuando creyó ver algo en el horizonte. Restregó sus ojos para asegurarse de que no estaba

teniendo una ilusión, volvió a mirar y lo que vio continuaba ahí.

-¡Tierra a la vista! ¡Veo tierra! ¡Gracias a Dios! ¡Es una isla!-gritó despertando al resto.

Los cuatro tripulantes miraron perplejos

como ante sus ojos se comenzaba a esbozar la presencia de una isla a

varios kilómetros de distancia.

-Esto es maravilloso...Vamos a vivir -dijo Iris con los ojos humedecidos

y llena de emoción.

-¿Qué están esperando? ¡Rememos! -gritó el duque.

En cuestión de segundos ya estaban remando a toda velocidad. El éxtasis de ver tierra firme y

dejar de estar a la deriva les hizo olvidar su cansancio, y con todas

sus fuerzas se apresuraron para llegar a aquella desconocida, pero

esperanzadora isla.

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