-¡La tormenta se está volviendo feroz! ¡Quédense en sus camarotes, el movimiento del
barco se hará cada vez más inestable! -gritaba un soldado intentando mantener el equilibrio sobre la cubierta que se mecía cada vez más producto del fuerte oleaje.
-¡La tormenta se está volviendo feroz! ¡Quédense en sus camarotes, el movimiento del
barco se hará cada vez más inestable! -gritaba un soldado intentando mantener el equilibrio sobre la cubierta que se mecía cada vez más producto del fuerte oleaje.
El temor se había apoderado completamente de la tripulación que
viajaba a bordo de aquel gran barco perteneciente al reinado de
Fernando II, quien fuese uno de los reyes más queridos del siglo XV
de un fértil y prometedor reino de la península ibérica. Se había
ganado el cariño y respeto de su reino gracias a su genuina
preocupación por el bienestar de sus habitantes, no solo rebajó sus
impuestos, sino que solía enviar alimentos a las familias más
vulnerables, y se ocupaba de la mantención y mejoramiento de sus
hogares con regularidad. Hizo en un par de años mucho más de lo que
su antecesor realizó en su reinado de dos décadas. Su nombre no
solo era aclamado gracias a su generosidad con las personas, sino que
sus proezas militares habían expandido su reino con la conquista de
dos grandes naciones en solo dos años.
Feroces batallas se desencadenaron en busca de la expansión de su territorio, estando
los mejores generales del reino a cargo de los soldados. Gracias a
las estrategias y valentía de ellos, habían logrado vencer a sus
rivales y conquistado sus tierras en breves espacios de tiempo.
Precisamente uno de estos generales iba a bordo del barco que había
comenzado a desestabilizarse cada vez más, su nombre era Sauro
Leblon, quien a sus veintiocho años ya había comandado grandes
batallas, siendo victorioso en todas. Tantas fueron sus hazañas que
logró captar la atención del rey, y con el pasar del tiempo
establecieron una relación cercana y de confianza absoluta, siéndole
otorgado el título de duque con distinciones máximas.
El duque era un serio y atractivo hombre de cabello negro, piel blanca y ojos de un profundo azul, su altura superaba la del promedio en muchos centímetros, siendo en la
mayoría de las reuniones sociales uno de los hombres más altos que
pudiese estar presente. Las mujeres solían buscar minutos de
conversación en cada reunión a la que asistía, pero este era más
bien escueto de palabras, poco generoso con las sonrisas y de mirada
indiferente. Precisamente esta aura misteriosa generaba mayor interés
hacia él.
El motivo por el cual el duque Leblon se encontraba en el barco fue por una petición personal del
rey, quien quería que el mejor general que había tenido en sus
campos de batallas escoltara hasta el reino a Iris, la hija de uno de
sus más amados primos. Iris debía desplazarse desde una aislada
zona del continente hasta el palacio de Fernando II, y la forma más
rápida de realizarlo era a través del mar, ya que el camino que
unía el reino con el poblado de la joven se encontraba interrumpido
por espesos bosques y complicadas cadenas montañosas. El
pueblo había sido azotado por una feroz peste que ya llevaba decenas
de muertes y hasta el momento no se conocía una cura para los
infectados, sobreviviendo solo unos pocos afortunados por motivos
desconocidos para los médicos. Preocupado, su padre optó por
enviarla con su querido primo mientras él terminaba de poner en
orden sus asuntos administrativos para luego emprender el mismo
viaje.
La primera parte del plan ya había sido lograda con éxito, Iris se había reunido con Sauro y
con otros veinte soldados que venían a bordo del barco, y ya iban en
retorno hacia el palacio en un viaje que duraría seis días en
altamar.
El duque intuía una de las verdaderas motivaciones de este viaje; el rey ya en muchas ocasiones
le había hablado de su sobrina y sugerido que sería una buena
esposa para él, quien, ya teniendo el título de duque, era lo
suficientemente apto para alguien de la realeza.
Realmente Fernando II quería que Sauro formara parte de su familia, el aprecio que le tenía era
enorme, y pensaba que este matrimonio sería un verdadero premio para
el duque, pero lamentablemente para sus propósitos, Sauro no tenía
ni la más mínima intención de comprometerse a corto plazo, el
romanticismo no era parte de sus prioridades, y si bien, sabía que
en algún momento debía casarse y concebir un heredero, para él era
irrelevante con quién lo haría.
El primer encuentro entre Iris y el duque fue más bien breve, este se presentó de manera seca y sin
ningún esbozo de sonrisa frente a la bella joven de ojos marrones,
pecas y cabello dorado que lo miraba con evidente emoción, puesto el
rey secretamente le había enviado cartas hablándole de Sauro e
indicándole que podría ser su futuro prometido. Ella resaltaba no
solo por su belleza y su relación directa con la realeza, sino que
también su alegría, cordialidad y delicadeza deslumbraban en cada
acontecimiento social donde se presentaba.
Iris quedó prendada frente al
apuesto hombre que estaba frente a ella, consideró que sus ojos eran
los más bellos que había tenido la oportunidad de mirar y su rostro
le pareció perfecto. No podía evitar sonrojarse con solo mirarlo y
pensó que su tío había elegido el mejor de los pretendientes que
podría haber imaginado. Le satisfacía pensar que estos días en el
barco le servirían para conocerlo mejor y poder establecer un lazo
de cercanía con quien ella pensaba podría llegar a ser su esposo
algún día.
-¡Rápido, vayan a sus camarotes!
-gritó un soldado afirmándose al mástil central del barco.
La lluvia caía con fuerza y el viento soplaba con furia, muchos soldados habían salido a cubierta a
observar la tormenta al percatarse que el movimiento del barco se
hacía cada vez más intenso. Iris ante el miedo de estar sola,
prefirió seguir al tumulto de personas y salir también. Al alzar la
mirada al cielo, vio espesas
nubes que cubrían la luna casi por completo y abrían paso a la
feroz tormenta. Por un momento se sintió presa del pánico, aquella
oscuridad que era interrumpida por tímidos rayos de luz le dio una
sensación de vacío infinito. La única compañía que tenían en
ese momento eran las feroces olas que no dejaban de impactar contra
el barco. Caer en cuenta de que no estaban rodeados más que por
océano y que en sus manos no estaba la facultad de calmar las aguas,
la abatió completamente, solo podía rezar con todas sus fuerzas
para que la tormenta se calmara.
-¡Señorita, regrese a su habitación! ¡Este lugar es realmente peligroso ahora mismo!
-gritó Ron Sorte, un joven soldado que había trabajado codo a codo durante
ya varios años con Sauro. Era la única persona que el duque
consideraba un amigo.
-¡Eso haré! -respondió ella.
Y dando media vuelta se aferró a la cabina de los camarotes con la intención de regresar a ellos.
Mantener el equilibrio le resultó realmente difícil, y justo en el
momento en que estaba llegando a la puerta, un estruendo seguido de
un fuerte remezón la arrojó al suelo junto a todos los demás que
estaban en cubierta, el barco había impactado una gran roca que
hasta ese momento fue completamente invisible para el capitán de la
nave. Todo lo que sucedió después fue tan rápido, que pareció
incluso irreal para los aterrados tripulantes.
-¡El estribor ha sido impactado, repito, el estribor ha sido impactado! -gritó
un soldado mientras los demás hombres que no habían salido hasta
entonces a cubierta ya se encontraban en ella presos del pánico.
Entre los gritos y frenesí del momento, Ron ayudó a Iris a ponerse de pie. Le resultó realmente
difícil ya que lejos de contar con la ayuda de otro soldado, ambos
fueron empujados una y otra vez por los despavoridos hombres que
corrían aterrados.
-¡Tranquila! ¡Le prometimos al rey que la llevaríamos sana y salva hasta el
castillo y así será! -gritó mientras la afirmaba.
-Cielos, espero que Dios te oiga...
La dirigió hasta un lugar que odavía no había sido alcanzado por el agua y pudieron oír al
capitán gritando a todo pulmón.
-¡El barco se hundirá! ¡Procedan a bajar los botes salvavidas! ¡A toda prisa!
Lo que Iris podía ver, la aterraba cada vez más; los hombres resbalaban y parecían verdaderas
canicas rodando por toda la cubierta, y pese a sus esfuerzos por
aferrarse, varios cayeron al mar en medio de gritos de angustia y
desesperación. La incertidumbre de qué hacer y cómo sobrevivir ya
estaba embargándola cuando Sauro los alcanzó.
-¡Rápido! ¡Un bote salvavidas ya ha comenzado a descender, debemos llegar ahí antes de
que sea demasiado tarde!
-gritó ayudando a sostenerla.
Los tres se dirigieron a la popa del barco y desde lo alto vieron que un
bote salvavidas ya estaba flotando sobre el mar con seis hombres en
su interior. La mayoría de estos luchaba por alcanzar con un remo a
un soldado que flotaba a metros del barco pero que la marea se
empeñaba en alejarlo de su oportunidad de sobrevivir. De un momento
a otro el soldado se sumergió, y pese a los gritos y angustia de sus
compañeros no volvió a salir a superficie.
-No miren, sigamos -dijo Sauro apurando el paso.
Una vez que llegaron al sector del bote salvavidas vieron a dos hombres luchando por bajarlo.
-Ron, sube con Iris y yo ayudaré a bajar el bote -ordenó Sauro.
En cuanto Iris y Ron estaban dentro, el duque se unió para girar las poleas y apresurar el
descenso. En cuestión de segundos el bote ya estaba en contacto con
el mar y uno de los hombres se sumó a Iris y Ron de un salto, el
otro, un joven que no aparentaba más de dieciocho años, continuaba
junto a Sauro intentando cortar la gruesa cuerda que seguía uniendo
el bote al barco. Por segundos el duque sentía que todo su esfuerzo
sería en vano ya que su navaja parecía no poder cortar todas las
hebras de aquella cuerda, pero recordó sus días en los campos de
batalla y sintió que no había nada más difícil que tener que
pelear a muerte con su espada, pensó qué si logró sobrevivir a
tantos enfrentamientos sangrientos, una cuerda no podría ganarle en
esta ocasión. Presionó con más fuerza y la cuerda se cortó
liberando el bote. Saltó para unirse a los demás, mientras que el
muchacho pareció sumirse en un estado de pánico que no le permitía
saltar.
-¡No puedo hacerlo! ¡Se ve tan alto! ¡No puedo saltar!-gritó aterrado.
-¡Vamos, salta, el bote se está alejando del barco! ¡Apresúrate! -le animaban desde la pequeña embarcación.
El muchacho estaba paralizado viendo como el pequeño bote no dejaba de moverse, y le aterró aún
más cuando vio la oscuridad e inmensidad de ese imponente mar.
Intentaba saltar, pero sus piernas simplemente no se movían. Cerró
los ojos y sin pensarlo más, se dio un pequeño impulso y saltó con
todas sus fuerzas. Cayó directamente en el mar, pues el bote ya se
había alejado varios metros. Los demás no dejaron de gritar su
nombre con desesperación mientras miraban hacia todos lados tratando
de encontrarlo. Luego de varios segundos de angustia asumieron que el
muchacho ya no saldría a la superficie y un silencio desolador se
apoderó de todos, eso, hasta que Iris estalló en un amargo llanto.
Lloró ante el completo silencio de sus acompañantes, quienes veían
con desolación no solo que el muchacho había desaparecido
irremediablemente, sino que el agua del océano ya estaba cubriendo
casi por completo lo que fue uno de los barcos más seguro y afamado
del reino de Fernando II.
La nubosidad de aquella noche era
tanta, que el brillo de las estrellas no lograba ser percibido y las
cuatro personas
que se encontraban en el bote salvavidas ya no podían ver a los
demás sobrevivientes que habían logrado subir a las otras
embarcaciones.
-¡Carajo! ¡Si no
deja de llover pronto nuestro bote también se hundirá!, ¡no puedo
ver más allá de unos cuantos metros! ¡No sabría decir hacia dónde
podría haber tierra firme!
-quien
hablaba era Phillip Bozor, el cuarto integrante del bote, un soldado
que bordeaba los cuarenta años, alto, delgado y de cabellos castaños
largos.
Solía ser silencioso y
observador, y realmente no tenía una relación que fuera más allá
de lo estrictamente necesario en los campos de batalla con los demás.
-Por ahora no hay nada
que podamos hacer más que utilizar los pequeños baldes que están
en este bote para sacar el exceso de agua. Comenzaré yo y luego
podemos turnarnos entre los hombres que estamos aquí -mientras
decía esto, Sauro maniobraba un balde vaciando el agua del interior
del bote hacia el océano.
En ocasiones el silencio
retornaba y Ron intentaba mostrar fortaleza para subir la moral del
grupo. Ante la incertidumbre de lo que vendría y el actual momento
que vivían, intentó buscar respuestas a la tragedia, y sin darse
cuenta de que las palabras salían de su boca antes de que las
pudiese procesar, dejó salir todo su pesar.
-Debí suponer que
esto pasaría cuando oí al capitán decir a su subordinado que el
viento había desviado la ruta del barco hace varias horas atrás sin
que él pudiese percatarse... Pensé que ese desvío no sería tan
terrible... El capitán no se veía para nada temeroso -dijo
meciendo un remo sobre el agua.
En cuanto Phillip escuchó, abrió los ojos de forma incrédula y abalanzándose sobre
Ron lo tomó de su uniforme y lo increpó a gritos.
-¡Cómo pudiste callar una información tan importante! ¡¿Sabes cuántos hombres
acaban de morir?!
-¡Pero qué dices! Él era el capitán al mando, ¿quién soy yo para poner
en duda sus acciones? -se defendió.
Sauro los separó bruscamente con la intención de que la discusión no escalara a mayores.
-Dije que lo único que haríamos sería sacar el agua del bote y yo comenzaría...
cambié de opinión, seguirán ustedes y luego retomaré la actividad
-la mirada que les dio fue la más fría y penetrante que les había
dirigido hasta el momento.
Al ser el general a cargo, era la autoridad máxima dentro de ese bote, lo que hizo que los dos hombres tomaran los baldes y comenzaran a sacar el agua en absoluto silencio.
Iris se mantenía ajena a lo que sucedía entre los demás, estaba sumida en sus pensamientos. Pensaba en su cariñoso padre y se preguntaba si alguna vez volvería a
verlo, no podía llorar más, sentía como si su garganta hubiese sido cerrada y una amarga sensación no se iba de su boca, "si sobrevivimos al terrible hundimiento del barco, debe haber una razón...
El destino debe tener algo preparado para nosotros", pensó
tratando de darse ánimo y evadir los pensamientos pesimistas que
asomaban de vez en cuando.
Pasaron un par de horas en que la lluvia cesaba por momentos y luego continuaba de manera suave, el bote estaba a la deriva y nadie dentro decía palabra alguna. La luz
comenzaba a abrirse paso entre las nubes que progresivamente se iban
desvaneciendo en el cielo. El viento ya no mecía de manera brusca el
bote y el color del océano parecía haberse hecho más claro. Iris y
Phillip no habían logrado ganarle al cansancio y estaban sumidos en
un profundo sueño, mientras que Ron y Sauro miraban el horizonte en
espera del inminente amanecer.
El duque por momentos pensaba en el resto de la tripulación, pudo ver a algunos caer al océano sin volver a emerger. Conocía a todos los soldados que iban en aquel
barco, incluso el capitán había servido en los campos de batalla, y
ahora, muchos de ellos habían perdido la vida en una circunstancia
completamente ajena a alguna conquista. A su mente venía
constantemente la imagen de aquel joven soldado que no tuvo el valor
de saltar a tiempo al bote salvavidas. Se cuestionó si algo de lo
que pudo haber hecho o dicho hubiese cambiado su destino, no podía
dejar de pensar con impotencia en toda la vida que el muchacho no
había alcanzado a conocer. Se sentía responsable por cada una de
las vidas perdidas ese día, él era el general al mando y no pudo
hacer nada para evitar tantas muertes.
Por otro lado, Ron se esforzaba
por no derramar lágrimas. Muchos de los hombres que iban en aquel
barco eran amigos entrañables para él, y tenía claro que jamás
volvería a ver a muchos de ellos, es más, ni siquiera tenía la
certeza de si el mismo podría sobrevivir. Pensar en su familia le
generaba un asomo de esperanzas, por lo que trataba de tener en su
mente el constante recuerdo de sus padres y hermanos. Este no era el
caso de Sauro, quien no tenía familiar alguno a quien extrañar ya
que había crecido en un orfanato. Crecer en dicho lugar hizo de él
un hombre más bien frío y desapegado a las relaciones afectivas.
Siendo un niño aún muy pequeño tuvo que separarse de varios de sus
amigos cuando eran adoptados. Con el tiempo aprendió que tarde o
temprano cualquier persona a la que le tuviese algo de afecto también
partiría, por lo que cada vez se relacionó menos con sus
compañeros, y con el pasar del tiempo las partidas de los demás le
dolían cada vez menos. Con los años sus problemas también
cambiaron, siendo más grande debía cuidar las pocas pertenencias
que tenía ya que los niños mayores solían robarle a los más
pequeños. A menudo se veía enfrascado en peleas con sus compañeros
y parecía no tener límites a la hora de defenderse, es así como
una tarde llamó la atención de uno de los reclutadores de soldados
del reino, quien estando de visita para ver si había algún niño
con potencial de soldado, vio a Sauro propinándole una paliza a un
niño más grande que él.
-¿Por qué lo golpeaste tan salvajemente? -le preguntó una vez que
fueron separados.
-Intentó robar mi cena.
-¿Y eso es motivo para dejarle sangrando y con un diente menos?
-Lo mío es mío, y lo tuyo es tuyo, ¿qué parte de eso es tan difícil
de entender?
El hombre quedó maravillado con la respuesta, ese era el perfil que estaba buscando y lo reclutó
para unirse a las tropas del reino con solo trece años. Con el
tiempo comenzó a destacar cada vez más por sobre los demás, ya que
al no tener familia destinaba todo su tiempo a entrenar, lo que lo
posicionó como uno de los hombres más estratega y hábil del grupo,
llegando a convertirse en general.
En aquel pequeño bote continuaba abundando el silencio. Ron estaba por dormirse cuando creyó ver algo en el horizonte. Restregó sus ojos para asegurarse de que no estaba
teniendo una ilusión, volvió a mirar y lo que vio continuaba ahí.
-¡Tierra a la vista! ¡Veo tierra! ¡Gracias a Dios! ¡Es una isla!-gritó despertando al resto.
Los cuatro tripulantes miraron perplejos
como ante sus ojos se comenzaba a esbozar la presencia de una isla a
varios kilómetros de distancia.
-Esto es maravilloso...Vamos a vivir -dijo Iris con los ojos humedecidos
y llena de emoción.
-¿Qué están esperando? ¡Rememos! -gritó el duque.
En cuestión de segundos ya estaban remando a toda velocidad. El éxtasis de ver tierra firme y
dejar de estar a la deriva les hizo olvidar su cansancio, y con todas
sus fuerzas se apresuraron para llegar a aquella desconocida, pero
esperanzadora isla.
COPYRIGHT(©) 2022
TOP