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La Concubina del Rey

La Concubina del Rey

img Romance
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Acerca de

SINOPSIS A los ojos de la sociedad, Sonya es simplemente la sobrina del dueño de un burdel de renombre. Sin embargo, en secreto, lleva una doble vida como médica, atendiendo a personas de bajos recursos y a mujeres de alta sociedad que han sufrido abusos o buscan interrumpir un embarazo no deseado. Su vida, aunque caótica, la satisface profundamente. El destino interviene cuando Sonya conoce al joven rey William, quien recientemente ha asumido el trono. William está gravemente enfermo, y su salud se deteriora rápidamente sin una explicación clara. La noticia de su enfermedad podría desencadenar su destitución, especialmente porque aún no tiene un heredero. En un desesperado intento por mantener su condición en secreto, William recurre a los servicios médicos de Sonya, y para justificar su presencia en la corte, finge que ella es su nueva concubina. Al principio, la relación entre William y Sonya es distante y profesional. Sin embargo, a medida que el tiempo pasa, comienzan a surgir sentimientos mutuos. Mientras Sonya lucha por encontrar una cura para el enigmático mal de William, un reino rival acecha, decidido a arrebatarle el trono y a su fascinante concubina. ¿Podrá Sonya salvar al rey sin que ambos sucumban a las intrigas palaciegas y las amenazas externas?

Capítulo 1 La Doctora

La primera vez que lo hizo, sintió mucho miedo, especialmente por temor a ser descubierta. Pero pronto entendió que, si se vestía de mucama y llevaba un par de cosas en sus manos, ni la miraban.

Hacía cinco años que se dedicaba a atender a las personas tanto de bajos recursos como a las damas nobles que la solicitaban en secreto. Fue sencillo hacerse conocer, ya que, por casualidad, una de las mozas que trabajaba en el burdel descubrió que estaba estudiando medicina en secreto y, al poco tiempo, la llevó ante una condesa que necesitaba atención urgente. La joven había sido violada y luego brutalmente golpeada por su flamante marido. En ese momento, el destino de Sonya quedó marcado para un buen futuro... o al menos eso creía hasta hoy en día.

Ahora, ella se encontraba metiéndose a hurtadillas en otra mansión con el mismo fin, pero diferente paciente. Aún no sabía de qué se trataba; nunca lo sabía hasta verlas, así que por las dudas siempre llevaba su bolsa con todo lo que creía que podría necesitar. Aunque, usualmente, trataba embarazos y problemas de salud que su misma familia provocaba en sus pacientes.

―Mi lady la está esperando en su habitación, a esta hora nadie las va a molestar. De todas formas, tenga cuidado. Le dije a los demás que tú serás momentáneamente mi reemplazo porque mi ama me mandó a buscarle algo. Así que ten cuidado con lo que dices ―le advirtió la dama de compañía, quien le señaló el lugar al que debía ir.

―Gracias ―dijo Sonya, observando el lugar.

Fueron hasta la parte trasera de la mansión, lugar que usaba la servidumbre para entrar y salir sin que nadie los viera y así limpiar toda la mansión sin molestar a nadie. La doncella la dejó sola al final y Sonya recorrió el sitio que le había señalado hasta llegar a una puerta grande de color blanco y adornada con oro. No se detuvo a pensar si era oro de verdad o solo pintura; la mayoría de los ricos ostentaban oro de verdad. Golpeó con delicadeza la puerta y desde adentro escuchó un apenas audible <>.

Dentro de la habitación, una mujer de unos treinta años se sentaba frente a un tocador ornamentado. Estaba sentada frente a un hermoso tocador, lleno de maquillaje y perfumes. La mujer se encontraba peinándose su larga melena rubia, vestida ya con su ropa de dormir. Todo en la habitación estaba adornado de blanco y oro, incluso el vestido de ella era de un blanco impoluto. El lugar por completo estaba en orden, limpio y desprendía riqueza por donde mirase.

Se quedó parada en medio de la habitación, sin decir nada, esperando que su paciente rompiera el silencio. Aún no se habían visto cara a cara, aunque Sonya podía ver el reflejo de la dama en el espejo. Sin duda, era una mujer muy hermosa. Delgada, pálida y de rasgos muy delicados, una belleza que todo hombre desearía tener entre sus brazos.

―Entiendo que eres... médico ―dijo al fin la mujer, dejando su cepillo en la mesa y levantándose por fin de su asiento.

―Sí, señora.

―Bien, te llamé por ese motivo. Aunque es obvio que lo diga, claro. Te han recomendado muy bien, dicen que eres discreta y guardas el secreto. Necesito eso, que todo lo que vaya a ocurrir entre nosotras quede entre nosotras. ¿Sí? Espero que comprendas las consecuencias de hablar con alguien, ¿verdad? ―preguntó, yendo hasta un armario que se encontraba oculto en la pared. Lo abrió y de él sacó un pequeño cofre. Caminó con paso tranquilo hasta acercarse a Sonya.

― Sí, señora. Sepa que jamás diré nada. Soy su confidente ―le aseguró, agarrando el cofre. No lo abrió, lo haría una vez que estuviera en el burdel. El pago siempre lo decidían sus pacientes. A veces eran monedas y otras veces joyas... hasta una vez recibió diamantes.

― Perfecto... Hace semanas me encuentro mal. Tengo náuseas, mareos... Me siento más cansada de lo usual. Pienso que por ahí es porque me estuve alimentando mal. Pero un comentario de una amiga, la que te recomendó, me puso los pelos de punta. Así que quiero sacarme de dudas.

― ¿Cuándo fue su último sangrado? ―preguntó con tranquilidad Sonya.

― Sinceramente, no lo recuerdo. No suelo llevar la cuenta, mi doncella sí. A ella debería preguntarle...

― Bueno, no se preocupe. Sin embargo, ¿ha tenido algún sangrado recientemente? Aunque haya sido poco o de un color débil, distinto al de siempre, con duración mínima. ¿Algo diferente a lo de los demás?

― Sí, eso sí. Fue de un color débil y me duró dos días. ¿Tiene algo que ver? Pensé que era por el estrés, así que no le di importancia.

― Puede ser, pero necesito revisarla. ¿Podría por favor acostarse en la cama? ―le pidió con amabilidad.

Sonya ya se daba una idea de lo que era, pero no podía afirmarlo así nada más. El leve abultamiento de su vientre la delataba, aunque en otros podía pasar desapercibido aún. Vio cómo la mujer se puso levemente nerviosa, siguió la instrucción y se acostó. Sonya dejó su maleta a su lado y se arrodilló al frente de ella. Luego de pedir permiso, le levantó la falda del vestido. Tocó con delicadeza, pero con mano firme, su bajo vientre y sintió una "bolita".

― Está embarazada, de cuatro semanas ―dijo al fin.

La mujer empezó a llorar. Sonya no dijo nada.

―No puede ser... en serio que nos cuidamos... tomé esas semillas que me recomendaron, me dijeron que funcionaba... no lo entiendo ―lloraba la mujer.

Sabía perfectamente de qué semillas hablaba e intuía que no las preparaba como debía. Algo que la iba a asesorar luego.

―Mi marido se fue al Este hace cinco meses... ¿entiende? ¿Qué le voy a decir cuando vuelva? ¡Él me matará! ¡No puedo tener a este bebé! ―dijo con desesperación.

―Puedo... puedo ayudarla a interrumpir el embarazo. Sin embargo, debo decirle que hay muchos riesgos...

―No creo que sean tan graves como los que me esperan con mi marido ―la detuvo, sentándose de golpe.

―En serio, son graves. Puede morir desangrada o de una infección. El mismo procedimiento puede convertirse en un trauma incluso ―siempre intentaba ser sincera, los problemas psicológicos que podían experimentar, podían ser igual de difíciles de tratar, aún más cuando no se creía en la salud mental.

―No me importa eso, cargaré con las consecuencias de mis actos. No quiero a este bebé, por favor. Haga lo que sea para que no sepan de mi estado ―le suplicó, agarrando sus manos.

Sonya la miró y asintió con la cabeza.

―Iré a preparar las cosas que necesito. Por favor, usted también debería prepararse para lo que se viene. No quiero darle miedo, pero esto será doloroso ―le informó.

Salió de la habitación y fue a la cocina por agua, tenía que preparar un té de plantas y semillas para inducir el parto, además necesitaría agua para ayudarla asearse después.

Ya era de noche, la mayoría de los sirvientes se habían retirado y solo quedaban aquellos de guardia que estaban por si venía algún invitado inesperado. Cuando entró a la gran cocina, había una joven sentada en una silla cerca del fuego, tejiendo.

―Perdón, mi lady necesita agua. Dice que no se siente bien y quiere darse un baño caliente para relajarse, así que necesito llevarle agua ―explicó, quedándose parada a la mitad de la habitación.

La joven asintió con la cabeza y la llevó a la parte de atrás, donde había barriles llenos de agua fresca. Sonya siempre podía ver la comodidad que tenían los ricos, mientras las personas de bajos recursos debían salir por su agua al río sin importar la hora. Tener barriles en casa era costoso, por los químicos que se necesitaban para limpiarlos y así evitar que el moho contaminara el agua. La verdad, solo necesitaba un balde lo suficientemente grande. Así que se llevó uno y, sin decir nada, salió hacia donde estaba la dama.

La mujer estaba caminando de un lado a otro, apretándose las manos, claramente nerviosa. El miedo se reflejaba en su cara.

―Quiero decirle que habrá sangre, sin duda. Necesito que en el momento en que sienta mal, deberá posicionarse encima de una fuente, para evitar manchar algo. Deberemos cubrir el lugar con alguna prenda oscura, para evitar que la sangre traspase ―a veces, las mujeres solían sangrar mucho en las primeras horas. Luego continuaban sangrado por un par de días más, pero con menor abundancia. Tendría que idearle una dieta que fuera nutricional para compensar la pérdida de sangre.

―Mi marido me regaló este vestido cuando cumplimos dos años de matrimonio. Es de seda, lo mandó a buscar desde el Oeste. Lo usé una sola vez... puede funcionar ―el vestido era precioso, con una cola larga y con muchos vuelos. ― Podemos poner otro vestido debajo, por las dudas, y luego tirar todo...

Sonya comenzó a preparar el té y una vez que lo tuvo todo mezclado, lo dejó infusionar en agua caliente. La mujer se encontraba sentada, mirando cada movimiento que ella hacía, sin decir nada.

―Bébalo todo. Es amargo y fuerte, trate de no vomitarlo. A las horas, sentirá dolor y será el momento de expulsarlo. Es probable que grite, ¿alguien podrá escucharla? ―los gritos eran más por la desesperación y la angustia que sentían que por otra cosa, pero eso no se lo dijo.

― No... no creo...

―Bien, no quiero meterle miedo. Disculpe si lo hago.

Volvieron a estar en silencio. Así como lo había previsto, a las horas la mujer comenzó a sentir dolor, a sudar y sentir náuseas. Con ayuda de Sonya, llegó al lugar que habían preparado en el suelo y se posicionó encima del fuentón con agua acuclillada. Sonya había preparado todo lo que necesitaría, todo al alcance de su mano.

―Cuando le diga, debe pujar, hágalo. El cuerpo es sabio, él sabrá que hacer ―le informó Sonya.

El proceso fue largo, la mujer sangró mucho. Pero al final, pudo expulsarlo. Sonya sacó el fuentón con rapidez para que la mujer no viera nada. Aunque terminó desmayándose al llegar a la cama. La revisó, estaba más pálida y fría. La limpió lo más rápido que podía, y luego la abrigó. Le puso muchas vendas a forma de apósito para evitar que manchara la cama, ya no sangraba como antes a causa de que le había dado otro té para controlar que no se desangrara. Iba a estar varios días sintiéndose muy mal, así que le había preparado varias infusiones que debía tomarlas en su debido tiempo. Por las dudas, le dejó todo escrito, así como el debido uso de las semillas que anularían la concepción en un futuro. Aunque tenía miedo de que no pudiera concebir después de eso, un aborto era un tratamiento invasivo, y la concepción podría ser de baja a nula.

Cuando llegó la dama de compañía, no hizo preguntas, sólo escuchó atentamente los consejos y a qué debía estar atenta.

― Si la fiebre no baja en tres días, llámame.

Había sido una noche larga, era tal su deseo de llegar a su cama, que cuando salió de la habitación, prácticamente corrió a la salida. Apenas estaba saliendo el sol, así que debía darse prisa antes de que la vieran. Primero debía deshacerse de la ropa luego descansaría.

La música la despertó, no sabía cuánto exactamente había dormido gracias a la infusión que se bebió antes de dormir. Pero se sintió descansada y tranquila. Al salir de la cama, pensó que esa noche, sería una muy buena noche. Siempre tenía un balde de agua en su habitación, la cual ponía en un caldero que estaba al lado de la chimenea para poder asearse al despertar. Soltó su larga cabello oscuro y se sentó frente al pequeño espejo que tenía en su escritorio y comenzó a peinarse, ese día no se lo lavaría ya que lo había hecho el día anterior.

Pensó en la paciente que asistió y se sintió mal por ella. Muchas mujeres de buena cuna sufrían ese destino. Los compromisos arreglados por los padres eran el mayor motivo por el cual tanto la mujer como el hombre, se volvían adúlteros... aunque obviamente, el hombre la pasaba mejor que la mujer.

Volvió a ponerse los palillos en su pelo, los cuales permitían que sostuviera su cabello en un rodete. Se levantó y vio que el agua estaba lista para ella. Se quitó la ropa y procedió a lavarse con un paño al lado del fuego. Observó su habitación, era muchísimo más pequeña que la de la dama, incluso, no tenía ningún lujo en ella. Era toda de madera vieja, tan vieja, que ya se había vuelto oscura por el tiempo. Incluso su cama estaba siendo sostenida por varios palos, aunque firmes aún. No había ostentosidad alguna, pero sí era cómoda. Su pequeña biblioteca a la derecha de la entrada, era lo más valioso que tenía.

Alguien golpeó su puerta y antes de que pudiera decir algo, la persona entró de golpe.

―¿Quieres que te lave la espalda? ―preguntó una voz suave, acercándose a ella.

―María, ¡qué indecente! ―dijo intentando mostrarse enojada, pero en seguida de rio ―. ¿Qué pasa?

―Te busca papá, dijo que tienes que encargarte de las cuentas ―le respondió, mientras agarraba el paño que le tendió, y procedía a pasarlo por su espalda.

―Lo sé, ya lo iba a hacer. Espero que esta vez, no hayas metido la mano en la bolsa.

―¡Ey! Fue solo una vez, ¡hace años! Ya aprendí mi lección.

Ambas se sonrieron al recordar. María era su prima y habían crecido juntas, pero Sonya era más grande. El padre de María, Thomas, la recibió luego de que sus padres habían muerto. Pronto se convirtieron en mejores amigas, una cómplice de la otra. Aunque crecieron en el burdel de Thomas, la vida de ellas no había sido trágica como muchos podrían creer. A diferencia de otros lugares, quienes trabajaban ahí, lo hacían por decisión propia, y solo debían pagarle un porcentaje de ganancias al dueño. Mientras no hubiera problemas, ellas podían trabajar con tranquilidad y comodidad. Obviamente, como hija y sobrina del dueño, ellas jamás habían ejercido la profesión de cortesanas o damas de compañía, atendían como mozas y todo hombre que entraba ahí, sabía perfectamente que no podían tocarlas ni pedirles nada más que les volvieran a llenar sus copas. Era la regla de oro.

―Llegaste tarde hoy, ¿fue complicado?

― No, la verdad es que no. Estuve atendiendo a varios pacientes... ya sabes, lo usual ―respondió con normalidad, aunque bien sabía que era una mentira. Jamás daba detalles de ningún tipo, era real cuando decía que guardaba todo para ella.

―¿Qué fue lo más raro que atendiste?

― Mmm, una picadura de araña en el trasero de un señor. Ya supuraba...

―¡Ay! ¡Qué asco! ―ambas rieron ante el asco que sintió María ―. No sé cómo puedes ver todo eso y luego comer un guisado.

―Mejor no hablemos de eso ―le dijo, volviendo a reírse ―. Vuelve a ponerme esa crema en el tatuaje.

María se acercó al escritorio en donde estaba el espejo y vio una caja encima de ella.

―¿Qué hay ahí dentro? ―quiso saber, aunque no la tocó.

―Sorpresa... ―le respondió, aunque en parte era verdad. Todavía no la había abierto ―. Venga, María, no tenemos todo el día.

―¿Qué significa tu tatuaje? ―quiso saber, mientras le pasaba la crema por la espalda, observando un árbol con raíces extendidas y entrelazadas, lleno de hojas que se encontraban en varias direcciones. El árbol estaba rodeado por una gran gota de agua.

―Qué preguntonas estamos hoy, ehhh... Pero te lo voy a decir, para mí, significa vida. Así de sencillo.

―¿No te dolió?

―Como ni te imaginas. Pero es lindo, ¿no? Valió la pena ―dijo, mientras se acercó al espejo, y lo observaba cómo podía.

Sonya tenía varios tatuajes hechos en su cuerpo, a ella le encantaban. Siempre los llevaba cubiertos por su ropa, tenía una rora hecha en su pecho, debajo de sus senos; un tatuajes gemelos debajo de cada clavícula que asemejaba los rayos en una noche de tormenta y hasta una liga con su moño en su muslo izquierdo. Los hombres que habían salido con ella se fascinaban al verlos ya que era muy raro ver a una mujer con tatuajes, se decía que solo los hombres se lo hacían ya que eran más resistentes al dolor y que por la delicada constitución de una mujer, ellas no los aguantaban. Pero ella misma había descubierto que era mentira, el dolor en ese sentido podía ser igual tanto para el hombre como para la mujer, y la intensidad dependía mucho de la persona y no de su género. Y la zona que elegían.

Se vistió con un vestido ya de un gris viejo, aunque no harapiento. Mientras los vestidos de las damas estaban sujetos con las cuerdas hacia atrás, indicando que las vestían, la de las mujeres plebeyas la tenían hacia delante. Otra diferencia que se podía encontrar, eran los colores vivos que usaban las damas, mientras que una mujer de bajo recursos, apenas se podía permitir colores neutros y pocos destacados. Aunque una mujer que se dedicaba a trabajar en un burdel, siempre intentaba encontrar un vestido de color blanco que luego teñían con el jugo de algún fruto para hacerlo destacar entre otros. El único momento en el que una plebeya se permitía un vestido incluso un poco costoso, era el día de su boda.

María, era una joven de veintidós años. Estaba comprometida con un guardia que trabajaba para una familia de título nobiliario, aunque no muy alto. Ambos estaban ahorrando para su vestido, el permitido, y no se iban a casar hasta que ella tuviera el de sus sueños. A diferencia de Sonya, María era delgada, cabello rojizo, tez pálida y ojos increíblemente azules. Era preciosa. Su voz siempre melodiosa y tan dulce. En cambio, Sonya era más corpulento, cabello azabache, ojos marrones y de voz muchas veces dura y fría. No tenía rasgos ni comportamientos románticos y soñadores como su prima.

Desde que vio la caja, Sonya había deseado que ahí dentro, estuviera lo que le faltaba María para su vestido.

Cuando estuvo lista, salieron de la habitación, directo al pequeño despacho de tío. Golpearon la puerta y entraron. Dentro había un hombre demasiado alto y fuerte para su edad, y se encontraba hablando con un guardia, el recaudador de impuestos para la corona.

―Buenas noches, señoritas ―las saludó el guardia, el mismo de siempre. Su nombre era Patrick, él había mostrado interesado en Sonya cuando la conoció, pero sutilmente ella le había dejado en claro que no pensaba relacionarse íntimamente con ningún hombre.

Aunque era un hombre muy apuesto con sus rizos dorados y ojos almendras, de unos treinta años, ella sabía perfectamente que él era un mujeriego empedernido, muy interesado también en las mujeres del burdel.

―Buenas noches, señor ―respondieron ella al mismo tiempo.

Ambas se quedaron en un rincón, mientras los hombres pactaban el pago del mes. Aunque Sonya hacía las cuentas, y armaba los pagos, era su tío el que los entregaba. Ella siempre prefería tener un perfil bajo, en donde solo pensaran que era una damisela más que apenas sabía leer o escribir su nombre.

―Se habla de que pronto aumentarán los costos así que, por las dudas, le voy informando. El próximo pago, quizás, sea mayor...

―¿Cómo? ¿Aún no les basta todo lo que les damos? ―protestó su tío.

― Sucede que hay rumores de que una guerra se acerca, y el rey quiere estar preparado. Si una guerra se desata con el Sur, ¿qué prefiere? ¿Qué directamente vengan y le quiten todo, o que el arca esté llena y le pidan que done lo que pueda? Hay momentos en que lo mejor es ajustarse antes de tiempo.

Sonya los escuchaba atentamente, y coincidía con el guardia. Ella había estado en una de esas confrontaciones, cuando vivía más cerca del oeste. Aunque duró apenas un mes, fue lo suficientemente devastadora como para crear cierta inestabilidad a todos los pueblos. Sus padres habían muerto en esa guerra, y aunque era una niña en ese entonces, podía recordar cómo los invadieron y mataron a su madre en frente de ella, luego de que la violaran cinco monstruos. Se estremeció al recordar, pero no dijo nada.

―Si eso llega a pasar, pueden acudir a mí, que yo los protegeré ―dijo el guardia, mirando a Sonya. Ella sonrió a medias y asintió con la cabeza, pero siguió sin decir nada ―. Señoritas, señor, que tengan buenas noches ―y se retiró.

Vieron como salió el hombre y ella se sentaron al frente de su tío.

―¿Realmente puede ocurrir otra guerra? ―preguntó preocupada María.

―Es incierto. El nuevo rey puede generar ciertas dudas de comando, apenas si se sabe algo de él. Así que supongo que otros reinos enemigos, pensarán que será sencillo invadir teniendo un oponente neófito, y carente de experiencia ―explicó Thomas, guardando la boleta de pago firmada por el guardia ―. De todas formas, si eso llegase a pasar, nos encontramos más cerca del reino que otros pueblos, seríamos los últimos en ser atacados. Nadie se arriesgaría a formar un ataque directo al castillo.

―Pero si saben de alguna reparación de ataque, posiblemente lo ataquen de raíz como el último, ¿no? ―cuestionó María, ella temía por su prometido, Eric, aunque jamás había sido convocado para estar al frente, siempre vivía con el temor de que ese día llegase.

―No sabremos hasta que algo suceda. La última guerra fue hace cinco meses, a penas nos estamos recuperando. Por suerte, sucedió fuera del prado real, pero no sabremos cuándo ni dónde se puede desatar la siguiente ―respondió Thomas, alcanzándole el libro de cuentas a Sonya ―. Debemos estar atento a cómo se desenvuelve el nuevo rey.

* * * *

―La vida de un rey no es fácil, hijo mío. Ahora tienes una gran responsabilidad. Siempre se diplomático y aprende a escuchar, y a elegir los buenos consejos que tu gente te da ―le dijo el padre, Eduard, mientras le ponía la corona a su hijo, William, el flamante rey.

―Lo sé, padre. Sin embargo, ¿realmente crees que estoy listo? ―preguntó con dudas a Eduard.

Ambos se miraron, el padre hizo un gesto con la mano y los ayudantes de cama y otros sirvientes presentes, salieron de la habitación. Ese día era la primer reunión que tendría con el viejo consejo, y su padre había querido desayunar con él para prevenirlo. Era su primer día como rey.

―Hijo, jamás presentes dudas frente a las personas. El mínimo comentario en tu contra, hecho por ti mismo, puede jugarte muy mal. Todos los reyes tenemos nuestras dudas, pero sabemos expresarlas frente a la persona adecuada. Y sí, hijo mío, sé que estás listo para asumir el cargo que te estoy dando, eres un buen estratega, sabrás solucionar todo problema que se te enfrente ―lo tranquilizó Eduard.

El hijo desvió la mirada de su padre por un momento, luego lo volvió a mirar a los ojos y asintió. El ex rey apretó los hombros del flamante rey con afecto y luego se alejó de él hacia la mesa en donde un sustancioso desayuno los esperaba. Mientras el hijo tomó su lugar en la cabecera de la mesa, el padre se sentó a su derecha.

―Debes alimentarte bien para afrontar el día de hoy. Tienes una reunión con el consejo, mi viejo consejo. Ellos te presentarán la lista de los nuevos postulantes, elige sabiamente. Sé un rey justo, no elijas bajo tus propias subjetividades, tienes que hacerlo en base a lo que el reino necesita ―continuó con sus consejos Eduard ―. Sé que elegí relegar mi puesto antes de mi muerte, pero eso lo hice para asegurar tu lugar en el trono. Muchos hombres que pertenecían al consejo y a la junta de tribunales, apoyaban la idea de que quien tomara mi lugar fuera tu primo, Antonio, un político obviamente. Pero yo jamás estuve de acuerdo con esa idea. Sé que te puse en una mala posición en un principio, obligándote a ser un soldado en vez de sentarte detrás de un escritorio como los fuimos todos los ex reyes. Lo lamento por eso, William.

―No tiene que pedir disculpas de nada. En parte entiendo que un rey no puede mandar a cualquier hombre a luchar una guerra en su nombre, un rey siempre debe tener hombres de confianza. Y yo estoy orgulloso del puesto que tenía, aprendí mucho más ahí que aquí encerrado en estos muros.

El padre observó a su hijo. La primera vez que fue a la guerra tenía diecisiete años, aún era un niño. Pero había salido victorioso, aunque con una gran cicatriz en su pecho al ver ayudado a sus soldados a salir de una trampa que les habían puesto los enemigos. Eso lo había hecho sentirse fatal y tomar la decisión de volver a encerrar a su hijo en esos muros. Sin embargo, William había mostrado por primera vez una determinación y valentía en el momento que se negó a seguir esa orden real, así que al final, el padre le había permitido elegir su camino. Ahora aquel niño, tenía treinta y cinco años. Una gran carrera militar encima y muchas cicatrices en su cuerpo... y, en su alma. ¡La de cosas que habrá sufrido en batalla y nunca le dijo porque no quería preocuparlo! Obviamente él se merecía el trono, se lo había ganado con creces. A pesar de que aún le faltaba entender la política.

―Sé que no me pondrán fácil las cosas, aunque usted se lo pida. Pero mejor, de esa manera, podré demostrar mi valía ―le dijo William, mientras se bebía su té.

―Siempre ten en cuenta, hijo mío, que habrá veces que deberás dejarte persuadir. No puedes ir en contra de todo, solo cuando debes hacerlo. Jamás te olvides de ser un rey justo ―le dijo con tranquilidad ―. Antonio intentará entrar en el consejo esta vez, él tomó recientemente el lugar de su padre fallecido, sin embargo, mi consejo es que no lo hagas. Tenerlo te traería más complicaciones que soluciones, su meta es dejarte en ridículo. No quiero que él manche tu imagen, así que deja que se encargue de los asuntos de su familia y si puedes, mándalo al extranjero como embajador. Sé que es hijo de mi hermana, pero nunca estuve de acuerdo en la manera que permitió que lo educaran. Su ambición y egoísmo sobrepasan los límites de un hombre honesto.

William asintió con la cabeza, y justo en ese momento, la conversación fue interrumpida.

―Mi señor, el consejo ya se encuentra en la sala principal ―le dijo su ayudante de cama principal y su escudero de toda la vida, Mario.

Los dos tenían la misma edad, aunque Mario había participado de la guerra mucho antes que él así que tenía más experiencia en ese tema que William, y había sido un buen maestro. Se conocieron en la Guerra del Sur, un reino que estaba en constante enemistad con su reino y que, a toda costa, siempre intentaba invadirlos. Ellos pertenecían al reino del Este, era rico en sus tierras gracias a los pozos de agua dulce que jamás se secaban, la pesca y los tratos comerciales con muchos pueblos. Eran un reino próspero y fuerte, así que siempre lograban ganar ya sea por el gran número de soldados que poseían y por los hombres fuertes que se encontraban ahí.

William se levantó de su silla, hizo una breve reverencia y salió de la habitación. El castillo era inmenso, pero gran parte de él, se encontraba cerrado, inhabilitado porque no vivían muchas personas. Aunque estaban siempre preparados por si venían visitantes, la verdad es que apenas eran un puñado de habitantes. Obviamente la familia real, conformada por cinco personas: el ahora rey, William; su padre Eduard; su primo Antonio junto a su mujer Estefanía e hijo Alonzo y obviamente su prima Evangelina, la cual siempre lo andaba merodeando. Los demás habitantes eran los sirvientes que se encargaban de mantener el castillo y las mesas bien servidas. William no estaba comprometido aún, así que no tenía una familia propia.

Caminó por varios corredores hasta llegar a la sala de juntas, los guardias a cada lado de la gran puerta le abrieron el paso. Los hombres que se encontraba en ese momento, se levantaron de sus asientos e hicieron una reverencia a medida que él iba pasando por el centro hasta llegar a su gran asiento que simulaba ser un trono. Era de oro, cubierto de una tela aterciopelada de color azul, el color real.

― Bueno días, consejo. Damos inicio a la audiencia ―dijo con voz calma, pero firme.

Desde niño, había presenciado muchas veces esas reuniones como oyente junto a su primo. Ambos sentados al lado del rey, sin decir nada y sin moverse, hasta que los venían a buscar para almorzar. Sabía perfectamente cuáles eran los protocolos, los temas relevantes que se debían tratar y cómo debía actuar el rey. En esas reuniones, solo participaban el miembro masculino de más de edad de las casas más ricas, así que había diez hombres presentes, cinco a su izquierda y los otros cinco a la derecha, e iban desde el mayor al menor rango o importancia. Todos esos hombres, ayudaban a la corona con sus monedas y sus recursos. Así que eran prioridad escucharlos y tener en cuenta su sugerencia.

―El tema a tratar hoy en la junta es la formación del nuevo consejo. Sabemos que los aquí presente somo partes de las diez familias, pero algunos solo tenemos hijas mujeres y ningún sobrino que pueda heredar nuestra posición. Así que teniendo en cuenta que hay nuevos señores con riquezas y recursos que podrían aportar a nuestro reino, presentábamos una lista de quince candidatos, con nuevos señores y con herederos nuestros ―comenzó decir el señor Grinpot, el hombre más rico, el que siempre encabezaba todas las reuniones, el vocero real ―. A continuación, diré los nombres de los candidatos y procederé a nombrar sus atributos...

Eran quince hombres, lo que claramente le indicaba, que iba a ser una mañana muy larga para el rey.

―El primero es Frederick Grinpot ―<>, pensó el rey al escucharlo atentamente ―. Tiene cuarenta años, una carrera en política y también en finanzas. Tiene un patrimonio de más de tres millones de monedas, una herencia de más de diez millones de monedas y un título nobiliario de duque al fallecer su padre ―<<¿un futuro duque apenas tres millones de monedas? Poca riqueza ha logrado por su cuenta>>, juzgó William, pero no dijo nada, solo lo pensó ―. Con sus conocimientos y patrimonio, puede ayudar en las finanzas del reino, a incrementar aún más el arca real.

William miró al tesorero real, Alexander, que se encontraba sentado frente a un escritorio anotando todos los datos relevantes para la corona en temas de dinero. El rey vio, que al igual que él, estaba dudoso. Pero nuevamente, el hombre tampoco dijo nada. Luego tendría una charla con él en privado. Grinpot continuó con las demás presentaciones, hombres que rondaban los cuarenta y cincuenta años. Todos con cierto patrimonio relevante y recursos para ofrecer, como caballos y hasta azúcar. ¿Qué sería del reino sin caballos y azúcar?

―El último, es un nuevo miembro de la sociedad, Sebastián Sanderson, quien tiene treinta años. Su familia siempre fue rica, sin embargo, ahora su fortuna ha amasado más de siete millones de monedas gracias a las minas de carbón que han descubierto en sus tierras. Al parecer, son ricas y tienen futuro prometedor. Pero no saben mucho sobre política y jamás han pertenecido a un puesto real ni tienen título nobiliario concedido, aunque si muestra ser capaz, se le puede dar un título ―informó Grinpot, mirando atentamente al rey.

Grinpot hizo que el guardia del rey, Mario, le acercara a su señor la lista completa de los postulantes. Ahora con los papeles al frente, podría analizarlos detenidamente y evaluar los mejores hombres. Sabía que al menos cinco, debían ser aceptados sin duda, casi obligatoriamente, porque los puestos del consejo, también son heredados. Pero quería ser un rey sabio y justo, como siempre le aconsejaba su padre. Al final del día, también era cierto que decida lo que decida, los hombres presentes, debían aceptarlo sin miramientos. En medio de esos nombres, estaba su primo. Su padre tenía razón al decir que intentaría entrar al consejo. La relación entre ellos era nula, no se trataban y a veces a penas sí se miraban en las reuniones familiares. Realmente no lo conocía, pero sabía que él era el favorito de muchas personas, aunque no sabía el motivo.

―Bien, al finalizar la semana, haré conocer mi decisión ―informó, una vez que todos hubieran presentado su surgencia. Aunque obviamente, hablaron solo de sus familias y por qué debían ser elegidos ―. Si no hay nada más que decir, me retiro.

Todos los presentes se levantaron e hicieron la reverencia. William salió de la sala acompañado de Mario. Una vez se cerraron las puertas, y estuvo lejos de la vista de alguien que no fuera Mario, se tuvo que recargar de una pared ya que comenzaba sentirse muy mal otra vez.

―William ―lo llamó Mario, casi en una voz inaudible para que solo él lo escuchara y se acercó a él.

Mario pasó un brazo por la cintura de William, mientras que, con la otra, pasaba el brazo de su amigo por sus hombros. Lo sostuvo fuerte y ambos caminaron lo más rápido que podían a la habitación real, en donde William se había mudado recientemente. Al llegar, lo ayudó a recostarse en la cama.

―No... llames a nadie... ―le pidió William, sintiendo un gran dolor en su pecho y comenzando a toser. Mario no estaba de acuerdo con eso, pero no dijo nada. Le pasó un pañuelo, el cual pronto quedó manchado de sangre.

Mario le alcanzó un vaso de agua y como pudo, William lo fue bebiendo. No recordaba la última vez que se había sentido sano. Ni recordaba cuándo había comenzado sus malestares, aunque podía llegar a confirmar, que fue consciente de eso en su última batalla, hace más de cuatro meses. Después de ese momento, su salud había ido deteriorándose paulatinamente.

Se sentía cansado y sin energías. A veces terminaba escupiendo mucha sangre. Otras veces, la fiebre le duraba días. Aunque sus síntomas iban y venían, turnándose entre sí. Había visto médicos en secreto, pero ahora ya no podía hacerlo más, ya que las personas reconocerían al rey y por más monedas que les diera, corría el riesgo de que otro ofreciera más y terminaran hablando de él y de esa enfermedad que no podían descubrir qué era. No era lo mismo pagar el silencio de alguien siendo un disque soldado, a ser ahora un rey.

Ya era de noche cuando se recompuso. No había podido ir a ver al tesorero, pero le había mandado un recado con Mario, orquestado por el mismo Mario, diciendo que lo recibiría a la mañana siguiente muy temprano. A los demás, les había dicho que el rey se iba a ausentar porque quería evaluar a los candidatos, de esa manera, no quería levantar sospechas de ningún tipo.

―Realmente no puedes seguir así. Ahora eres un rey y tienes que cuidarte más que nadie ―prácticamente lo reto Mario ―. ¿Qué importa lo que digan los demás? Tu título está por encima de los demás, y si quieres, puedes mandar a cortar la cabeza de todos que nadie podría decir ni una sola palabra ―continuó, mientras lo ayudaba desvestirse para meterse en la bañera.

― Lo sé, pero aún sigo siendo débil de muchas formas. Primero debo ganarme la confianza de los hombres del consejo, debo convencer de que tengo lo que hace falta para ser rey. Mi título aún está en la cuerda floja, y cualquier error que cometa, puede sentenciarme. Antonio está molesto porque al final, la corona es mía y nada me asegura que no esté conspirando en mi contra. Él es amigo de los hombres del consejo, no me puedo arriesgar. Mi padre me dijo que más de uno, lo quería a él como rey, y si yo me muestro enfermo, pueden usarlo en mi contra para destituirme. Aún, no tengo aliados que puedan defenderme si es necesario, ni siquiera tengo un heredero.

―Pero tu padre...

―Ya no es un rey, es un noble más. En el momento en que firmó su retiro, ya nada le compete con la corona ―le dejó claro William.

William se metió en la bañera, sintiendo como el calor y el vapor les daba cierto alivio a sus dolencias. Eso era lo que más necesitaba, un buen baño caliente y paz.

―Bueno, hice mis propias averiguaciones. Dicen que en el pueblo Riverdel hay un lago que siempre tiene sus aguas bien calientes. Dicen que es curativo, ha ayudado a los enfermos que van a ese lugar. Deberíamos ir al menos a ver si te puede ayudar. No perdemos nada con hacerlo ―le comentó Mario, mientras se sentaba en una silla.

―Después de que haya elegido al consejo, quizás iremos. Por el momento, debo permanecer aquí ―le dijo William, cerrando sus ojos, buscando alivio.

En eso, escucharon que alguien llamaba a la puerta, Mario se levantó y fue a abrir.

―Lo siento, pero mi señor en este momento está ocupado y no puede ser interrumpido por nada ni por nadie ―escuchó que le dijo a alguien.

―¡Pero yo soy su prima! ¡Yo no soy nadie! ¡Soy Evangelina! ―Empezó a gritar una mujer, indignada.

William estaba cansado de su prima. Era muy obvia en sus intenciones. Ella quería algo con él, y no lo iba a permitir. Su familia estaba acostumbrada a casarse entre primos, y ella se había mantenido soltera aún en sus treinta con esa intensión. Pero la verdad, no le agradaba nada su prima, ni le llamaba la atención físicamente ni su personalidad, era desagradable con todo el mundo. Y definitivamente, odiaba escucharla hablar.

― Lo siento, mi lady ―esta vez, Mario había sonado firme, y pudo imaginarse cómo le cerró la puerta en la cara. Luego hablaría con él sobre modales.

Estaba nervioso, pero no iba a dejarlo en descubierto. Habían pasado cinco días, en los que mandó a investigar por su cuenta a los hombres que figuraban en la lista. Si bien no debía fijarse en los hábitos que tenían, no podía evitar descartar a algunos por sus comportamientos inmorales y reprochables. Algunos tenían denuncias públicas de abusos de poder y sexuales. Eso no era permitido, ya que mancharía la imagen del rey. Y aunque habían logrado desentenderse de eso, él no lo dejaría pasar.

―Bien, como saben, los mandé a llamar porque ya he decidido quiénes participaran en el consejo. Sepan que los que quedaron fuera, no es contra ustedes o que sus recursos y monedas no sean valiosos, todos los son. Sin embargo, tome mi decisión en base a lo que necesitamos para este tiempo y el venidero. Espero de todas formas, que, si nos encontramos en crisis, poder acudir a todos ustedes por buenos consejos ―empezó el rey, observando a todos los presentes en la sala.

También, la decisión la había tomado en cuenta de lo que le había dicho el tesorero, Alexander. Era hombre de setenta años, quien había estado al servicio de su padre por muchísimo tiempo, era alguien que lo sabía todo y, por ende, tenía todo calculado. No solo les aconsejó a los hombres más ricos, dejando de lado a abusadores y violadores, también aquellos que le serían útiles, como la mina de carbón. Algo en lo que él también estaba interesado.

―A medida que voy nombrándolos, pueden ir levantándose y como saben, el orden en que los voy a ir llamando, será la silla que ocuparán: Frederick Grinpot, Xavier Truman, Alonso Newman, Carlos Kinh, Cesar Dormen, Héctor Tronk, Jorge Walson, Derek Louister, Nelson Aslamig y Sebastián Sanderson.

Una vez que finalizó de nombrarlos, un murmullo comenzó a escucharse, por supuesto que eran de aquellos que no habían sido elegidos. Se mostraban claramente enojados y/u ofendidos. Más de uno, quería levantarse e irse. Pero no lo hicieron.

―Sé que, en este momento, mi elección puede molestarles. Pero verán que, con el tiempo, entenderán porqué elegí a estos diez hombres. Por favor, los nombrados, pasen al frente y firmen el libro de jura.

Cada uno de los hombres juró por su honor que le serían fiel al rey y a la corona. Que jamás mancharán su puesto y de hacerlo, ellos mismos se retirarían del consejo por sus propios medios. Que todas las decisiones que fueran a tomar, lo harían desde la honestidad y por el bien de la corona y el pueblo. Una vez que hicieron la jura, los viejos miembros del consejo se levantaron al mismo tiempo y cedieron sus puestos. Así, el consejo estaba conformado por nuevos hombres.

―También quiero anunciar que, a partir de hoy, Sebastián Sanderson, es marques de Fairmont, el viejo castillo será entregado a él y a su familia, nuevos guardias serán entregado para su protección ―informó.

Vio como Sebastián Sanderson lo miraba aún sorprendido, en sus ojos se podía ver que no se lo podía creer. William sonrió para sus adentro.

―Sin nada más que agregar, los testigos y miembros del viejo jurado, se pueden retirar. A estos últimos, quiero desearles una muy buena jubilación. Y a los nuevos, les deseo un muy buen comienzo.

La gran mayoría aplaudió y al final, solo quedaron los nuevos miembros.

―Bienvenidos. Espero que podamos trabajar con sabiduría y armonía. Sepan que pueden hablar con comodidad y ser sinceros, ante todo. Los aquí presentes, somos nuevos en nuestros puestos, pero, aun así, espero que seamos los mejores ―les deseó el rey ―. En unos días, se hará un banquete en su honor, recibirán su invitación con los detalles. Por favor, vengan con sus familias, que es un momento se celebración. Luego, comenzaremos a trabajar. Aprovechen a descansar, que una vez que comencemos, no habrá descanso para nada.

Los miembros se dieron la mano entre todos, y el rey aprovechó para retirarse. Ya se sentía exhausto otra vez y nuevamente tenía ganas de toser. En los últimos días, había tosido más de lo que quería admitir, y estaba pensando seriamente en tomarse esos días que tenía libre para viajar al pueblo de Riverdel como le había aconsejado Mario.

―Prepara mi viaje al pueblo, pero por favor, que sea de incógnito, no quiero llamar la atención. A mi padre le diré la verdad de que saldré, pero no le diré el motivo real, solo que iré a ver cómo está la sociedad y qué necesita de mí como rey ―le pidió a Mario, después de volviera a escupir sangre.

―Es la mejor decisión que puedes tomar en este momento ―le dijo Mario, tirando los pañuelos ensangrentados al fuego.

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