Mi prometido, el brillante Mateo de la Vega, había sufrido un accidente. Su carrera estaba hecha pedazos, su futuro destrozado.
Mi padre, obsesionado con la reputación, exigió que anulara el compromiso de inmediato. Mateo era mi billete dorado a la alta sociedad, ahora inservible.
Con el estómago revuelto, fui a verlo, las palabras de ruptura ya ensayadas. Él me miró, esperando el golpe final.
Pero justo entonces, letras brillantes flotaron ante mis ojos: «¡Qué tonta! Mateo será el empresario más poderoso de España. Si lo humillas ahora, acabarás en la miseria».