-Mamá, tengo hambre -dijo la pequeña Eva. Sus manos estaban despellejadas y sus labios pálidos debido al frío que emanaba en la noche.
La mirada de Susana se ensombreció al ver el semblante de su pequeña, y algo dentro de su corazón se removió.
-Hija, ya falta poco para que cierren el restaurante. Sabes que el dueño siempre nos colabora con la comida -dijo Susana mientras llevaba su mano temblorosa hasta la mejilla de la niña para darle una leve caricia.
El sonido de un auto, los hizo voltear, y se sorprendieron al ver a una mujer de clase alta que vestía un hermoso traje, mientras salía de su auto. Esta mujer se dirigía hacia el restaurante, pero su tranquilidad se vio afectada al ser saludada por Eddy, el hijo de Susana.
-Señora del hermoso vestido, ¿podría, por favor, darnos comida? -exclamó el niño, quien no quiso aguantarse; estaba sediento y hambriento. Sus labios resecos eran testigo de ello.
La mujer se detuvo por un momento y los miró con horror. Inmediatamente, Susana se disculpó.
-Lo siento mucho, señora, no fue eso lo que quiso decir mi hijo.
-¡Eso no es verdad, señora! Llevamos todo el día sin comer. ¡Por favor, denos algo! -repitió el pequeño, pero esta vez soltó un suspiro desgarrador e inmediatamente comenzó a llorar, dejando en claro que sus palabras eran ciertas.
La mujer echó los ojos hacia arriba con fastidio y sacó su cartera para darles algo de dinero.
Los gemelos la miraron con una expresión angelical. Estaban muy felices, ya que con ese dinero podrían comer y no tendrían que esperar hasta altas horas de la noche a que el restaurante cerrara.
-Con esto es suficiente -dijo la mujer mientras extendía unos dólares hacia Susana.
Susana tambaleó un poco antes de tomarlo. Se sentía avergonzada, pero el bienestar de sus hijos era lo primero. Ella nunca había pedido dinero, ni mucho menos sus hijos, pero hoy, fue algo nuevo para ella.
-Muchas gracias, señora. Que Dios la bendiga -dijo Susana con voz agradecida, dejando ver su hermosa dentadura que, años atrás, cautivaba el corazón de muchos televidentes, ya que solía ser la imagen de una marca de enjuagues bucales.
En el antiguo pais donde residía.
Tan pronto como la mujer les entregó el dinero, se volteó y desapareció de sus vistas. Enseguida, los gemelos se inclinaron hacia su madre y le rogaron que compraran en la esquina unos ricos waffles con manzana. Que preparaba un anciano.
Susana soltó una risa, y luego sus hijos hicieron lo mismo.
-Esta bien, iremos a comprar los waffles-afirmó ella.
-¡Si!-Exclamo Eva.
Se levantaron y comenzaron a caminar, pero no habían dado ni siete pasos cuando, de repente, escucharon los gritos de la mujer que les había dado el dinero.
-¡Espera un momento, muchacha ladrona, junto con tus hijos! -La voz de la mujer sonaba furiosa.
Susana y sus hijos se giraron para verla. Tenía las cejas fruncidas y los brazos cruzados. Detrás de ella había un hombre alto, vestido de negro, con una expresión visiblemente molesta.
-¿Qué dices?-preguntó Susana totalmente confundida.
-¡Devuélveme mis gafas! Me costaron muy caras -dijo la mujer mientras se acercaba con pasos firmes hacia ellos.
Inmediatamente, Susana se interpuso frente a sus hijos y extendió los brazos en señal de protección.
-No sé de qué está hablando, señorita -dijo Susana con los ojos alerta.
La mujer soltó un suspiro de fastidio y acomodó su cabello, despeinado por las fuertes ráfagas de viento de la noche.
-No te hagas la santa. Mientras tu hijo me distraía, tu hija me robó las gafas. Son unos ladrones y merecen estar en la cárcel.
Las palabras hirientes calaron hondo en el corazón de Susana. Negó varias veces con la cabeza. No iba a permitir que insultaran a sus pequeños. Los conocía perfectamente, hasta con los ojos cerrados.
-Le exijo que respete a mis hijos. ¡Ellos no son ladrones! Y si tanto le pesa habernos ayudado, tome su sucio dinero -Susana tomó los billetes que la mujer le había dado, los hizo bolita en sus manos y se los lanzó a la cara.
-¡Eres una gata callejera! ¡Mira lo que has hecho! ¡Voy a llamar a la policía para que te arresten a ti y a esos felinos maleducados!
Los comentarios de la mujer eran tan crueles que los pequeños gemelos rompieron en llanto, aferrándose al vestido sucio y desgarrado de su madre.
-¡Adelante! Llame a la policía y veremos quién es la mentirosa aquí. ¡Nosotros somos personas dignas!
La mujer miró al hombre que la acompañaba y con un gesto le indicó que se acercara a Susana y sus hijos.
-No se atreva a tocarnos, porque ahí sí que nos va a conocer -advirtió Susana con valentía, como una heroína defendiendo a sus hijos.
El hombre ignoró sus palabras, se acercó a ella y la tomó del antebrazo, arrastrándola hasta la pared y golpeándole la espalda.
Los niños gritaron y lloraron con más intensidad.
-¡Deje a nuestra mami en paz, señor malo! -repetían una y otra vez, aferrándose con fuerza a su madre.
-Boris, requisa a esa mujer y, si es necesario, arráncale la ropa para verificar si tiene mis gafas. Personas como ella no merecen estar en nuestro mundo. Son ratas de alcantarilla, y sus hijos también lo son.
-¡Usted es una señora muy mala! -gritó la pequeña Eva entre lágrimas.
-Señor, por favor, no nos haga daño -suplicó Susana, intentando zafarse del agarre del hombre, pero era imposible. Era demasiado fuerte, tan fuerte como una roca de dos toneladas.
*ARDA FERRER*.
Un hombre joven y hermoso que cualquier mujer querría tener en su vida, tenía una estatura considerable, músculos bien entrenados y un rostro atractivo con ojos color miel y cabello rubio.
Era un hombre que parecía tenerlo todo fácil en la vida, pero no era así. Justo ahora se encontraba en una disputa dentro de su empresa, ya que otra compañía le estaba robando las ideas de un nuevo producto que lanzaría al mercado. Ahora, su obligación era encontrar al ladrón de ideas dentro de su empresa.
-Señor Arda, las cosas en la empresa se han puesto de mal en peor. La otra empresa, Almkrz, está a punto de lanzar el producto. No sé cómo lo hicieron, pero solo están a un paso de firmar un acuerdo con un distribuidor para lanzarlo-explicó su secretaria.
Arda se sintió totalmente furioso porque ese proyecto era suyo. Todas sus ideas se fueron al piso, ya que le había costado meses crear ese producto, uno que cambiaría la vida de muchas mujeres, eliminando años de su rostro sin necesidad de cirugías plásticas. Y ahora, estaba a punto de lanzarse al mercado sin que él fuera reconocido como el dueño legítimo.
Arda enroscó su mano y golpeó la mesa, haciendo que varias bebidas del restaurante gourmet se volcaran sobre el mantel dorado.
Sus colegas y trabajadores lo miraron preocupados, ya que su estado mental no era el mejor.
-¡Necesito que busquen a ese sinvergüenza que me hizo esto! -exclamó, alzando la mano y señalándolos a todos con el dedo.
Inmediatamente, colegas y trabajadores tragaron en seco porque no sabían exactamente quién era el culpable, pero Arda estaba seguro de que el responsable estaba sentado justo en esa mesa.
-No se preocupe, señor Arda, el responsable será encontrado y le aseguro que pagará por esto-apoyó un joven de recursos humanos.
La empresa que le había robado las ideas a Arda pertenecía a un viejo enemigo de su padre, quien ya había fallecido. Sin embargo, el hombre seguía guardando rencor y ahora dirigía su furia hacia Arda Ferrer, sin intenciones de hacerle la vida fácil.
Su enojo tuvo que ser contenido cuando su teléfono, en modo vibrador, comenzó a sonar. Sintió la vibración en su muslo y detuvo la reunión para contestar, apartándose de la mesa y saliendo un momento del restaurante.
-Papito lindo, ya es Nochebuena y no has llegado a casa. Todos te estamos esperando -dijo la pequeña Yasemin, hija de Arda, una niña de seis años, bien educada, con una hermosa cabellera rubia que le llegaba hasta la cintura.
Arda soltó un suspiro y llevó sus manos a su cabello, frotándolo. Intentó tranquilizarse, porque cuando se trataba de su hija, lo daba todo.
-Sí, mi amor, ya voy para la casa. Espérame, no te duermas. Te llevaré un regalo de Navidad -dijo él en un tono ahora más calmado.
-Está bien, papito, te esperaré en la terraza con la señora Katrina -respondió la niña. Katrina era su nana, quien la había cuidado desde que era bebé.
Justo cuando Arda colgó la llamada, escuchó unos gritos provenientes del costado del restaurante. Eran gritos de una mujer y niños que pedían ayuda.
Inmediatamente guardó su teléfono en el bolsillo y, sin dudarlo dos veces, comenzó a caminar en esa dirección. A medida que se acercaba, los gritos se intensificaban.
-Eso es, quítale todo, déjala desnuda para que aprenda a respetar-dijo una mujer alta y bien vestida.
Arda estaba confundido; no sabía qué estaba pasando, pero su instinto lo obligó a lanzarse sobre un hombre y tomarlo por el cuello, propinándole un puñetazo en el estómago hasta dejarlo tendido en el piso.
-¿Qué creen que están haciendo con esta mujer? -preguntó, totalmente furioso, e inmediatamente se dispuso a golpear nuevamente al hombre que estaba en el suelo.
Pero en ese momento, Arda sintió unas manos pequeñas sujetando las suyas. Eran las manos de la pequeña Eva, frías como el hielo y callosas como las de un trabajador veterano.
-Señor, este hombre y esta mujer estaban maltratando a nuestra madre. Dijeron que ella era una ladrona, pero mi mamá nunca haría eso -explicó la niña con voz temblorosa y lágrimas en su rostro, congeladas por el frío.
-Así es, señor. Además, dicen que nuestra madre tomó sus gafas, ¡y eso es mentira! Mi mami nunca haría eso -apoyó ahora el pequeño Eddy, señalando a la mujer del vestido elegante.
Susana intentó incorporarse; estaba maltratada y su ropa estaba rasgada. Solo la cubría un pedazo de tela, dejando ver parte de su ropa interior, aunque sus manos eran lo suficientemente grandes para cubrirse. Arda al ver a Susana, quedó totalmente hipnotizado, era una belleza más allá de lo normal, con un rostro bien definido, y unos ojos hermosos como un paisaje de primavera. Ambos se miraron rápidamente, pero no duró mucho, ya que, Arda soltó un suspiro de furia y estuvo a punto de abalanzarse nuevamente sobre el hombre, pero la voz de Susana y los niños lo detuvieron.
-Señor, por favor, no lo haga. No vale la pena. Son personas maleducadas -dijo Susana con la voz agitada.
La mujer del vestido hermoso no tuvo más alternativa que intentar huir, pero Arda no se lo iba a permitir tan fácilmente. Soltó el agarre de los niños y la tomó por el antebrazo con furia.
El hombre que la acompañaba ni siquiera pudo levantarse del suelo, adolorido y quejándose por el fuerte golpe que Arda le había dado.
-Usted no va a ningún lado porque ahora mismo llamaré a la policía y la denunciaré por maltratar a esta mujer y a sus hijos.
Inmediatamente, uno de los escoltas de Arda, que estaba rondando por el restaurante, se percató de la situación y se acercó.
-Señor Arda, ¿qué está pasando? -preguntó preocupado.
Arda no tuvo tiempo de explicarle, solo le dijo que llamara a la policía.
El escolta obedeció de inmediato y realizó la llamada.
-Muchas gracias, señor fuerte. Ahora estamos a salvo -dijo la pequeña Eva con una sonrisa, una sonrisa que cautivó el corazón de Arda. La niña tenía un cierto parecido a su hija Yasemin.