Gabriel caminaba por la avenida principal, rodeado de edificios idénticos y anuncios que repetían el mismo mensaje con diferentes colores:
"La normalidad es estabilidad. La estabilidad es progreso."
La frase estaba en vallas publicitarias, pantallas de tiendas y hasta en las paradas de autobús. No era extraño. Desde que tenía memoria, el mundo se movía bajo esa idea. Las personas iban y venían con sus rostros neutros, vistiendo los mismos colores apagados, evitando cualquier comportamiento que pudiera considerarse fuera de lo común.
A él le habían enseñado que ser especial solo traía problemas. Si destacabas, llamabas la atención. Si llamabas la atención, te observaban. Y si te observaban, tu vida dejaba de ser tuya. Era más fácil encajar, seguir las reglas, no cuestionar nada.
El tráfico avanzaba con una sincronización casi perfecta. Gabriel revisó la hora en su reloj, asegurándose de no desviarse de su rutina. Escuela, casa, deberes, dormir. Siempre lo mismo. Siempre seguro.
Pero ese día, algo fue diferente.
Mientras esperaba el cambio del semáforo, sintió que alguien lo observaba. No fue un presentimiento vago, sino una sensación intensa, como un escalofrío recorriéndole la espalda.
Levantó la vista y lo vio.
Al otro lado de la calle, entre la multitud perfectamente ordenada, había un hombre de traje negro. No tenía nada particularmente extraño, salvo por una cosa: él no apartaba la mirada. Mientras todos parecían estar sumidos en sus propias vidas, aquel hombre lo observaba directamente.
Gabriel tragó saliva.
Era una mirada calculadora, como si estuviera evaluándolo. Su postura era demasiado rígida, su expresión demasiado vacía, pero lo peor era que había algo en él que no encajaba con el mundo que Gabriel conocía.
El semáforo cambió. La multitud comenzó a moverse y Gabriel se vio arrastrado por la corriente de gente cruzando la calle. Mantuvo la vista en el hombre de negro, pero en el instante en que la muchedumbre lo cubrió, desapareció.
Se detuvo en seco. Miró a su alrededor.
No estaba. Era imposible que alguien hubiera salido corriendo tan rápido.
El ruido de la ciudad siguió su curso. Autos pasando, personas conversando en voz baja, el zumbido de las pantallas mostrando anuncios. Todo como siempre.
Gabriel sacudió la cabeza.
"No es nada. Solo alguien raro."
Pero algo en su interior le decía que ese momento no había sido casualidad. Y lo peor de todo era que, por primera vez en mucho tiempo, tenía la sensación de que su mundo perfectamente normal estaba a punto de cambiar.