Durante doce años, me dediqué en cuerpo y alma a Viñedos Montenegro y a Mateo, el hombre que amé desde la infancia, sacrificando mis sueños por él.
Faltando solo días para mi trigésimo cumpleaños, y la promesa nunca cumplida de Mateo de casarse, descubrí la cruel verdad.
Lo escuché llamarme "tonta útil" y "perro faldero" a mis espaldas, mientras planeaba su boda secreta con Isabella, la superficial secretaria.
Mis amigas me felicitaban emocionadas por la "gran celebración" y "sorpresa" de Mateo, ajenas a que se refería a su enlace y no al mío.
Luego, en el Registro Civil, vestida de novia, fui recibida con burlas y una bofetada pública de Isabella.
¿Doce años de lealtad para ser tan solo un objeto despreciable?
El dolor era agonizante, pero con cada burla, una claridad brutal me invadió.
Con voz firme, le exigí a Mateo que confirmara su boda con Isabella frente a todos.
En ese instante, como un torbellino de elegancia, llegó Alejandro, mi verdadero prometido, para proclamarme suya.
Tomados de la mano, entré a mi nueva vida, dejando a Mateo atónito y humillado, listo para saborear su propia amargura.