Era el destino de Sofía ser la Primera Dama de Oaxaca, un papel que aceptaba con la gracia que su madre le había enseñado.
Pero en la noche de la Guelaguetza, el gobernador Ricardo, su prometido, dejó que sus ojos se posaran en la bailarina Ximena, que incendiaba el escenario con su energía salvaje.
Después, él le confesó con frialdad que Ximena sería su "compañera", la mujer de su vida, y que Sofía aún sería su esposa principal para mantener las apariencias.
