Mi respuesta fue cortante. Me puse un poco de mi colonia favorita, un aroma a sándalo que complementaba la esencia terrenal de mi lobo, y arreglé mi cabello oscuro con un gesto que era más una armadura que vanidad. Necesitaba enfrentar a Wade luciendo como el Alfa que era.
Descendí las escaleras de roble, sintiendo el peso de mi linaje con cada paso. Al pie de la escalinata, Wade me esperaba. Mi beta y mano derecha.
-Solo soy yo, ¿por qué te pones perfume para verme? -Me bromeó, tratando de aligerar el ambiente. Su barba rojiza no ocultaba la tensión en su mandíbula.
Puse los ojos en blanco, negándole el juego. Mis ojos plateados se clavaron en él con una expectativa firme.
-Deja el flirteo, Wade. ¿Qué sucede? Puedo oler tu jodido nerviosismo desde el tercer piso. No me hagas esperar.
El aliento de Wade fue pesado. La sonrisa desapareció.
-Está bien, jefe. Necesito hablar contigo, pero por el bien de la manada, necesito que te tomes lo que te voy a decir con la mayor tranquilidad posible. La gente está... agitada.
-Ya entendí con tu introducción que esto no me va a agradar -dije con voz seria. Un gruñido bajo vibró en mi pecho-. Por favor, dímelo ya. Odio el suspense.
Wade asintió, su mirada se desvió brevemente. Sabía que me estaba fallando, aunque fuera solo como mensajero.
-Ambos sabemos que las personas del pueblo están esperando hace mucho tiempo a la Luna de la manada. Es un clamor en todas partes.
-Lo sé perfectamente -gruñí, exasperado. La herida se abría de nuevo. He estado buscando a mi mate desde que mi lobo se completó a los dieciséis. Cada año sin ella ha sido una carga más pesada-. Entiendo que quieran una figura femenina a la que puedan adorar y cuidar, un equilibrio para el Alfa. ¡Es lo que yo más deseo! Pero, ¿qué demonios se supone que haga si no puedo encontrarla? ¿Si el destino se burla de mí?
-Lo siento mucho, Asher. Tú sabes que te entiendo y te apoyo, lo juro. -La sinceridad en su voz me calmó un poco, pero no lo suficiente-. Pero los demás... Los demás ya están entrando en una desesperación peligrosa. Creen que sin una Luna, nuestra manada corre el peligro de ser menospreciada, vista como incompleta por los demás pueblos. Creen que somos vulnerables.
-Entonces, no confían en mí -solté, el sabor de la decepción era tan amargo como la hiel-. Porque yo jamás, nunca, dejaría que algo como eso pase. ¡Yo soy el Alfa! ¡Mi fuerza es suficiente!
-Lo sé, es lo que he intentado machacarles, pero la tradición pesa más, Asher. Están asustados y han actuado por el pánico.
-¿Entonces? ¿En qué queda todo este tema, Wade? Ve al grano -le exigí.
Wade respiró hondo. Era el momento de la verdad, y él no quería darme la noticia.
-La gente se ha reunido. Los ancianos y varios guerreros de la guardia joven. Se pusieron de acuerdo en que te esperarán solo tres semanas más.
El aire se fue de mis pulmones. ¿Tres semanas? Era una burla.
-¿Tres semanas? ¿Para encontrar a la mujer con la que estoy unido de por vida? ¿Y si no la encuentro en ese tiempo? -pregunté, sintiendo cómo el calor de la ira me subía por el cuello.
La siguiente frase fue un golpe bajo que me hizo tambalear.
-Se pondrán de acuerdo para hacer una movilización con fines de sacarte del puesto de Alfa. Tienen pensado que Keegan sea tu suplente. Él tiene veintitrés y ya encontró a su alma gemela. La ven a ella como la Luna que necesitan.
Mi cuerpo se tensó por completo. Mis manos se cerraron en puños, sintiendo el dolor de mis propias uñas.
-¡Tiene veintitrés, Wade! ¡Es un crío inmaduro y no sabe nada sobre la gestión real de una manada! ¡No sabe lo que es lidiar con las alianzas, las deudas y las fronteras! -gruñí, el sonido gutural de mi lobo apenas contenido. ¡Que me cambien por eso!
-Pero tienen fe. Además, su juventud es lo que atrae a los ancianos. Tú ya tienes treinta y dos. Dicen que te queda menos tiempo al mando para asegurar una línea de sucesión. Necesitan estabilidad.
Cada palabra era un insulto. Mi pulso era un tambor furioso. No dije más. No podía. Si abría la boca de nuevo, soltaría a mi lobo y destrozaría la sala.
Me di media vuelta, incapaz de mirarlo un segundo más, y salí del castillo. El fuerte portazo retumbó en la mañana, un eco de mi rabia. Me gané las miradas de los pocos que ya estaban fuera.
Son unos putos traidores. Cobardes ingratos.
Corrí. Me dirigí al bosque, a la única parte de este mundo donde aún sentía el control. Cuando estuve lo suficientemente lejos de las casas, dejé que la transformación me consumiera. El cambio fue una liberación bendita.
Mi gran lobo gris, la encarnación de mi poder y mi rabia, corrió sin rumbo hasta que llegué a uno de los ríos ocultos. Bajo la luna, di un aullido potente. Era más que enojo. Era dolor. Me sentía traicionado por mi gente y abandonado por el destino. Lloré mi soledad y la injusticia de estar una noche más sin mi mujer a mi lado.
Pasé la noche en el bosque. Llegué a las siete de la mañana, cubierto de rocío, y subí directamente a la ducha. No podía permitirme mostrar debilidad o agotamiento. Cuando salí, ya estaba enfundado en mi ropa, frío e impecable. La decisión estaba tomada.
-Quiero que reúnas a todos fuera del castillo -le ordené a Wade tan pronto como entró. Mi voz era de hielo.
Él asintió de inmediato y salió a dar el aviso. Aproveché para hablar con mis empleados.
-Necesito que ustedes también estén afuera, por favor. En las escaleras, junto a mí -les dije. Necesitaba mostrarles al pueblo que mi casa aún me era leal. Ellos asintieron, entendiendo la gravedad.
Vamos, Asher, eres fuerte. La gente no puede pasarte a llevar. Eres el Alfa. Muéstrales tu poder.
Apreté mi mandíbula. Salí del castillo y me detuve en lo alto de la escalera, mirando a la multitud que se agolpaba en el patio. Ya estaban cuchicheando.
-¡Necesito que se callen! -solté, mi voz resonó fuerte. Pero no fue suficiente -. ¡Necesito que se callen! -vociferé. Esta vez, el poder de mi lobo se manifestó en el rugido de mi voz de mando. El silencio fue inmediato y absoluto -. ¿Por qué tengo que repetirles las cosas? -fruncí el ceño. Mi molestia era un aura que los oprimía-. Aunque les duela, yo todavía sigo siendo quien manda aquí. ¡Soy su Alfa! Me deben respeto. Y si me faltan al respeto a mí, le faltan al respeto a mi linaje.
Nadie se atrevió a alzar la mirada.
-Me enteré de los planes que tienen si es que no encuentro a mi alma gemela en unas semanas -carraspeé, intentando modular mi voz, aunque por dentro hervía-. Y he de admitir, que me siento profundamente traicionado por ustedes; mi pueblo. -Mi voz se quebró ligeramente, y permití que lo notaran. Es un arma- ¿Creen que no la estoy buscando por cielo, mar y tierra? Llevo dieciséis años en su búsqueda. ¡Dieciséis años de frustración!
-¿Entonces? ¿Cuánto tiempo más estaremos esperando a nuestra Luna?
Apreté los dientes. Keegan. El pequeño ambicioso, usando la voz del pueblo para trepar. Estaba en la tercera fila, fingiendo preocupación.
Te conviene todo esto, ¿no es así, idiota?
Lo ignoré por completo, dirigiéndome de nuevo a la multitud.
-¿Están todos de acuerdo con lo que tienen pensado hacer? -pregunté-. Necesito que me respondan con claridad. ¿Están de acuerdo con quitarme el puesto de Alfa si no encuentro a mi mate pronto?
Mi corazón latía con fuerza. Esperé la respuesta.
-¡Sí, estamos de acuerdo!
El grito fue unánime. Sentí un puñetazo en el pecho. Me dolía el alma. Era la confirmación de su deslealtad. Asentí, manteniendo mi expresión pétrea.
-Está bien. Voy a respetar la palabra del pueblo -dije con una firmeza forzada-. Si no encuentro a mi alma gemela en tres semanas, dejaré mi cargo libre. Me iré de la manada.
Sin una sola palabra más, me di media vuelta y entré en mi castillo. El portazo final selló mi decisión.
Subí a mi habitación cerrando la puerta detrás de mí. Mi respiración era agitada.
¿Por qué, Luna? ¿Por qué te escondes?
Mi posición como Alfa peligraba por un capricho del destino. No podía creerlo. ¡Que me quisieran despojar por algo que no estaba en mis manos!
¿Qué culpa tengo yo de no poder encontrar a mi mate?
He ido a buscarla hasta en la ciudad. Odio ese lugar, con sus ruidos y el olor a metal de los humanos. Pero ahora, con solo tres semanas, no me quedaba más remedio que volver.
Lo único que me aterraba era el posible desenlace.
Dioses, que no me sorprenda poniéndome a una humana de mate.
Una humana. Eso lo haría diez veces más difícil. Ella no entendería mi vida, mi lobo. No aceptaría que era el alma gemela de un Licántropo. No tendría la fuerza para lidiar con el miedo de la transformación y las responsabilidades de una Luna. Necesitaría tiempo para adaptarse, y yo no lo tenía. Deseo con todas mis fuerzas que mi mate sea una cambiaformas.
Me dirigí a mi estudio y saqué el mapa más grande de la región. Mi mano temblaba ligeramente mientras señalaba las grandes ciudades y los pocos territorios de clanes dispersos.
-Muy bien, Luz de Plata -murmuré, mi voz cargada de un juramento frío y amargo-. Quieren una Luna. Les daré una Luna. Pero si la encuentro, y si por un milagro la traigo a casa... nunca olvidaré la deslealtad que me han mostrado hoy.
No había tiempo para el luto. Solo quedaba la acción. Tres semanas. Me vestiré de humano, ignoraré el asco que me produce la ciudad, y me lanzaré a la búsqueda.
Te encontraré, seas quien seas. Y si por ti pierdo mi puesto, que arda la manada.