Mateo Vargas, un arquitecto con el alma destrozada, marcaba un número con la determinación de quien ya no tiene nada que perder, planeando la "desaparición" definitiva que, esperaba, pondría fin a ocho años de un infierno inimaginable.
Ese infierno había comenzado con un trágico accidente: su amada Sofía Herrera había perdido la memoria, olvidando a Mateo por completo, y en su confusión, se había aferrado a Ricardo Montes, un rival que siempre lo había envidiado en secreto.
Sofía, manipulada y embrutecida, no solo despreció a Mateo públicamente, tildándolo de "mantenido", sino que llegó al abismo de la crueldad al tratar a su propio hijo, Leo, como una "carga molesta"; incluso, en un acto monstruoso, intentó forzar a Mateo a donar un riñón al hermano de Ricardo, amenazando con quedarse con la custodia de Leo mientras él escuchaba su voz fría desear su muerte para que Ricardo tomara su lugar.
¿Cómo pudo la mujer que una vez prometió amarlo por siempre convertirse en una desconocida fría y venenosa, capaz de tales atrocidades, especialmente hacia su propio hijo? El dolor de Mateo era un vacío helado, una cicatriz imborrable: ese amor estaba muerto, consumido por las cenizas de la traición y la indiferencia.
Ya sin amor, solo con resentimiento y la inquebrantable necesidad de proteger a Leo, Mateo tomó una decisión irreversible: orquestaría su propia "muerte" y la de su hijo en un naufragio simulado, adoptando nuevas identidades en Uruguay y dejando atrás una grabación explosiva que, inevitablemente, revelaría la cruel verdad a Sofía, pero solo cuando ya fuera demasiado tarde para arrepentirse.