Era el día de mi libertad. Acabábamos de pagar la última cuota de la mezcalería familiar, y al fin, después de años de soportar humillaciones insoportables, era libre.
Entonces, la puerta se abrió de golpe y mi jefa, Luciana Salazar, me ordenó salir en medio de una tormenta infernal para conseguir una pomada especial para su amante, Iván, que solo tenía un rasguño.
Mi vida se convirtió en un infierno de burlas, agresiones y desprecio; me quemaron, me hirieron, se rieron de mí, y me robaron lo único que me quedaba de mi abuela.