Llegué a la idílica finca de olivos de mi prometido, Mateo, a tres meses de nuestra boda, bañada por el sol andaluz y la promesa de un futuro perfecto.
Su madre, Carmen, la matriarca de la casa, me recibió con una efusividad abrumadora.
Incluso me preparó tónicos especiales, recetas ancestrales de la familia, para "fortalecer mi sangre y asegurar descendencia".
Sin embargo, pronto empecé a sentirme extrañamente agotada, mis ciclos hormonales se descontrolaron, y el amargo sabor del tónico se volvió un presagio inquietante.
Mientras Carmen me trataba como una reina, notaba el trato opuesto hacia Isabel, la esposa de su otro hijo, relegada a las tareas más humildes, con una mirada de cansancio que me interpelaba.
Una tarde, una verdad brutal arrasó con mi mundo: en el portátil de Mateo encontré correos explícitos con una mujer llamada Elena.
No solo era una infidelidad, sino un plan para deshacerse de mí después de la boda, con la fría certeza de que yo "no me daba cuenta de nada".
El aire se me fue de los pulmones.
Me sentí humillada, usada, y terriblemente enferma en un lugar que creí mi hogar.
Pero la devastación se transformó en una extraña calma: no, no le daría el gusto de verme derrumbada.
¿Por qué esta aparente amabilidad de Carmen, estos insistentes tónicos, mientras Mateo conspiraba a mis espaldas?
¿Eran mis males físicos una coincidencia, o había algo más siniestro en juego que la mera traición?
Decidí que no sería una víctima silenciosa de esta farsa perfecta.
Con un plan en mente, y la certeza de que la verdad era mi única arma, comencé a investigar los secretos sepultados bajo las raíces de esos olivos centenarios.
La dulce Sofía había muerto; una nueva mujer estaba lista para luchar por su vida.