Todo empezo aquel verano del 2000, en el pueblo donde crecieron mis padres, todo cambio. Yo tenia apenas doce años cuando lo vi por primera vez, y su sonrisa me dejo completamente cautivada. Ahora con treinta y cinco, al mirar hacia atras, me doy cuenta de lo ingenua que era. Tal vez fueron las hormonas o la inocencia de la edad, pero lo cierto es que me enamore de el. Durante aquellas vacaciones en mi pequeña mente era como estar en un sueño, solo con que me hablara o me dedicara una sonrisa para mi era como estar encima de una nuve.
Pasaron cuatro largos años, y ni un solo día dejé de pensar en él. Cada sonrisa, cada palabra que intercambiamos aquella vez seguía grabada en mi mente, como una película que no dejaba de reproducirse. Las horas pasaban lentas, y el eco de su risa se colaba en mis sueños.
Cuando al fin llegaron las vacaciones de mis dieciséis, mi corazón comenzó a latir con fuerza. La posibilidad de volver a verlo lo llenaba todo. Cuando mis padres me anunciaron que pasaríamos el verano en su pueblo, no pude contener la emoción. Salté, los abracé, los besé una y otra vez. La alegría era tan intensa que me costaba creer que estaba a solo unos días de volver a encontrarme con él. Por fin, después de ocho largas horas en el coche, solo podía pensar en una cosa: esa sonrisa que se había quedado grabada en mi mente. No imaginaba que aquel verano sería el mejor de mi vida... El verano en el que daría mi primer beso. Todavía tengo grabada en la memoria esa noche en la que salimos con el grupo de amigos a cenar. Todo estaba lleno de risas, miradas cómplices y pequeños roces que lo decían todo. Aunque estábamos rodeados de gente, nosotros parecíamos habitar un mundo aparte, solo nuestro. Nunca imaginé que mi corazón pudiera latir tan fuerte sin romperse.
Al final de la noche, me acompañaste hasta la entrada de mi casa. Nos sentamos en el escalón, hablando de cualquier cosa, dejándonos llevar. Poco a poco, el espacio entre nosotros se fue acortando, hasta que nuestros rostros quedaron a unos centímetros de distancia. Apenas podía respirar, la vergüenza me impedía sostenerte la mirada. Sentí tu frente rozando la mía, y entonces, finalmente, sucedió: el beso que tanto había esperado. Fue como si todo el aire en mis pulmones desapareciera de golpe. Las mariposas en mi estómago revoloteaban con fuerza, mientras mi corazón parecía detenerse por un instante. Ese momento fue puro, maravilloso. Después de aquella noche, hubo muchas más.
Pero el verano llegó a su fin, y me fui con la esperanza de volver a verte. No sabía entonces que pasaría mucho tiempo antes de que eso ocurriera. Los años pasaron, uno tras otro, y aunque hubo otras relaciones en mi vida, no podía olvidarte. Siempre estabas ahí, en mi mente. Incluso cuando supe que te habías casado, el dolor fue indescriptible. Me repetía que habías sido solo un amor de adolescencia, un amor de verano, pero no podía olvidarte.
Me prometí a mí misma seguir adelante, hacer mi vida. Y lo intenté, hasta que un día, después de catorce años, nos encontramos de nuevo. Tú estabas solo; yo iba acompañada por Edgar, mi pareja desde hacía tres años. Cuando te vi, sentí cómo mi corazón se detenía por un momento.