Asiento con la cabeza, porque aún no creo poder hablar lo suficientemente fuerte como para que me escuche, y su enorme mano aparece cerca de mí, lo suficiente como para que la tome y me ayude a levantarme. Aunque algo boleada, me auxilia para acomodarme nuevamente sobre la banqueta y me observa con una ceja alzada mientras tantea mi espalda y costados con la punta de sus dedos, imagino que buscando que no tenga lesiones.
Tarde noto el detalle de que se ha acercado demasiado a la zona del morado en vías de sanar, y cuando sus dedos presionan, aunque no sea mucho, no puedo evitar el saltar con un pequeño gemido de dolor, cosa que lo hace alejarse prácticamente de inmediato y a mí arrojarme del asiento, imponiendo distancia entre ambos a velocidad del rayo.
¡MALDITA SEA, ESO NO TENÍA QUE PASAR!
No sé qué decir, la forma en la que me mira, con sus cejas profundamente fruncidas en una mezcla de confusión y preocupación, me hace saber que no dejará simplemente pasar esto, va a querer revisar, y si lo ve, si encuentra esas manchas residuales de los golpes, lo siguiente será una explicación a lo que verá.
No, simplemente no puedo permitirlo, pero el problema es, ¿cómo lo impido?
El cielo parece escucharme y querer finalmente ayudarme un poco, porque contra todo pronóstico, el interfono del departamento elige ese preciso momento para sonar y el pelinegro me hace una seña de que me quede donde estoy, para luego descolgarlo y atender a quien ha llamado que, para mi suerte, resulta ser el cerrajero.
Julio, aunque sorprendido, lo hace pasar y aprovecho eso para escapar de la situación, enfilando hacia la puerta mientras hablo sin quitarle la vista de encima en ningún momento, como controlando la distancia que hay entre ambos.
-Parece que tuve suerte, así que como dije, mejor iré a esperarlo a mi puerta. De nuevo gracias por ayudarme, lamento haberte molestado, fue... agradable el conocerte. Si algún día necesitas algo, es-estoy en el depa de enfrente... O bueno, eso ya lo sabes. Como sea, de nuevo gracias y... hasta la próxima, creo. A-adiós.
No lo dejo responder, aunque es evidente que quiere, en su lugar, abro la puerta rápido y salgo del departamento, apretando la espalda contra la puerta en cuanto ésta se cierra. Tengo la respiración acelerada, el miedo me dejó bastante mal y debo recuperarme antes de que el cerrajero me vea así o podría sospechar algo. Ya creo que Julio lo hace, aunque no esté seguro de qué es lo que sospecha en realidad, no necesito a nadie más husmeando en mi persona y mis dolores.
Por suerte, no intenta abrir la puerta para seguirme y consigo reponerme antes de que el hombre baje del ascensor y me vea, actuando perfectamente normal (aunque avergonzada) mientras la cerradura de mi casa es abierta y cambiada.
En cuanto le pago y se va, vuelvo a quedarme sola y trato de que los recuerdos no se adueñen de mí y me invada el pánico de nuevo, que la última vez que pasó, me pasé casi toda una tarde oculta como tonta bajo las mantas de la cama del hotel. Es por eso que decido mantener mi mente ocupada y empiezo a hacer una lista de las cosas que, evidentemente, faltan en mi cocina.
Cocinar es algo que disfruto, y no porque fuera mi obligación, aunque ese desgraciado exigiera su cena a cierta hora y, si no estaba, habría problemas para mí, sino porque siempre disfruté de la posibilidad de combinar sabores y crear cosas deliciosas.
Por eso, con libreta en mano, empiezo a anotar todo lo que podría necesitar para una cocina bien equipada y, para cuando me quiero dar cuenta, ya he llenado una hoja completa. Tengo mucho qué comprarme. Tendré un largo día mañana.
Con eso en mente, me voy a la cama y me quito la ropa para colocarme el pijama, obligándome a no mirar la magulladura en mi costado, hasta volver a meterme en la cama y apagar casi todas las luces. Solo la de mi mesa de luz permanece activa y leo un par de hojas de una novela que encontré en una pequeña venta de libros ambulante, hasta que mis ojos pican y decido definitivamente dormir. Mañana será otro día.
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Tazas redondas, o tazas cuadradas, una difícil decisión... ¿o es que ya me volví loca luego de tanta elección de cosas para la casa? Quizás ya tengo fritas las neuronas y debería de tomarme un descanso. Ahora que lo pienso, se me antoja una torta de chocolate y una limonada, ¿dónde habrá un sitio por aquí?
Cuando pago (que una de las primeras cosas que hice fue abrirme una cuenta en el banco de la ciudad para no andar con tanto dinero en mano) mientras pasan mi tarjeta, hago los arreglos pertinentes para que todo llegue a mi departamento en la tarde y pregunto por un sitio donde pueda merendar. La dependienta me recomienda un local que está en la esquina y le agradezco, encontrándolo con un ambiente muy agradable al entrar: es del tipo artesanal, de esos que te dicen que todo lo preparan a mano y que, si se acaba algo, lo mas probable es que no consigas más hasta el día siguiente, con el aroma a la panadería cacera mezclada con todo tipo de aromas deliciosos y el perfume de los granos de café flotando en el aire.
Me acerco a la barra y todo lo que veo sobre el mostrador me hace agua la boca, cosa que parece hacer reír a la joven que atiende (que no debe tener más edad que yo) y causa que me ponga roja como un tomate.
-Lo siento...
-Descuida, yo siempre fui igual cuando mi abuela preparaba todo esto. Ahora no es que cocine tan bien como ella, pero sí que me defiendo, así que es un placer ver esa mirada por mis preparaciones.
-¿Tú haces todo esto?
-Así es.
-¿Y qué me recomendarías?
-Pues, si me preguntas, si te gusta lo dulce, lo mejor es mi pastel de chocolate con crema y fresas. Si no te gusta tanta azúcar, quizás el lemon pie, me aseguro de que la capa de limón sean equitativa a la del merengue. Y si prefieres lo salado, los pancitos de queso azul y ajo son de muerte.
-Pues, en ese caso, dame un poco de cada uno, me lo llevaré a casa y luego te daré mi opinión.
La chica se ríe y prepara mi pedido, cobrándome por eso y una botella de limonada casera que tiene excelente pinta. Mientras hace eso, charlamos un poco, averiguando que vive en el departamento que hay justo encima de la panadería y sorprendiéndose al saber que vivo en el edificio de la otra esquina. Como cualquier muchacha que ve a mucha gente a diario, me pasa el chisme de que hay un inquilino que viene de vez en cuando y hace siempre el mismo pedido: café cargado y dos scones dulces con pasas, y casi me caigo de espaldas al saber que se trata de Julio cuando lo describe.
La altura de gigante lo delató...
Decido llevarle su pedido a modo de disculpa por mi huida de ayer y le pido que lo prepare y me lo cobre también, cosa que la hace sonreír con picardía hasta que le explico que me ayudó ayer con mi tontería y cambia la picardía por comprensión.
Con todo listo y el número de teléfono de ella porque me cayó muy bien y necesito hacer nuevas amistades aquí antes de volverme una ermitaña, parto hacia el edificio y me adentro en él hasta nuestro piso, encontrado su puerta cerrada y todo en silencio como la primera vez. Dudo por unos instantes sobre el qué hacer, y termino por optar de dejar mis cosas en casa y tocarle timbre rápido e irme luego de colocar el pedido con una notita de disculpas frente a su puerta.
¿Cobarde? Puede ser, mas no quiero hacer más el ridículo, ya fue suficiente con lo de ayer.
Con eso en mente y decidida, entro en mi departamento, dejo todo sobre la mesada, escribo una pequeña nota de disculpas y vuelvo a salir (ésta vez con la llave en la mano), para dejar el pedido en el suelo frente a su puerta y llamar a ésta, para luego salir corriendo hacia mi casa.
Tristemente, el truco no me sale nada bien: parece ser que él estaba cerca de la puerta, porque no solo tarda poco tiempo en abrirla, sino que se le suma el que me cueste a mí el poder abrir mi cerradura, el tiempo suficiente para que me atrape en plena fuga. Para cuando finalmente lo consigo, su voz me interrumpe en pleno escape.
-¿Tzatsi?
-Demonios...
-¿Estabas jugando rin-rin corre?
-No yo...
Su mirada baja al suelo y ve el pedido y la nota, volviendo a observarme con su ceja alzada mientras se inclina a recoger mi regalo.
-La verdad es que quería darte eso sin volver a quedar como tonta, aunque parece que fallé. Ayer... bueno, digamos que tú me ayudaste y yo hice el ridículo frente a ti al tiempo en que casi escapé por el bochorno y no fue precisamente educado, así que quise compensarlo sin la posibilidad de que volviese a ocurrir.
-¿Y cómo supiste sobre esto?
-Am... yo solo... fui a la cafetería de la esquina y, de un tema en otro, la chica me habló de un cliente que siempre pedía lo mismo, que parecía ser inquilino de aquí y por la descripción te reconocí.
-Entiendo...
-Así que, bueno... qué lo disfrutes y, lo siento.
-No tienes porqué disculparte, espero que estés bien y gracias por esto.
Antes de que responda, es él quien se mete en su casa, cerrando la puerta sin posibilidad a decir nada más, ¿lo habré ofendido? ¿Quizás quedé como una acosadora? Maldición... Voy de mal en peor con mi vecino.
-Excelente Tzatsi, excelente, sigue así que pronto aparecerá una orden de alejamiento en tu contra en tu buzón.
Niego con la cabeza y me meto en mi departamento, intentando fingir que nada de eso acaba de pasar al tiempo en que me hundo en mi sillón, con una serie en la TV y la comida a mi alrededor. Y así paso el siguiente par de horas, hasta que mi teléfono suena con el número registrado de la tienda donde compré las cosas, avisándome que estaba abajo.
Gracias a Dios que no me cambié de ropa, me veo semi presentable, y así como estoy bajo al recibidor, dejando que suban las cajas al ascensor y dándoles una propina por dejar todo en la puerta de mi departamento. El único problema que veo cuando se van es que yo debo meter toda la pila de cajas por mi cuenta; como no confío en ningún ser de cromosoma XY para que ingrese a mi departamento, ni siquiera consideré que tendría que hacer esto, simplemente les dije que lo dejaran en el pasillo y ahora tengo que hacer el traslado sola y las cajas pesan bastante.
Luego de la primera, ya estoy maldiciendo por dentro, hasta que salgo nuevamente y me encuentro con la puerta de mi vecino abierta y él apoyado en el marco de la misma.
-¿Te compraste toda la tienda o quedó algo en ella?
-Ni que fuera compradora compulsiva, son cosas que necesitaba.
-¿Y eso implicaba llevártelo todo?
-No exageres...
Por primera vez, aparentemente por mi enfurruñamiento y actitud de niña pequeña, la comisura de su boca se estira en una media sonrisa y su siguiente pregunta me deja helada.
-¿Quieres que te ayude a entrar todo eso?