Cuando me enteré de su sacrificio no pude hacer nada para evitarlo o mitigarlo, Melina ya había hecho todo por mi tranquilidad, en detrimento de la suya. Quedaba ahora por estar aún más agradecida con ella y corresponder a su amabilidad siempre que tuviera la oportunidad. Cosa que sucedió unos meses después.
Recordaba claramente ese día, el día en que me convertí en una versión menos llorona de una princesa de cuentos, que me convertí en la esclava de Enya y en su niña desagradable.
Las cosas sucedieron en una mañana de domingo casi tranquila. Si no fuera por el clima helado, me atrevería a decir que este fue mi mejor amanecer desde la muerte de papá.
Estaba de muy buen humor, era la víspera de mi graduación de la escuela secundaria e iba a ser la mejor estudiante. No podría estar más orgullosa de mí misma.
Por primera vez en mucho tiempo, había decidido pasar el día tumbada en la cama disfrutando de la compañía de un buen libro, y admirando de vez en cuando la belleza del encuentro entre los tímidos rayos del sol y el agua azulada de la piscina.
En ese momento, no podía imaginar nada que fuera mejor con un domingo por la mañana que el escenario descrito.
A pesar de que la perfección de ese instante parecía inquebrantable, la amargura de Enya no tardó en arrastrarme de vuelta a la dura realidad.
- ¡Necesito hablar contigo!- Su voz era tan alta e imperativa que mis ojos se apartaron con absurda velocidad de la página del libro y se fijaron en su rostro, que estaba parcialmente cubierto por un enorme sombrero de diseñador.
-¿Qué nuevo desastre acreditará mi cuenta ahora? -pregunté, sin ánimo de alargar la conversación más de lo estrictamente necesario.
- Si quieres garantizar la continuidad del servicio de Melina en esta casa, te sugiero que bajes la cresta y escuches con mucha atención lo que tengo que decir.
Sentí mis ojos dilatarse hasta que casi se salieron de lugar.
Sabía perfectamente lo que acababa de escuchar, pero era como si las palabras de Enya fueran incapaces de agruparse en oraciones que tuvieran sentido para mí, no podía creerlo, así que pregunté:
-¿Puedes repetir lo que acabas de decir? - Sentí la cara fría de alguien que ha perdido toda la sangre.
-El trabajo de Melina depende de si me obedeces o no, ¿qué es lo que no entiendes?
-No puedes despedirla, el testamento de mi padre lo asegura. –-Yo Argumente. Mi alma y mi corazón temblaron como si estuvieran rodeados por una inmensa cúpula de nieve. Hice todo lo posible e imposible por no expresar la inseguridad que sentía.
Los labios vulgarmente enrojecidos se curvaron en la sonrisa que siempre he odiado.
- Sí, tienes razón, pero la cláusula del testamento a favor de Melina no me obliga a mantenerla como sirvienta, nada legalmente me impide trasladarla a la sastrería y hacerle un ajuste negativo en su salario. Ese era el límite de lo aceptable.
Desde la muerte de mi padre, hasta ese día, había resistido valientemente los feroces ataques de Enya y Selina, en detrimento de mi felicidad. Pero contra ese golpe no tenía escudo, y me golpeó de lleno.
Después de revisar el pasado y analizarme en el presente, sentí el peso de la frustración y la desesperanza aplastando mis hombros. Incluso después de tantos pasos hacia lo que yo creía que era la luz. No vi ni la sombra del camino que me sacaría de ese laberinto de humillación y dolor. La sensación causada por esto fue tan perturbadora como el laberinto mismo.
Al chirrido de los resortes de la cama se unió de repente el timbre del teléfono, me levanté sobresaltada para contestar.
-¡Hola! - Sin aliento, me devolvió el saludo a Melina.
-¿Podrías venir a mi habitación, querida?- La voz de mi institutriz era tan suave y reconfortante como la caricia de una madre.
─– No puedo, tengo trabajo que hacer, probablemente más del que he tenido en el último mes.
─¿De qué estás hablando? ¿Y la recepción de Ferrari? -Ni siquiera sé cuánto tiempo ha pasado desde que la vi tan ansiosa por algo.
─– Bueno, como era de esperar, Enya y Selina encontraron la manera de transformar el motivo de esta ansiedad en un sueño imposible de niña tonta.
─– ¡Ay, no pasa nada! Ven a mi habitación ahora, te garantizo que asistirás a esta fiesta.
A pesar de su inextinguible dulzura, Melina parecía tan firme y decidida como siempre. Fuera lo que fuera lo que le pasaba por la cabeza, no parecía tener ninguna duda sobre el éxito del plan.
La curiosidad y un profundo deseo de que todo saliera bien me llevaron a la pequeña habitación de la criada tan rápido que pude visualizar la inseguridad sin aliento que se encontraba fuera de la habitación.
Tan pronto como entré en la habitación, lo primero que me llamó la atención fue un impresionante vestido amarillo bebé, extendido sobre la cama individual. Luego los ojos expresivos de Melina, centelleando como dos estrellitas en un cielo desértico:
- Entonces, mi amor, ¿qué te parece? –- Preguntó mientras tomaba la pieza y la mostraba con orgullo.
Pude ver en detalle el vestido, y reconocí en él la personificación del último y más secreto boceto que Padre había hecho en vida. La única herencia que Enya no había logrado robarme, pues era completamente ajena a su existencia.
-¡Melina, esto es increíble! Eres increíble. - Las lágrimas bañaban por completo mis ojos cuando terminé de hablar.
- Basta, Yosanna, tienes terminantemente prohibido llorar, este momento se trata de sonrisas.
- Estoy llorando de felicidad y emoción.
-Ni esas lágrimas son bienvenidas hoy. - Caminó rápidamente hacia mí y sin darme tiempo a abrazarla ni besarla, pasó la ropa a mis manos - Lo que tienes que hacer ahora es correr al baño y probarte el vestido. Debe hacer esto lo más rápido posible, porque no tenemos tiempo que perder.
-¿Yo te amo mucho sabias? - Usé las yemas de mis pulgares para secarme los ojos. -No quiero ni pensar en el problema que costó hacer este vestido, o cuánto costó toda esa seda. Pero ir a la fiesta está completamente fuera de discusión, Melina. No quiero cabrear a la perra, especialmente cuando el día en que seremos libres está tan cerca. No mentiré y diré que no estoy triste. Sabes que lo estoy, pero estaré bien.
-Tal vez tú lo hagas, pero yo no. Lo último que quiero es ver esa nube de tristeza flotando sobre tu cabeza durante semanas como siempre.
Conocía a Melina lo suficiente como para saber que cualquier argumento que usara para justificar mi posición sería refutado con razón por uno más grande y fundamentado.
Entonces, después de mucha insistencia de ambas partes, me rendí. Sin embargo, el duelo no tardó en reiniciarse. Hablamos del hecho de que Melina se ofreció como sacrificio y trató de asumir la ardua tarea de catalogar todos los cientos de piezas recién llegadas.
-¿No ves lo absurdo que es lo que me estás proponiendo? ¡Por Dios, Melina, me preocupo demasiado por ti como para dejarte hacer los míos tan bien como tus malditos quehaceres!
-Si dices que no harías lo mismo por mí, lo dejaré todo ahora.
Por supuesto que no podía decir eso, Melina no solo era la persona más importante de mi vida, sino la única que tenía. No había nada en el mundo que no haría por ella. Como era una verdad demasiado obvia para negarla, me quedé en silencio. Sin embargo, me mantuve firme en la posición de no dejarla trabajar en mi lugar.