Dominada Por El Cruel Millonario
img img Dominada Por El Cruel Millonario img Capítulo 3 3. Capítulo
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Capítulo 25 25. Capítulo img
Capítulo 26 26. Capítulo img
Capítulo 27 27. Caporulo img
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Capítulo 29 29.Capítulo img
Capítulo 30 30. Capítulo img
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Capítulo 33 33. Capítulo img
Capítulo 34 34. Capítulo img
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Capítulo 46 46. Capítulo img
Capítulo 47 47. Capítulo img
Capítulo 48 48. Capítulo img
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Capítulo 50 50. Capítulo img
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Capítulo 56 56. Capítulo img
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Capítulo 60 60. Capítulo img
Capítulo 61 61. Capítulo img
Capítulo 62 62. Capítulo img
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Capítulo 68 68. Capítulo img
Capítulo 69 69. Capítulo img
Capítulo 70 70. Capítulo img
Capítulo 71 71. Capítulo img
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Capítulo 73 73. Capítulo img
Capítulo 74 74. Capítulo img
Capítulo 75 75. Capítulo img
Capítulo 76 76. Capítulo img
Capítulo 77 77. Capítulo img
Capítulo 78 78. Capítulo img
Capítulo 79 79. Capítulo img
Capítulo 80 80. Capítulo img
Capítulo 81 81. Capítulo img
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Capítulo 83 83. Capítulo img
Capítulo 84 85. Capítulo img
Capítulo 85 86. Capítulo img
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Capítulo 3 3. Capítulo

"Jamás se sabe cuándo se está en eminente peligro, hasta que te cruzas una mirada tan vacía que no aflora la mínima emoción, salvo ego en esos azulados que ahnelan adoración".

...

Acostada en forma fetal, la mirada perdida en un punto, desganada, sin ganas de vivir, apenas me observa pero no hay brillo en sus orbes. No sé si pueda avivarse un día, me pone mal verla así. Por otro lado, me siento aliviada de saberla viva, una vez sucedió que la dejé sola unos minutos, fui al mercado por unas cosas, al regresar la encontré en la cama casi sin pulso, y tuve que llamar a una ambulancia. Resulta que fue una sobredosis, de eso hace ya unos meses, ahora la vigilo más. No voy a mentir, el pavor pulula en mí cada que debo dejarla sola. Que suceda otra vez puede significar que no salga ilesa como la primera vez. No quiero que vuelva a hacer lo mismo. No confío del todo en ella, no en ese estado inestable; y se resiste a recibir ayuda. En su opinión, los antidepresivos no sirven de nada y dejó de tomar los que le recetó el doctor.

-¿Cómo te ha ido? -pregunta, su voz es débil.

Me siento al borde la cama y tomo su mano entre las mías. Una sonrisa se dibuja en mis labios. Eso debe de asegurarle que me ha ido bien, que un mejor porvenir está a la vuelta de la esquina.

-Tengo el empleo, mira -le enseño la hoja -. Me han dado el horario de trabajo, inicio mañana, mamá.

-Es una buena noticia -declara con un lejano mote de felicidad.

-Lo es, no tienes de qué preocuparte, vamos a estar bien. -le aseguro pasando una mano sobre su cabello.

-No es justo que debas asumir la responsabilidad sola, buscaré un empleo, te ayudaré -susurra.

-De acuerdo, primero debes estar bien. Por ahora no debes sentirte angustiada, y deja que yo me encargue de lo demás, ¿está bien? -emito y dejo un beso en su frente.

-Gracias, eres tan buena, Ary, deberías estar estudiando...

-Lo sé, pero lo haré cuando estemos mejor, y esto es lo mínimo que puedo hacer por ti, mami, que me has dado todo. -pronuncio emotiva -. Soy buena porque tú lo eres, te amo.

-Te he dado tristeza, soy un problema, pero deseo cambiar, ya no puedo seguir así, Aryanna. La vida es demasiado corta para pasarla de esta manera. Y-yo estoy resuelta a salir adelante... -expresa con un poderoso quiebre en la voz.

Espesas lágrimas vuelven mi vista borrosa, jamás había sonado tan decidida que escucharla así me pone un nudo en la garganta. Dentro de mí hay una oleada de emociones fuertes, se disparan con locura y me echo a sus brazos, sin detener el convulso llanto que se avecina. Su palma está sobre mi espalda, baja y sube, la acción se repite varias veces. Es increíble que incluso la vida se despedaza para ella o no le vea el sentido, pero sigue teniendo el poder de llevarme a un lugar donde no me toca el dolor. Lo alivia, aunque no encuentre mitigar su sufrimiento; la abrazo, pretendo dedicarle un poco de lo que se esfuerza en entregar.

-¿Has desayunado? -averiguo tras poner una mínima distancia.

-No, aún no lo he hecho.

-Lo harás, tampoco he desayunado -admito esbozando una sonrisa.

Tan nerviosa estaba, que no me atrevía a probar bocado antes de salir de casa. La angustia, esa ansiedad que se agolpaba en mi ser me olvidó del apetito feroz que ahora ruge. Muero de hambre.

-Bien, deja que me adecente.

-Pero si estás hermosa -exclamo y niega con la cabeza, solo bromeo con la intención de sacarle una sonrisa.

-Claro, lo estoy -responde sarcástica.

Todo parece demasiado bueno para ser real, mamá siguiendo mi juego, animada a bajar y comer junto a mí, decidida a darse una oportunidad de vivir. El día no puede ir mejor, ha empezado a salir el sol. Direcciono mis pies hasta la pequeña cocina, aquí habitan muchos momentos. Mariola dando sus primeros pasos, correteando y papá detrás advirtiendo que no es lugar para juegos. Me divertía muchísimo lo traviesa que era ella, daba alegría a nuestras mañanas, también atrasaba a papá cuando debía irse al trabajo, lloraba hasta que mamá debía decirle que papi volvería pronto. Ahora que vuelvo a verme sola, se esfuman escenas añoradas, instantes que no volverán, sin embargo regresan de forma cíclica a mi cabeza, dejando una marca que no se borrará.

En la alacena no hay mucho, apenas alcanza para el día de hoy. Le he pedido hace dos días a Mila, la vecina, un nuevo préstamo. Me da verguenza que deba pedirle otra vez. Suspiro. Al menos ya podré pagarle. Tomo lo que queda del paquete de sándwich, son cinco rebanadas, es todo. De la nevera cojo el tarro de mermelada a medias. Ha quedado zumo de naranja de ayer, lo sirvo en dos vasos. Cada vez es menos, confío en que todo va a mejorar.

Espero un rato, aprovecho de echarle un vistazo a la hoja, noto que mi entrada será de lunes a viernes a las ocho de la mañana y saldría a las cinco salvo el día jueves que voy a quedar libre a las cuatro. Todo indica que estaré lejos de mamá muchas horas diarias, eso me alarma bastante.

Me muevo hasta el comedor, dejo todo en la mesa y aguardo a mi madre. Ella se presenta en cuestión más arreglada y me acompaña.

-Háblame sobre el empleo, tu jefe... ¿ha sido amable?

¡¿Amable?! Ha sido un cretino conmigo, algo cortante y grosero. Pero veo a mamá sonreír, más viva que otros días que no puedo decirle la verdad. Si es necesario pintar de rosa y darle una buena impresión sobre ese Silvain, lo haré.

-Todo bien, es algo serio, pero no hay cuidado, mamá. Creí que no me daría el trabajo, pero ha sido todo rápido. -me limito a comentar.

-Todavía queda gente en este mundo con un gran corazón... -emite esperanzada.

Es lo que no poseo yo, disfrazo la realidad, y la verdad es que me aterra no ser suficiente en esa mansión, temo fallar o hacer algo incorrecto a los ojos de ese hombre que ni siquiera parece tener un corazón.

-Sí, mamá -continúo comiendo -. Quiero platicarte sobre el horario, llegaré tarde a casa, no quiero que te preocupes. ¿Puedo confiar en ti? ¿vas a estar bien?

-Sí, te lo prometo -susurra genuina, dejando una mano sobre la mía, acaricia mi dorso, me mira con amor.

-Te creo, gracias.

Me levanto, voy a lavar los trastes, mamá me detiene y se ofrece en hacerlo. Le doy un beso en la mejilla, y me encargo de los quehaceres que faltan. El día no deja de cambiar el rumbo, ya no se dirige a la remota oscuridad, la dirección esclarece y rescata de las penumbras la austera necesidad de mamá por esconderse en cuatro paredes.

Limpio la pequeña sala, desde trapear, hasta quitarle polvo a los objetos. Luego llega ella e insiste en que se lo deje a su cargo, porque luego estaré exhausta para ir a trabajar.

-No te preocupes, mamá.

-Siempre dices eso, Aryanna. Yo terminaré de hacerlo -insiste quitándome la aspiradora, estaba a punto de empezar a limpiar el alfombrado -. Es hora de que haga mi papel, tú ve a descansar, mañana será un día agotador.

-Voy a estar bien.

-Por favor... -me advierte con la mirada.

¿En qué momento ha regresado una parte de la mujer que creí haber perdido?

Sonrío, dejaré que haga lo que desee, con tal de volver a verla así de ansiosa.

...

Ha llegado la noche, voy a mi habitación. Tomo una ducha y me voy a la cama. Alargo la mano y la tomo de la mesilla de noche. Ha sido el regalo de mi padre, no creí que la usaría, ahora es mi compañera.

El cuadernillo, un objeto de infinito valor para mí, ahí he dejado todo lo que siento y se me atora en el alma, lo he tomado en mis manos. Ligera, pero carga con un enorme peso entre sus páginas. He vaciado mi corazón en cada línea escrita, párrafos enteros que si tuvieran voz, expresaran la desazón que tengo en el pecho. Esa tristeza está atrapada en las capas de mi piel, y quiero muchas noches gritarla al mundo, al final me conformo con poder susurrarselo a la almohada.

Empecé a escribir desde la muerte de papá y mi pequeña hermanita, desde entonces se ha vuelto un método que saca de mí todo lo que no hilo con la voz.

Escribo para no sentirme sola.

»Me derriba en consecuencia un fugaz anhelo por regresar el tiempo, saber que un retroceder es cosa de soñadores tontos, anula la idiotez que siento por devolver las agujas del reloj, la inquebrantable urgencia por guiarlas a la izquierda, el ritmo que baila el pasado, una pieza que no suena ahora«.

Es la introducción que está en la primera hoja, luego de adentrar la vista por la siguiente, y finalmente escrudiñar otras sombrías, llenas de arrugas que confiesan cuanto he llorado al escribirlas.

            
            

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