Capítulo 4 Me asusta

Así que la desaparición del dinero de la cuenta podría ser parte de su sorpresa para mí, pensé, animándome de nuevo. Quizá lo invirtió en sus bienes, quizá... quizá ocurrió algo realmente malo. Sacudí la cabeza y luego me froté la frente. Me dolía la cabeza. No iba a hundirme en estos pensamientos irracionales. No había nada malo. Bueno, eso esperaba. Habíamos reservado en un lujoso restaurante de San Diego, California, George's Ocean Terrace. Un restaurante con una hermosa azotea y una vista panorámica del océano. San Diego era nuestra nueva dirección desde que nos habíamos mudado de Texas.

Mi padre ya no podía vivir en un solo sitio, así que nos convenció de que sería bueno para mí conocer otros lugares después de pasar la mayor parte de mi vida encerrada en un colegio de chicas. En cinco años, vivimos en ocho ciudades distintas. Al principio era divertido, me había pasado media vida encerrada en un colegio. Pero luego me pareció una locura. Fue en el momento en que cuestioné a mi padre que decidió establecernos en una sola ciudad. Durante todo ese tiempo, hice la universidad a distancia, excepto el último trimestre, en el que llegamos al acuerdo de que sería mejor terminar la universidad y podría graduarme en una gran ciudad, así que elegimos California, con la UCLA, que era una de las mejores universidades de la ciudad. Acabaría siendo bueno para todos nosotros. Llegué al precioso restaurante y fui directa al ático, para encontrarme a mi padre compartiendo una copa de vino con mi madre. Nos pasamos todo el rato charlando de todo y de nada. Nicole y Vivian me llamaron. Fue una velada agradable. Fue entonces cuando los ojos de mi padre se fijaron en mí por detrás. Un escalofrío me recorrió la espalda al darme cuenta de que algo iba mal. - ¡Jamie! - llamó mi madre primero. - Cariño, ven con nosotros. - Miré primero a mi madre, parecía emocionada de verle, pero su sonrisa era extraña. Casi robótica. La miré extrañado y luego me di la vuelta, también sorprendido por su presencia. Habíamos roto hacía unas semanas, bueno, yo sí. En fin, hacía tiempo que no hablábamos. Ni siquiera tiene red social y yo no conozco a ninguno de sus amigos o familiares. Jamie siempre ha sido muy discreto, callado, observador. Esto no me irritaba, pero me hacía sentir un poco incómoda. Algo en mi alma temblaba cuando él estaba cerca, y no de un modo positivo. No sé, era algo que llevaba consigo. Como su pelo o algo así. No era su culpa, era quien era. Jamie, llevaba consigo ese tipo de energía furiosa apenas contenida, era tan densa que cuando caminaba la gente parecía inclinarse al instante. Como si fuera un maldito dios. Lo que sabía era que los hombres con esa energía en algún momento se queman. - ¡Jamie! - exclamé. - Qué sorpresa, ¿qué haces aquí? - Mis cejas rojas se alzaron, disimulando a duras penas mi asombro. - En realidad, me ha invitado tu padre. - Sonrió, pero apenas le llegó a los ojos, y luego apartó la silla que tenía al lado para sentarse. Miré a mi padre, que no expresó ninguna opinión al respecto. Pero una fina línea de sudor cubría su frente. ¿Se encontraba mal? Lo miré preocupada, pero se llevó el enorme vaso de vino a los labios y bebió, demorándose allí, como si el vaso fuera a ocultarle la cara. - ¿Estás bien, Trevor? - pregunta Jamie, con un tono seco y poco preocupado. Mi padre se atraganta, se quita la enorme copa de la cara y responde: - Estoy bien. Solo tengo sed. - Ni siquiera mira en dirección a Jamie cuando responde. Eso es muy extraño. - Bien. - Una pequeña sonrisa apareció en sus labios. - El vino más caro de la casa, por favor -pidió al camarero-. - Hoy estamos de celebración. - Utilizó su mano de debajo de la mesa para coger la mía. No sé por qué no le suelto la mano. No quiero darle falsas esperanzas de que volvamos. Pero, de algún modo, no me parece correcto no cerrar mi mano sobre la suya. Mi padre debe de haber leído nuestros movimientos, porque se mueve incómodo en su silla.

- Mira, Jamie. - Mi padre se aclara la garganta para estabilizar su débil voz. Creo que ya había bebido bastante. De hecho, había bebido demasiado desde el bombardeo de nuestra casa. - Mira, Jamie, no creo... que sea necesario. - exclamó mi padre-. - Pídete un vaso, Elizabeth y yo ya hemos tenido bastante por hoy. - Tienen razón -le dije a Jamie-. Mis padres no bebían mucho, y yo tampoco. Otra botella sería demasiado para nosotros. - No hay problema. - Miró a mis padres y volvió a sonreír. - ¡Trae la botella del mejor vino de la casa! El camarero asintió y se fue. Pasamos la mayor parte de la velada así, una cena que se suponía tranquila, se convirtió en un acontecimiento tenso. Mi padre me presentó a Jamie hace meses. Yo nunca lo había visto. Según mi padre, Jamie era el hijo de un amigo de la infancia. Fue una maldita coincidencia que, de todas las ciudades en las que paramos, él nos conociera y además viviera en San Diego. Mi padre nunca ha disimulado muy bien sus emociones, y cuando me presentó a Jamie ocurrió lo más extraño: su cara tenía el aspecto más miserable que he visto en mi vida. De hecho, cada vez que veía a Jamie, su reacción era la misma. Como Jamie fue mi primer novio, atribuí su comportamiento a eso. Hoy, sin embargo, mi padre estaba al límite. Apenas podía disimular su antipatía por Jamie. Mientras, mi madre y yo intentábamos manejar la situación lo más educadamente posible. - ¿Cuándo piensas irte de la ciudad, Jamie? - preguntó mi madre, de nuevo con esa sonrisa tensa en la cara. - No tengo intención de perder mucho más tiempo. - dijo en voz baja. No me había dado cuenta de que se iba. - De hecho, llevaba mucho tiempo queriendo irme de la ciudad. - Dio un sorbo a su vino y carraspeó. - Cuando vine a vivir a la ciudad, vine pensando que me quedaría poco tiempo, pero acabé cambiando de planes porque ocurrieron algunas cosas. - ¿Qué tipo de cosas? - No sé por qué pregunté. Pero mi pregunta quedó flotando en el aire como algo inconveniente. - ¡Oh, mira! El postre. - advirtió mi madre, con la alegría de una niña. Y parpadeó nerviosa en mi dirección. ¿Qué carajo? ¿Han bautizado la bebida de mi madre? - Espera -Jamie se aclaró la garganta. Y se pasó la mano por su perfecto smoking azul marino. - Bueno, antes de comer el postre, tengo que hacer un brindis. - Jamie se levanto con su copa, atrayendo la atencion de todo el restaurante. - Por la mujer más magnífica, hermosa y extraordinaria que conozco. Nos levantamos y brindamos al unísono. - ¡Por Alice! - ¡Un momento! - dijo Jamie antes de sentarse-. - Aún tengo algo que decir. Jamie se arrodillo delante de mi. ¡Oh no! Mi madre gimió frustrada. Mi padre refunfuñó. Me quedé muda. No importa que un hombre te quiera tanto. - Siento que se me va el color de la cara. - Mi madre podía ser cualquier cosa menos grosera. - Eso es ridículo, Jamie y yo ya no estamos juntos, mamá. No sabía que te gustara tanto. - murmuro. Lleno mi vaso, aprovechando la cara botella que compró Jamie. - La cuenta, por favor. - Oigo llamar a mi padre. - Papá. - Le miro, manteniendo la voz baja. Sigue sin mirarme, parece enfermo. - ¿Qué le pasa? le pregunto. - No pasa nada, Alice. - suplica mirándome. - Papá, si pasa algo. - Traga en seco y me mira a través de unas pestañas rojas tan naranjas como las mías. - ¡No pasa nada! - Levanta un poco la voz. Me asusta. Mi padre nunca me ha gritado, nunca. Al ver mi cara, parece arrepentido. Porque lo justifica. - ¿Por supuesto que no soy el mayor fan de Jamie? - Su voz ha vuelto a bajar. - Puedo detectar a un hombre discutible cuando lo veo. Pero eso no significa que no sea un buen hombre. Deberías replantearte tu decisión. El corazón me late con fuerza mientras intento averiguar qué demonios responder a eso. - Lo pensaré, papá. - Con lágrimas frustradas ardiendo en mis ojos, bebo otro sorbo de vino.

            
            

COPYRIGHT(©) 2022