Capítulo 2 Parte DOS

¡Ven a saciar ese gran vacíoy a volar a la velocidad de la luz! ¡La Tierra de Todo lo Inimaginablemente Posible, es tu segunda casa!

Jorge llegó temprano al parque; una pareja estiraba antes de ponerse a correr, una mujer mayor con un sombrero caqui paseaba con su perro alrededor de la fuente y en la única banca del lugar, un señor con muchos inviernos sobre sus hombros alimentaba a las palomas. ¿Dónde estaría su contacto?

No había nadie con grandes músculos, mirada de asesino, cabello rapado, exuberante joyería, nada, nada que se asemejara a lo que había visto en los noticieros o esperado para su primer encuentro; sólo había gente común. La pareja de corredores lo obligó a moverse de la ciclo vía. Al acercarse a la fuente, el perrito de la señora le mordió el pantalón, la señora sólo fingió regañar a su pequeño canino, quien amenazaba con devorarlo de ser liberado de su correa.

Ante la duda, revisó su teléfono. El mensaje sólo decía: En la banca del parque, frente a la fuente, mediodía. Mando una respuesta: Estoy aquí, pero fue en balde, el número no existía. ¿Cómo iba a cerciorarse de estar en el lugar correcto? ¿Qué tal que era el lugar incorrecto, se equivocó de parque? Fue al otro extremo del parque, pero no había más que una única banca en la cual estaba el viejo. No podía llamarles, ¿y sí no le daban otra oportunidad por haber faltado a la cita? Respiró profundo y dejó de pensar tanto las cosas. Caminó a la banca de regreso, tal vez su contacto llegaría y movería al viejo fuera de la banca. Esperaría unos minutos y si no veía nada, se iría y quizás lo contactarán después.

- ¡Ven a saciar ese gran vacíoy a volar a la velocidad de la luz! ¡La Tierra de Todo lo Inimaginablemente Posible, es tu segunda casa!

Jorge llegó temprano al parque; una pareja estiraba antes de ponerse a correr, una mujer mayor con un sombrero caqui paseaba con su perro alrededor de la fuente y en la única banca del lugar, un señor con muchos inviernos sobre sus hombros alimentaba a las palomas. ¿Dónde estaría su contacto?

No había nadie con grandes músculos, mirada de asesino, cabello rapado, exuberante joyería, nada, nada que se asemejara a lo que había visto en los noticieros o esperado para su primer encuentro; sólo había gente común. La pareja de corredores lo obligó a moverse de la ciclo vía. Al acercarse a la fuente, el perrito de la señora le mordió el pantalón, la señora sólo fingió regañar a su pequeño canino, quien amenazaba con devorarlo de ser liberado de su correa.

Ante la duda, revisó su teléfono. El mensaje sólo decía: En la banca del parque, frente a la fuente, mediodía. Mando una respuesta: Estoy aquí, pero fue en balde, el número no existía. ¿Cómo iba a cerciorarse de estar en el lugar correcto? ¿Qué tal que era el lugar incorrecto, se equivocó de parque? Fue al otro extremo del parque, pero no había más que una única banca en la cual estaba el viejo. No podía llamarles, ¿y sí no le daban otra oportunidad por haber faltado a la cita? Respiró profundo y dejó de pensar tanto las cosas. Caminó a la banca de regreso, tal vez su contacto llegaría y movería al viejo fuera de la banca. Esperaría unos minutos y si no veía nada, se iría y quizás lo contactarán después.

― ¡Hola, Jorge! Acompáñame. ― La voz del anciano era grave, ronca, un sonido obtenido sólo a través del desgaste de las cuerdas vocales por el pasar de las décadas; a Jorge le recordó a su abuelo.

― ¿Cómo sabe mi nombre? ― Aunque se tratara de un viejo, que supiera su nombre le erizó la piel.

― Lo importante es que te estábamos esperando. Siéntate, hay suficiente banca para los dos. ― Motivado por saber más de ese viejo, se sentó. Su cuerpo magullado seguía reclamando ante los pequeños movimientos. ― Estás herido, ¿verdad? ― Pudo oler el aroma a café hecho a mano que su abuelo solía emanar de sus ropas.

― Sólo un poco golpeado. ― Mintió.

― No sólo es un poco Jorge, nosotros lo sabemos. ― ¿Estará adivinando, o sólo fue un comentario al azar?

―Me encuentro bien, no se preocupe. ― Observó a su alrededor impaciente ante la plática que el viejo buscaba con él. ― Yo... estoy esperando por alguien, de hecho. ― La pareja de corredores pasó a su lado de manera coincidente, Jorge sintió un escalofrió, se arrepintió de haber venido con ropa ligera.

― No te preocupes, ya estamos hablando. ― Jorge cayó en cuenta de que este podría tratarse de su contacto. ― Hablemos de tu costumbre de acabar lastimado. ― Apoyó su mano en el hombro de él como muestra de apoyo emocional.

― No, no, no hay mucho que pensar, jugué brusco con unos amigos. ― Mintió justó como lo haría con su abuelo.

― ¿Amigos? ¿Y te dejaron en esas condiciones? Necesitas nuevos amigos, como... nosotros. ― Lo miró de reojo como si lo invitará a ser su cómplice en alguna travesura.

― ¿Me uno a usted para dar de comer a las palomas? ― Este viejo le tomaba el pelo y él estaba cayendo en su juego.

― ¡Ahh, pobres, nos olvidamos de ellas! ― El viejo les tiró un puñado de pan. Varías se acercaron para comer de ese maná caído de la arrugada mano. ― Casi perdemos a nuestro público. ― Rio de su propia broma, sin lograr contagiar su carisma a Jorge.

― ¿Me deberían de importar unas estúpidas palomas?

― ¡Mucho! Todos obvian a las palomas, aun cuando están por todos lados, desde los andenes del subterráneo, hasta el rascacielos más alto y nadie les presta atención. ― Tiro más pan.

― Ellas ven todo. ¿No sería genial ser cómo ellas?

― ¡¿Quién quiere ser una estúpida paloma?! ― Cruzó los brazos y se recargó en la banca.

― A ti. ― Lo miró fijamente y en sus ojos se reflejó la experiencia de alguien que ha visto el mundo por varias décadas. ― Obsérvalas bien, no tienen dignidad, ni lealtad, aceptan agradecidas las migajas de mi mano y si las trato mal. ― Agitó la bolsa cerca de ellas. ― Regresan y no porque perdonen, sino por necesidad.

― ¿Qué tienen que ver las palomas conmigo? ― De nuevo pasó la pareja y sintió una fresca brisa. ― Míralas. ― Arrojó un puñado de pan, ― Es pan, simple pan y ni siquiera es bueno, es rancio y duro, pero esto me vuelve indispensable para ellas y nosotros te haremos indispensable para los demás. Ten. ― Le entregó una bolsa. ― Sabemos lo trabajador que eres, por eso te hemos elegido a ti.

― Gracias... ― Tomó con vacilación la bolsa y se asomó dentro pensando que ahí estaría su encargo, pero sólo encontró, migas de pan.

― ¿Pensabas que te daríamos la mercancía de esa forma? Acostúmbrate a que no hacemos las cosas como las esperas. ― En sus ojos se mostró la evidencia de alguien que ha visto la formación de una estrella y la destrucción de la misma. ― Nuestro producto es como las migas de pan y tus compañeros serán las palomas. Rondan por ahí necesitados de un subsidio, de ti, pero aún no lo saben.

― ¿Por qué a mí? ― El ser apreciado por primera vez le remarcó el rostro con una tímida sonrisa.

― Nosotros tenemos nuestras razones. ― A Jorge le pareció extraño que hablara en plural, pero quizás era cosa de la edad.

― ¿Cómo es que ese producto me va a llevar a eso?

― Digamos que te vamos a dar lo que denominamos "llaves", la entrada a un mundo de maravillas inimaginables y tú serás el que decidirá quién puede entrar y quién no. Serás el cadenero del reino que hemos creado y podrás decidir el destino de los demás, como otros decidieron por ti. Además, nadie se meterá contigo, porque detrás de ti nos encontraremos nosotros. ― Le palmeó la cabeza. ― Nosotros vamos a cuidar de ti.

― ¡¿Ustedes?! ¡¿Quiénes son?! ¡¿Cómo me protegerán?!

― Nos haremos cargo, no te preocupes. Si ellos vuelven a golpearte con un bate, nosotros haremos un ejemplo de ellos. ― ¿Cómo sabían lo del bate? ― Ya verás, cómo las cosas mejorarán. ― ¿Mejorarán? Ni que fuera tan sencillo. Sus promesas eran inusitadas, pero una parte de él deseo que fueran cumplidas.

― Sigue sin decirme el, ¿cómo?

― No te preocupes por nimiedades. ― Le palmeó el muslo como si fueran viejos conocidos.

― Yo... no puedo creerlo, suena demasiado bueno para ser verdad.

― Jorge, Jorge, ¿quieres seguir siendo el costal de resentimientos de tus padres y compañeros, o deseas llevar la batuta de una vez? ― Expulsó honestidad de sus pulmones. ― ¿Hasta cuando quieres ser la victima? Hagamos esto. Te mostraremos lo efectivo de nuestros métodos y en la mañana nos informas de tu decisión, ¿te parece? ― Sin esperar respuesta el viejo se levantó y se alejó de la banca. ¿Qué cosa me va a mostrar y a qué se refería con eso? La pareja dio su última vuelta. Vaya que refrescó esta tarde.

Cerca de la medianoche, tocaron a su puerta. Jorge estaba solo, como lo había estado por los últimos meses, desde que su madre fue encarcelada. No esperaba a nadie, y seguro no era una visita del gobierno. Abrió la puerta y ahí estaba el tipo que abusó de él la vez que su madre se desmayó al consumir demasiada heroína.

Los rasguños de su rostro eran como surcos en un campo, aún tenían sangre sin coagular. Los múltiples moretones oscurecían más su piel morena. Le faltaban mechones de cabello y su ropa estaba hecha girones dejando al descubierto más rasguños y golpes.

Los dedos del tipo estaban ensangrentados, algunos no tenían uñas. Para Jorge resultó evidente que el sujeto se había lacerado y magullado el cuerpo, como si el mismo se hubiera impactado contra la pared o el suelo en repetidas ocasiones.

La pesadilla aún no terminaba para el hombre, buscaba a su alrededor los terrores que lo llevaron hasta este lugar. Ante cualquier pequeño ruido saltó y su respiración se aceleró. Jorge se compadeció de él. Ni dijo, ni hizo nada, dio media vuelta y regresó por donde vino, como si sólo hubiera ido a entregar un mensaje y su cuerpo fuera la carta y las heridas la estampilla. El celular de Jorge sonó, tenía un mensaje de un número desconocido: ¿Satisfecho? Otro mensaje llegó, con instrucciones como la primera vez: El parque, frente a la fuente.

- ¡Hola, Jorge! Acompáñame. ― La voz del anciano era grave, ronca, un sonido obtenido sólo a través del desgaste de las cuerdas vocales por el pasar de las décadas; a Jorge le recordó a su abuelo.

― ¿Cómo sabe mi nombre? ― Aunque se tratara de un viejo, que supiera su nombre le erizó la piel.

― Lo importante es que te estábamos esperando. Siéntate, hay suficiente banca para los dos. ― Motivado por saber más de ese viejo, se sentó. Su cuerpo magullado seguía reclamando ante los pequeños movimientos. ― Estás herido, ¿verdad? ― Pudo oler el aroma a café hecho a mano que su abuelo solía emanar de sus ropas.

― Sólo un poco golpeado. ― Mintió.

― No sólo es un poco Jorge, nosotros lo sabemos. ― ¿Estará adivinando, o sólo fue un comentario al azar?

―Me encuentro bien, no se preocupe. ― Observó a su alrededor impaciente ante la plática que el viejo buscaba con él. ― Yo... estoy esperando por alguien, de hecho. ― La pareja de corredores pasó a su lado de manera coincidente, Jorge sintió un escalofrió, se arrepintió de haber venido con ropa ligera.

― No te preocupes, ya estamos hablando. ― Jorge cayó en cuenta de que este podría tratarse de su contacto. ― Hablemos de tu costumbre de acabar lastimado. ― Apoyó su mano en el hombro de él como muestra de apoyo emocional.

― No, no, no hay mucho que pensar, jugué brusco con unos amigos. ― Mintió justó como lo haría con su abuelo.

― ¿Amigos? ¿Y te dejaron en esas condiciones? Necesitas nuevos amigos, como... nosotros. ― Lo miró de reojo como si lo invitará a ser su cómplice en alguna travesura.

― ¿Me uno a usted para dar de comer a las palomas? ― Este viejo le tomaba el pelo y él estaba cayendo en su juego.

― ¡Ahh, pobres, nos olvidamos de ellas! ― El viejo les tiró un puñado de pan. Varías se acercaron para comer de ese maná caído de la arrugada mano. ― Casi perdemos a nuestro público. ― Rio de su propia broma, sin lograr contagiar su carisma a Jorge.

― ¿Me deberían de importar unas estúpidas palomas?

― ¡Mucho! Todos obvian a las palomas, aun cuando están por todos lados, desde los andenes del subterráneo, hasta el rascacielos más alto y nadie les presta atención. ― Tiro más pan.

― Ellas ven todo. ¿No sería genial ser cómo ellas?

― ¡¿Quién quiere ser una estúpida paloma?! ― Cruzó los brazos y se recargó en la banca.

― A ti. ― Lo miró fijamente y en sus ojos se reflejó la experiencia de alguien que ha visto el mundo por varias décadas. ― Obsérvalas bien, no tienen dignidad, ni lealtad, aceptan agradecidas las migajas de mi mano y si las trato mal. ― Agitó la bolsa cerca de ellas. ― Regresan y no porque perdonen, sino por necesidad.

― ¿Qué tienen que ver las palomas conmigo? ― De nuevo pasó la pareja y sintió una fresca brisa. ― Míralas. ― Arrojó un puñado de pan, ― Es pan, simple pan y ni siquiera es bueno, es rancio y duro, pero esto me vuelve indispensable para ellas y nosotros te haremos indispensable para los demás. Ten. ― Le entregó una bolsa. ― Sabemos lo trabajador que eres, por eso te hemos elegido a ti.

― Gracias... ― Tomó con vacilación la bolsa y se asomó dentro pensando que ahí estaría su encargo, pero sólo encontró, migas de pan.

― ¿Pensabas que te daríamos la mercancía de esa forma? Acostúmbrate a que no hacemos las cosas como las esperas. ― En sus ojos se mostró la evidencia de alguien que ha visto la formación de una estrella y la destrucción de la misma. ― Nuestro producto es como las migas de pan y tus compañeros serán las palomas. Rondan por ahí necesitados de un subsidio, de ti, pero aún no lo saben.

― ¿Por qué a mí? ― El ser apreciado por primera vez le remarcó el rostro con una tímida sonrisa.

― Nosotros tenemos nuestras razones. ― A Jorge le pareció extraño que hablara en plural, pero quizás era cosa de la edad.

― ¿Cómo es que ese producto me va a llevar a eso?

― Digamos que te vamos a dar lo que denominamos "llaves", la entrada a un mundo de maravillas inimaginables y tú serás el que decidirá quién puede entrar y quién no. Serás el cadenero del reino que hemos creado y podrás decidir el destino de los demás, como otros decidieron por ti. Además, nadie se meterá contigo, porque detrás de ti nos encontraremos nosotros. ― Le palmeó la cabeza. ― Nosotros vamos a cuidar de ti.

― ¡¿Ustedes?! ¡¿Quiénes son?! ¡¿Cómo me protegerán?!

― Nos haremos cargo, no te preocupes. Si ellos vuelven a golpearte con un bate, nosotros haremos un ejemplo de ellos. ― ¿Cómo sabían lo del bate? ― Ya verás, cómo las cosas mejorarán. ― ¿Mejorarán? Ni que fuera tan sencillo. Sus promesas eran inusitadas, pero una parte de él deseo que fueran cumplidas.

― Sigue sin decirme el, ¿cómo?

― No te preocupes por nimiedades. ― Le palmeó el muslo como si fueran viejos conocidos.

― Yo... no puedo creerlo, suena demasiado bueno para ser verdad.

― Jorge, Jorge, ¿quieres seguir siendo el costal de resentimientos de tus padres y compañeros, o deseas llevar la batuta de una vez? ― Expulsó honestidad de sus pulmones. ― ¿Hasta cuando quieres ser la victima? Hagamos esto. Te mostraremos lo efectivo de nuestros métodos y en la mañana nos informas de tu decisión, ¿te parece? ― Sin esperar respuesta el viejo se levantó y se alejó de la banca. ¿Qué cosa me va a mostrar y a qué se refería con eso? La pareja dio su última vuelta. Vaya que refrescó esta tarde.

Cerca de la medianoche, tocaron a su puerta. Jorge estaba solo, como lo había estado por los últimos meses, desde que su madre fue encarcelada. No esperaba a nadie, y seguro no era una visita del gobierno. Abrió la puerta y ahí estaba el tipo que abusó de él la vez que su madre se desmayó al consumir demasiada heroína.

Los rasguños de su rostro eran como surcos en un campo, aún tenían sangre sin coagular. Los múltiples moretones oscurecían más su piel morena. Le faltaban mechones de cabello y su ropa estaba hecha girones dejando al descubierto más rasguños y golpes.

Los dedos del tipo estaban ensangrentados, algunos no tenían uñas. Para Jorge resultó evidente que el sujeto se había lacerado y magullado el cuerpo, como si el mismo se hubiera impactado contra la pared o el suelo en repetidas ocasiones.

La pesadilla aún no terminaba para el hombre, buscaba a su alrededor los terrores que lo llevaron hasta este lugar. Ante cualquier pequeño ruido saltó y su respiración se aceleró. Jorge se compadeció de él. Ni dijo, ni hizo nada, dio media vuelta y regresó por donde vino, como si sólo hubiera ido a entregar un mensaje y su cuerpo fuera la carta y las heridas la estampilla. El celular de Jorge sonó, tenía un mensaje de un número desconocido: ¿Satisfecho? Otro mensaje llegó, con instrucciones como la primera vez: El parque, frente a la fuente.

            
            

COPYRIGHT(©) 2022