En el corazón del palacio imperial se erigía el gran Santuario de los Dragones, un recinto sagrado reservado para venerar al poderoso clan gobernante. Sus muros estaban construidos con enormes rubíes perfectamente cortados que emitían un intenso resplandor carmesí. En el centro se encontraba un altar circular hecho completamente de oro rojo, el metal más preciado para los dragones.
Sobre el altar reposaba un colosal rubí de una gema tan antigua como el propio clan. Se decía que contenía la esencia vital de los ancestros dragón. A su alrededor, pedestales de ónix rojo sostenían tesoros sin igual. Majestuosas estatuas de oro rojo de los dragones ancestrales, con incrustaciones de rubíes, adornaban el santuario. Sus fauces abiertas y alas desplegadas infundían respeto y admiración.
En las paredes colgaban estandartes de seda carmesí bordados con hilo de oro que representaban las hazañas de los dragones. El suelo estaba compuesto de baldosas de mármol rojo que formaban intrincados diseños. Todo en perfecta armonía con el tono carmesí que teñía cada rincón del santuario. A su alrededor, divididos por colores, se encontraban los santuarios de los demás clanes que conformaban el gran Santuario de los Dragones:
El santuario del clan de Cobre, con muros de turquesa.
El santuario del clan del Agua, con paredes de zafiro azul.
El santuario del clan de Plata, revestido en ópalos blancos.
El santuario del clan de Oro, forjado en ámbar dorado.
El santuario del clan de los Dragones Cobrizos, con láminas de citrino naranja.
Así continuaba la disposición, cada clan con su santuario en la gema que lo representaba, distribuidos armoniosamente en un círculo cromático alrededor del santuario central de fuego. Todos conformando el majestuoso Gran Santuario de los Dragones.
El del clan Esmeralda, sin embargo, poseía uno muy pequeño, en representación del que tenía la enorme y poderosa piedra madre esmeralda que no podía ser movida de su montaña donde residía su clan. Era un humilde santuario con algunas esmeraldas incrustadas, que simbolizaba el vínculo con la majestuosa gema progenitora que permanecía inamovible en su lugar de origen, irradiando su energía verde sobre el clan Esmeralda.
Cuando el segundo príncipe imperial Lotha, ex rey del clan Esmeralda, llegó al pedestal central reservado para los gobernantes, ocurrió algo extraordinario. El suelo de baldosas rojas comenzó a iluminarse tenuemente con líneas carmesí que parecían cobrar vida.
Estos hilos de luz fueron extendiéndose poco a poco, conectando el pedestal con cada uno de los santuarios de los clanes. Las energías de todas las poderosas gemas ancestrales fluían a través de aquel intrincado mapa luminoso, inundando el recinto de una mística aura multicolor. Los rubíes del santuario central fulguraron con más intensidad, bañando la estancia en su tono fogoso. Los zafiros, esmeraldas, ámbares y demás gemas también respondieron al llamado, irradiando sus propios colores y poderes.
Era como si cada clan y cada piedra preciosa estuviera transmitiendo su fuerza al príncipe Lotha a través de aquella red de luz roja que ahora cubría todo el suelo del Gran Santuario. Un espectáculo único que demostraba la majestuosidad y el extraordinario vínculo místico de aquel lugar sagrado.
Lotha cayó de rodillas frente al diminuto santuario del clan Esmeralda, con lágrimas rodando por sus mejillas. Había cometido un grave error por desconocimiento del funcionamiento de la gran piedra madre esmeralda. Al pasar imprudentemente todos los poderes del clan a su hermano Dustin, había disuelto el lazo sagrado con su amada esposa, la reina Elenita, y sus preciosos hijos.
Cuando quiso regresar, la madre piedra esmeralda le impidió la entrada a la montaña. Fue entonces cuando comprendió la dimensión de su equivocación. ¡Había rechazado a su propio clan! Ahora imploraba el perdón de la madre piedra ante sus ancestros, pero el pequeño santuario ya no resplandecía ante su presencia.
-¡Oh poderosa madre esmeralda, te lo ruego, perdóname! -suplicó Lotha con la voz quebrada-. Cometí un error imperdonable, pero mi corazón jamás dejó de pertenecerte. ¡Apiádate de este hijo descarriado que solo anhela regresar a tu seno!
Lotha lloró amargamente, esperando una señal del santuario que nunca llegó. Pasó días enteros postrado frente a la fría gema verde, rogando por una segunda oportunidad, recordando con añoranza los cálidos días junto a su amada familia, temiendo no poder recuperar lo que su ignorancia le había hecho perder.
Tras días de súplicas sin respuesta, cuando la esperanza parecía perdida, ocurrió el milagro. El pequeño santuario del clan Esmeralda comenzó a brillar tenuemente hasta que, de pronto, un poderoso rayo esmeralda surgió de su interior. Lotha contempló maravillado cómo la luz lo envolvía por completo, transportándolo al verdadero santuario del clan Esmeralda en la montaña sagrada.
Allí lo esperaban sus amados hijos, los jóvenes príncipes Lothmer y Elenoth, quienes corrieron a abrazarlo efusivamente, derramando lágrimas de alegría por tener nuevamente a su padre con ellos. También estaba su amada esposa Elenita, mirándolo con una mezcla de felicidad y resentimiento, inundada por emociones encontradas.
-¡Padre, volviste, volviste! -exclamaron los príncipes entre sollozos, aferrándose con fuerza al regazo de su progenitor.
-Mis queridos hijos, cuánto los he extrañado -respondió Lotha con la voz quebrada por la emoción, estrechándolos amorosamente contra su pecho.
-Shhh..., silencio -los calló Elenita nerviosamente, observando a su alrededor con temor-. Nadie debe saber que utilizaron a la madre esmeralda para traer a su padre a escondidas. Si se enteran, estaríamos en graves problemas.
-¿A qué te refieres, mi amada? -preguntó Lotha desconcertado, acercándose cautelosamente a su esposa, quien retrocedió unos pasos mirándolo con resentimiento-. ¿Acaso la madre esmeralda no me ha perdonado?
Un estruendoso cambio en el color y sonido de la majestuosa gema ancestral le dio la respuesta, lanzándole un potente rayo que lo hizo arrodillarse con pesar.
-No, padre. Solo nos complació a nosotros, porque sufríamos demasiado por tu ausencia. Pero ella aún está dolida por tu traición -explicó el príncipe Lothmer apenado-. Mamá, conversa tranquila con papá mientras mi hermano y yo vamos a jugar con la madre esmeralda.
-¿Jugar? ¿Cómo piensan hacer eso? -cuestionó Lotha desconcertado.
Pero los jóvenes príncipes ya habían envuelto a sus padres con la cautivadora energía de la gema, introduciéndose en su centro y transportándolos a una dimensión aparte, aislada, para que pudieran conversar sin interrupciones mientras ellos exploraban maravillados el mundo místico en el interior de la madre esmeralda.
Lotha y Elenita se encontraron transportados a una idílica pradera bañada en un resplandor esmeralda. El césped se sentía mullido y fresco bajo sus pies descalzos. A su alrededor crecían exuberantes árboles de troncos plateados y frondosas copas verdes que se mecían con la cálida brisa. El cielo tenía un tono verde pálido surcado por nubes esmeralda que dejaban pasar los rayos de un sol verdoso. Pequeñas hadas de alas transparentes revoloteaban entre las flores silvestres teñidas de verde y turquesa. Un arroyo serpenteaba cruzando la pradera, con aguas cristalinas de un verde luminoso.
Elenita caminó hacia el arroyo y se sentó junto a la orilla, mirando apenada el reflejo de su rostro. Lotha se acercó en silencio y se sentó a su lado. Por un momento ninguno habló, solo se escuchaba el murmullo relajante del agua. Elenita lo miraba con ojos llorosos y finalmente se refugió en sus brazos. Arrodillado junto al arroyo, Lotha tomó las manos de Elenita entre las suyas y la miró con ojos suplicantes.
-Mi amada Elenita, no tienes idea de cómo lamento haberte fallado. Fui un completo necio al no estudiar cómo funcionaba la madre esmeralda, pensaba que luego Dustin me devolvería el poder y ya. No supe cuidar ni valorar el extraordinario vínculo que compartimos y la dicha de pertenecer a tu lado al clan Esmeralda. Pero te lo ruego, mi corazón, perdóname, dame una segunda oportunidad para demostrarte cuánto te amo y lo arrepentido que estoy.
Elenita lo miraba con ojos llorosos, queriendo creer en sus palabras pero aún dolida por su traición.
-Sabes que en el fondo de mi corazón ya te he perdonado, mi Lotha. Pero tengo tanto miedo... miedo por las consecuencias que puede traer esta locura que has causado. La madre esmeralda está furiosa, siento su ira recorriendo cada vena de mi cuerpo. ¿Cómo vamos a solucionar esto, mi amor? No quiero perderte de nuevo cuando acabamos de reencontrarnos.
Lotha se puso de pie y la estrechó entre sus brazos.
-No me volverás a perder, te lo prometo por la vida que me queda. Encontraremos la forma de calmar la ira de la madre y recuperar su confianza. Mientras estemos juntos, no hay fuerza en este mundo que pueda vencernos.
-No es solo la madre esmeralda, mi amor. Tu hermano Dustin ha estado viniendo todos los días, insistiendo en que él es ahora el legítimo príncipe heredero. Pero la madre esmeralda no ha aceptado a su esposa Thalia. Aun así, no veo en Dustin deseos de renunciar a su reclamo. Los del consejo me presionan para que escoja un nuevo esposo entre ellos si no logramos solucionar esto pronto.
Lotha frunció el ceño con preocupación. No comprendía por qué su hermano Dustin que nunca quiso ser el rey esmeralda, ahora se portaba así.
-No permitiré que nadie te aleje de mi lado, ni que intenten manipularte en contra de tu voluntad. Hablaré con Dustin para hacerlo entrar en razón y convencerlo de que renuncie a cualquier derecho sobre el clan Esmeralda. Y en cuanto a esos ambiciosos del consejo, no les prestes atención mi amor. Tu lugar está aquí, a mi lado. Hallaremos la forma de recuperar el favor de la madre esmeralda, ella comprenderá que nuestro amor es sincero y verdadero. Le enseñaré que nunca la rechacé, que jamás he querido separarme de ella. Sabe muy bien que renuncié por nuestro clan, a mi puesto de segundo príncipe imperial. Ella terminará por entenderme, ya verás.
Elenita lo escuchó, y su corazón se le llenó de esperanza, porque era verdad todo eso que decía Lotha, de seguro un día la madre esmeralda se daría cuenta, asintió, secándose las lágrimas. Aunque era muy difícil luchar con todos los problemas del reino, y encima de eso con el asedio de Dustin y los del clan.
-Eso lo dices fácil, pero no lo es, me siento tan sola- dijo Elenita con tristeza.
-No estás sola mi amor, me tienes a mí y a nuestros poderosos hijos. ¿No viste lo que lograron al transportarnos dentro de la madre esmeralda? Nadie había hecho eso antes. Ahora entiendo por qué ella te dio los poderes en lugar de Dustin, no quería perder a nuestros pequeños- le respondió Lotha, acariciando su mejilla.
-Tienes razón, es solo que me siento abrumada- admitió Elenita.
-Pídele a la madre esmeralda que te permita reinar sola, al menos por un tiempo. Recuerda que la antigua reina, la madre de Dustin, gobernó sin esposo por muchos siglos. Tú puedes hacerlo también mi amor. Eres fuerte y capaz, y yo estaré a tu lado apoyándote en lo que necesites- la animó Lotha.
-Sí, tienes razón. Debo ser valiente y hablar con la madre para llegar a un acuerdo. Con ustedes a mi lado podré sobrellevar esta situación. Gracias por recordarme que no estoy sola en esto- dijo Elenita, abrazándolo con renovada confianza y esperanza.
Lotha la estrechó entre sus brazos, orgulloso de la fuerza interior de su amada. La besó con verdadera pasión, para luego al separarse decirle:
-Hazme tuyo ahora, Elenita. Tú eres la reina, puedes elegir a tu esposo, hazlo, me entrego a ti en cuerpo y alma.
-¿Qué quieres decir con eso?