Mi vínculo con los hermanos Martileni crece a pasos agigantados. Su compañía es fácil y genuina. Me hacen sentir cómoda y completamente a gusto. Disfrutan conversar, tienen un gusto musical excelente y, como si no tuvieran ya suficiente poder, se han ofrecido a llevarme y traerme en su lujoso auto. Una oferta que, por supuesto, tuve que rechazar: la idea de molestarlos y depender de ellos era inaceptable. Lo que sí acepté, sin querer, es el interés que han despertado en mí con sus constantes menciones a sus tres hermanos mayores. Cada historia, cada anécdota, aumenta mi curiosidad.
-Sofía, te estamos hablando, cariño -la voz grave de Oscar me trajo de vuelta, su mano cálida tomando la mía.
-Lo siento mucho, Oscar -le sonreí, avergonzada. -Estaba algo distraída.
Hoy decidí almorzar en su mesa, en el corazón del comedor. Las miradas, como siempre, nos cayeron encima. No eran de simple curiosidad; eran de juicio.
-¿En qué tanto piensas, corazón? -preguntó Marko con genuino interés.
Me había acostumbrado a sus apodos: cariño, corazón, nena, linda. Lejos de molestarme, me hacían sentir especial, como si tuviera un pase de acceso a un club exclusivo.
-En todo. En estos pocos días y en lo rápido que me he adaptado. -Me acomodé el cabello, mi nerviosismo creciendo. -Por cierto, hoy empiezo a trabajar en una cafetería.
-¿Trabajar? -Marius preguntó con una duda que sonó casi a reproche. -¿Para qué necesitas trabajar?
Aquí estaba el momento que temía. Ellos no sabían que era becada. Temía su rechazo; sabía que no estaba ni remotamente a su nivel social.
-Chicos, tengo que ser completamente honesta con ustedes. Yo no soy como ustedes o como la mayoría de la gente aquí. -Mi voz tembló. -No soy rica, no tengo dinero... Soy becada. Entré a esta universidad con esfuerzo, dedicación y una beca completa.
Me preparé para la inminente sentencia.
-Mis padres tienen dinero, pero nunca les importé. Se divorciaron cuando era muy pequeña, y cada uno formó una nueva familia. Por lo tanto, estoy sola. -Bajé la mirada, apretando mis manos. Era la primera vez que compartía esta cruda verdad.
Hubo un silencio tenso.
-Sofi, no teníamos idea -dijo Samuel con una dulzura inusual. -No quiero que pienses ni por un segundo que te juzgaremos por esto, o que nos alejaremos de ti.
Levanté la mirada, totalmente sorprendida. -¿En serio?
-Así es, nena. No te preocupes. -Oscar acarició mi mejilla con el dorso de su mano. Su gesto era protector. -Pero quiero que seas totalmente abierta con nosotros. No nos ocultes nada más.
-Lo siento. Tenía miedo. Me he sentido tan bien con ustedes que no podía soportar la idea de perderlos. -Hice un puchero involuntario.
-Pues ya ves que no fue así. Ahora, cuéntanos en qué cafetería trabajarás. -Oscar me dio un dulce beso en la frente.
-Bueno, busqué un lugar que no estuviera lejos ni de mi casa ni de la universidad. Conseguí trabajo en un sitio llamado Cafetería Cioccolato.
-¿Cioccolato? -Los cuatro preguntaron al unísono, sus ojos grises llenos de asombro. Asentí, sintiéndome confundida por su reacción.
-Vaya, esa es nuestra cafetería favorita. Tienen unos postres deliciosos y es una de las más famosas de la ciudad -dijo Marko. -Además, nuestra madre es la dueña.
-¿En serio? -Mi Coca-Cola casi se me cae de la mano. -Con razón necesitaban una empleada con tanta urgencia, había muchísimos clientes.
-No cualquiera consigue trabajo ahí. Se necesita saber mucho para ser contratado -comentó Samuel.
-Hice un curso de barista en Venezuela, ya fui mesera, e incluso sé hornear algunos postres.
-¿Ya habías trabajado antes? -preguntó Marius.
-Sí, por eso tengo algunos ahorros junto al dinero que me envían mis abuelos. Pero tengo muchos gastos y ese dinero no me durará toda la vida.
-Sabes que puedes contar con nosotros para cualquier cosa que necesites -Marius tomó mi mano y besó el dorso con una solemnidad que me estremeció.
-Lo agradezco de corazón. Pero estoy acostumbrada a valerme por mí misma. No quiero que piensen que soy una interesada. -Los miré, anticipando su reproche. -Si la gente de aquí se entera de mi situación, pensarán que estoy con ustedes por su dinero o su apellido.
-No debe importarte lo que digan los demás -Marko me sonrió, su tono era firme y reconfortante. -Lo único que importa es lo que tú creas de ti.
-Lo sé. Pero prefiero evitar los comentarios. -Terminé mi bebida.
-¿Cuál será tu horario de trabajo? -Samuel me preguntó.
-De las tres de la tarde hasta las siete de la noche. Solo medio tiempo, y tengo libres los sábados y domingos.
-Sales algo tarde. Cada uno de nosotros se turnará para buscarte y llevarte a casa. Y esta vez, no aceptaré un no -demandó Oscar, con su tono dominante, que me hizo reír nerviosamente.
-Está bien, jefe -respondí. Reímos y continuamos nuestra plática, ahora más relajada.
De los cuatro, me sentía más cercana a Samuel. Ambos escuchábamos música, cantábamos y nos reíamos de cualquier cosa. Él pronto cumplirá veintiún años y yo diecinueve. Tal vez esa cercanía de edad creaba esa conexión instantánea.
Eso no significaba que no me llevara bien con los demás. Al contrario. Todos me escuchaban atentamente, y yo estaba dispuesta a escucharles. Teníamos diferencias, claro, pero existía un interés genuino y recíproco.
Mi primer turno de trabajo no fue malo, aunque el lugar estaba lleno. Estuve de un lado para otro sirviendo, atendiendo y llevando pedidos.
Al empezar, noté una mesa grande, justo frente a la ventana, que permanecía vacía. Tenía un letrero que decía: "Prohibido sentarse". Pregunté a un compañero. Me informó que esa mesa estaba reservada exclusivamente para los hermanos Martileni, que solían visitarla a diario.
No me mintieron: no solo era su cafetería favorita; su madre era prácticamente la dueña.
Escuché la campana de la puerta. -Buenas tardes -dije al voltearme y encontré a mis amigos, sonriendo. -¡Chicos, bienvenidos!
-Hola, nena. Veo que tienes mucho trabajo -Oscar miró la multitud.
-Así es. Es la hora pico del lugar -reí. Ellos se dirigieron a su mesa reservada, y yo quité el letrero.
-¿Qué desean ordenar? -pregunté, libreta en mano.
-Un latte macchiato y un trozo de pastel de chocolate -pidió Marius. Anoté.
-Un latte y dos donas de fresa -siguió Oscar.
-Un café con leche y dos cupcakes de lo que sea -dijo Marko.
-Yo quiero un capuchino con unos cuantos macarons -terminó Samuel.
Sonreí, reconociendo el postre favorito de cada uno. -Muy bien, enseguida les traigo su pedido.
Fui a la barra y regresé con la bandeja. Les serví, manteniendo la formalidad jerárquica: de mayor a menor. Oscar y Marko se sentaron a la derecha, Marius y Samuel a la izquierda. Los tres puestos del medio, quedaron vacíos.
-¿Y qué tal tu primer día de trabajo, linda? -preguntó Marko.
-No me quejo, aunque me gustaría sentarme un rato -reí. -Hay muchísima gente, pero eso es bueno para el lugar.
-Pronto te acostumbrarás -dijo Oscar. -Por cierto, no lo olvides: hoy te buscaré yo a la hora de salida. Nos coordinamos para que uno de nosotros lo haga todos los días.
-Saben que no deberían preocuparse por mí -dije, sintiendo la vergüenza y el calor subir a mis mejillas. No merecía tanta atención.
-Y tú sabes que lo haremos. Así que no quiero quejas, ¿bien? -El tono de Oscar era serio, dominante. La autoridad del Martileni mayor se hizo patente.
-Está bien -respondí. Sentí mi corazón acelerarse. Cada vez que me hablaban con esa firmeza, mi pulso se disparaba. -Bueno, los dejo.
Salí prácticamente corriendo de su mirada intensa.
Traté de controlar mi respiración. Mi corazón latía con furia y mi rostro estaba ardiendo. Necesitaba controlar estas emociones. No era normal sentirme así con solo recibir una sonrisa o una orden de ellos.
No podía permitir que sus encantos me afectaran más. Pero, honestamente, ¿quién podría resistirse a esos cuatro? No debía dejar que estos sentimientos crecieran. Ellos no merecían a alguien como yo. Nunca estaría a su nivel. Eran populares, ricos, influyentes, y yo era solo la becada que trabajaba como mesera para sobrevivir.
Me bastaba con su amistad. No quería perderlos por mis inseguridades, ni que se aburrieran y se alejaran. En estos días, me han hecho sentir que merezco estar aquí, que pertenezco. Su afecto es mi premio. Se han convertido en mis personas favoritas, en mis mejores amigos.
Y no quería que esa sensación terminara nunca.