Divorciada del alfa paralítico
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Capítulo 4 4

Esteban

El divorcio trajo consigo una soledad abrumadora. El desgarro emocional de ver a Brianna partir, llevarse consigo el eco de lo que una vez fue nuestro amor, se convirtió en una cicatriz en mi corazón. La ciudad, antes vibrante y llena de promesas, se tornó en un laberinto desolado para mí.

La rutina urbana se volvió una carga pesada de soledad y anhelo. Cada noche, cuando las luces de la metrópolis se apagaban, sentía la llamada de la luna. Mi transformación ansiaba libertad, mis instintos anhelaban la libertad que solo los bosques podían brindar.

Los aullidos de la bestia interior resonaban en mis oídos, un eco de nostalgia por la libertad perdida. Mis días se volvieron una coreografía de máscaras, ocultando mi verdadera esencia entre la multitud, evitando llamar la atención sobre mi peculiaridad.

El hombre lobo atrapado en la piel de un hombre de negocios se debatía entre los instintos primigenios y las normas de la sociedad. La jungla de concreto y cristal se convirtió en mi jaula, una prisión que limitaba mi conexión con la naturaleza, con mi verdadera esencia.

En cada calle transitada, en cada rincón de la urbe, el recuerdo de mi conexión perdida con Brianna se entrelazaba con el anhelo de correr libre por los bosques. Mi corazón anhelaba la compañía de manadas y la frescura del aire nocturno, mientras que mis pasos se aferraban al pavimento de la ciudad, forzando una integración que parecía imposible.

Las noches se volvieron mi refugio, mi único momento de liberación. Cuando la ciudad se sumía en el silencio, me retiraba a los límites de la urbe, buscando la cercanía de parques y espacios abiertos, una tímida reconexión con mi naturaleza animal.

En esos momentos de solitud nocturna, mi transformación era inevitable. La piel humana se desvanecía para dar paso a la figura imponente de un lobo en la ciudad. La luna, como siempre, era mi cómplice silenciosa, testigo de mi dualidad en medio de las luces artificiales y los edificios que se alzaban hacia el cielo.

Ser un lobo en la ciudad se convirtió en una danza entre lo prohibido y lo inevitable. Mis patas se deslizaban sobre el asfalto, mis ojos dorados capturaban destellos de la noche. La libertad efímera se fusionaba con la conciencia de ser un extranjero en un mundo que no entendía mi naturaleza.

La contradicción entre la libertad de correr bajo el cielo abierto y la opresión de la vida urbana se volvía más evidente en cada transformación. Y aunque mi esencia anhelaba los bosques, la ciudad se había convertido en mi refugio forzado, un lugar donde la soledad se mezclaba con la necesidad de pertenecer a un mundo que no comprendía.

Claro, aquí tienes:

El amanecer filtraba su luz a través de las cortinas entreabiertas, pintando el mundo con tonos pálidos y difusos. El eco del divorcio resonaba aún en mi mente, un eco doloroso que recordaba la brecha entre Brianna y yo. La soledad se había instalado como una compañera constante, una sombra que se aferraba a cada uno de mis pasos.

Me levanté con una mezcla de resignación y determinación. Los días se volvían una monotonía de cumplir con las formalidades laborales, una coreografía mecánica en un mundo que ya no parecía mío. El hombre lobo se ocultaba detrás de la fachada de un hombre de negocios, una dualidad que se entrelazaba en mi existencia, a veces contradictoria, a veces armoniosa.

El sol se alzaba en su ascenso diario, pero mi mente y mi corazón ansiaban la caída de la noche. La ciudad, con su ajetreo constante, parecía ignorar mis luchas internas, ajena a mi constante batalla entre ser humano y bestia.

Las horas transcurrieron sin demasiado peso, un reflejo sombrío de mi rutina. Las reuniones, las decisiones corporativas, las interacciones superficiales; todo se entremezclaba como un mural monótono que adornaba mi día a día. Pero en lo más profundo de mi ser, una llamada ancestral resonaba, la necesidad de liberarme de las cadenas urbanas, al menos por un momento.

Llegó la noche, mi eterna aliada, mi cómplice en la dualidad que me definía. La ciudad se sumió en un silencio relativo, un respiro entre el frenesí diurno y mi oportunidad de liberación. Entre las sombras de la ciudad, mis pasos se encaminaron hacia la periferia, buscando el límite entre el asfalto y la naturaleza.

El aire nocturno me saludó con una frescura familiar, una sensación que evocaba recuerdos de hogar. La luna, una amiga silenciosa, se alzaba majestuosa en el cielo, invitándome a desplegar mis instintos más primigenios. La transformación se hizo inevitable, mi piel humana cedió ante el llamado ancestral.

La metamorfosis fue un baile conocido, mi cuerpo se estiró, se transformó en una criatura de pelaje oscuro y ojos dorados. La libertad efímera se convirtió en mi compañera, mis patas se lanzaron hacia adelante, cada paso llevándome más lejos de la opresión urbana.

Mis sentidos se agudizaron, cada aroma, cada sonido de la noche cobraba una intensidad embriagadora. Corrí entre árboles y arbustos, la vegetación nocturna rozando mi pelaje. La luna, con su fulgor plateado, iluminaba mi camino, su luz revelando una belleza natural que había anhelado durante tanto tiempo.

La ciudad quedó atrás, sus luces parpadeantes apenas visibles en la lejanía. El hombre lobo se sentía libre, liberado de las restricciones y las miradas inquisitivas de la vida urbana. La frescura del aire nocturno llenaba mis pulmones, una sensación que me conectaba con mis raíces, con la esencia de mi linaje.

Mis aullidos resonaron en la quietud de la noche, una llamada ancestral que reverberaba en los bosques. La manada no estaba cerca, pero mi corazón latía al unísono con la naturaleza que me rodeaba. En esos momentos, la dualidad desaparecía, fundiéndose en una armonía perfecta entre la bestia y el hombre, una sinfonía ancestral que me recordaba quién era en verdad.

El amanecer comenzaba a asomarse en el horizonte cuando mi transformación llegaba a su fin. La piel humana regresó, cubriendo mi cuerpo con su familiaridad. Me encontré de nuevo en la periferia de la ciudad, la urbe dormida a mis pies, ajena a mi noche de liberación y conexión.

El regreso a la cotidianidad se aproximaba, pero la experiencia de esa noche, la conexión con mi verdadera esencia, se convirtió en un faro en medio de mi confusión emocional. La dualidad, lejos de ser una carga, se volvía una danza entre dos mundos, una integración necesaria para encontrar la armonía en mi existencia.

            
            

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